Abril:
Era
el mes de los primeros exámenes.
Ahora
que estábamos en el último año, teníamos casi las mismas materias que el curso
de Facu, así que se había terminado sumando a nuestro grupo de estudio.
Los
cuatro nos organizamos con el material, e íbamos haciendo síntesis de lo visto
en clase.
Por
supuesto, nos tomábamos nuestros respiros para charlar de cualquier cosa o
merendar. Y si, a veces, esos respiros se nos hacían demasiado largos y
terminábamos
perdiendo el tiempo. Pero era inevitable.
Fede,
estaba en la misma situación.
Se
acercaban sus primeros parciales, y tenía que leer tanto que daba miedo. Sus
libros eran tres veces más extensos que los que estaba acostumbrada a ver, y
por su
habitación,
estaba lleno de afiches con cuadros y dos pizarras llenas de cálculos y
fórmulas. Sinceramente no comprendía cómo podía gustarle algo que tuviera que
ver
con
las matemáticas. Puede sonar un poco tonto, pero yo no tenía pensado hacer una
cuenta más en mi vida. Si iba al mercado de compras, sacaría el celular y
abriría la
calculadora
sin problemas.
Cada
vez que decía una cosa así, Fede ponía los ojos en blanco y se frustraba.
—Por
suerte vas a tener un novio contador, Paula. – me decía.
—Y
vos una novia viviendo en casa con sus padres de por vida. – solté el aire.
—Porque todavía no tengo idea que estudiar, ni qué quiero ser en un futuro.
—Apenas
me mude solo, te rapto. – se rió. —No ocupas mucho lugar, y comes poquito. No
me generarías muchos gastos – se encogió de hombros haciéndome
reír
también.
—¿Y
qué voy a hacer todo el día? – bromeé. —¿Esperar a que llegues a casa viendo la
novela?
—De
cocinar y limpiar nada, ¿No? – los dos nos reímos. —Podés hacer de secretaria
conmigo. – se acercó a mí y me tomó por la cintura. Con una sonrisa ante esa
frase
tan nuestra, besé sus labios con suavidad. —¿Ves? Podríamos hacer esto todo el
día en la oficina.
—No
trabajaríamos mucho, me parece. – acaricié con la yema de los dedos, la zona de
su cabeza en donde su cabello era corto, casi rapado. M e encantaba las
cosquillas
que me provocaba.
—Siempre
fuiste una distracción, peque. – mordió mi labio inferior y siguió besándome
con un suspiro profundo. Y yo, me fui derritiendo de a poco en sus brazos.
Cuando
no estábamos juntos, él se reunía con sus compañeros para estudiar como
nosotros. Nos mandábamos mensajes y nos llamábamos por teléfono, pero la
mayor
parte del tiempo estábamos extrañándonos.
La
semana de exámenes, había llegado y se había ido dejándonos a todos en un
estado de muertos vivientes. No estábamos comiendo ni durmiendo bien, pero
creíamos
que, por lo menos, aprobaríamos todo.
Habíamos
adquirido un nuevo hábito.
Ahora,
cuando estudiábamos o nos juntábamos para hacer trabajos en grupo, tomábamos
mate.
Facu
era el que nos había llevado por ese camino, así que era el cebador oficial.
Preferíamos amargos, aunque cuando le tocaba a M ay, había que agregarle un
poquito
de edulcorante.
Era
entretenido, y de paso nos daba una excusa perfecta para comer. Porque era
imposible pasarse la tarde o la noche solo tomando agua. M asitas,
bizcochuelos,
bizcochos,
galletas, arrollados de dulce de leche. En fin. Para julio, salíamos rodando.
Tenía
que dar gracias, otra vez, a Educación Física, que nos mantenía la silueta. Y
Pepe, seguía poniéndose enorme. A él, los kilos, le venían perfectos. Ahora
evitaba
los hidratos de carbono, las harinas y los dulces, pero seguía comiendo como
una bestia parda. Solíamos reírnos de su dieta, pero él nos enseñaba el dedo
medio
y
nos mandaba a cagar.
Lo
decíamos solo para que se moleste, porque la verdad es que su régimen daba
resultado.
Día
a día, nos sorprendía con su físico.
El
uniforme no le quedaba de la misma manera. No, no.
Para
festejar que los parciales también habían pasado, los compañeros de Fede hacían
una fiesta. Y como era lógico, me invitó para que vaya con él. Era en casa de
uno
de ellos, y supuestamente era una reunión tranquila. Se juntaban a la salida de
la facultad, así que yo tenía que ir un poco más tarde con el resto de la
gente.
Cuando
llegué, dudé seriamente si quedarme o no.
La
música fuerte, y la cantidad de personas ebrias, o desmayados también, no era
de las peores cosas que se veían. ¿Qué estaba haciendo yo allí?
Lo
peor de todo es que no veía a mi novio por ningún lado.
M
iré mi reloj y después la puerta. Si me iba ahora, podía alcanzar a mis amigos
que también habían salido. Seguramente se estaban divirtiendo más y en un lugar
mucho
más normal que este.
Estaba
cruzando la puerta, cuando sentí que me tocaban la cola. M e di vuelta
indignada, pero al ver la cara de Fede muerto de risa, no pude evitar
contagiarme.
—¿Te
asustaste? – me dijo arrastrando las sílabas. Estaba, borracho no. Lo
siguiente.
—Un
poco. – reconocí. —¿Te estás divirtiendo? – le pregunté mientras trataba de
sostenerlo para que no se cayera.
—Ahora,
si. – me respondió antes de besarme. Sus labios sabían a licor. No podía
reconocer que bebida era, pero intoxicaba. Otro beso como ese, y me
emborracharía
yo también. —Vení, voy a buscarte algo para tomar.
Negué
rápido con la cabeza.
—Está
bien. – le sonreí. —No tengo ganas de tomar nada.
—Que
aburrida... – se quejó tambaleándose.
Si,
la verdad es que estaba bastante aburrida, pero ahora que había visto el estado
en el que estaba, tampoco quería dejarlo solo.
Bailamos
entre la gente, y nos mezclamos entre la multitud, pero Fede no estaba con
ganas de socializar. M e sujetaba por la cadera y se pegaba a mí para besarme.
Se
estaba poniendo pesado, pero sabía que era por el alcohol.
Llevaba
pisándome un rato, en lo que trataba de bailar, pero trastabillaba con mis pies
y me cansé.
—Creo
que tendríamos que sentarnos. – Fede asintió y se abrazó a mi cintura avanzando
por el lugar.
Los
ojos se le cerraban de a poquito y parecía que estaba durmiéndose. M ierda.
El
sillón estaba ocupado por algunas parejas que estaban dando un espectáculo
lamentable frente a todo el mundo, y las sillas estaban siendo utilizadas para
apoyar
vasos, botellas, y comida. Porque en la mesa se estaba jugando un partido de
cartas en las que sospechaba el premio y el castigo también era beber.
Hastiada,
me acerqué a una de las caras que me resultaban conocidas, y le conté la
situación, señalando a un Fede al borde del desmayo.
El
chico, me ayudó a sostenerlo, y nos llevó a una de las habitaciones. Lo
acostamos entre dos, y después él se fue para dejarme sola con mi novio ebrio.
Ahora
parecía
tranquilo, y respiraba despacio.
¿Y
si se ponía enfermo? ¿Cómo iba a ponerlo de costado? No tenía fuerzas
suficientes para moverlo. Pesaba más del doble de lo que yo pesaba y tenía
bastante
más
fuerza también.
Acaricié
su mejilla suavemente y otra vez me pregunté qué hacía allí.
Despertándose
apenas, me tomó por la cintura y me recostó sobre él de un solo movimiento.
—Peque...
– dijo casi susurrando. —M e gustas tanto. – estaba haciendo un esfuerzo por
abrir los ojos. —Te quiero.
Le
sonreí y lo besé con dulzura.
—Yo
también te quiero. – sonrió y me colocó el cabello detrás de las orejas. M e
acercó de nuevo y me besó, pero en el cuello. Siempre que hacía eso, sentía un
hormigueo
agradable en el estómago.
Sus
manos bajaron tomándome por la cadera y volvió a moverme, esta vez, dejándome
por debajo de su cuerpo. Con una rodilla, me separó las piernas y se acercó
más
mirándome con deseo.
—Fede,
no. – le recordé.
—Ok,
hermosa. – respondió. —¿Puedo seguir besándote así? – asentí un poco nerviosa.
Entre
el peso de su cuerpo, noté que una de sus manos subía por mi pierna, rodeando
uno de mis muslos y quedando sobre mi entrepierna.
Como
acto reflejo, lo frené y le saqué la mano creo que de un golpe. No estoy
segura, estaba demasiado alterada.
Hizo
como si no se diera cuenta, y dejó de tocarme.
Luego
de un rato más de besos, su otra mano vagó por mi hombro, y me bajó el bretel
del top que llevaba puesto con delicadeza, casi una caricia.
Su
toque se me hacía incómodo. M uy incómodo.
Siguió
bajando la mano y me tocó por el borde de mi torso, adentrándose decididamente
al centro y tomando uno de mis pechos.
Nuevamente,
alejé su mano y me frené.
Lo
escuché suspirar violentamente. Después de un segundo, se volvió a tumbar a mi
lado en silencio. Estaba molesto, aunque no lo decía. Íbamos a tener que hablar
del
tema en algún momento. ¿ Qué es lo que estaba mal en mí, que no quería ni que
me tocara? Cualquier chica, en mi lugar, hubiera aprovechado. Yo, el año
anterior...
cuando
estaba tan obsesionada con él, me hubiera desesperado por estar así, y ahora lo
rechazaba.
Interrumpiendo
mis pensamientos, mi celular comenzó a sonar. Era Pepe.
Sin
pensar en que mi novio podía enojarse más, atendí.
—Humanos
a M arte, se alinearon los planetas. – se escuchó de fondo que amigos entonaban
el coro, entre risas. —Chayanne, Yandel, la leyenda. – estaban en
algún
lugar en donde sonaba la canción, y me había llamado para cantarla.
M
e entró la risa tonta.
—Ah!
Uououo ah! –
decían.
—¿Están
borrachos?
– pregunté cuando parecía que se iban a callar, pero estaban muertos de risa, y
volvían a cantar.
—No.
–
dijo Pepe. —¡No tanto! – corrigió mi amiga de fondo.
Ahí
quería estar yo. De fiesta con ellos, no aquí, en este loquero, encerrada con
mi novio borracho y molesto porque no tenía sexo con él.
Todo
era más fácil con mis amigos. M e sentí rara, y con muchas ganas de irme.
—¿Estás
con Fede? –
preguntó mi amigo.
—Si.
–
contesté casi en susurros para que él no oyera, pero era tal el escándalo del
otro lado de la línea, que seguramente estaba escuchándolo todo.
—Ese
pibe no es para vos, Pau. – si, Pedro estaba borracho. Nunca llegaba a decirme eso,
aunque sabía que lo pensaba. ¿Qué le pasaba a todo el mundo esa
noche?
—No te hace feliz. – concluyó. De fondo, escuché como M ay quería tapar
el micrófono del teléfono y lo hacía callar insultándolo. Forcejearon con el
aparato,
hasta
que se lo quitó.
—Chau,
amiga.
– me saludó ella. —Que la pases bien. – me mandaron un beso y la
comunicación se cortó.
Fede
se quedó mirándome por un instante, pero no dijo nada. El llamado lo había
fastidiado, y se le notaba. Había escuchado las palabras de mi amigo, y le
habían
caído
pésimas. Traté de explicarle que estaba ebrio y no sabía lo que decía, pero no
quiso escucharme.
—No
entiendo por qué dice eso, ese boludo. – se refirió a Pepe.
—No
le hagas caso, habían tomado y... – me interrumpió.
—¿Y
qué se piensa? – se enojó. —M e tiene harto, Pau. Siempre está metiéndose entre
nosotros. Tus amigos en general. Siento que quieren alejarme de vos, no me
gusta.
—Fede,
no es así. – le discutí. —Yo no me voy a alejar de vos. Hoy podría haber salido
con ellos, pero prefería verte.
Suspiró.
—Bueno,
una vez tenía que tocarme a mí. ¿No? – se burló. —A ellos los ves todos los
días.
M
e quedé mirándolo sin saber de donde venía tanta broca. Tal vez era porque
estaba ebrio, aunque su reproche parecía algo meditado.
—No
puedo elegir entre mi novio o mis mejores amigos. – dije angustiada.
—No
te estoy pidiendo eso. – bajó la mirada. —No importa. Perdoname. – me tomó de
la mano y me dio un besito en los nudillos. —Por enojarme así, y por todo
lo
de recién. – señaló la cama. —A veces me dejo llevar un poquito... es que me
gustas demasiado, peque.
Le
sonreí cariñosamente y lo besé.
Las
cosas volvían a estar medianamente bien entre nosotros. Teníamos momentos muy
lindos y otros como ese, no tanto.
Desde
esa noche, mis amigos pasaron a ser un tema delicado entre nosotros. No
podíamos hablar de ellos sin ponernos a discutir sin sentido.
Estaba
celoso de los dos, pero sobre todo de Pedro.
Unos
días después, en un intento de integrarlos, organicé una salida al cine. Con M
ay y Facu que también fueran para hacer agradable la salida y todo.
Hacía
un frío de mil demonios, así que Fede, muy caballeroso se quitó la campera que
llevaba puesta y me la puso por los hombros. Olía a su perfume, y eso me
encantaba.
Le
agradecí con un beso y él me sonrió como hacía días que no hacía. M e susurró
lo mucho que me quería y lo abracé.
Estábamos
ahí, en uno de esos momentos en que desaparecía todo el mundo, y solo estábamos
los dos, cuando el resto de mis amigos llegó.
Habíamos
quedado para encontrarnos en el shopping y comprar las entradas para
Divergente. Otro de los libros que más me gustaban, así que claramente había
sido
mi sugerencia.
Facu
y M ay, estaban de la mano sonrientes como siempre, compartiendo el cubo de
pochoclo que acababan de comprar Y Pepe, estaba charlando animadamente
con
su acompañante.
La
mandíbula casi me toca el piso.
Era
Barbie.
M
i amigo por fin había conseguido que la chica saliera con él, y a pesar de
haberse hecho rogar tanto, parecía estar muy a gusto.
Bastaron
dos risitas de la chiquilla, para ponerme de mal humor. ¿Por qué era tan tonta?
Tenía puesto un vestido ajustado color menta y unos zapatitos chatos con
perlitas.
Vi que mi amiga también le estaba haciendo una radiografía y me reí.
Traté
de componer la mejor sonrisa que me salía y los guíe hasta la sala en donde se
proyectaba la película.
Se
apagó la luz y me olvidé de todos. O casi.
En
un momento, Fede había querido besarme, y yo le devolví el beso rápidamente. No
me quería perder lo que pasaba en la pantalla. Frustrado, besó mi cuello
haciéndome
cosquillas y me reí regañándolo.
M
e giré para hacerle algún comentario, cuando algo llamó poderosamente mi
atención. Dos butacas más allá, Pepe estaba besando a Barbie.
No
un besito en la mejilla de amigos, ni nada. Un tremendo beso, de los que los
dos se enroscan en el otro, sujetándose en un abrazo. Había desesperación...
había
deseo
en ese beso.
Tenía
unas ganas irracionales de tirarles con el vaso de gaseosa para que se
soltaran. No estaban solos, por Dios.
No
podían estar así en pleno cine. Había niños, y eso...
Fede
me vio mirándolos y después de apretar la mandíbula apenas, me comentó.
—Tu
amigo se está divirtiendo. ¿Ves? – ¿Detectaba cierta malicia en voz, o me lo
estaba imaginando? Imaginaciones mías, seguramente. —Y vos no me dejás que te
de
ni un beso, para no perderte la película. – se rió, aligerando el tono.
Sin
darme cuenta, volví a posar los ojos en la pantalla. M e había perdido una
buena parte y lo que siguió, tampoco lo pude registrar demasiado bien.
Como
no tenía sentido seguir mirando, me incliné hacia la butaca de mi novio, y lo
besé.
El
me respondió encantado, poniendo todo de si en ese beso, mientras yo tenía la
cabeza en el aire.
M
ay y Facu, que estaban atentos a la película, no se habían enterado de nada.
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