El
día de mi cumpleaños número 17, comenzó como todos, con un desayuno de mi
familia y mi regalo. Una cámara para llevar a mi viaje de egresados. Grité,
salté,
bailé
y hasta canté de la alegría. Era un modelo nuevo, que sacaba fotos geniales.
Al
mediodía, mi novio me llevó a comer a un lugar bonito que tenía vista al río. M
e regaló flores y el perfume que más me gustaba. Mientras comíamos, me besó y repitió
que me quería y yo... Yo estaba en una nube, flotando, y seguramente con una
cara de boba impresionante.
Volví a casa a primeras horas de la tarde, donde me recibieron mis amigos con
abrazos y más regalos. M ay y Facu se habían puesto de acuerdo, y me habían comprado
una agenda muy linda que me encantaba y ya estaba ansiando estrenar, y Pepe una
pulserita divina con dijes chiquititos de plata en forma de libros y
notitas
musicales. Me la puse, encantada y la miré por un momento. Era preciosa. Sin
despreciar a mi chico, después de la cámara de mis padres, éste era el regalo
más especial
de todos. Desde ese día, nunca más me la quité.
M
e alegraba de que Fede hubiera hecho las paces con Pepe de alguna manera.
Porque no podría elegir entre mi mejor amigo y mi novio. Por cierto. ¿Dónde se había
metido? Después de nuestro almuerzo no había vuelto a tener novedades de él.
A
la noche, los invitados llegaron cargando bebidas, aprovechando que mi familia
había salido. Era ya tarde, y me llegó un mensaje.
“Peque,
me voy a casa de mi papá. Quiere cenar conmigo y Gabi. Mil disculpas. Te
quiero”.
M
i primera reacción, fue enojarme. ¡Era mi cumpleaños! ¿Cómo se lo iba a perder?
Pero a medida que me iba bajando de a poco la temperatura, lo pensé mejor y me
sentí egoísta por pensar así. Su hermanito querría verlo, y sus padres estaban
por separarse.
Y
del enojo, pasé a tener unas ganas terribles de abrazarlo.
Algo
melancólica, entré a su cuenta de Twitter para ver sus fotos. Necesitaba verlo.
Nunca
debería haberlo hecho.
Había
un tuit de esa misma tarde que me hizo ruido.
“No
puedo verte llorar, angelito”
¿Qué
carajo? Empecé a ver rojo. Todo a mi alrededor estaba rojo y a mí me salía humo
por la nariz.
Violenta
como estaba, le respondí.
“¿Quién
es angelito? Y qué es ese tuit?”
Su
respuesta llegó más tarde de lo que hubiera querido, pero de todas formas,
llegó.
“Peque,
no quiero hablarlo por acá. Angelito es Belu, pero no es lo que te imaginas.”
¿De
verdad se pensaba que iba a quedar todo así?
Disqué
su número y esperé. M e importaba una mierda su cena, su padre y todos sus
parientes. Es más, me cagaba en todos ellos y en su madre, de paso también.
—Peque. – respondió. —Lo
podemos charlar después, en persona. M añana nos podemos ver un rato y...
Lo
interrumpí, arrastrando las palabras, porque para ponerle un lindo moño a la
situación, estaba un poco borracha.
—Lo
hablamos ahora.
– soné más enojada de lo que pretendía. —¿Cuándo la viste? ¿Por qué lloraba?
Escuché
que suspiraba y soltaba el aire con fuerza y peor me enojé. ¿Encima se hacía el
agobiado? Quería rayarle el auto. Ya ven, no quieren hacerme enojar. No soy
de pensar las consecuencias de mis actos.
—Nos
vimos hace unos días con el resto de mis amigos, y hoy un rato. – dijo tranquilo,
mientras a mí se me retorcían las entrañas. —M e extraña, por eso lloraba.
—No
sé que decir. –
¿Había dicho eso en voz alta? Aparentemente.
—M
e partió el alma verla así. Ella es tan sensible, tan buenita... – su tono dulce de
verdad me daba nauseas. —Pero le dejé claro que estoy con vos, y que te quiero.
—Genial.
–
dije cortante. —Te llamo en otro momento, me voy a festejar mi cumpleaños
con mis amigos. Besotes.
Colgué
el teléfono y fui con Pepe y M ay, que sin hacerme preguntas, se encargaron de
que por una noche me olvidara hasta de mi nombre. Facu se había encargado
de hacer unos tragos buenísimos para levantarme el ánimo, y yo...
Yo
me levanté a las cinco de la tarde del otro día, con M ay y Pepe a mi lado
cuidándome para que no me ahogara en mi propio vómito, probablemente.
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