Pau
Me miro en el largo espejo y le pregunto a Landon:
—¿Seguro que estoy bien?
—Sí, tranquila —responde con una sonrisa—. Pero ¿podemos intentar recordar que soy un tío?
Suspiro y me echo a reír.
—Lo sé, perdona. No tengo la culpa de que seas mi único amigo.
El tacto del vestido oscuro y centelleante sobre mi piel no me resulta del todo cómodo. La tela es dura y las pequeñas cuentas me rascan un poco cuando me muevo. En la pequeña tienda de ropa del pueblo no había mucho donde elegir, y desde luego no iba a ponerme el vestido rosa intenso confeccionado exclusivamente con tul. Necesito algo que ponerme para la temible cena de esta noche, y no pienso seguir la sugerencia de Pedro de que vaya en vaqueros.
—¿Crees que se molestará en volver antes de que llegue la hora de marcharnos? —le pregunto a Landon.
Pedro se ha largado, como siempre, después de nuestra pelea, y no ha regresado desde entonces. Tampoco ha llamado ni me ha mandado ningún mensaje. Seguramente estará con esa chica misteriosa con la que tanto le gusta compartir nuestros problemas. Sí, esa chica con la que habla mucho más que con su novia. Con lo cabreado que estaba, no me extrañaría que hiciese algo con ella con la única intención de hacerme daño.
No..., no lo haría.
—La verdad es que no lo sé —dice Landon—. Espero que sí. De lo contrario, mi madre se sentirá muy decepcionada.
—Lo sé. —Me pongo otra horquilla en el moño y cojo el rímel.
—Vendrá. Sólo está siendo cabezota.
—Lo que no sé es si iremos juntos. —Me paso el pequeño cepillo por las pestañas—. Siento que estoy llegando a mi límite. ¿Sabes qué sentí anoche cuando me dijo que había estado con otra chica?
—¿Qué? —me pregunta con curiosidad.
—Creo que ha llegado el final de nuestra turbulenta historia de amor... —Intentaba que fuera una broma, pero al parecer no ha tenido gracia.
—Se me hace muy raro oírte decir eso precisamente a ti —señala—. ¿Cómo te sientes?
—Un poco enfadada, pero ya está. Es como si fuera inmune a ello ahora, a todo. No tengo ganas de pasar por lo mismo una y otra vez. Estoy empezando a pensar que es una causa perdida, y la verdad es que se me parte el alma —digo, prohibiéndome a mí misma llorar.
—Nadie es una causa perdida. Sólo creen que lo son, y por eso a veces no se molestan en intentar cambiar.
—¿Estáis listos, chicos? —pregunta Karen desde el salón, y Landon le asegura que bajaremos enseguida.
Me coloco mi nuevo par de tacones negros con correas en los tobillos. Por desgracia, son tan incómodos como aparentan. En ocasiones como ésta es cuando echo de menos llevar Toms a diario.
Cuando nos metemos todos en el coche, Pedro aún no ha vuelto.
—No podemos esperarlo más —dice Ken con el ceño fruncido de decepción.
—No pasa nada, le traeremos algo a la vuelta —sugiere Karen con dulzura en un intento de disminuir la irritación de su marido, a pesar de que sabe que ésa no es la solución.
Landon me mira y yo le sonrío para asegurarle que estoy bien. Intenta distraerme todo el trayecto hablándome sobre varios estudiantes que conocemos y bromeando sobre sus posturas en clase. Especialmente las de algunos de los que vienen con nosotros a religión.
Cuando Ken aparca en nuestro destino, veo que el restaurante es de un gusto exquisito. El edificio es una cabaña de troncos inmensa, y el interior contradice el aspecto silvestre del exterior. Es moderno y elegante, con decoración en blanco y negro por todas partes y detalles en gris en las paredes y el suelo. La iluminación está en el límite de ser demasiado oscura, pero crea un ambiente íntimo. Para mi sorpresa, mi vestido es lo que más brilla en la habitación. Cuando la luz se refleja en las cuentas, éstas centellean como diamantes en la oscuridad, cosa que todo el mundo parece haber advertido.
—Alfonso —oigo que le dice Ken a la guapa mujer que se encuentra tras el atril.
—El resto de su cuadrilla ya está aquí. —Ella sonríe, y sus dientes perfectos son de un blanco cegador.
—¿Cuadrilla? —digo volviéndome hacia Landon, y él se encoge de hombros.
Seguimos a la mujer hasta una mesa en un rincón del salón. Detesto que todo el mundo me mire a causa de este vestido. Debería haberme comprado aquella monstruosidad rosa, habría llamado menos la atención. Un hombre de mediana edad se derrama la copa encima y Landon me acerca a su costado cuando pasamos junto al muy pervertido.
Tampoco es un vestido tan exagerado. Me llega justo por encima de la rodilla. El problema es que fue confeccionado para alguien con un busto mucho más pequeño que el mío, lo que hace que el sujetador incorporado actúe como un push-up y me acentúe al máximo el escote.
—Ya era hora de que llegarais —dice una voz masculina desconocida, y miro hacia el lugar donde está Karen para ver de quién se trata.
Un hombre, imagino que el amigo de Ken, se levanta para estrecharle la mano. Desvío la vista hacia la derecha, donde su mujer sonríe y saluda a Karen. A su lado hay una chica joven —mi instinto me indica que es la chica—, y se me cae el alma a los pies. Es guapa, muy guapa.
Y lleva exactamente el mismo vestido que yo.
Cómo no.
Veo sus brillantes ojos azul claro desde aquí y, cuando me sonríe, me parece aún más guapa. Estoy tan distraída con mis crecientes celos que casi no me doy cuenta de que Pedro está sentado a su lado, vestido con una camisa blanca.
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