Como
el resto de mis compañeras, aproveché las vacaciones para empezar a buscar el
vestido de Graduación. Si había que hacerle arreglos y modificaciones en una
modista,
se harían con tiempo, y era lo más práctico.
Lo
lógico hubiera sido que fuera con M ay, pero ella hacía unos días se había
arreglado con Facu y estaban que no se despegaban ni para ir al baño. La
reconciliación
había
sido tan fuerte, que los dos estaban totalmente aislados del grupo.
A
Fede ni le pregunté, porque todavía estaba un poco molesta por sus comentarios,
aunque no lo reconociera.
Y
con mis padres, nunca podía ir de compras, porque terminaba en discusiones. Lo
voy a resumir diciendo solo que teníamos gustos muy diferentes.
Así
que como no podía ser de otra manera, le tocó a mi amigo Pepe.
No
era la primera vez que acompañaba a alguna de sus dos amigas con esa misión, y
sabía a qué atenerse.
Llegamos
a la primera tienda y empezamos a revolver entre los vestidos largos. No tenía
ni idea de lo que estaba buscando.
—Este.
– dijo mi amigo sacando uno azul noche largo con tajo. —No es tan pesado como
este. – me señaló uno con bordados. —Y el color no es horrible como este.
– hablaba de uno color coral. Hasta ahí llegaba como crítico de moda. M e reí,
aunque valorando su esfuerzo, tomé el vestido azul y lo separé para medírmelo.
—Este
también me gusta. – sostuve uno gris con algunos bordados en tonos plateados
con una caída impresionante. Tenía un gran escote en V adelante, pero ya vería
como me quedaba.
El
asintió y me señaló el probador. Pobrecito si pensaba que eso era todo. Esta
recién era la primera tienda.
M
e medí el vestido azul y me encantó. No tenía espalda y se ajustaba a mis
curvas, haciéndolas parecer todavía más pronunciadas. Pepe me dijo que el tajo
era
demasiado,
y estuve de acuerdo. Tenía la posibilidad de cerrarlo, pero cambiaría su forma
por completo y no se justificaba. Salía una fortuna.
El
vestido gris me sentó mucho mejor. El único problema es que el escote, como
había predicho, era exagerado. Se abría hasta la cintura.
No
es que me quedara mal. M e giré para mirarme de perfil. Hasta era refinado.
Abrí
la cortina y Pepe me dio un repaso de arriba abajo. Quizá deteniéndose
demasiado arriba, pero era lógico. Dejaba poco a la imaginación.
—Ese
me gusta. – me giró desde una mano y vio la espalda también. —Si, este. Te
tenés que comprar este.
M
e reí a carcajadas.
—M
mm... tenelo en mente. – le hice señas de que me esperara y volví detrás del
probador. —Si no me gusta ningún otro, de todos los negocios a los que pienso
ir, volvemos
y vemos si lo compro.
—Te
odio. – me dijo del otro lado.
Entre
risas, fuimos al segundo lugar. Lo vi manotear distraído dos o tres vestidos y
me los alcanzó con las perchas. No eran feos, pero se notaba de lejos que ya se
había
aburrido.
M
e metí al siguiente probador y me medí uno rojo que estaba primero. Se me
escapó un grito de terror.
Asomó
la cabeza por la cortina y explotó en risotadas.
Tenía
una especie de falda con volumen que hacía que se inflara por todas partes,
para nada favorecedor, y para colmo, el color me dejaba pálida como un
fantasma.
—Pareces
un tomatito cherry. – opinó haciéndonos reír.
—M
mm... tengo hambre. – recordé por la mención de comida.
—Yo
también. – hizo un puchero. —Apurate y medite el otro así nos vamos a comer
unas hamburguesas.
—Con
queso. – agregué y él asintió enérgicamente.
El
otro vestido era negro y corto, aunque no tanto. Tenía bordados en la espalda y
tenía la mitad descubierta. M e hacía falta verme con zapatos altos, pero me gustaba.
Tal vez no para la Graduación.
—M
ostrame como te queda. – me miré seria. Se me veía un poco el corpiño, porque
no era el más indicado para este tipo de prendas.
Asomé
la cabeza y le pedí que se acercara.
—No
me voy a pasear así por el local. Se me ve el corpiño. – le expliqué.
Puso
los ojos en blanco y de un empujón me metió y se metió él también conmigo al
probador. Cerró bien la cortina y me miró.
Por
primera vez, me sentí insegura ante su mirada.
M
e quise tapar inconscientemente, pero él me frenó.
—Estás
hermosa. – dijo mirándome a los ojos. El estómago se me estrujó de manera
agradable y sin darme cuenta, sonreí.
Tomó
una de mis manos y me giró repitiendo lo que había hecho antes. M e puso al
frente del espejo y se quedó quieto ahí. Todavía tomado de mi mano. La respiración
me empezó a fallar.
En
el reflejo, podía ver que se estaba mordiendo el labio y estaba igual de
alterado que yo.
Entonces,
para sacarnos del momento incómodo, comenté casualmente.
—Gracias,
pero eso lo decís porque sos mi amigo. – me reí.
El
también se rió y movió los dedos despacio acariciando mi palma.
—Los
amigos no deberían decirse esas cosas si tienen novios tan celosos como Fede y
Barbie. – nos reímos. —No me olvido como me amenazó tu chico. M e debe odiar.
—No
te odia. – mentí. —Tampoco es que quiera ser tu amigo.
—Barbie,
si te odia. – dijo con media sonrisa.
—¿M
e odia? – él asintió. —Es que tus mejores amigas son dos mujeres. – dije
dándome vuelta para enfrentarlo mientras sonreía. La idea de darle celos a la
mocosa, me
encantaba. —¿A M ay también la odia? – pregunté.
M
e miró a los ojos y negó con la cabeza.
Antes
de que tuviera tiempo para procesar su respuesta, sentí como abrían las
cortinas del probador, y la encargada del negocio nos gritaba por
desvergonzados. Al vernos
encerrados ahí, yo a medio cambiar, y tomados de la mano, había pensado que
teníamos otras intenciones.
Lógicamente
nos echaron, amenazados con llamar a nuestros padres para contarles de nuestro
comportamiento si volvíamos a poner un pie en el lugar. No
habíamos
parado de reírnos hasta que llegamos a casa. Finalmente me había comprado el
vestido gris plata del comienzo, y unos zapatos monísimos haciendo juego.
Entramos
a la sala cargando con las bolsas, mientras mis padres nos miraban.
—Te
está empezando a hacer mal juntarte con tanta mina, Pedro. – se burló mi padre.
—¿Te llevaron otra vez de shopping?
—Segunda
vez en la semana, en realidad. – reconoció con pesar. —El lunes me tocó con mi
novia.
M
i papá le hizo algún chiste sobre lo pollerudo o dominado que era, pero no
escuché. Estaba verde de celos. ¿Con la mocosa también iba de compras? Ya no
había nada
que hiciera solo con nosotras. M e los imaginé a solas en un probador y me
dieron ganas de vomitar.
Esperé
a que nos quedáramos solos y con cara de haber chupado un limón, le pregunté.
—Entonces...
¿Ya están bien las cosas con Barbie?
M
i amigo se metió las manos en los bolsillos y se encogió de hombros. No supo
contestarme. Pero no hizo falta.
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