Mayo:
A
principios de M ayo, nos dieron las calificaciones de los exámenes. No eran
impresionantes, pero tampoco estábamos desaprobando. Excepto Pepe, que tenía
todo
con 8, 9 y 10.
—¿Cómo
puede ser que a vos te fue tan bien, si estudiamos juntos? – preguntó M ay
mirando la libreta una y otra vez.
—M
ientras ustedes están de novias, yo me quedo en mi casa estudiando. – se rió
encogiéndose de hombros.
Las
dos lo miramos sin creerle. Nunca se quedaba en su casa, estaba mintiendo.
—Es
injusto. – se quejó mi amiga. —Los músculos tendrían que atrofiarte el cerebro,
no hacerte más inteligente.
Nos
reímos.
A
ella no le había ido mal, pero le hubiera gustado empezar a levantar los
promedios. Se tomaría en serio los parciales y estudiaría sin Facu si hacía
falta.
Siempre
decíamos lo mismo a principio de clases. “Este año me pongo las pilas”, “Desde
ahora voy a ponerme a estudiar”, “Voy a levantar mis calificaciones y no
voy
a desaprobar ninguna”, y otras mentiras que en el fondo sabíamos nunca
cumpliríamos.
Los
días pasaban, y esa dedicación iba disminuyendo de a poquito y empezábamos a
cansarnos.
M
i curso tenía otras cosas en la cabeza. Todo lo relacionado con la cena de
Graduación o el viaje de Egresados era de lo único que se hablaba.
Si,
a veces se tocaba el tema de la
Universidad , pero todavía lo veíamos muy lejano.
Nosotros
habíamos seguido siendo los tres mejores amigos, que se sentaban al fondo de la
clase y estaban todo el día pegados por los costados como siameses. No
había
nada que no supiéramos del otro. Y eso, siempre había sido así, y había sido
genial. Pero ahora, no tanto.
M
ay nos tenía cansados con su hermosa historia de amor. Eran dos tortolitos con
Facu y parecía que mi amiga no tenía otro tema de conversación. Estaba
enamorada.
Yo,
seguía con Fede, y a veces hablaba de él, aunque era raro. No les caía bien a
mis amigos, y aunque hacían lo posible para disimular, me daba cuenta. De todas
maneras,
cuando hacía algún comentario, no era en plan “historia de amor” como M ay.
Teníamos
nuestros problemas, nuestras discusiones y yo seguía sintiendo que
algo
andaba mal conmigo por ponerme tantos peros en esa relación.
Ellos
me escuchaban y me comprendían como buenos amigos que eran, siempre.
Todo
era perfectamente normal, hasta mediados de ese mes.
Pedo
hacía unos días que venía actuando muy extraño.
No
contestaba a veces los mensajes por la tarde, y se iba sin contarnos a donde.
Ese
día en la escuela, supimos por qué.
Se
había puesto de novio con Barbie.
Nos
dio la noticia como si nada, y en el recreo fue hasta donde ella estaba, la
besó en los labios y se quedaron ahí en un rincón hablando, tomaditos de la
mano.
Pestañeé
varias veces y trague el nudo que se me había formado en la garganta. Reconocía
ese sentimiento, eran celos. Pero no sabía por qué los tenía.
Tal
vez se debiera a que mi amigo hacía años que perseguía a la chica con la que
ahora estaba, o porque ella era la más bonita del colegio, o... simplemente
porque
era
mi amigo, y me lo estaban quitando. Argh. Que asco. Quería vomitar.
Entre
tanto arrumaco de la nueva parejita, la semana se me había hecho eterna. Quería
que se terminara cuanto antes.
Ese
viernes, era la fiesta del colegio Jesús M aría, y era ya nuestra costumbre ir.
El año anterior nos habíamos emborrachado por primera vez, pero también había
sido
una de sus salidas más divertidas.
Para
seguir con la tradición, nos juntamos en casa de Pepe para prepararnos. No
había novios, solo nosotros tres. Fede, Facu y Barbie, irían por su cuenta, y
ya
luego
los encontraríamos allí.
Pusimos
música mientras nos maquillábamos y Pedro.. Bueno, Pedro, miraba el techo
aburrido.
Algunas
cosas nunca cambiaban.
—¿El
short o el vestido? – dijo M ay levantando las dos prendas.
—El
short. – opinó mi amigo. —Si te emborrachas y te caes de culo, no se te ve la
tanga. – resolvió como si fuera obvio.
M
ay lo miró con los ojos entrecerrados y le pegó un cachetazo en la nuca por
bruto.
—¿Para
qué me preguntas? – se rió. —Ese vestido es muy cortito. Ponete uno así como el
de Pau – me miró de arriba abajo.
M
i vestido era apenas más largo, pero más cerrado, así que parecía más sobrio.
Hasta que me daba vuelta.
—El
de Pau no tiene espalda y yo necesito ponerme corpiño. – meditó M ay
mordiéndose una uña.
M
i amigo levantó las manos, dándose por vencido.
—Ponete
el short, te vas a sentir más cómoda. – le sugerí. —Y en todo caso ponete el
corpiño de encaje con la remera de un hombro. – le señalé.
Una
vez listos, nos fuimos.
La
fiesta ya había empezado, así que buscamos a nuestros compañeros y bailamos.
Nos pasaron unos vasos para que tomáramos y no nos resistimos.
M
inutos más tarde, Barbie llegaba y se colgaba al cuello de mi amigo para
besarlo. Se había puesto una pollerita demasiado corta para mi gusto, pero
había que
aceptar
que estaba preciosa.
Facu
llegó un poco más tarde, y se puso a bailar con M ay y conmigo.
Le
mandé un mensaje a Fede, para saber cuánto le faltaba, pero no me contestó.
Genial.
Unas
horas después, aburrida de bailar con la parejita que quería estar a solas, me
fui con el resto de mis amigos y compartimos más bebidas. Barbie le bailaba a
Pepe
provocativamente y él sonreía y le decía algo al oído, abrazándola por la
cintura.
Nunca
lo había visto así.
Si,
había estado con chicas antes. Varias. Pero nunca lo había visto de novio.
Nunca demostraba demasiado interés por ninguna y siempre parecía que le deba lo
mismo.
Ahora con ella era distinto. Era extraño.
La
chica no paraba de tomar, y desde que la había visto, daba la impresión de
estar ya borracha. Iban a tener que cargarla hasta la salida. Tal vez, ...mi
amigo la
llevaría
a dormir a su casa. Como tantas veces habían hecho conmigo y M ay.
Hice
una mueca de disgusto. La cerveza que estaba tomando me hacía doler la panza,
así que dejé el vaso sobre la mesa y me levanté. M e encaminé a la puerta
dispuesta
a ponerle fin a la noche de mierda que estaba teniendo, cuando unos brazos
firmes me abrazaron por la cintura.
Giré
esperando encontrar a mi novio, que probablemente acabara de llegar, pero me
encontré con Pepe.
—Bailemos
antes de que te vayas. – me pidió. Y yo miré para todos lados, pero no veía a
su novia, así que me encogí de hombros y me sujeté a él para bailar.
Sonaba
“18 años” de Danny Romero y aunque no era el ritmo de cumbia que tanto le
gustaba bailar a mi amigo, se defendía. Yo siempre trataba de seguirlo.
El
solo se reía y me daba vueltas cantando.
Quedamos
apretados, su cuerpo contra el mío, a mi espalda y empezó como siempre, a hacer
payasadas.
—Es
que no puedo evitar... – me cantaba al oído. —Pegarme lento al bailar... – me
movió desde la cadera porque yo de repente me había quedado quieta en el lugar.
M e volteó de manera teatral, y sonriendo volvió a pegarse a mí, como decía la
canción.
Ni
puta idea que estaba pasando, pero me subió tanto calor que pensé que me iba a
prender fuego allí. La cerveza, seguramente.
M
e separé de él y salí casi corriendo a la puerta. Pepe se quedó mirándome sin
entender que me había pasado y me llamó un par de veces, pero yo no me di
vuelta.
Necesitaba aire.
Una
vez afuera, casi me choco con alguien.
—Peque...
– levanté la mirada para ver a mi novio, que recién estaba llegando. —¿Te ibas?
Perdón que llegue tarde. Estaba estudiando en lo de un compañero y me
quedé
sin batería en el celular.
En
mi cabeza era puro “bla, bla, bla”, sin sentido.
—¿Podemos
irnos de acá? Hace mucho calor adentro. – dije señalando el gimnasio.
—Vos
querías venir a esta fiesta. – me recordó, pero al ver mi gesto de
desesperación, me dijo. —¿Querés que vayamos a casa?
Asentí
y me subí a su auto a toda velocidad.
Sin
saber todavía que estaba haciendo, o qué me había poseído, me colgué a su
cuello apenas entramos a su cuarto. Sorprendido, casi tropieza y se tuvo que
sujetar
con
fuerza del marco de la puerta.
Una
vez que recobró el equilibrio, me tomó de los muslos y me alzó con una pierna
de cada lado de su cuerpo sin dejar de besarme. Caminó hasta la cama, en donde
me
dejó apoyada sobre mi espalda con cuidado. El, no tardó en ponerse encima y
bajar con sus besos por mi mandíbula y el cuello.
Cerré
los ojos, sintiendo las cosquillas de siempre, y me aferré a su espalda.
M
is manos cobraron vida propia, y comencé a desvestirlo.
Su
camiseta salió volando junto con sus zapatos y los míos.
Con
un gruñido, me giró y me sentó sobre él a horcajadas. El vestido no cedía, así
que lo subió y se sujetó a mis muslos mirándome. Los ojos le ardían y su pecho
subía
y bajaba por la respiración agitada. Lo notaba listo y tan pero tan excitado,
que mi corazón se disparó violento.
Puso
las manos entre nosotros, y comenzó a desprenderse el cinturón. El ruido
metálico de la hebilla me puso los pelos de punta.
Tomé
sus manos, temiendo que se enojara.
—Fede,
no. – dije muy bajito. Yo me hubiera enojado en su lugar.
Cerró
los ojos y soltó el aire por la boca. Su frente brillaba por el sudor y estaba
hecho un lío. Otra vez lo estaba dejando con las ganas.
—Todo
bien. – dijo después de un instante. —No te hagas problema, peque. – besó mis
labios con ternura y se levantó de la cama mientras se prendía nuevamente
el
cinturón. Lo vi entrar al baño y de verdad no entendí por qué seguía diciéndole
que no.
Su
espalda ancha y trabajada... sus brazos... como caían sus jeans en su cadera, y
la banda elástica que se alcanzaba a ver de su bóxer.
Seguía
pareciéndome lindo.
M
e gustaba.
M
ás que eso, lo quería.
Pero
de alguna manera todavía no podía ni pensar en querer hacer... más.
M
e tapé la cara con las manos. No debería haberlo besado así.
Haciéndole
pensar que...
M
ierda.
¿Cómo
es que M ay había hecho? Tendría que preguntarle. No pude evitar pensar que
para ella era diferente, porque se trataba de Facu. Pero... ¿Por qué tenía que
ser
diferente? Acaso yo, no amaba a mi novio también?
¿Estaba
enamorada?
La
cabeza no me paraba, y apenas Fede salió del baño, le pedí que me acompañara a
casa. M e había insistido para que me quedara a dormir con él, pero no quise.
M
e sentía una tonta por no animarme a tener sexo. Y me daba un poco de culpa que
él se portara tan lindo conmigo cuando yo no me comportaba bien con él.
Esa
noche, me la pasé dando vueltas en la cama, inquieta por los disparates que
estaba soñando. En todos, yo llegaba a casa de Fede, y como había ocurrido
realmente,
lo besaba. Con la diferencia que en mis sueños, siempre íbamos más allá.
Una
de esas veces, yo estaba sentada sobre él que me tenía sujeta por la cadera y
cuando miraba hacia abajo, no era su rostro el que veía.
Era
el de mi amigo Pedro
Justo
en ese momento, me desperté. Enredada en las sábanas y abanicándome el rostro
con una mano, totalmente acalorada.
M
e reí por lo loco y retorcido que era mi subconsciente, y me volví a dormir,
todavía sintiéndome rara.
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