Pedro
Son algo más de las ocho y puedo ver a través del salón, hasta la cocina, donde Pau está vestida y arreglada, desayunando con Kimberly.
Mierda, ya es lunes. Ella tiene que ir a trabajar y yo tengo que coger el coche para volver a la universidad. Me perderé las clases de hoy, pero no podría importarme menos. Tendré mi título antes de dos meses.
—¿Vas a despertarlo? —le pregunta Kimberly a Pau justo cuando entro.
—Estoy despierto —gruño aún medio grogui por el sueño.
He dormido mejor esta noche que en toda la semana. La primera noche que pasé aquí estuvimos despiertos casi todo el tiempo.
—Hola. —La sonrisa de Pau ilumina la oscura habitación, y Kimberly discretamente baja del taburete en el que estaba sentada y nos deja a solas. Lo que significa que anota un nuevo récord para no molestarme.
—¿Cuánto llevas despierta? —le pregunto.
—Dos horas. Christian me ha dicho que podía quedarme una hora más porque aún no te
habías levantado.
—Tendrías que haberme despertado antes.
Recorro vorazmente su cuerpo con la mirada. Lleva una blusa de color burdeos metida en una falda de tubo negra hasta la rodilla. La tela envuelve sus caderas de una forma que me hace querer volverla en ese taburete, subirle la falda hasta que se le vean las bragas (de encaje, tal vez) y poseerla aquí y ahora... Pero entonces me despierta de mis pensamientos:
—¿Qué?
La puerta principal se cierra y me alivia saber que por fin estamos solos en la enorme casa.
—Nada —miento, y camino hacia la cafetera medio llena—. Claro, ¿cómo iban a tener una Keurig?... Malditos ricachones.
Pau se ríe por mi comentario.
—Me alegro de que no, no me gustan nada esos trastos.
Apoya los codos sobre la isla de la cocina y su pelo cae enmarcándole la cara.
—Yo también.
Echo una mirada a la espaciosa cocina y de vuelta al pecho de Pau, que ahora está de pie muy erguida.
—¿A qué hora tienes que irte? —le pregunto.
Se cruza de brazos y me deja sin vistas.
—Dentro de veinte minutos.
—Mierda —suspiro, y ambos nos llevamos la taza de café a los labios a la vez—. Tendrías que haberme despertado —insisto—. Dile a Vance que no vas.
—¡No! —replica, y sopla el café humeante que tiene en la mano.
—Sí.
—No —dice con voz firme—, no puedo aprovecharme de mi relación personal con él de esta manera.
Las palabras que ha elegido para decirlo me cabrean.
—No es una «relación personal». Vives aquí porque eres amiga de Kimberly y básicamente porque yo te presenté a Vance —le recuerdo, completamente consciente de lo mucho que le molesta que saque este tema.
Pone sus ojos grises en blanco con dramatismo y atraviesa el lujoso suelo de madera, sus tacones sonando con fuerza al pasar por mi lado. Le agarro el codo con los dedos, deteniendo su dramática salida.
La atraigo hacia mi pecho y beso la base de su cuello.
—¿Adónde te crees que vas?
—A mi habitación, a coger el bolso —dice.
Pero la forma pesada en la que se eleva y cae su pecho contradice completamente su tono frío y su mirada aún más fría.
—Dile que necesitas más tiempo —le pido casi rozando con los labios la fina capa de piel de su nuca.
Pau intenta fingir que no le afecta que la toque, pero yo sé la verdad. Conozco su cuerpo mejor que ella.
—No —replica.
Hace un esfuerzo mínimo para liberarse, sólo para poder decirse a sí misma que lo ha hecho.
—No quiero aprovecharme de él. Ya me ha dejado quedarme aquí gratis.
No pienso rendirme.
—Entonces lo llamaré yo —le digo.
Hoy no la necesita en la oficina. Ya la tiene tres días a la semana. Yo la necesito más que la editorial.
— Pedro...
Alcanza mi mano antes de que yo pueda meterla en el bolsillo para coger el móvil.
—Llamaré a Kim —dice finalmente.
Frunce el ceño y me sorprende, y le agradezco que se haya rendido tan rápido.
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