Noviembre:
Había llegado el mes de los últimos parciales. Pero
estábamos tan ocupados en otros asuntos, que la verdad es que les prestamos
poca atención.
Ni siquiera pasábamos ya las tardes juntos, ni nos habíamos
organizado como en otras oportunidades para estudiar.
M ay, se iba todos los días a casa de Facu con esa excusa, y
nos invitaban, pero con Pepe sabíamos
que esos dos lo que menos querían hacer era ponerse a leer
los libros de la escuela, así que no íbamos.
Nosotros dos solos si nos reuníamos, pero tampoco hacíamos
mucho. Siempre nos poníamos a comer algo, después desplegábamos todos los
apuntes,
empezábamos a resumir, pero no llegábamos a nada.
Volaba una mosca, y era suficiente para distraernos.
Nos poníamos a charlar de cualquier cosa, y eso terminaba
con los dos mirando videos graciosos en YouTube o en Facebook.
Podríamos haber estudiado cada uno por su lado, pero no
queríamos. M i amigo me había hecho ver que ya no pasábamos tanto tiempo los
tres, y me extrañaba.
—Es el único momento que puedo estar con vos que no sea en
clases. – me dijo enfurruñado. —En los recreos siempre te vas con Fede.
—No me digas a mí sola. – me quejé. —M ay hace lo mismo y se
va con Facu.
—No es cierto. – me retrucó. —Ella trae a Facu con nosotros.
M e quedé pensativa. Tenía razón.
—Bueno, entonces lo traigo a Fede con nosotros la próxima
vez.
—M ejor no. – contestó rápidamente.
Lo miré ceñuda, y se explicó.
—Nada personal, pero no tengo ganas de ser su amigo. – me
molesté al instante.
—No lo conoces. – lo defendí. No me gustaban los prejuicios,
y mi amigo lo estaba juzgando sin saber.
—Lo conozco lo suficiente. – puse los ojos en blanco y él se
mordió el labio un poco arrepentido. —No te enojes, perdón.
—Ya está. No me enojo. – dije, aunque de mala manera. —Pero
no sabes nada de él.
M i amigo levantó los brazos en señal de rendición, y me
hizo un gesto con la cara para hacerme reír.
—Ya fue, Pau. No voy a hablar más de él. Te prometo. – me
sujetó por el brazo para que no me fuera. —¿M e perdonas?
Todavía haciéndome la dura, disimulé la sonrisa que se me
formaba en el rostro. No iba a pelearme con mis amigos por nadie del mundo.
—Si, te perdono. – cambiamos de tema, un par de sonrisas, un
par de chistes y todo quedaba olvidado.
Claro está, que esa tarde tampoco estudiamos nada.
La semana de parciales, nos encontró más dispersos todavía.
Fede, que también tenía que estudiar, elegía la tarde para mandarme
mensajes y a la noche, me llamaba.
—Tenía ganas de escucharte un rato, pequeña. – me
decía.
—Yo también. – me reí. —¿Qué estás haciendo?
—Tendría que estar estudiando Física. – hizo un
silencio. —Pero la verdad, estaba pensando en vos y no me podía concentrar.
No podía verme, porque estábamos hablando por teléfono, pero
yo tenía una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Qué pensabas? – quise saber.
—En lo mucho que me gustan nuestras charlas. – dijo
en voz baja, poniéndome la piel de gallina. —... y tus besos, me gustan
todavía más.
—¿Si? – tenía ganas de ponerme a saltar.
—Salgo temprano después del parcial de Historia. Es el
último, y no tenemos Inglés después porque la profesora no va. – le conté.
—¿Querés que nos veamos? – ¿De verdad tenía que
preguntar? —Después podemos ir juntos a la tarde a buscar las notas.
Al ser los últimos exámenes del año, las notas estaban ese
mismo día a las siete, y quienes no adeudaban ninguna materia, ya podían
considerarse de vacaciones. Si,
había que cursar hasta diciembre, pero ya sin tener que
estudiar.
Por supuesto, acepté su invitación y solté mi libro de
Historia.
Al saber que al día siguiente saldría con Fede, no podía
seguir leyendo sobre todos los presidentes que habíamos tenido en los periodos
de democracia. Imposible.
No me concentraría lo suficiente para recordar los nombres.
M ay y Pepe se sentaron a mi lado en el parcial, porque
sabían que yo no había estudiado.
Habían intentado dictarme algunas respuestas, pero era poco
lo que había podido hacer. La modalidad de la evaluación era a desarrollar. Por
lo tanto teníamos tres
preguntas fundamentales, y teníamos que escribir todo lo que
sabíamos del tema.
El problema es que cuando se sabe muy poco, no hay mucho
para escribir.
Hice el intento, pero ya empezaba a notarse las vueltas que
daba para decir lo mismo. Creo incluso que llegué a inventar algunos datos, o
cambié los años de los
sucesos. Había sido un completo desastre.
Y no me importaba.
Todos a la salida, estaban comparando sus respuestas y a mí
no me sonaba nada de lo que decían.
—Y la pregunta cinco era la más fácil. – dijo mi amiga. M e
quedé mirándola.
—¿Pregunta cinco? ¿No eran tres? – todos me miraron
horrorizados.
—Paula, había tres preguntas más del otro lado de la hoja. –
Pepe se tapó el rostro con las dos manos. —No me digas que sos tan boluda y no
las viste.
Y estallé a risotadas. Estaba bien jodida.
—Bueno, esperemos que tengas las tres que hiciste perfectas.
– me consoló M ay. —Valía cada una dos puntos.
M ás risotadas.
—M e voy olvidando de mis vacaciones. – dije cuando pude
hablar.
M is amigos me miraron negando con la cabeza, a ellos al
parecer, no les hacía tanta gracia.
—Hola, pequeña. – dijo Fede, que acababa de llegar para
buscarme. —¿De qué te estabas riendo tanto? – me preguntó antes de darme un
piquito.
—De que me llevo Historia. – contesté tratando de contener
la risa.
—¿Y eso es tan divertido? – se rió levantando una ceja.
Negué con la cabeza al ver que mis amigos ponían los ojos en
blanco.
—Tiene un sentido del humor bastante raro. – le explicó mi
amiga.
—M e di cuenta. – reconoció sonriendo. Por las
conversaciones que teníamos a diario, ya me iba conociendo un poco. —Y me
encanta. – me susurró para que solo
yo lo escuchara.
Le sonreí con dulzura, y tras despedirnos de todos, nos
fuimos caminando.
—¿Dónde vamos? – pregunté.
—A casa. – me frené en seco en plena vereda. —No pienses
nada raro. M is viejos tenían que hacer unos trámites y me dejaron a Gabriel.
¿Te gustaría hacer de
niñera conmigo?
—¿Niñera? – me reí. No era lo que tenía en mente, pero
bueno...
—No me avisaron nada. Ahora se deben estar yendo. – se
encogió de hombros. —Si no querés, te acompaño a tu casa. No lo puedo dejar
solo al enano.
—No, no. Claro. – seguí caminando. —M e encantaría hacer de
niñera con vos.
M e guiñó un ojo con su media sonrisa. No lo había notado,
pero con ese gesto se le marcaba un hoyuelo perfecto en la mejilla. El corazón
me dio un vuelco.
Por lo mucho que habíamos hablado, sabía que amaba a su
pequeño hermano, y más de una vez, era él quien se hacía cargo de que hiciera
la tarea, se bañara,
ordenara su cuarto... hasta le cocinaba. Su padre nunca estaba
en casa, y su madre, estaba ocupada en otros asuntos.
Apenas llegaron, se encontraron con la casa vacía y un niño
de ojos azules y cabello rubio sentado solo en la mesa. Fede frunció el ceño.
—¿Hace mucho que se fueron? – el pequeño asintió.
—M e dijeron que te espere, que ya venías. – se levantó y se
abrazó a su hermano antes de irse a prender los dibujitos en la sala.
Fede, dejó las llaves en la mesa y me guío hasta la cocina.
Una vez adentro, abrió la heladera y sacó unas gaseosas.
—No puedo creer que lo dejaran solo. – dijo entre dientes.
—Dos segundos me podrían haber esperado.
Sin saber que decir, me moví incómoda hasta que me alcanzó
una de las Cocas.
—Ya estamos acá. – le sonreí. —¿Qué tenés ganas de comer?
Vimos dentro de la heladera y tratando de sonreír, me
respondió.
—¿Tenés ganas de hace de cocinera, conmigo? – sonreí y
asentí con la cabeza.
—Perfecto. – con mucho cuidado fue sacando ingredientes y
posándolos sobre la mesada. Cebollas, pimientos, unas tortillitas, y una bandeja
con pollo
deshuesado. —Fajitas de pollo.
—Que rico. – comenté sujetándome la barriga.
—¿Tenés hambre, pequeña? – se rió cuando le dije que si.
Abrió una alacena, y detrás de una lata había chocolates. —Los escondemos de
Gabriel. – me explicó.
—Gracias. – mordí el dulce y por poco se me van los ojos
para atrás. Amaba el chocolate, y con el hambre que tenía, era lo mejor que me
había pasado en el día.
—M mm... – dijo él también, probando el suyo. —Creo que
podría vivir a chocolate, sin problemas.
—Y yo. – balbuceé con la boca llena. El se rió y rozándome
la mejilla con los nudillos, se acercó para darme un besito.
Un besito que se hizo besazo en cuestión de segundos. De
esos en los que terminamos abrazados y apretados contra una de las paredes. Sus
labios sabían
deliciosos, y sus dedos presionando mi cintura, me estaban
haciendo perder el control.
Sentía todo el peso de su cuerpo sobre el mío, y eso no
podía compararse con nada.
Corrigiendo lo de antes, esto era lo mejor que me había
pasado en el día.
Cocinamos hablando de todo un poco, entre risas y besos. M
uchos besos. Y cuando tuvimos todo listo, lo servimos en la mesa orgullosos de
nuestra creación.
De hecho, le sacamos un par de fotos para subirlas a
Instagram y Facebook. Habían quedado preciosas.
Gabriel comía desesperado haciendo un desparramo por su
plato, la mesa y ya que estaba, el piso. M e gustó que Fede en lugar de
regañarlo, lo dejó ser. Le
dábamos charla y él contento de sentirse incluido, nos contó
que en unos días llevarían a todo su grado a ver una obra al teatro.
Al terminar de comer, levantó los platos y se fue a lavar
los dientes para dormir la
siesta.
—¿Siempre es tan obediente? – le pregunté a Fede en
susurros.
El negó con la cabeza mientras sonreía.
—Solamente cuando se queda conmigo. – se encogió de hombros.
—Nos organizamos cuando no están. El se siente un nene grande ayudando, y yo
puedo hacer
mis cosas mientras él también tiene su rutina. M ás tarde,
toma la merienda y después hace la tarea del colegio.
—¿Y vos lo ayudas? – le sonreí enternecida.
—A veces, si. – me tomó de las manos y me llevó al sillón.
M e acomodó entre sus brazos y me besó en la coronilla.
—M is viejos se están separando. – confesó. —Yo ya me lo
esperaba desde hace años, pero para Gabi, es más difícil.
—¿Ya lo sabe? – pregunté con el corazón encogido.
—Si, se lo dijeron hace unos días. – suspiró. —M i papá se
va a ir de casa a fines del verano y querían prepararlo para que no sufriera de
golpe.
—Claro. – me abracé más a él. —Pobrecito. Tiene suerte de
tenerte como hermano.
M e devolvió el abrazo con fuerza.
—M e preocupa que va a pasar con él cuando me vaya a
Bariloche. – me acarició la espalda distraído. —A veces pienso que lo mejor es
que me quede.
Lo miré a los ojos.
—Es tu viaje de egresados. – él bajó un poco la mirada. —¿No
se puede quedar con tu mamá?
—Si, pero es... complicado. – apoyó la cabeza con cansancio.
—Seguramente no le de bola, y sé que me va a extrañar.
—Fede, vos no tenés por qué cargar con esa responsabilidad.
– me senté más derecha y pasé mis manos por detrás de su cabeza. —Sos el
hermano... y tenés 17
años nada más...
Se rió y me besó muy despacio.
—¿De qué te reís? – pregunté.
—No le había contado esto a nadie. Ni siquiera a mis mejores
amigos. – dijo sorprendido.
—Pensé que yo era tu amiga. – bromeé.
—Sos un poco más de eso, Pau. – me tomó por la cintura y
buscó mi boca para besarme. —Esperá. – me quedé en el lugar algo desconcertada,
hasta que se sacó el
celular del bolsillo, tocó varias veces la pantalla y
después lo dejó en la mesita que estaba al lado. —Ahora sí.
Reconocí la canción que estaba sonando al instante. “The Only One” de The Black Keys.
Esta vez fui yo la que me abalancé y tomé su boca.
Estábamos los dos, tomados de la mano en la escuela mirando
nuestras calificaciones. Fede había aprobado todo, y además con notas
sobresalientes. Estaba
impresionada, y se lo demostré felicitándolo con un par de
besos más.
Cuando vimos las mías, nos quedamos callados. En todas las
materias había bajado el promedio de manera desastrosa. ¿Y lo peor? M e llevaba
M atemáticas, y
como no... Historia. En la primera me había sacado un 5, y
en la segunda un 2.
M e tapé la boca para no reírme.
—Vas a necesitar un maestro particular. – susurró en mi
oído.
—¿Conoces a uno? – pregunté.
El se llevó una mano al pecho y se hizo el ofendido.
—Si conozco...? – y después me sonrió. —Yo, peque. Yo te voy
a enseñar.
M e abrazó y me besó detrás de la oreja haciéndome reír por
las cosquillas.
Ahora ya no me molestaba tanto quedarme sin vacaciones...
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