Días después, había llegado la semana de exámenes. Fuimos
sorteando uno por uno en un estado de nerviosismo que apenas nos dejaba comer.
Bueno, a mí y a
M ay, porque a Pepe la ansiedad le abría el apetito y comía
más de lo normal.
Por supuesto, no engordaba un gramo, así que podía darse el
lujo de estar ansioso más seguido, que seguiría siendo, como decía M ay, una
laucha.
Los resultados no estarían hasta el mes siguiente, pero ya
podíamos presentir que no nos había ido tan mal.
No había sensación que se comparara a la que sentimos el día
en que bajamos los lápices, al terminar y entregar el último examen. Y para la
sorpresa de nuestra
profesora de Italiano, habíamos sido los 3 primeros en
hacerlo.
Estábamos orgullosos con nosotros mismos.
Y lo que era mejor, ahora estábamos libres.
No nos pusimos a festejar como queríamos, por consideración.
A Lucía le había ido muy mal, tanto que había dejado un par de respuestas en
blanco, y ahora
estaba llorando en silencio, mientras su novio Simón la
consolaba.
Nadie sabía muy bien qué decirle. Tampoco era tan grave, ya
tendría tiempo de recuperarla.
A mí me había costado matemática e historia. Eran como
siempre, las que más dolores de cabeza me daban. Pepe se había pasado horas
explicándome logaritmos,
pero mi cabeza se negaba a entender algo. Al final, había
terminado por esforzarme todo lo que podía y dejarlo librado al azar.
Durante ese examen, mi amigo me miraba cada tanto para ver
si necesitaba ayuda, pero cuando se la pedí, -en silencio, obviamente- nos
dimos cuenta de que no
eran iguales. La profesora había hecho Tema A y Tema B, para
que no nos copiáramos.
No le bastaba con habernos hecho sentar a metros de
distancia, también cambiaba todas las preguntas y se paseaba como un soldado
entre los bancos para vigilar
que nadie hablara.
De todas maneras, otros compañeros más arriesgados, se las
arreglaban para hacer trampa lo mismo. Se pasaban las hojas con descaro,
haciendo algún ruido para
distraerla, o se ponían a revisar los apuntes sin que se
diera cuenta.
Era hasta gracioso.
Y me hubiera reído, de no ser porque me estaba yendo como la
mierda.
Días después, estábamos preparándonos para la primera fiesta
del año. La fiesta del colegio San José.
Asistiría todo el mundo, y nosotros no podíamos faltar.
Con M ay nos pasamos horas arreglándonos, y habíamos quedado
divinas.
Si bien ya había empezado a hacer un poco de frío, nosotras
nos fuimos de vestiditos cortos sin mangas a riesgo de pescar una pulmonía. De
todas formas, dentro
del gimnasio de la escuela, haría calor. Lo sabíamos.
Nos maquillamos, bajo la atenta mirada de Pepe que nos decía
que las mujeres que no se pintaban eran más lindas.
—Si no usa maquillaje, entonces es puro Photoshop. – dijo M
ay mientras se aplicaba la tercera capa de rímel.
—¿Eso que te hacés no duele? – me preguntó viéndome arquear
mis pestañas con la pinza.
—No. – le mostré que tenía gomitas y que no había que hacer
mucha presión. —¿Querés probar?
Se encogió de hombros.
—Dale. – esta era otra de esas oportunidades en las que
tener un amigo varón servía para utilizarlo como conejito de indias. —Pero no
me pongan el coso negro. –
se refería a la máscara de pestañas, claro.
—Vos tranqui. – le dije mientras le cerraba un ojo y
atrapaba sus pestañas en el arqueador. —Un poquito en el otro ojo...
Golpearon la puerta y M ay la abrió.
La cara de mi papá fue todo un poema. El pobrecito de Pedro,
entre dos mujeres. Una que le arqueaba las pestañas, y la otra que le tapaba
los granitos de la frente
con paciencia.
—No es lo que parece, Miguel. – dijo riéndose.
—No sé, Pepe. – se burló mi papá. —Y yo que pensaba
invitarte a la cancha el domingo...
Después de mucho reírnos, nos llevaron al colegio San José.
La fiesta ya había comenzado, y Pepe resoplando, nos echó la
culpa de haber demorado tres horas en arreglarnos.
Fuimos a donde estaban nuestros compañeros, y sin perder
tiempo, nos pusimos a bailar. Las parejitas que se habían formado en mi
cumpleaños, ya habían
encontrado un rincón y se habían aislado del resto
rápidamente.
Y nosotros, entre bromas y risas, nos fuimos adentrando
todos juntos al centro del gimnasio que era donde se bailaba.
Con M ay, nos tomamos de la mano, y nos movimos juntas. Nos
encantaba bailar, porque nos sincronizábamos perfectamente. Al margen de que
aprendíamos las
coreografías de todos los videos que veíamos, pero de eso
nadie se enteraría nunca.
Ella se tomaba el cabello, que según le habíamos dicho era
su mayor arma de seducción, y lo sacudía con gracia.
Yo buscaba por todo el lugar con la mirada para ver si Fede
había ido. Trataba de disimular, pero quería verlo, aunque fuera de la mano de
Belu.
Pepe, estaba bailando con una chica de otro cole y se reía
de vez en cuando. Le hice señas a mi amiga, y ella que también lo había visto,
me levantó el pulgar.
Pero nuestra alegría no duró mucho. A los pocos minutos lo
teníamos de vuelta con nosotras.
—¿Qué pasó? – le preguntamos.
El, sin decir nada, se encogió de hombros, y nos agarró de
las manos para bailar.
Una hora después, Facu, llegó hasta donde estábamos y nos
saludó. Se quedó cinco minutos, y cuando se aburrió, se llevó a M ay con él por
ahí, tomada de la
cintura.
Con Pepe nos miramos resignados, pero no dejamos de bailar.
Una canción tras otra.
—¿Ves? – me dijo casi a los gritos para que lo escuchara a
través de la música que sonaba. —Si ahora cualquiera de los dos se va con
alguien, el otro queda solo.
Tuve que aceptar que tenía razón.
—No, solo no. – señalé a donde estaban los demás chicos del
curso.
—Da igual. – se rió. —No vamos a ser los tres para siempre.
—¿No te alegras por M ay? – le pregunté. —¿Es que a vos no
te gustaría estar con Barbie?
—Claro. – dijo. —M e alegro por ella, y obvio que me
gustaría estar con Barbie, pero no estaría bueno que te quedes sola.
—Yo puedo estar con Fede y dejarte solo a vos también... –
dije un poco ofendida de que no considerara la posibilidad, aunque en el fondo
sabía que no existía
una.
—Y tampoco estaría bueno. – dijo él sin percatarse de mi
tono.
—No pensemos en eso ahora. – hice un gesto con la mano. —Es
probable que nos quedemos los dos solterones y nos estamos preocupando al pedo.
Se rió a carcajadas mientras me daba la razón.
Empezó a sonar Perdóname de Deorro, y levantamos las manos
para bailar. La canción nos encantaba, y últimamente siempre la escuchábamos.
Estábamos en pleno baile, concentradísimos los dos, cuando
lo vi pasar. Fede.
No había ido con la lagarta de la novia. Estaba con los
amigos.
Lo seguí con la mirada, probablemente echando rayos de calor
por las pupilas, porque pareció sentirlos y se dio vuelta. Fue cosa de un
segundo, pero a mí me
pareció una eternidad.
Nuestros ojos se encontraron y él, sonriendo de manera
encantadora, asintió siguiendo el ritmo de la canción que yo estaba bailando.
¿Estaba bailando todavía? Ya ni me acordaba.
Casi demasiado pronto, el hechizo se rompió y él siguió
camino con su grupo alejándose de ahí.
El corazón me iba a mil por hora.
De ahí en más, arrastré a mi amigo para bailar siempre cerca
de donde veía que iba Fede. En otras palabras, me la pasé siguiéndolo toda la
noche.
Pero nuestras miradas no habían vuelto a coincidir.
Por lo menos, no lo había visto con ninguna chica. Y aunque
seguramente me tendría que haber molestado lo fiel que era con su novia, yo
estaba feliz de que no se
acercara a nadie más.
La cabeza me iba a mil por hora, y mi pobre amigo, me había
tenido que aguantar, porque como M ay no estaba, no tenía a quien hablarle al
respecto.
¿Por qué no habría venido con la novia? ¿Se habría peleado
con Belu? ¿Ella lo habría dejado? ¿La habría dejado él? ¿Viste como me sonrió?
¿Y cómo me miró?
Pepe no tenía respuesta para muchas de esas preguntas, pero
me las contestaba para complacerme, o para que me callara. Como fuera, yo
feliz.
Al otro día, nos juntamos en la casa de M ay para contarnos
todo lo que había ocurrido.
Ella se la había pasado besando a Facu toda la noche, y
tenía una marca roja en el cuello. Un chupetón en toda regla.
—Esos que se hacen los tímidos, son los peores. – comentó mi
amigo riéndose, ayudándola a taparse la marca para que sus padres no la vieran.
Nos reímos y nos burlamos del pobre chico al que ya no
podíamos seguir diciéndole “tortuga”.
Pepe, no había querido contarnos nada de la chica con la que
había bailado. Siempre tan reservado. Así la hubiera besado, estaríamos meses
para hacérselo
confesar.
Lógicamente, como correspondía, después fue mi turno para
relatar los casi hechos con Fede.
M ay, como buena amiga que era, festejó conmigo emocionada.
De más está decir que la canción de Deorro, si antes me
gustaba, pasó a ser mi favorita, y ahora la escuchaba todos los días acordándome
de Fede y de ese
momento que habíamos vivido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario