Divina

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viernes, 15 de julio de 2016

Divina Capitulo 16



Septiembre:

Uno de los mejores meses del año había llegado, y con él, un montón de acontecimientos importantes.

Para empezar, nos dieron las notas de los exámenes. Y para sorpresa de los tres, no habíamos estado tan mal, teniendo en cuenta lo poco que habíamos estudiado.

Si, bajamos todos los promedios, pero aprobábamos. Pepe tenía Literatura con 5, pero para él no era difícil después sacarse un 7 si le ponía un poco de ganas. M ay,
para variar, había aprobado todo y no podía creerlo.

Otro de los puntos álgidos de ese mes, y de todo el año, era el día del estudiante. Que coincidía con el día de la primavera, y era genial para festejar.

Como era una tradición en todo el país, era un día que se pasaba con amigos al aire libre, viendo bandas y espectáculos que atraían masas importantes de gente.
Jóvenes, en realidad.

Nosotros, como hacíamos ya desde hacía dos años, habíamos elegido como destino Villa Carlos Paz. Allí se llevaría a cabo una de las mayores fiesta, en donde
habría bandas de rock, de cumbia, cuarteto, pop... en fin. Para todos los gustos.

Armamos nuestras mochilas, y nos vestimos con la peor ropa que teníamos. Sabíamos por experiencia, que lo que nos pusiéramos iba a terminar arruinado.

Era como ir a un recital de grandes dimensiones, que duraba todo el día y parte de la noche.
En mi caso, era una musculosa negra y un jean cómodo algo desteñido y desgastado. Las reglamentarias zapatillas Converse negras y mucho, mucho protector
solar.

M ay, había sacado a relucir sus shorts deshilachados que más cómodos le quedaban y una remera blanca que dejaba a la vista los costados de su corpiño de encaje
negro. Unas zapatillas y ya.

Pepe, se había puesto una remera de mangas cortas, que a medida que más calor le hacía, se arremangaba hasta dejarla musculosa, y un jean rotoso que aunque era
viejísimo, él amaba.

Llevábamos el dinero suficiente para comprar bebida, un poco de comida y el viaje de ida y vuelta.

La idea era hacer un picnic, muy relajadamente, cuando nos diera hambre.
Fuimos en micro, con otro montón de chicos de nuestra edad con los que charlamos de manera animada. Eran divertidos, y conectamos tan bien, que nos agregamos
al Facebook para juntarnos a la vuelta o salir a bailar en Córdoba.

Por medio de mensajes, nos encontramos con el resto de nuestros compañeros apenas llegamos, y juntos, nos acercamos al escenario principal para disfrutar del
espectáculo.

M eli, se acercó a nosotros y con su típica sonrisa pícara, se acercó a mi amigo y le dijo en tono cómplice.

—Romi te está buscando. – levantó las cejas y señaló a su grupito de amigas ubicadas más adelante.

—Ahh... – mi amigo no sabía que hacer, pero por su mirada, suponíamos que estar con Romi era lo último que quería.

—M e tiene que acompañar al centro. – explicó M ay. —Decile a Romi que después a la noche la busca.

Entre risas, nos perdimos entre la multitud.

—La próxima buscate alguna chica de otro colegio, Pepe. – le dijo.

Horas más tarde, mi amiga seguía pendiente de su celular. Supuestamente Facu nos iba a encontrar a la mañana, y aun no aparecía. Tampoco respondía los
mensajes, nada.

Y cuando lo hizo, lo quería matar.

Le decía que lo había pensado, y no tenía ganas de ir.

Tratamos de hacer que se olvidara, pero era tal el enojo que cargaba que tomó una de esas decisiones estúpidas que toman los adolescentes cuando juntan bronca.

Caminó unos metros, buscó entre la gente que tenía en frente, eligió el chico más lindo y le sonrió. Al ver que éste le sonreía también, caminó con decisión, se le
colgó al cuello y le dio uno de esos besos que dejan estúpido a cualquiera.
Sorprendido, la había abrazado como había podido y le había devuelto el beso encantado, mientras sus amigos aplaudían.

—M ay Colombo. – dijo cuando se separó de él para respirar. —Buscame en Facebook y si querés, agregame.

Se limpió la boca con el reverso de la mano y le guiñó un ojo, caminando hasta donde estábamos nosotros observando la escena sorprendidos, entre el espanto y la
risa.

Solo ella podía animarse a hacer una cosa así.

—M uy elegante. – la felicitó Pepe, riéndose.

—Obvio, soy una dama. – le contestó aplicándose de nuevo brillito de labios.

Negué con la cabeza y volvimos a la fiesta.

Sentía que la nariz me picaba por el sol. Seguramente la tenía roja. M e estaba quemando, a pesar de los kilos de pantalla solar que me había puesto.

Cuando la tarde empezó a caer, a M ay se le ocurrió otra brillante idea.
Entramos en un antro en pleno centro, en donde se podía oír un leve zumbido, y se veían cantidades de dibujos y tatuajes en las paredes.

—Hola, chicos. – nos atendió una chica de cabello azul, con un precioso mandala de colores en el brazo. —¿En qué puedo ayudarlos?

—M e quiero poner un piercing. – dijo mi amiga con una sonrisa.

—¿Edad? – preguntó.

—Dieciocho. – mintió.

La dueña del local entorno los ojos y nos repasó con la mirada. Obviamente no teníamos esa edad.

—Ok. Pero vas a tener que pagar más caro. – mi amiga aceptó sin dudar y se subió a la camilla para que empezaran a atenderla.

Un piercing en el ombligo. Así de loca estaba. Como dos buenos amigos, habíamos tratado de frenarla de mil maneras, pero no habíamos tenido éxito. Al final,
había terminado diciéndonos, que era peor si no estábamos de acuerdo, porque se iría y se lo haría sola. Al menos acompañándola, sabíamos que estaba segura.

Pero todo era relativo.
Apenas le atravesaron la piel con la aguja, los ojos de M ay se fueron para atrás y se desvaneció.

Pepe, que estaba al borde del vómito por la impresión, corrió y sujetándola por las mejillas intentó traerla de vuelta.

—M ay, M ay. – la sacudió, mientras yo por supuesto, gritaba como histérica y chillaba alguna incoherencia de los nervios.

M uy de a poco, vimos que parpadeaba y se sentaba.

—Es normal. – nos explicó la chica que la atendía. —Si supieran la cantidad de desmayos que veo. Ya se va a mejorar. Cómprenle una gaseosa con azúcar. – dijo
terminando su trabajo.

Salimos de allí, con una botellita de Coca en la mano, y admirando el nuevo complemento de mi amiga. Era precioso.
Dos pelotitas plateadas adornaban su abdomen.

—Es como en los 90. – dijo riéndose. —M e encanta.

—Estas loca. – dijo mi amigo negando con la cabeza.

Todo el drama olvidado, fuimos a ver las bandas otra vez.

En medio de tanto escándalo, no veíamos nada, así que nos movimos más adelante. Yo, que como toda persona petisa me perdía de la mitad de las cosas, busqué
una plataforma de vigilancia para treparme.

En algún momento, le calculé mal a uno de los escalones y me fui de cara al piso. Creo que mis piernas llegaron a elevarse por sobre mi cabeza mientras se me
arqueaba la espalda y aterrizaba de manera aparatosa.

Fue rapidísimo, y el ruido del golpe fue tremendo. Todos los que me rodeaban, se me quedaron mirando. A mí y a la nube de tierra que había levantado con
semejante caída.

La primera reacción de mis amigos, lógicamente fue reírse, como yo, que se me saltaban las lágrimas y todo.

Pero después vieron el estado de mi ropa y se quedaron serios. Se me habían abierto dos agujeros en las rodillas, que dejaban ver que tenía por debajo la piel
raspada.

—Ay Pau. – dijo Pepe agachándose para verme mejor. —Te hiciste mierda.

—No me duele. – mentí.

Resopló porque no me creía, y me hizo señas para que me subiera a su espalda. No le molestaba demasiado, porque como decía, yo era un gnomo, y no le pesaba
en lo más mínimo. Así que lo que quedó de la tarde y la noche, estuve en brazos de mi amigo, que me trasladó de un lado a otro hasta que nos subimos al micro de
regreso.

Así era nuestro amigo. Siempre cuidándonos. De todo y de todos.


Al otro día no podía mover el cuerpo. Tenía cardenales en cada centímetro de mi pequeño ser. Todavía podía recordar claramente como había rebotado y caído
como una bolsa de papas y un poco de risa me daba.

Por suerte, no teníamos clases, si no jornadas de la semana del estudiante, y nos iríamos temprano a casa.

A la noche, los chicos de 6to año organizaban una fiesta para recaudar fondos para la cena y el viaje de egresados. Y así tuviera que ir en muletas, iría.

En este estado, no podía lucir mis piernas, así que elegí la mejor calza que tenía junto con el top más bonito que había podido encontrar. De mis plataformas nadie
me bajaba. Pepe me miró de negando con la cabeza.

—No estás para semejantes zapatos. – me regañó.

—Estoy perfecta. – sonreí dando una vueltita.

M ay, se había puesto uno de sus vestidos más bonitos, que de alguna manera era una de sus armas para llamar la atención de Facu y vengarse. Estaba todavía muy
enojada por lo de Carlos Paz, y no se lo iba a perdonar así como así.

Llegamos al gimnasio, y como siempre, buscamos a nuestros compañeros para bailar.
Fede, apenas me vio, se acercó para saludarme. Ahora que éramos amigos, nos escribíamos seguido, pero ya no había insinuaciones en esos mensajes.
Verse en persona, era tan distinto.
Su media sonrisa pícara me hacía sentir de todo.

—Hola. – me besó en la mejilla, dándome un pequeño abrazo.

—Hola, Fede. – saludé haciendo como que no me importaba tanto. Se rió por lo bajo y se acercó un poco más.

—Después nos vemos. – me dijo al oído y se fue.

Como siempre, se iba.

Pepe que nos había visto, se acercó a mí y sacándome a bailar, me dijo.

—¿Otra vez? – yo entendía a que se refería, pero me quedé con cara confusa porque no quería admitirlo. —¿Te busca, se hace el lindo y después te deja tirada?

Apreté las mandíbulas y no le respondí. M e enojaba que tuviera razón.

—Perdón. – me dijo rápido mi amigo. —Pero es que no lo soporto.

Yo le sonreí para que supiera que lo perdonaba y estaba todo bien. Cuando en realidad quería llorar.

M ay, al lado nuestro, se había encontrado con Facu, y sin perder tiempo alguno, se pusieron a discutir.

Esta vez, mi amiga no estaba borracha, pero si furiosa. Le echó en cara absolutamente todo lo que le molestaba.

Unos minutos después, sentí que alguien tiraba de mi brazo con suavidad.
Fede.
Pepe me miró como preguntándome si quería que se fuera, y asentí despacito.

—¿Puedo bailar con ella? – le preguntó a mi amigo.

—Si, claro. – dijo éste, y se fue un poco más lejos para darnos privacidad.

M e tomó por las manos y nos movimos lentamente entre la gente. Sonaba “Lean On”, de M ajor Lazer, y era una canción más bien tranquila.

De nuevo, su perfume invadía todos mis sentidos y me dejaba tonta sin capacidad de reacción. Así como estábamos, tan cerca, y por mi estatura comparada con la
suya, mis ojos quedaban en línea recta con sus labios. Y no podía hacer otra cosa que mirarlos.

Quería probarlos, quería saber cómo se sentían.

A medida que la canción fue avanzando, él soltó mis manos, y con más confianza, las deslizó por mi cintura. Las pasaba por mi remera como una caricia muy
suavemente poniéndome a mil.

Lo abracé también, recorriendo sus hombros, sus brazos, su pecho. Era perfecto, y tenía un cuerpo musculoso y atlético. M e mordí los labios y sentí que me
miraba.

—No me tientes, amiga. – me dijo casi rozando el lóbulo de mi oído.

—Yo no hago nada. – le dije casi riéndome.

—No te hace falta. – se rió también. —Esas calzas me distraen. – me tomó de una mano y me hizo girar toda una vueltita completa hasta volver a abrazarme.
M e reí.

Cuando volví a mi lugar, no pude evitar ver a mis amigos, que me estaban mirando y discutían. No podía escuchar lo que decían, pero Pepe parecía molesto y
M ay... también.

Enojado, la dejó hablando sola y se metió entre la multitud. ¿Qué le pasaba? Nunca lo había visto actuar de esa manera. Para colmo de males, Facu, se le acercó y le
dijo algo al oído antes de irse también.

M ay, miró para todos lados, y corrió al baño con los ojos llorosos.
M e separé apenas de Fede y le dije al oído.

—Tengo que ir al baño, una amiga está mal. – señalé hacia la puerta y él asintió y me dijo que me esperaba en ese mismo lugar.
Cuando llegué, estaba hecha un mar de lágrimas.

—Amiga. – la abracé. —¿Qué pasó?

—Facu se enojó porque lo traté mal y ya no quiere salir conmigo. – sorbió por la nariz.
—Dice que no le gustan los dramas, ni todas esas cosas. – hizo un gesto
con la mano.

—¿Y con Pepe, qué pasó? – pregunté.

M e miró rara por un instante.

—¿Con Pepe? – asentí. —Ah, eso. – le quitó importancia. —No se banca a Fede y yo le decía que no era problema suyo. Se ofendió o yo que sé, y se fue. Ya se
le va a pasar.

Nos quedamos charlando, mientras mi amiga se desahogaba, y después decidimos que mejor volvíamos a casa. No nos quedaban ganas de estar en la fiesta. Le
mandé un mensaje a Fede, que al enterarse de los hechos, me entendió y me mandó besos. Y otro a Pepe, diciéndole que nos íbamos, pero no respondió.

Salimos a buscarnos un taxi y vimos a nuestro amigo apoyado en la pared, matándose a besos con Romi.

Bueno, eso explicaba por qué no contestaba.

Al llegar a casa, tenía un mensaje de Fede que me catapultó de vuelta a la nube en la que me había subido hacía un mes.


“Te extrañaba, Pau. Ser solamente amigos, fue la peor idea que tuve.” 

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