Pedro
—No me estaba mirando a mí —dice intentando convencerme cuando por fin llegamos al coche, que he tenido que aparcar lo más lejos posible del restaurante.
—Estaba jadeando encima de la lasaña. Si hasta le colgaba un hilo de baba de la barbilla.
Los ojos del hombre estaban pegados a Pau mientras intentaba disfrutar de mi plato de pasta demasiado caro y con demasiada salsa. Quiero insistir en el tema, pero al final decido que mejor no lo haré. Pau ni siquiera se había dado cuenta de que había llamado la atención de ese tío, estaba demasiado ocupada sonriéndome y hablando conmigo como para mirarlo dos veces.
Sus sonrisas son brillantes y sinceras, ha tenido mucha paciencia conmigo ante mis comentarios acerca de esperar tanto para que nos dieran una mesa, y parece encontrar siempre alguna forma para tocarme. Una mano en la mía, el roce de sus dedos en mi brazo, su suave mano acariciándome el pelo de la nuca, me toca constantemente y yo me siento como un puto crío el día de Navidad. Eso si realmente supiera lo emocionado que está un crío en Navidad.
Pongo la calefacción del coche a tope porque quiero que entre en calor lo antes posible. Tiene la nariz y las mejillas de un adorable color rojizo y no puedo evitar acercarme y rozar con mi mano helada sus labios temblorosos.
—En ese caso, es una pena que vaya a pagar tanto por comerse una lasaña llena de babas, ¿no? — Sonríe, y me acerco para acallar su comentario cursi cubriendo su boca con la mía.
—Ven aquí —gruño.
La atraigo con cuidado a mi regazo tirando de las mangas de su abrigo morado. No protesta; al contrario, salta el apoyabrazos para poder sentarse sobre mí. Su boca sigue sobre la mía y yo, posesivo, la reclamo para mí atrayendo su cuerpo hacia el mío hasta acercarlo todo lo que permite el extraño diseño de este coche. Cuando acciono la palanca del asiento que lo reclina por completo, Pau jadea y su cuerpo cae sobre el mío.
—Sigo dolorida —me dice, y la aparto un poco suavemente.
—Sólo quería besarte —respondo.
Es verdad. No es que fuera a rechazar hacerle el amor en el asiento delantero del coche, pero no es lo que tenía en mente.
—Pero quiero —admite con timidez, girando un poco la cabeza como para que no la vea.
—Podemos ir a casa..., bueno, a tu casa.
—¿Por qué no aquí?
—¿Hola? ¿Pau?
Agito la mano delante de su cara y ella me mira desconcertada.
—¿Has visto a Pau por aquí? Porque esta obsesa sexual de hormonas revolucionadas que tengo sentada encima no es ella —la pico, y al final lo pilla.
—No soy una obsesa sexual.
Hace un puchero sacando el labio inferior y yo me apresuro a cazarlo entre los dientes. Mueve las caderas sobre mí, y examino el aparcamiento con la mirada. El sol ya empieza a ocultarse, y la atmósfera densa y el cielo nublado hacen que parezca que es más tarde de lo que es en realidad. Sin embargo, el parking está lleno de coches, y lo último que me apetece es que nos pillen follando en público.
Separa su boca de la mía y me recorre el cuello con los labios.
—Estoy estresada, y tú no has estado conmigo, y te quiero.
A pesar del aire caliente de la calefacción, un escalofrío me recorre la espalda y una de sus manos consigue deslizarse entre nosotros bajo mis pantalones.
—Y también puede que tenga las hormonas un poco revolucionadas, ya casi es..., bueno, ya sabes qué semana. —Me susurra las últimas palabras como si fueran un secreto obsceno.
—Vaya, ahora lo entiendo. —Sonrío, preparando mentalmente bromas subidas de tono para picarla toda la semana, como siempre hago.
Me lee la mente.
—No digas nada —me regaña, apretando y tocando mi polla mientras su boca sigue en mi cuello.
—Entonces deja de hacer eso antes de que me corra en los pantalones. Ya me ha pasado demasiadas veces desde que te conozco.
—Sí, te ha pasado. —Sonríe.
Me muerde y mis caderas me traicionan elevándose para unirse a la tortura de sus movimientos sinuosos.
—Volvamos a casa... —insisto—. Como alguien te vea así, montándome en mitad de un parking, tendré que matarlo.
Pau mira alrededor del aparcamiento pensativa, inspeccionando los alrededores, y entonces veo cómo empieza a ser consciente de dónde estamos.
—Vale —dice, y con otro puchero vuelve a su asiento.
—Mira cómo se ha girado la tortilla... —replico.
Su mano vuelve a agarrarme y aprieta, y yo hago una mueca de dolor. Pau sonríe con dulzura, como si no acabara de intentar castrarme.
—Tú conduce —ordena.
—Me saltaré todos los semáforos en rojo para llevarte a casa y darte tu merecido —respondo para picarla.
Ella pone los ojos en blanco y apoya la cabeza en la ventanilla.
Para cuando llegamos al semáforo se ha quedado dormida. La toco para asegurarme de que no se ha enfriado; tiene la frente cubierta de gotitas de sudor, lo que hace que apague la calefacción inmediatamente. Decido disfrutar de los suaves sonidos de su sueño ligero y tomar el camino largo para volver a casa de Vance.
Con cuidado, la sacudo de un hombro.
—Pau, ya hemos llegado.
Abre los ojos y parpadea rápidamente para evaluar dónde se encuentra.
—¿Ya es tan tarde? —pregunta mirando el reloj del salpicadero.
—Había tráfico —le digo.
La verdad es que he conducido por toda la ciudad intentando averiguar qué es lo que la ha cautivado tanto de ella. Sin embargo, no ha habido forma. No he podido encontrarlo a través del aire helado. O de los atascos del tráfico. O del puente levadizo que provocaba el atasco. Lo único que tenía sentido para mí era la chica que dormía en mi coche. A pesar de los cientos de edificios que se alinean dibujando e iluminando la ciudad, ella es lo único que podría hacer que Seattle mereciera la pena.
—Aún estoy muy cansada... —Sonríe—. Creo que he comido demasiado. —Y me aparta cuando me ofrezco a llevarla a su habitación.
Camina como una zombi cruzando la casa de Vance y, en cuanto su cabeza se posa sobre la almohada, se queda dormida de nuevo. La desvisto con cuidado, cubro su cuerpo semidesnudo con el edredón y dejo mi vieja camiseta junto a su cabeza esperando que se la ponga cuando se despierte.
Me quedo mirándola. Tiene los labios entreabiertos y rodea con los brazos uno de los míos como si estuviera abrazando una almohada mullida. No puede estar cómoda, pero está profundamente dormida, agarrándome como si tuviera miedo de que desaparezca.
Creo que, si sigo sin comportarme como un capullo a diario, se me recompensará con momentos como éste todos los fines de semana, y eso me basta para aguantar hasta que ella también lo vea.
—¡¿Cuántas veces vas a llamarme?! —grito en el auricular.
Mi teléfono lleva toda la noche vibrando con el nombre de mi madre parpadeando en la pantalla.
Pau no deja de despertarse y, a su vez, me despierta a mí. Juro que la última vez lo dejé en silencio.
—¡Tendrías que haber contestado! —dice ella—. Tengo algo importante que contarte.
Su voz es dulce, y no recuerdo la última vez que hablé con ella.
—Pues adelante, habla —gruño, e instintivamente me incorporo para encender la lamparilla. Su luz es demasiado brillante para estas horas de la mañana, así que tiro de la cuerdecita y devuelvo la habitación a su antigua oscuridad.
—Bueno, allá va... —Respira hondo—. Mike y yo vamos a casarnos.
Suelta un grito y me aparto el teléfono de la oreja para proteger mi oído.
—Vale... —digo, esperando más.
—¿No estás sorprendido? —pregunta, obviamente decepcionada por mi reacción.
—Me dijo que te lo iba a pedir, y supongo que le has dicho que sí. ¿Por qué tendría que sorprenderme?
—¿Te lo dijo?
—Sí —respondo mirando las formas rectangulares y oscuras de algunas fotos que cuelgan
de la pared.
—Bueno, y ¿qué te parece?
—¿Acaso importa? —inquiero.
—Pues claro que importa, Pedro.
Mi madre suspira y yo me incorporo del todo. Pau se mueve en sueños y me busca.
—Sea como sea, no me importa. Me sorprendió un poco, pero ¿qué más me da si te casas? — susurro rodeando con la pierna los suaves muslos de Pau.
—No te estoy pidiendo permiso. Sólo quería saber cómo te sentías al respecto para que pueda decirte por qué llevo toda la mañana llamándote.
—Estoy bien, y ahora dime.
—Como sabes, a Mike le parece que sería una buena idea vender la casa.
—¿Y?
—Bueno, está vendida. Los nuevos propietarios se trasladarán el mes que viene, después de la boda.
—¿El mes que viene?
Me froto la sien con el índice. Sabía que no tenía que coger el maldito teléfono a estas horas.
—Íbamos a esperar al año que viene, pero ya tenemos una edad y, con el hijo de Mike marchándose a la universidad, no habrá mejor momento que ahora. Debería empezar a hacer calor dentro de unos meses, pero no queremos esperar. Puede que haga frío, pero no será insoportable. Vendrás, ¿no? Y traerás a Pau, ¿eh?
—Así que la boda es el mes que viene, ¿o dentro de dos semanas? —El cerebro no me
funciona tan temprano.
—¡Dos semanas! —me responde mi madre emocionada.
—No creo que pueda... —replico, y no sigo.
No es que no quiera unirme a la feliz fiesta del amor correspondido y toda esa mierda, pero no quiero ir a Inglaterra, y sé que Pau no vendrá conmigo avisándola con tan poco tiempo, sobre todo teniendo en cuenta el estado de nuestra relación en estos momentos.
—¿Por qué no? —dice ella—. Se lo preguntaré yo misma si...
—No, no lo harás —la corto en seco.
Me doy cuenta de que estoy siendo un poco brusco y reculo.
—Ni siquiera tiene pasaporte —digo. Es una excusa, pero es verdad.
—Puede conseguir uno en dos semanas si se lo expiden urgente.
Suspiro.
—No lo sé, mamá, dame un poco de tiempo para pensar en ello. Son las putas siete de la mañana — gruño, y cuelgo.
Luego me doy cuenta de que ni siquiera le he dado la enhorabuena. Joder. En fin, tampoco es que lo esperara de mí necesariamente.
Entonces oigo que alguien está rebuscando en los malditos armarios del final del pasillo. Me tapo la cabeza con el grueso edredón para amortiguar el ruido de portazos y el odioso pitido del lavavajillas, pero los sonidos no cesan. La cacofonía continúa hasta que supongo que me quedo dormido a pesar de ella.
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