Pedro
«¿Quién coño se cree que es?» ¿Acaso piensa que puede decirme esas cosas sólo porque no quiero ir a Seattle con ella? ¿Y ahora no quiere que vaya?
¿Me dice que no quiere que vaya a Seattle y encima intenta darme una bofetada? De eso, nada. Le he dicho esas cosas porque estaba furioso, pero me ha sorprendido que intentara pegarme... Mucho. La he dejado con los ojos fuera de las órbitas, llenos de rabia, pero tenía que alejarme todo lo posible de esa mierda.
Estoy en la pequeña cafetería del pueblo. El café sabe a alquitrán, y la extraña magdalena que he pedido está más asquerosa todavía. Detesto este lugar y el hecho de que no haya nada de nada.
Abro tres sobres de azúcar a la vez, los vierto en el desagradable café y remuevo la mezcla con una cucharilla de plástico. Es demasiado temprano para toda esta mierda.
—Buenos días —me saluda una voz familiar. Aunque no es la que esperaba oír.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto a Lillian poniendo los ojos en blanco cuando se acerca por detrás de mí.
—Vaya, es evidente que tienes un mal despertar —dice con voz empalagosa, y se sienta delante de mí.
—Lárgate —refunfuño, y observo la pequeña cafetería.
Hay una cola hasta la puerta, y casi todas las mesas están llenas. Debería hacerles un favor a los que guardan cola y decirles que se larguen a buscar un puto Starbucks porque este lugar es un asco. Lillian me mira.
—No te has disculpado, ¿verdad?
—Joder, qué cotilla eres.
Me pellizco el puente de la nariz, y ella sonríe.
—¿Vas a terminarte eso? —pregunta haciendo un gesto hacia la madalena dura como una piedra que tengo delante.
La deslizo hacia ella y coge un trozo.
—Yo que tú no me la comería —le advierto, pero ella lo hace de todos modos.
—No está tan mal —miente. Sé que está deseando escupirla, pero se la traga—. ¿Vas a explicarme por qué no te has disculpado con Paulina?
—Que se llama Pau, joder. Como vuelvas a llamarla...
—Oye, oye, cálmate, que era una broma. Sólo te estaba tomando el pelo. —Se echa a reír, orgullosa de ser tan impertinente.
—Ja, ja.
Me termino el resto del café.
—Bueno, dime, ¿por qué no lo has hecho?
—No lo sé.
—Claro que sí —insiste.
—¿A ti qué más te da? —Me inclino hacia ella y Lillian se apoya en el respaldo de su silla.
—No sé... Es que parece que la quieres, y eres mi amigo.
—¿Tu amigo? Ni siquiera te conozco, y desde luego tú no me conoces a mí —declaro.
Su expresión neutra desfallece un instante y empieza a parpadear lentamente. Como se ponga a llorar creo que voy a golpear a alguien. No puedo soportar tanto drama a estas horas de la mañana.
—Oye, eres guay y tal, pero esto... —hago un gesto con la mano entre su cuerpo y el mío— no es una amistad. Yo no tengo amigos.
Ladea la cabeza.
—¿No tienes ningún amigo? ¿Ni siquiera uno?
—No. Tengo a gente con la que salgo de fiesta y a Pau.
—Deberías tener amigos; al menos, uno.
—¿Qué sentido tendría que fuésemos amigos tú y yo? Sólo estaremos aquí hasta mañana.
Se encoge de hombros.
—Podríamos ser amigos hasta entonces.
—Está claro que tú tampoco tienes amigos.
—No muchos. A Riley no le caen muy bien.
—¿Y? ¿Eso qué más da?
—Pues que no quiero pelearme con ella, así que ya no los veo a menudo.
—Disculpa, pero la tal Riley parece una zorra.
—No hables así de ella. —Lillian se pone colorada, mostrando por primera vez una emoción distinta de la calma o la omnisciencia.
Jugueteo con mi taza, satisfecho de haber derribado su fachada.
—Sólo digo que yo no permitiría que nadie me dijera quiénes pueden o no pueden ser mis amigos.
—¿Me estás diciendo que Pau sale con sus amigos? —Enarca una ceja y yo aparto la mirada para pensar en su pregunta.
Tiene amigos..., tiene a Landon.
—Sí.
—Tú no cuentas.
—No, yo no. Landon.
—Landon es tu hermanastro. Tampoco cuenta.
Steph es una especie de amiga de Pau, pero no son amigas de verdad, y Zed... ya no es un problema.
—Me tiene a mí —digo.
Sonríe con petulancia.
—Ya me imaginaba.
—¿Eso qué más da? Cuando nos larguemos de aquí y empecemos de cero podrá hacer nuevos amigos. Podemos hacer amigos juntos.
—Claro. El problema es que no vais a ir al mismo lugar —me recuerda.
—Vendrá conmigo. Sé que parece improbable, pero tú no la conoces. Yo sí, y sé que no puede vivir sin mí.
Lillian me mira con ojos pensativos.
—¿Sabes? Existe una gran diferencia entre no ser capaz de vivir sin alguien y amarlo.
Esta chica no tiene ni puta idea de lo que dice. No tiene ningún sentido.
—No quiero seguir hablando de ella. Si vamos a ser amigos, tienes que hablarme sobre Regan y tú.
—Riley —replica ella con brusquedad.
Me río ligeramente.
—Jode, ¿eh?
Lillian me fulmina con la mirada de broma, pero después me cuenta cómo conoció a su novia. Les tocó estar juntas durante la orientación del primer curso de Lillian. Al principio, Riley se mostró algo arisca, pero después le tiró la caña para sorpresa de ambas. Aparentemente, la tal Riley es celosa y tiene bastante mala leche. Me recuerda a alguien.
—La mayoría de nuestras peleas son a causa de sus celos. Tiene miedo de que me aleje de ella. No sé por qué, porque siempre es ella la que llama la atención de todo el mundo, hombres y mujeres, y ha salido con ambos sexos. —Suspira—. Es como que todo el mundo le vale.
—¿Tú no lo has hecho?
—No, yo no he salido con ningún chico. —Arruga la nariz—. Bueno, una vez en octavo, porque me vi un poco obligada a hacerlo. Mis amigas no paraban de darme la lata porque nunca había tenido novio.
—¿Por qué no se lo dijiste? —le pregunto.
—No es tan sencillo.
—Debería serlo.
Sonríe.
—Sí, debería. Pero no lo es. En fin, que nunca he salido con nadie más que con Riley y otra chica. —Entonces su sonrisa desaparece—. Riley, en cambio, ha salido con mucha gente.
El resto de la mañana y también la tarde los paso así, escuchando los problemas de esta chica. Pero no me molesta tanto como pensaba. Es agradable saber que no soy el único que tiene esta clase de movidas. Lillian me recuerda mucho a Pau y a Landon. Si los fundieran en una persona, sin duda sería ella. Odio admitirlo, pero no me agobia su compañía. Es una marginada, como yo, pero no me juzga porque apenas me conoce. Un montón de extraños entran y salen de la cafetería, y cada vez que veo entrar a una rubia no puedo evitar levantar la vista con la esperanza de que sea mi rubia extraña.
De repente empieza a sonar una melodía curiosa.
—Será mi padre... —dice Lillian, y comprueba su teléfono—. Joder, son casi las cinco —exclama entonces presa del pánico—. Debemos irnos. Bueno, yo debo irme. Todavía no tengo nada que ponerme para esta noche.
—¿Para qué? —le pregunto cuando se levanta.
—Para la cena. Sabes que vamos a cenar con tus padres, ¿no?
—Karen no es mi... —empiezo a decir, pero decido dejarlo correr. Ella ya lo sabe.
Me levanto y la sigo por el barrio hasta una pequeña tienda de ropa llena de vestidos coloridos y bisutería de mal gusto. Huele a naftalina y a salitre.
—No tienen nada decente —protesta sosteniendo en alto un vestido rosa intenso con volantes.
—Eso es horrible —le digo, y ella asiente y lo cuelga de nuevo en su sitio.
No puedo evitar pensar en qué estará haciendo Pau en estos momentos. ¿Se estará preguntando dónde estoy? Seguro que da por hecho que estoy con Lillian, cosa que es verdad, pero no tiene de qué preocuparse. Ya lo sabe.
Un momento... No, no lo sabe. No le he hablado de que Lillian tiene novia.
—Pau no sabe que eres lesbiana —espeto cuando me enseña un vestido negro con cuentas.
Ella me mira con diplomacia y se limita a pasar la mano por el vestido otra vez, como lo hizo con la botella de brandy anoche.
—No voy a darte consejos de moda, así que deja de intentarlo —gruño.
Pone los ojos en blanco.
—Y ¿por qué no se lo has dicho?
Toco un collar con plumas que tengo delante.
—No lo sé. No se me ocurrió.
—Vaya, me siento tan halagada de que mi orientación sexual te sea tan indiferente... —dice con fingida gratitud y con una mano extendida sobre su cuello—. Pero deberías decírselo. —Sonríe—. No me extraña que estuviera a punto de darte un bofetón.
Sabía que no debería haberle contado lo de la bofetada.
—Cállate. Se lo diré... —Aunque la verdad es que podría venirme bien no hacerlo—. A lo mejor — añado.
Lillian pone los ojos en blanco de nuevo. Pone los ojos en blanco casi tan a menudo como Pau.
—Es complicada, y sé lo que me hago, ¿vale?
O, al menos, eso creo. Sé exactamente cómo tensar las cuerdas hasta obtener lo que quiero.
—Tienes que arreglarte esta noche; el sitio al que vamos es repugnantemente sofisticado —me advierte mientras ojea el vestido girando la percha.
—De eso, nada, ni hablar. De todas maneras, ¿qué te hace pensar que voy a ir?
—¿Por qué no? Te interesa que tu parienta deje de estar tan enfadada, ¿no?
Sus palabras me descolocan por un instante.
—¿Mi parienta? No la llames así.
Me empotra una camisa blanca contra el pecho.
—Al menos ponte una camisa bonita; de lo contrario, mi padre no parará de darte la brasa toda la noche —dice metiéndose en el probador.
Unos minutos después aparece con el vestido negro puesto. Le queda bien —está buena y tal—, pero al instante empiezo a imaginarme a Pau luciéndolo. Le quedaría mucho más ceñido: Pau tiene las tetas mucho más grandes que Lillian, y las caderas un poco más anchas, de modo que llenaría el vestido mucho mejor.
—No es tan feo como el resto de la mierda que tienen aquí —digo a modo de cumplido.
Pone los ojos en blanco, me saca el dedo y cierra la cortina.
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