Noviembre:
Los
días que siguieron, no merecen tener ni una mención.
Todos
mis compañeros estaban totalmente emocionados por terminar las clases. Solo
faltaban los parciales, que rendíamos la semana siguiente. Estaban felices, al
menos casi todos.
M
ay, estaba angustiada de que sus amigos no se hablaran y no sabía que hacer.
Así que había optado por no tomar partido por ninguno en particular. Yo no
había tenido fuerzas ni para hablar con ella, así que probablemente tendría la
versión de los hechos de mi amigo.
Pepe,
hacía como si nada, seguía su vida como si yo no existiera.
Y
no era muy difícil.
Había
vuelto a sentarme en mi vieja mesa. Lejos de ellos, y ya no habla con nadie.
Era
un ente que asistía a clase, miraba la pizarra en silencio y se retiraba cuando
la campana sonaba.
Llegaba
a casa, y me encerraba en mi habitación. M e ponía los audífonos de mi iPod y
sacaba la agenda para escribir.
Todos
los días igual.
Había
llenado otra agenda solo de aquellos días.
El
nombre Pedro estaba por todas partes. Estaba partida al medio del dolor, pero
no podía dejar de escribirlo. Hacía que me sintiera aun unida a él, y de alguna
manera, me calmaba.
Ya
no me quedaban lágrimas.
M
e sentía terrible. Había perdido a mi mejor amigo, si. Pero había perdido mucho
más. Antes, siquiera de haber empezado, esa historia se había terminado de la
peor manera. Y lo peor de todo, es que solo en esas circunstancias, fui capaz
de ver hasta que punto estaba implicada.
Estaba
profundamente enamorada de él. Y ahora que era plenamente consciente de eso, y
podía reconocer ese sentimiento, no me explicaba cómo no lo había hecho antes.
Porque no era algo nuevo. Pepe se me había clavado en el corazón desde hacía
mucho tiempo, y ahora me lastimaba como una espina.
Las
comparaciones eran odiosas, pero inevitables. Con Fede no había sentido estas
cosas. Con Fede era pura atracción. Y si, tal vez también un poco de cariño. Mi
primer enamoramiento adolescente, mi primer noviazgo. Pero lo que sentía por Pedro era amor.
Del
verdadero.
Del
que se necesita con locura.
Del
que se siente en todas las células del cuerpo.
Del
que duele hasta desgarrar el alma.
Se
me iban las manos hacia el celular cada cinco segundos. Tal vez esperando
recibir algo suyo, o tal vez, buscando el coraje de escribirle yo. Pero no
podía. Me había dejado muy en claro que no quería saber más nada conmigo. Y yo,
no tenía manera de hacer que me escuchara. O eso creía...
Habíamos
terminado de rendir hasta el último parcial, y estábamos en la sala conversando
de lo que haríamos el siguiente año. Claro, hubiera sido mejor decir “estaban”,
porque yo no formaba parte de la charla.
Yo
estaba en un rincón, escribiendo en mi agenda lo lindo que estaba ese día Pepe.
Se había puesto la remera roja de la promoción, y con los ojos celestes que
tenía, estaba hermoso. Solo a él podía quedarle así.
—Yo
voy a estudiar Periodismo en Buenos Aires. – dijo Andrés. —Comparto
departamento con mi primo. No veo las horas de irme. – todos se rieron.
—Yo
también me voy. – dijo Pedro captando toda mi atención. Lo miré con el corazón
desbocado. —A mis viejos les salió un laburo en Barcelona, y nos vamos
en
febrero.
—¡¿Qué?!
– gritó mi amiga. Por lo visto no era yo la única sorprendida.
Me
pareció que le decía algo más, pero no me quedé a escucharla. ¿Se iba? Era
demasiado.
Salí
corriendo al patio sin decir una palabra. Seguramente mis compañeros y la
profesora habían pensando que estaba loca, pero no me importó.
Encontré
un rincón alejada de todo, donde nadie me vería y me dejé llevar. Lloré con
todas las ganas que tenía. Ahora era para siempre. Se iba, y lo perdería.
Al
cabo de unos minutos, me di cuenta de que había alguien sentado al lado mío.
Levanté la mirada para encontrar la de Pepe. Estaba preocupado, podía notarlo
aunque disimulara.
—¿Estás
bien? – dijo haciéndose el indiferente.
—Si.
– contesté entre hipidos, hecha un mar de lágrimas. —No te hagas problema.
—Me
enteré anoche. – comentó de la nada. —Estábamos cenando y me largaron la
noticia así nomás.
M
e tapé la cara para que no viera como me destrozaba lo que me decía.
—Te
odio, esto no cambia nada. – se sentó a mi lado y me acarició la espalda con
dulzura. —Pero no puedo verte así.
Sonreí
con amargura y de repente, una idea me vino a la mente, llenándome de
esperanza.
—Pepe.
– dije secándome la nariz con el puño, muy femenina. —Sé que no cambia nada,
pero... ¿Podrías hacer algo por mí?
Tensó
las mandíbulas y lo evaluó por un momento. Estaba molesto, y me miraba con frialdad,
pero aun así, me parecía tan lindo...
Asintió
y me dieron ganas de sonreír. M e contuve.
—Quiero
que leas esto. – le alcancé mi agenda. La que había llevado conmigo todo este
tiempo. —Por favor. – insistí.
La
agarró algo reticente y volvió a asentir.
Después
de que le asegurara que estaba bien a pesar de mi crisis de llanto, se fue de
regreso al curso.
Yo,
esperé que el día llegara a su final y me fui a mi casa a esperar.
Era
mi última esperanza.
Pero
los días pasaron, y no tuve ninguna respuesta de su parte.
Las
clases estaban llegando a su fin, y cada vez veía más difícil nuestra
situación. El seguía en su postura de hacer como si nada, ignorándome. Y yo,
seguía
sentándome
lejos, mirando solo mi hoja.
M
e desesperaba no saber si había leído o no mi agenda.
Ahí
estaba todo.
Eran
tres cuadernos encimados, que incluían todo. Nuestra amistad, mi historia con
Fede, lo que había empezado a pasarme con él, y los días después de nuestro
beso. Era como meterse en mi cabeza y en mi corazón y poder verlo todo con
claridad. Con la crudeza de cómo habían sido las cosas realmente. Sin adornos,
sin metáforas. La verdad.
Tal
vez fuera demasiado para él...
El
último día de escuela, me había sentido pésimo. Había dormido dos horas durante
la noche y me había levantado con nauseas. Y para colmo, ahora tendría que
asistir a la entrega de diplomas.
M
e duché temprano y me maquillé para que no se me notara que estaba muerta.
Bueno, no lo estaba, pero así me sentía.
Oficialmente
había vuelto a mi estado zombie.
Desayuné,
sinceramente porque me obligaron y me puse mi uniforme. Por última vez. M i
mamá había querido peinarme, pero le solté algún comentario mezquino y me subí
al auto dando un portazo.
Recordando
que nos tomarían diez millones de fotos, me obligué a inventarme una cara para
llevar todo lo que durara el acto. Aunque me doliera físicamente.
M
e senté en el primer lugar que encontré, aunque había visto que M ay me había
reservado uno a su lado. Ella estaba sentada con Pepe, obviamente, y yo no
podía estar tan cerca sin derrumbarme. Se me desarmaría la cara, y después ya
no podría seguir actuando.
La
directora había dicho unas palabras, y luego cada uno de nuestros profesores.
Vi que algunos de mis compañeros se emocionaban, y me pareció una pavada.
Había
cosas más graves que dejar la escuela, en serio.
Nos
llamaron por apellido, y no pude evitar que mi corazón saltara cuando nombraron
a mis amigos. Aplaudí extrañándolos y los vi, uno por uno, subir a recibir su
diploma y sacarse la foto.
Cuando
fue mi turno, me paré con una sonrisa, y me apresuré todo lo que pude. Una vez
en el escenario, mis ojos se fueron a donde estaban M ay y Pepe.
Ella
se secaba una lágrima y me saludaba lanzándome un beso al aire. El, aplaudía
como todos, y al ver mi rostro, me pareció ver que sonreía. Apenas un gesto,
pero había servido para que pudiera hacer los pasos que me faltaban y sacarme
la foto sin largarme a llorar en frente de todos.
Después
que termináramos de pasar, la ceremonia finalizó y todos nos saludamos, y nos
sacamos unas diez mil fotos.
Busqué
a mis padres, y claro, porque la vida es así de puta, estaban con los de Pepe.
El parecía un poco incómodo, y yo sabía que era porque yo me dirigía hacia
ellos.
—Y
por ahora vamos a quedarnos en la casa de una prima que vive cerca de la playa.
– comentaba su padre. —España tiene un excelente programa de estudios. – miró a
su hijo orgulloso. —Vas a tener que aprender Catalán.
Todos
rieron. Quería pegarles en la cara con mi diploma, pero permanecí callada.
—Te
vamos a extrañar Pedrito. – dijo mi papá, dándole una palmada cariñosa en la
espalda.
No
tenía ni idea de cuánto lo iba a extrañar – pensé. Lo miré por un instante,
para darme de frente con sus ojos, que apenas se encontraron con los míos, se desviaron
a cualquier dirección.
Nos
despedimos, y cada uno se fue a comer con su familia.
Con
la comida todavía hecha un nudo en mi garganta, me acosté, supuestamente a
dormir la siesta. Eso era lo que les había dicho. Pero la verdad es que me puse
a llorar como una boba por horas. Habían pasado muchos días y no había dicho
nada de mi agenda. La había leído. Estaba segura.
Lo
necesitaba tanto que me dolía el pecho.
A
la tarde, quién sabe la hora, escuché que golpeaban mi puerta. M e tapé la cara
con la almohada y esperé que se fueran.
—Piojo,
vino tu amiga May. – dijo mi papá. —Y de paso, despertate. Ya tendrías que
estar arreglándote para la cena.
Si,
hoy era también mi Graduación. No les había dicho, pero no pensaba ir. ¿Cuál
era el sentido?
Al
no responderle, mi amiga se invitó a pasar abriendo de golpe, y prendiéndome la
luz dejándome casi ciega.
—Vamos,
Pau. – dijo. —Ya, a la ducha.
—No
voy a ir. – dije.
—Así
tenga que llevarte alzando con Facu, vas a ir. – me avisó.
—No
puedo verlo. – sollocé. —Me hace mal.
—¿A
Facu? – preguntó mi amiga en broma, haciéndonos reír.
—A
Pedro. – le aclaré. —M e voy a pasar la noche llorando.
—Yo
también. – me abrazó. —M is amigos son muy idiotas, pero los amo. Y uno, está
por irse del continente. Nos merecemos esto, Pauli. Por todos los años que
vivimos juntos.
Y
eso fue suficiente para que empezáramos a llorar las dos.
A
la media hora, ya más compuestas, empezábamos a prepararnos. M i amiga se había
traído su vestido, y su novio nos pasaría a buscar para llevarnos.
M
i vestido gris plata, me recordaba demasiado a Pepe, y me llenaba de tristeza.
Pero también me hacía una cintura y una cola impresionante. No me podía
quejar.
Había peores maneras de estar deprimida.
M
ay tenía un vestido rosa pálido, que con el bronceado dorado de su piel, iba
perfecto.
Facu,
de traje negro a medida estaba guapísimo, y cuando se ponían juntos, daban
envidia. Se apiadaron de mi persona, y redujeron a un mínimo sus típicas muestras
de afecto en público.
Llegamos
al salón en donde se celebraba, y nos tomamos algunas fotos. M is padres se
quedaban a cenar, y después se iban, así que tuve que sacarme unas cuantas con
ellos.
Estaba
yendo a mi mesa, cuando lo ví. Se me encogieron hasta los deditos de los pies.
Nunca lo había visto más guapo que ahora. De traje, camisa, corbata.
Peinado.
Recordé
que necesitaba respirar, y tomé de golpe una larga bocanada de aire,
mareándome. Con mi suerte, tal vez me desmayara.
Por
más entumecida que me sentía, sonreí a lo que me decía una compañera que no
paraba de parlotear.
Nuestros
ojos se encontraron y me encantó como me miró.
Casi
imperceptiblemente había levantado las cejas y me había dado un repaso. Le
había gustado como iba vestida también. Ahora mi sonrisa era más genuina que
antes. Al verse descubierto mirando, se volvió rápido para mirar a sus padres
que estaban a su lado.
La
cena terminó y nuestras familias se marcharon. Estuve tentada de irme también,
pero May no me lo permitió.
M
e sujetó del brazo y me llevó a bailar, y la seguí en un par de canciones. ¿Qué
ganas podía tener yo de bailar?
—Hola,
Pauli. – me dijo acercándose. —¿Bailamos? – Pedro me miraba nervioso,
tendiéndome las manos.
Podía
tener ganas de bailar. Ahora las tenía. Sonaba “Imagination” de Shawn Mendes,
obviamente para que todas las parejitas bailaran juntas.
Hecha
un nudo, me sujeté a sus hombros. El tema era muy lento, y no se podía hacer
más. M e sujetó por la cintura acercándome a él y nos balanceamos por ahí.
—Estás
hermosa. – me susurró. Sonreí y lo abracé un poco más.
—Y
vos hermoso. – respondí. Me devolvió una
tímida sonrisa y acercó su cabeza hacia mi costado, juntando nuestras mejillas
en una caricia.
La
panza me hizo cosquillas y las piernas se me estaban aflojando un poquito.
—Leí
tu agenda. – admitió.
—¿Si?
– pregunté. —¿Qué te pareció?
—Que
tenés que dedicarte a eso. – sonrió. —Me encanta como escribís. – me reí
nerviosa. —Y me enteré de muchas cosas. M e miró. —Más de las que me hubieran
gustado. – confesó. —Tuve que pasar algunas páginas de Fede sin leerlas, no
podía. – arrugó la nariz y yo hice un gesto de
disculpas.
—Pero otras, que me hicieron pensar mucho... en todo.
—Y...
¿A qué conclusión llegaste? – quise saber, mirándolo ansiosa.
Me
sonrió antes de tomarme el rostro con ambas manos y me habló muy cerca.
—Yo
no sé decirlo tan lindo como vos, pero... para mí esto es en serio. – susurró.
—Siempre lo sentí aunque no te lo dijera, y vos no te dieras cuenta. – sonrió.
—Me
hablas, y me pongo tonto.
—Más
de lo que sos. – dije y nos reímos.
—Te
quiero, Pau. – me dijo claro y seguro. —Mucho, te quiero.
Ya
nos habíamos dicho eso millones de veces como amigos, pero ahora significaba
más.
—Yo
también te quiero. – le dije emocionada.
—Te
amo. – me dijo después.
Sé
que le dije que yo también, pero no me escuché. Solo podía oír los latidos de
mi corazón. Y después, nos besamos.
Ahí,
frente a todos nuestros compañeros que nos miraron con los ojos abiertos como
platos. Nadie sospechaba que entre nosotros había algo, y fue, por decir algo,
una sorpresa.
Algunos
silbaron y aplaudieron, y otros como Meli, se quedaron boquiabiertos, sin
entender qué pasaba.
Los ame por fin están juntos
ResponderEliminar