A
fin de mes, se festejaba nuestra fiesta de despedida de 6to año. Básicamente,
organizada para nosotros, porque dejábamos la escuela. La consigna era disfrazarnos,
y para que existiera unidad, elegimos vestirnos todas las chicas de
conejitos... y sin ningún motivo aparente, los chicos de Superhéroes.
Daba
igual, era una excusa para festejar descontrolados por última vez todos juntos,
antes de Bariloche, claro.
Así
que con M ay, nos pusimos un vestido negro cortito, unos medias tipo panty al
tono, zapatos con taco, nuestro pompón blanco de algodón en el trasero, las
orejitas y listas. No vayan a pensar mal de mí, los disfraces eran alquilados,
ya venían así.
Nos
miramos en el espejo y estuvimos riéndonos un buen rato antes de salir.
Parecíamos... bueno, parecíamos dos putas. No voy a intentar suavizarlo.
Facu,
se había disfrazado de Batman, y estaba encantado con su capa. Había estado
hablando de su vestimenta toda la semana.
Pepe,
al que poco le importaba, había escogido uno del montón, y fue de Spiderman.
Estaba repetido, y había varios que se disfrazaban con el mismo pero, de nuevo,
le daba igual. Estaba más preocupado en comprar alcohol. Ya había cumplido los
18 en julio, y como el más grande del curso, era el encargado.
Nos
juntamos en su casa y pusimos la música que tanto nos gustaba para bailar.
Cuando
se hizo la hora de partir para la fiesta, algunos de nuestros compañeros no
podían ni dar un paso del estado que traían. Facu, entre ellos.
En
la escuela, nos esperaba una multitud de personas que estaba con un ánimo igual
de festivo, por decirlo de alguna manera bonita.
Nos
mezclamos, y entre cantos y bailes, nos divertimos como nunca. Pepe, que estaba
bastante achispado, había bailado con M eli, y yo había querido asesinarla.
M
e fui a la otra punta del lugar y me encontré con Juan. También vestido de
Spiderman.
—Pero
que conejita más hermosa. – me dijo acercándose a mi oído. – se rió cuando puse
los ojos en blanco. —Vengo en son de paz. – levantó las manos, inocente. —M e
encantaría que me des bola, pero ya entendí. Quiero bailar nada más.
Le
sonreí, y bailamos un rato por allí.
May,
que me había visto, fue a rescatarme y me llevó donde estaba disimuladamente
mientras bailábamos.
—Recién
la vi a Barbie. – me avisó. —Lo está buscando a Pepe.
—Da
igual. – le dije encogiendo los hombros. —Está bailando con Meli.
Nos
divertimos mientras sonaban nuestras canciones, haciendo palmas, cantando, y
por supuesto, brindando. Facu, ya no podía más y se había ido a acostar al
fondo. Pobrecillo.
Sonaba
“Noche Loca” y yo en lo único que podía pensar era en ese momento de Carlos
Paz. Estábamos de lo más distraídas, cuando sentí que unos brazos me apresaban
por la cintura y me alejaban de mi amiga.
Al
ver la manga azul brillante, me di cuenta de que era Juan y me pregunté por qué
mierda M ay no lo frenaba.
M
e giré y lo único que vi, fueron dos ojos celestes.
De
la forma que me tenía abrazada, no podía ver mucho más. Su boca olía levemente
a cerveza, pero no me importaba, me atraía como un imán.
Pepe.
M
e sujetó por la cintura posesivamente y me habló al oído.
—¿De
verdad pensas que esto es por Fede y Barbie? – lo miré negando con la cabeza,
mientras el corazón me golpeaba en el pecho con violencia.
—Pero...
– dije con mi bocaza. Por suerte, él no me hizo caso.
—Shh.
– me hizo callar.
Tomó
mi rostro con ambas manos, y sin esperar más, me besó. Las mariposas que me
había parecido sentir todo este tiempo, eran ahora, más bien, bombas.
Verdaderos
fuegos artificiales que explotaban a mi alrededor y también dentro de mi
cuerpo.
M
e sujeté de su cabello haciendo más profundo el beso y lo escuché gemir
levemente pegándose más a mi cuerpo. ¿Realmente estaba sucediendo? ¿Estaba
besando a Pedro?
Entreabrí
los ojos.
Si,
ese era Pedro. Mi mejor amigo.
Los
volví a cerrar.
Por
favor, que bien besaba. Sus labios eran la mezcla perfecta entre dulces y
apasionados. No podíamos parar. Y si lo hacíamos, era para tomar aire, y volver
a besarnos. Parecía que este beso había estado haciéndose esperar tanto tiempo,
que daba hasta miedo frenar.
—Desde
segundo año, quiero hacer eso. – sonrió. —Por favor decime que no acabo de
arruinar todo.
Me
reí. Tomé su rostro y volví a besarlo. Las manos me temblaban un poco, estaba
nerviosa. Nerviosa, emocionada y eufórica.
—No,
no arruinaste nada. – volvió a abrazarme respirando aliviado. —Me gustas, Pepe.
– ya estaba dicho. No había podido evitarlo.
—¿De
verdad? – preguntó mirándome a los ojos con una sonrisa adorable. Asentí y él,
mordiéndose los labios, me sujetó contra la pared y me volvió a besar.
No
sé si alguien nos estaba mirando, pero me dio igual. Tal vez era porque
estábamos disfrazados, y los otros estaban borrachos o simplemente distraídos,
pero fue como si hubiéramos desaparecido.
Estábamos
solos, en una burbuja, sin poder despegarnos. Se sentía raro, pero en el buen
sentido. M e parecía increíble que fuera él. Haber considerado que no podíamos
vernos de esa manera, por la amistad que nos unía, potenciaba ahora el hecho de
rebelarnos y estar comiéndonos la boca en un rincón del gimnasio de la escuela
como si no hubiera mañana.
Las
horas pasaron, e inevitablemente, tuvimos que parar. El había tomado cinco
cervezas, y tenía que ir al baño si o si. Me dio un beso rápido tomándome por
la nuca y salió corriendo.
Me
quedé parada con una sonrisa tonta, mientras me tocaba los labios. No podía
creer lo que estaba haciendo. Ni siquiera podía ponerme a pensar las
consecuencias.
No ahora.
Estaba
distraída y no vi que alguien se me acercaba.
—Peque.
– me dijo en el oído.
Era
Fede, y estaba borrachísimo.
Traté
de sacármelo de encima, pero fue inútil. Me acarició la mejilla y me dijo que
estaba muy triste porque me extrañaba. Me sentí mal por él, y le dije que yo
también lo iba a extrañar, pero las cosas eran mejor así. Ya lo habíamos
hablado.
Se
quedó mirándome, con la barbilla algo temblorosa. Se le cayó una lágrima y
quise abrazarlo, aunque no lo hice. No quería confundirlo. Negando con la
cabeza, tomó mi rostro y me besó con fuerza.
Forcejeé
hasta que me soltó pero era muy tarde.
Pepe
nos estaba mirando con una ceja levantada. Me quedé congelada viendo como se
iba a la puerta enojado.
Solté
a Fede y corrí tras él.
Como
sabiendo que iba a perseguirlo, me esperaba afuera, en la entrada. Estaba un
poco fresco el aire, aunque yo temblaba por otras razones.
—¿M
e usaste para darle celos a tu ex? – preguntó frío como el hielo.
Ya
había visto a este Pedro en otras oportunidades. Pero nunca había sido yo, la
víctima de esos ojos celestes despiadados.
—¿Q-qué
decís? – gemí patética al borde de las lágrimas.
—No
te quiero volver a hablar nunca más en la vida, Paula. – sentenció. —Nosotros
dos... se acabó.
Era
raro, porque lo dijo muy tranquilo, pero a mí me había dolido tal vez más, que
si me lo hubiera dicho a los gritos. Mi corazón se rompió en pedazos en ese preciso
instante. Quise acercarme a él para que me escuchara, pero se soltó y se fue
caminando a su casa.
No
había tenido oportunidad de explicarle. Había sido todo un malentendido.
Me dejé caer en el suelo y lloré como nunca
antes. Quería desaparecer.
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