Divina

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lunes, 25 de julio de 2016

Divina Capitulo 46


A fin de mes, se festejaba nuestra fiesta de despedida de 6to año. Básicamente, organizada para nosotros, porque dejábamos la escuela. La consigna era disfrazarnos, y para que existiera unidad, elegimos vestirnos todas las chicas de conejitos... y sin ningún motivo aparente, los chicos de Superhéroes.
Daba igual, era una excusa para festejar descontrolados por última vez todos juntos, antes de Bariloche, claro.

Así que con M ay, nos pusimos un vestido negro cortito, unos medias tipo panty al tono, zapatos con taco, nuestro pompón blanco de algodón en el trasero, las orejitas y listas. No vayan a pensar mal de mí, los disfraces eran alquilados, ya venían así.

Nos miramos en el espejo y estuvimos riéndonos un buen rato antes de salir. Parecíamos... bueno, parecíamos dos putas. No voy a intentar suavizarlo.

Facu, se había disfrazado de Batman, y estaba encantado con su capa. Había estado hablando de su vestimenta toda la semana.

Pepe, al que poco le importaba, había escogido uno del montón, y fue de Spiderman. Estaba repetido, y había varios que se disfrazaban con el mismo pero, de nuevo, le daba igual. Estaba más preocupado en comprar alcohol. Ya había cumplido los 18 en julio, y como el más grande del curso, era el encargado.

Nos juntamos en su casa y pusimos la música que tanto nos gustaba para bailar.
Cuando se hizo la hora de partir para la fiesta, algunos de nuestros compañeros no podían ni dar un paso del estado que traían. Facu, entre ellos.

En la escuela, nos esperaba una multitud de personas que estaba con un ánimo igual de festivo, por decirlo de alguna manera bonita.

Nos mezclamos, y entre cantos y bailes, nos divertimos como nunca. Pepe, que estaba bastante achispado, había bailado con M eli, y yo había querido asesinarla.
M e fui a la otra punta del lugar y me encontré con Juan. También vestido de Spiderman.


—Pero que conejita más hermosa. – me dijo acercándose a mi oído. – se rió cuando puse los ojos en blanco. —Vengo en son de paz. – levantó las manos, inocente. —M e encantaría que me des bola, pero ya entendí. Quiero bailar nada más.
Le sonreí, y bailamos un rato por allí.

May, que me había visto, fue a rescatarme y me llevó donde estaba disimuladamente mientras bailábamos.

—Recién la vi a Barbie. – me avisó. —Lo está buscando a Pepe.

—Da igual. – le dije encogiendo los hombros. —Está bailando con Meli.

Nos divertimos mientras sonaban nuestras canciones, haciendo palmas, cantando, y por supuesto, brindando. Facu, ya no podía más y se había ido a acostar al fondo. Pobrecillo.

Sonaba “Noche Loca” y yo en lo único que podía pensar era en ese momento de Carlos Paz. Estábamos de lo más distraídas, cuando sentí que unos brazos me apresaban por la cintura y me alejaban de mi amiga.

Al ver la manga azul brillante, me di cuenta de que era Juan y me pregunté por qué mierda M ay no lo frenaba.
M e giré y lo único que vi, fueron dos ojos celestes.
De la forma que me tenía abrazada, no podía ver mucho más. Su boca olía levemente a cerveza, pero no me importaba, me atraía como un imán.
Pepe.
M e sujetó por la cintura posesivamente y me habló al oído.

—¿De verdad pensas que esto es por Fede y Barbie? – lo miré negando con la cabeza, mientras el corazón me golpeaba en el pecho con violencia.

—Pero... – dije con mi bocaza. Por suerte, él no me hizo caso.

—Shh. – me hizo callar.

Tomó mi rostro con ambas manos, y sin esperar más, me besó. Las mariposas que me había parecido sentir todo este tiempo, eran ahora, más bien, bombas.
Verdaderos fuegos artificiales que explotaban a mi alrededor y también dentro de mi cuerpo.

M e sujeté de su cabello haciendo más profundo el beso y lo escuché gemir levemente pegándose más a mi cuerpo. ¿Realmente estaba sucediendo? ¿Estaba besando a Pedro?

Entreabrí los ojos.
Si, ese era Pedro. Mi mejor amigo.
Los volví a cerrar.

Por favor, que bien besaba. Sus labios eran la mezcla perfecta entre dulces y apasionados. No podíamos parar. Y si lo hacíamos, era para tomar aire, y volver a besarnos. Parecía que este beso había estado haciéndose esperar tanto tiempo, que daba hasta miedo frenar.

—Desde segundo año, quiero hacer eso. – sonrió. —Por favor decime que no acabo de arruinar todo.

Me reí. Tomé su rostro y volví a besarlo. Las manos me temblaban un poco, estaba nerviosa. Nerviosa, emocionada y eufórica.

—No, no arruinaste nada. – volvió a abrazarme respirando aliviado. —Me gustas, Pepe. – ya estaba dicho. No había podido evitarlo.

—¿De verdad? – preguntó mirándome a los ojos con una sonrisa adorable. Asentí y él, mordiéndose los labios, me sujetó contra la pared y me volvió a besar.

No sé si alguien nos estaba mirando, pero me dio igual. Tal vez era porque estábamos disfrazados, y los otros estaban borrachos o simplemente distraídos, pero fue como si hubiéramos desaparecido.

Estábamos solos, en una burbuja, sin poder despegarnos. Se sentía raro, pero en el buen sentido. M e parecía increíble que fuera él. Haber considerado que no podíamos vernos de esa manera, por la amistad que nos unía, potenciaba ahora el hecho de rebelarnos y estar comiéndonos la boca en un rincón del gimnasio de la escuela como si no hubiera mañana.

Las horas pasaron, e inevitablemente, tuvimos que parar. El había tomado cinco cervezas, y tenía que ir al baño si o si. Me dio un beso rápido tomándome por la nuca y salió corriendo.

Me quedé parada con una sonrisa tonta, mientras me tocaba los labios. No podía creer lo que estaba haciendo. Ni siquiera podía ponerme a pensar las
consecuencias. No ahora.
Estaba distraída y no vi que alguien se me acercaba.

—Peque. – me dijo en el oído.

Era Fede, y estaba borrachísimo.

Traté de sacármelo de encima, pero fue inútil. Me acarició la mejilla y me dijo que estaba muy triste porque me extrañaba. Me sentí mal por él, y le dije que yo también lo iba a extrañar, pero las cosas eran mejor así. Ya lo habíamos hablado.
Se quedó mirándome, con la barbilla algo temblorosa. Se le cayó una lágrima y quise abrazarlo, aunque no lo hice. No quería confundirlo. Negando con la cabeza, tomó mi rostro y me besó con fuerza.

Forcejeé hasta que me soltó pero era muy tarde.
Pepe nos estaba mirando con una ceja levantada. Me quedé congelada viendo como se iba a la puerta enojado.
Solté a Fede y corrí tras él.

Como sabiendo que iba a perseguirlo, me esperaba afuera, en la entrada. Estaba un poco fresco el aire, aunque yo temblaba por otras razones.

—¿M e usaste para darle celos a tu ex? – preguntó frío como el hielo.

Ya había visto a este Pedro en otras oportunidades. Pero nunca había sido yo, la víctima de esos ojos celestes despiadados.

—¿Q-qué decís? – gemí patética al borde de las lágrimas.

—No te quiero volver a hablar nunca más en la vida, Paula. – sentenció. —Nosotros dos... se acabó.

Era raro, porque lo dijo muy tranquilo, pero a mí me había dolido tal vez más, que si me lo hubiera dicho a los gritos. Mi corazón se rompió en pedazos en ese preciso instante. Quise acercarme a él para que me escuchara, pero se soltó y se fue caminando a su casa.

No había tenido oportunidad de explicarle. Había sido todo un malentendido.
Me dejé caer en el suelo y lloré como nunca antes. Quería desaparecer.

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