Divina

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lunes, 25 de julio de 2016

Divina Capitulo 45


Octubre:

Las clases últimamente se me hacían eternas. No había hablado con mi amigo, pero lo tenía sentado al lado durante todas las materias y aunque sabíamos disimular, había algo... que hasta se palpaba en el aire.


Trataba de no mirarlo, pero lo sentía. Sentía su presencia a donde fuera, y me tenía de lo más distraída.

La cajita imaginaria donde había archivado el tema de Pepe salía a la luz, y tenía la cabeza hecha un lío de tantas preguntas.
Me había sentido atraída por él.

No sabía si era algo que se había dado por las circunstancias de ese momento, y a medida que fueran pasando los días, nos olvidaríamos para volver a ser los de siempre. O si había sido algo que empezaría a crecer, ahora, cada vez que nos viéramos.
No era un asunto menor. Estaba hablando de mi mejor amigo.

Por Dios... Mi mejor amigo. Sentí cosquillas en la panza y bueno, en todo el cuerpo. Hasta en las piernas. ¿A qué clase de idiota empezaba a gustarle su amigo?
¿Qué me pasaba?

Para sumar a todo ese lío que tenía en la cabeza, esa misma mañana, tenía reunión con la coordinadora de Orientación Vocacional y la psicopedagoga de la escuela.
Genial.

Entré a la sala de profesores, algo resignada. M e estaba perdiendo una de las reuniones para hablar de nuestro viaje de egresados, pero puse mi mejor sonrisa cuando me saludaron.
M e hicieron sentar y me preguntaron cómo estaba.
Después de la charla informal, venía la entrevista de verdad.

—¿Estuviste pensando, Paula? – Graciela me miraba con una sonrisa.
Asentí.

—Si. – dije decidida. —M e gusta escribir, pero todavía no estoy segura de querer dedicarme a eso todo el tiempo y dejar de lado la posibilidad de estudiar una
carrera universitaria.

—M e parece muy bien que te lo sigas planteando. – sacó una carpeta enorme y me la enseñó. —Acá tenemos algunas opciones. Son carreras que pueden ayudarte como escritora. Te pueden encaminar a lo que querés hacer, o puede que no te sirvan para nada.

M e reí, y empecé a leer la lista.
Abogacía, Historia, Filosofía, Sociología, Antropología, Letras, Lengua Castellana, Lenguas Extranjeras, Ciencias de la Comunicación, Periodismo, Psicología,
Bibliotecología y Documentación, y finalmente, Cine. Sin dudas, había variedad.

—No queremos confundirte más, Pauli. – me aclaró la coordinadora. —Para escribir, el mejor consejo que podemos darte es que leas muchos libros. Si llegas a elegir alguna de estas carreras, vas a estar bien también.

—En realidad, podes ponerte a estudiar Gastronomía... – se rió Graciela. —Porque si es realmente lo que te apasiona, vas a escribir de todas maneras.
Sonreí un poco más tranquila ante esa afirmación.

—Tengo un amigo – comenzó a decir la otra. —Trabaja en el campo de la edición y corrección literaria. En este momento está en el área de recepción de manuscritos, y si te animas, podrías mandarle algo para que lo lea. – sugirió.

Abrí los ojos como platos. No tenía nada formalmente escrito. Solo me dedicaba a hacerlo cuando lo sentía, y en mi agenda. No podía mostrar eso. Era demasiado íntimo. Al ver mi cara de terror, la mujer se apuró a decirme.

—No te hagas problema. – me sonrió. —Pensalo. Te voy a dejar sus datos, y cuando sientas que es el momento, le decís que vas de parte mía. ¿Si? Seguro que puede darte algunos consejos muy valiosos.

Le agradecí, y me llevé conmigo la carpeta de las carreras universitarias, junto con los datos de contacto del editor. Las piernas me temblaban un poco, pero no era susto.

Era una especie de adrenalina que me llenó de energía. Publicar un libro se acababa de convertir en mi sueño. M e imaginé encontrarlos en una librería, al lado de tantos otros y me dieron ganas de ponerme a gritar. Si. Ese era mi camino.


Al otro día, mis compañeros, de los dos cursos habían organizado lo que se llama una “chupina colectiva”. O sea que nos íbamos a escapar todos, y ninguno asistiría a clases.

Era una travesura obligada para todos los alumnos del último año, casi una tradición.
Nos juntaríamos en la plaza que estaba cerca, y sin ser descubiertos, haríamos un picnic cerca del centro para almorzar.

Compramos comida, bebida y nos tomamos un micro hasta el Parque Sarmiento entre risas, cantando canciones, y sacándonos mil fotos.
Hasta le pedimos a un pasajero que nos sacara una a todos juntos. Éramos muchos, y estábamos haciendo bastante lío.

Nos bajamos y nos fuimos directos al Parque de Diversiones. Al parecer, esto de egresar, nos estaba haciendo tener una regresión de unos cuantos años. Ni siquiera recordaba cuando había sido la última vez que me había subido a una calesita, al martillo o a los autitos chocadores.

—No me voy a subir a eso. – dije mirando la montaña rusa más grande. —Ni loca, no.

—No seas aburrida, Pauli. – me dijo mi amiga. —Te sujetas bien y listo.

Miré aterrada a mis compañeros que ya habían empezado a avanzar y se ajustaban los cinturones en los asientos.

—Si querés yo me subo con vos, y te abrazo así no te da miedo. – sugirió Juan, guiñándome un ojo. Ahora que no estaba con Fede, había vuelto a la carga.


—No seas pesado, Juan Cruz. – dijo mi amiga. —Si no quiere, ya fue. – se subió con Facu y me saludó con una mano.

—¿Querés ir conmigo? – me di vuelta y Pepe estaba mirándome algo dubitativo.

—Dale. – así de simple había sido. Ni lo había pensado.

M e sonrió mientras nos sentábamos y me ayudaba a ponerme todos los seguros.
El carro empezó a moverse despacio haciendo un ruido espantoso por los rieles y mis compañeros gritaron, aplaudieron y silbaron emocionados. Y yo, me aferré a la baranda de metal que nos encerraba como si fuera a salir volando ni no lo hacía.

En la primera vuelta, había gritado como una desquiciada, mientras Pepe me miraba, y se reía de lo loca que parecía. Pero en la segunda, la velocidad iba aumentando y mi amigo tuvo que dejar su pose de duro, y se unió a mis gritos, sin ningún pudor.

Para cuando el juego se detuvo, ya no nos quedaba voz ni aliento. No me había dado cuenta, pero en algún momento nos habíamos tomado de la mano, y aún estábamos así.

Las miramos al mismo tiempo y nos soltamos como si el contacto nos quemara. La necesidad que tenía de salir corriendo, era impresionante. Gracias a Dios, ya nos podíamos bajar, así que me apuré en hacerlo y sin volver a mirarlo a los ojos, me fui con el resto de mis compañeros a almorzar.

Nos sentamos en el pastito a tomar sol mientras comíamos cerca del lago. Las conversaciones eran ruidosas, y a veces, parecía que todos hablábamos al mismo tiempo. Pero no importaba. Eran la perfecta distracción al quilombo que tenía en la cabeza.

A medida que íbamos terminando de comer, nos acomodamos en pequeños grupitos con los más amigos y planeamos qué haríamos después.

M ay, se fue con Facu por ahí. Seguramente a la sombra de algún árbol para estar solos. Estaban pegajosos. No quería ni pensar hasta que punto, porque entonces me acordaba de cómo los habíamos encontrado en Carlos Paz y me estremecía. Tal vez era la primavera...
Nos tenía a todos muy alterados.

—¿Podemos hablar un segundito? – me preguntó mi amigo en voz baja haciéndome señas para que lo siguiera a uno de los bancos que estaban más alejados.
Ay Dios.

Lo seguí, aunque mis pies se negaban a hacerme caso, sintiéndose como de plomo contra el piso.
Nos sentamos en silencio. Sus ojos celestes me miraban con atención y sus labios se entreabrieron para decir algo, pero luego se cerraron otra vez.
No tenía que mirarle los labios, ese era un camino demasiado peligroso, y ahora sentía que me sofocaba. Seguramente me había sonrojado.
Ahí estaba esa sensación palpable. Esa tensión...

—Estamos raros. – dijo rompiendo el hielo. Había sonado tan sincero, tan natural, tan... como mi amigo, que nos reímos los dos. —Quiero que volvamos a la normalidad.

—Yo también. – confesé. —¿Qué es esto?
Se encogió de hombros.

—En Carlos Paz pasó algo... – se corrigió. —Estuvo a punto de... – mis ojos se fueron para otro lado, no podía sostenerle la mirada, era una cobarde. —Pero...
Y antes de que pudiera decir algo, lo interrumpí.

—Si. Yo creo que es porque estamos los dos todavía un poco afectados por haber cortado con Fede y Barbie. Nos confundimos y no fue nada. – si, soy muy bocona.

Pedro se quedó mirándome con la boca apretada en una línea y después se rascó la nuca y miró el piso.

—Si, debe ser eso. – se aclaró la garganta. —Sos mi mejor amiga, no quiero que eso cambie.

Asentí, sintiendo una piedra en el estómago. M e había sentado fatal eso último, aunque yo misma le había dicho que “no era nada”, ahora me sentía horrible. ¿Qué me sucedía?

La charla continuó más relajada y en cierto punto, habíamos vuelto con el resto del grupo.

Esa noche, me quedé a dormir en casa de mi amiga. M e había notado rara después de hablar con Pepe, y como no se le escapaba nada, quería que le contara qué me sucedía.

—¿Te gusta Pedro? – gritó con los ojos abiertos de par en par.

—No. S-si. – tartamudeé. —Qué sé yo. – me tapé la cara con su almohada.

—¿No sabés? – me destapó y me miró fijo. —Sentís cosas por él. – asentí muy despacio con cara de tragedia. —Ja! – exclamó divertida. —Es perfecto.

—¿Ah? – pregunté desconcertada.

—Rompiendo todos los códigos de la amistad que me une a él, te tengo que contar algo. – me dijo muy seria. —Algo que estuve a punto de decirte una vez, y me arrepentí porque no me pareció el momento.

—¿Qué? – la miré curiosa.

—No puedo creer que no te hayas dado cuenta nunca. – se rió. —Pepe siempre estuvo enamoradísimo de vos. – se me frenó el corazón. —Pero... enamoradísimo. – repitió.

—¿Q-qué decís? – me reí nerviosa. —Siempre le gustó Barbie... yo soy su amiga.
May negó muerta de risa.

—Barbie le gustaba, como le puede gustar Megan Fox, o Angelina Jolie. – aclaró por las dudas no hubiera entendido bien. —Lo calentaba, nada más.
Ya.
M e dejé caer en el colchón, porque todo empezaba a darme vueltas.

—Pero por vos, siempre sintió cosas. – empezó a contarme. —Desde antes de que fuéramos amigos, te miraba. Me secaba la cabeza. – se rió. —Hasta que empezó a gustarte Fede y se calmó.

—¿Por qué nunca me dijo nada? – quise saber.

—Porque tenía miedo que lo patearas. – puso cara de ternura. —Somos sus dos mejores amigas, nunca haría nada para cagar eso.

—No entiendo nada. – dije.

—Cuando empezaste a salir con Fede, se moría de celos. – hizo memoria. —Creo que por eso estuvo con Romi, o la buscó a Barbie después. Para divertirse y que no le doliera.

—¿Por qué vos no me dijiste nada? – me senté en la cama de golpe.

—Porque son mis dos mejores amigos, y se lo prometí. – comentó como si fuera obvio. —Pensé que a vos no te pasaba lo mismo, y no tenía sentido. Las cosas se iban a poner raras entre ustedes dos.

—Ya están raras. – le conté. —Rarísimas.

—Me di cuenta. – comentó. —Te juro que pensé que él por fin te había dicho, o yo qué sé... que te había dado un beso, o algo así.

—Casi. – confesé. M i amiga pegó un alarido que despertó a todos los vecinos.

—¿En serio? Ay me muero. – se tapó la boca cuando escuchó que sus padres las hacían callar. —¿Cómo fue? ¿Cuándo? ¿Dónde?

—Que exagerada que sos. – me reí. —En Carlos Paz, cuando nos perdimos. Y antes de eso, habíamos tenido un par de momentos raros.

—Contame ya. – exigió.

Entre risas, y regañadas por su madre, le conté todo entre susurros. Estaba emocionadísima. No podía creerlo. Lo que quedó de la noche, me estuvo insistiendo para que le dijera a Pepe que me pasaban cosas. Sin embargo, yo tenía dudas, no quería arruinar nuestra amistad si las cosas no salían bien. Si, suena un cliché. Yo también me odio por eso.
Pero era Pepe...
M is dos mejores amigos eran todo para mí. Sin ellos, no sería feliz. Así directamente. Seguiría siendo un zombie, aislada de todo y todos. El pensamiento solo, ya me deprimía.

Llegué a mi casa al otro día y llené la otra mitad de mi agenda, escribiendo solo sobre Pedro. Para cuando terminé, me dolía las manos y me picaban los ojos.

Pero yo me sentía infinitamente más liviana. 

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