Divina

Divina

jueves, 14 de julio de 2016

Divina Capitulo 7


Días después, había llegado la semana de exámenes. Fuimos sorteando uno por uno en un estado de nerviosismo que apenas nos dejaba comer. Bueno, a mí y a
M ay, porque a Pepe la ansiedad le abría el apetito y comía más de lo normal.

Por supuesto, no engordaba un gramo, así que podía darse el lujo de estar ansioso más seguido, que seguiría siendo, como decía M ay, una laucha.

Los resultados no estarían hasta el mes siguiente, pero ya podíamos presentir que no nos había ido tan mal.

No había sensación que se comparara a la que sentimos el día en que bajamos los lápices, al terminar y entregar el último examen. Y para la sorpresa de nuestra
profesora de Italiano, habíamos sido los 3 primeros en hacerlo.

Estábamos orgullosos con nosotros mismos.
Y lo que era mejor, ahora estábamos libres.
No nos pusimos a festejar como queríamos, por consideración. A Lucía le había ido muy mal, tanto que había dejado un par de respuestas en blanco, y ahora
estaba llorando en silencio, mientras su novio Simón la consolaba.

Nadie sabía muy bien qué decirle. Tampoco era tan grave, ya tendría tiempo de recuperarla.

A mí me había costado matemática e historia. Eran como siempre, las que más dolores de cabeza me daban. Pepe se había pasado horas explicándome logaritmos,
pero mi cabeza se negaba a entender algo. Al final, había terminado por esforzarme todo lo que podía y dejarlo librado al azar.

Durante ese examen, mi amigo me miraba cada tanto para ver si necesitaba ayuda, pero cuando se la pedí, -en silencio, obviamente- nos dimos cuenta de que no
eran iguales. La profesora había hecho Tema A y Tema B, para que no nos copiáramos.
No le bastaba con habernos hecho sentar a metros de distancia, también cambiaba todas las preguntas y se paseaba como un soldado entre los bancos para vigilar
que nadie hablara.

De todas maneras, otros compañeros más arriesgados, se las arreglaban para hacer trampa lo mismo. Se pasaban las hojas con descaro, haciendo algún ruido para
distraerla, o se ponían a revisar los apuntes sin que se diera cuenta.
Era hasta gracioso.

Y me hubiera reído, de no ser porque me estaba yendo como la mierda.

Días después, estábamos preparándonos para la primera fiesta del año. La fiesta del colegio San José.
Asistiría todo el mundo, y nosotros no podíamos faltar.

Con M ay nos pasamos horas arreglándonos, y habíamos quedado divinas.
Si bien ya había empezado a hacer un poco de frío, nosotras nos fuimos de vestiditos cortos sin mangas a riesgo de pescar una pulmonía. De todas formas, dentro
del gimnasio de la escuela, haría calor. Lo sabíamos.

Nos maquillamos, bajo la atenta mirada de Pepe que nos decía que las mujeres que no se pintaban eran más lindas.

—Si no usa maquillaje, entonces es puro Photoshop. – dijo M ay mientras se aplicaba la tercera capa de rímel.

—¿Eso que te hacés no duele? – me preguntó viéndome arquear mis pestañas con la pinza.

—No. – le mostré que tenía gomitas y que no había que hacer mucha presión. —¿Querés probar?

Se encogió de hombros.

—Dale. – esta era otra de esas oportunidades en las que tener un amigo varón servía para utilizarlo como conejito de indias. —Pero no me pongan el coso negro. –
se refería a la máscara de pestañas, claro.

—Vos tranqui. – le dije mientras le cerraba un ojo y atrapaba sus pestañas en el arqueador. —Un poquito en el otro ojo...

Golpearon la puerta y M ay la abrió.
La cara de mi papá fue todo un poema. El pobrecito de Pedro, entre dos mujeres. Una que le arqueaba las pestañas, y la otra que le tapaba los granitos de la frente
con paciencia.

—No es lo que parece, Miguel. – dijo riéndose.

—No sé, Pepe. – se burló mi papá. —Y yo que pensaba invitarte a la cancha el domingo...

Después de mucho reírnos, nos llevaron al colegio San José.
La fiesta ya había comenzado, y Pepe resoplando, nos echó la culpa de haber demorado tres horas en arreglarnos.

Fuimos a donde estaban nuestros compañeros, y sin perder tiempo, nos pusimos a bailar. Las parejitas que se habían formado en mi cumpleaños, ya habían
encontrado un rincón y se habían aislado del resto rápidamente.

Y nosotros, entre bromas y risas, nos fuimos adentrando todos juntos al centro del gimnasio que era donde se bailaba.

Con M ay, nos tomamos de la mano, y nos movimos juntas. Nos encantaba bailar, porque nos sincronizábamos perfectamente. Al margen de que aprendíamos las
coreografías de todos los videos que veíamos, pero de eso nadie se enteraría nunca.

Ella se tomaba el cabello, que según le habíamos dicho era su mayor arma de seducción, y lo sacudía con gracia.

Yo buscaba por todo el lugar con la mirada para ver si Fede había ido. Trataba de disimular, pero quería verlo, aunque fuera de la mano de Belu.

Pepe, estaba bailando con una chica de otro cole y se reía de vez en cuando. Le hice señas a mi amiga, y ella que también lo había visto, me levantó el pulgar.
Pero nuestra alegría no duró mucho. A los pocos minutos lo teníamos de vuelta con nosotras.

—¿Qué pasó? – le preguntamos.

El, sin decir nada, se encogió de hombros, y nos agarró de las manos para bailar.

Una hora después, Facu, llegó hasta donde estábamos y nos saludó. Se quedó cinco minutos, y cuando se aburrió, se llevó a M ay con él por ahí, tomada de la
cintura.

Con Pepe nos miramos resignados, pero no dejamos de bailar. Una canción tras otra.

—¿Ves? – me dijo casi a los gritos para que lo escuchara a través de la música que sonaba. —Si ahora cualquiera de los dos se va con alguien, el otro queda solo.
Tuve que aceptar que tenía razón.

—No, solo no. – señalé a donde estaban los demás chicos del curso.

—Da igual. – se rió. —No vamos a ser los tres para siempre.

—¿No te alegras por M ay? – le pregunté. —¿Es que a vos no te gustaría estar con Barbie?

—Claro. – dijo. —M e alegro por ella, y obvio que me gustaría estar con Barbie, pero no estaría bueno que te quedes sola.

—Yo puedo estar con Fede y dejarte solo a vos también... – dije un poco ofendida de que no considerara la posibilidad, aunque en el fondo sabía que no existía
una.

—Y tampoco estaría bueno. – dijo él sin percatarse de mi tono.

—No pensemos en eso ahora. – hice un gesto con la mano. —Es probable que nos quedemos los dos solterones y nos estamos preocupando al pedo.

Se rió a carcajadas mientras me daba la razón.

Empezó a sonar Perdóname de Deorro, y levantamos las manos para bailar. La canción nos encantaba, y últimamente siempre la escuchábamos.

Estábamos en pleno baile, concentradísimos los dos, cuando lo vi pasar. Fede.
No había ido con la lagarta de la novia. Estaba con los amigos.

Lo seguí con la mirada, probablemente echando rayos de calor por las pupilas, porque pareció sentirlos y se dio vuelta. Fue cosa de un segundo, pero a mí me
pareció una eternidad.

Nuestros ojos se encontraron y él, sonriendo de manera encantadora, asintió siguiendo el ritmo de la canción que yo estaba bailando.

¿Estaba bailando todavía? Ya ni me acordaba.

Casi demasiado pronto, el hechizo se rompió y él siguió camino con su grupo alejándose de ahí.

El corazón me iba a mil por hora.

De ahí en más, arrastré a mi amigo para bailar siempre cerca de donde veía que iba Fede. En otras palabras, me la pasé siguiéndolo toda la noche.

Pero nuestras miradas no habían vuelto a coincidir.

Por lo menos, no lo había visto con ninguna chica. Y aunque seguramente me tendría que haber molestado lo fiel que era con su novia, yo estaba feliz de que no se
acercara a nadie más.

La cabeza me iba a mil por hora, y mi pobre amigo, me había tenido que aguantar, porque como M ay no estaba, no tenía a quien hablarle al respecto.

¿Por qué no habría venido con la novia? ¿Se habría peleado con Belu? ¿Ella lo habría dejado? ¿La habría dejado él? ¿Viste como me sonrió? ¿Y cómo me miró?

Pepe no tenía respuesta para muchas de esas preguntas, pero me las contestaba para complacerme, o para que me callara. Como fuera, yo feliz.


Al otro día, nos juntamos en la casa de M ay para contarnos todo lo que había ocurrido.
Ella se la había pasado besando a Facu toda la noche, y tenía una marca roja en el cuello. Un chupetón en toda regla.

—Esos que se hacen los tímidos, son los peores. – comentó mi amigo riéndose, ayudándola a taparse la marca para que sus padres no la vieran.

Nos reímos y nos burlamos del pobre chico al que ya no podíamos seguir diciéndole “tortuga”.

Pepe, no había querido contarnos nada de la chica con la que había bailado. Siempre tan reservado. Así la hubiera besado, estaríamos meses para hacérselo
confesar.

Lógicamente, como correspondía, después fue mi turno para relatar los casi hechos con Fede.

M ay, como buena amiga que era, festejó conmigo emocionada.

De más está decir que la canción de Deorro, si antes me gustaba, pasó a ser mi favorita, y ahora la escuchaba todos los días acordándome de Fede y de ese

momento que habíamos vivido. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario