Dos días después, todas las broncas entre mis dos mejores
amigos, habían quedado atrás, y nos estábamos juntando para celebrar el
cumpleaños de M ay.
Le habíamos regalado un par de rollers, que era lo que
quería, y la habíamos querido animar, después de su casi ruptura con Facu.
Ella estaba decidida a pasarla bien, aunque le doliera su
ausencia.
Se puso linda, y la llevamos a comer a un lugar super lindo
en donde se comía bien y de
paso, había música en vivo.
Nos reímos, brindamos, parloteamos y la pasamos genial.
Era una cena muy típica de nosotros.
Casi hubiera dicho que mi amiga se había olvidado del chico
que le gustaba, de no ser porque cuando se quedaba en silencio, se notaba en
sus ojitos lo triste que en
realidad se sentía.
M ás tarde, la acompañamos caminando hasta la puerta de
casa, y se nos frenó el corazón cuando lo vimos.
Facu, estaba sentado esperándola en la puerta, y le había
llevado flores.
M ay sonrió y salió corriendo a su encuentro enroscándose en
su cuello para besarlo.
—Feliz cumpleaños, M ay. – le dijo entre besos. —Perdoname,
preciosa. – se abrazó con fuerza a ella y sin importarle que nosotros estábamos
ahí, a unos metros,
le dijo. —Te quiero. Un montón.
Ella, emocionada, le contestó que también lo quería, y se
siguieron besando.
Un poco incómodos, y sintiendo que sobrábamos, nos fuimos
con Pepe muy discretamente para dejarlos solos.
M ientras caminábamos, me puse a pensar.
—Yo quiero lo mismo que M ay. – sonreí. —M e encantaría
vivir algo así. M e gustaría tener algo exactamente como lo que tienen ellos.
M i amigo me miró y sonrió.
—Si, sería lindo. – aunque después se corrigió. —Bueno, no
exactamente como lo de ellos. Ojalá me pasara con alguien que sea más
compatible físicamente
conmigo. – y soltó una risotada.
Lo miré extrañada y siguió a diciendo.
—Toda esa cuestión de tamaños... – entonces lo entendí y me
reí con él a carcajadas.
—¿Te contó? – dije refiriéndome al incidente que había
tenido mi amiga con su chico y todo el tema de que no se había podido.
—M e contó Facu. – contestó entre risas.
Unas cuadras después, volvió a hablar.
—Pero ahora, en serio. – me miró. —Si querés eso que ellos
tienen, deberías tenerlo.
M e encogí de hombros resignada y miré el piso.
Lo veía cada vez más difícil.
—Te lo digo en serio, Pau. – insistió. —Y si Fede no te lo
da... deberías buscar a alguien que si lo haga.
Le sonreí y seguimos camino en silencio.
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