Diciembre:
(Antes
de Bariloche)
Los
primeros días del mes, nos la pasamos juntos. No nos despegábamos ni a sol ni a
sombra. Lo acompañaba a sus partidos de fútbol, y él se quedaba todas las
tardes conmigo a ver los programas que me gustaban en la tele.
Cosa
que antes ya hacíamos como amigos, pero ahora tenían algunos condimentos
especiales también.
Como
era el hecho de que ignoráramos la pantalla y nos dedicáramos exclusivamente a
besarnos con la tele de fondo.
Esos
momentos se habían vuelto mis favoritos del día. Todo desaparecía y estábamos
solos los dos y no importaba nada más.
Siempre
empezábamos solo con un abrazo, luego algún besito inocente, y terminábamos
enredados en el sillón en un lío de piernas y brazos, y respiraciones jadeantes.
Con solo sentir el perfume de su cuello, alcanzaba para querer tomar su cabello
con violencia y pegarme a su cuerpo.
Nunca
había sentido esa necesidad, pero era como si quisiéramos fundirnos con el otro
y no pudiéramos. Era frustrante a la vez emocionante, y si... caliente.
Aunque
estuviéramos compenetrados y muy en nuestro momento, los oídos eran como
antenas, que cuando percibían que alguien se acercaba a la sala, nos ponían
alerta y rápido nos sentábamos correctamente.
Mis padres no eran tontos. Se nos notaba desde lejos, pero al menos frente a
ellos, nos controlábamos.
En
casa de Pepe, las cosas eran muy diferentes.
Sus
padres, no estaban en todo el día, y no teníamos que tener tantos cuidados.
No
habíamos hablado del tema, y me ponía algo nerviosa. Sabía que llegaría el día
que él quisiera ir más allá y yo... Yo nunca estaba lista al parecer.
Con
Fede habían pasado meses, y nunca me había sentido preparada. No habíamos
sacado el tema del sexo, pero estaba ahí. Sobre todo cuando nos quedábamos en
su casa y después almorzar, nos íbamos a “dormir la siesta”.
No
dormíamos nada.
Eran
puras excusas para ir a abrazarnos a su cama.
Me daba cuenta de que algunas veces, se nos iba de las manos, y mi novio, no era
de madera. Íbamos a tener que bajar la velocidad o terminaría siendo
complicado.
Y
ese, no era el único tema del que no hablábamos.
El
hecho de que Pepe se iba en dos meses a España, parecía ser una charla
pendiente, pero ninguno estaba dispuesto a ser el primero en mencionarlo.
Nos
habíamos declarado nuestro amor, nos habíamos puesto de novios, pero en el
fondo, existía la duda.
¿Hasta
cuando estaríamos juntos si él se iba? ¿Seguiríamos saliendo pero a distancia?
Y lo más grave de todo. ¿Cómo iríamos a quedar después de esa despedida?
No
quería pensar en eso, porque me destrozaba.
Quería
disfrutar lo que teníamos, porque no se comparaba a nada de lo que había
sentido.
Y
por ahora, prefería imaginarme que sería para siempre.
La
noche de navidad, mis padres habían organizado una cena para la familia por
todo lo alto, y claro, ahora que Pepe
era mi novio, también iba a asistir.
Para
que el pobre no se sintiera tan intimidado, yo había invitado también a May y
Facu, que llegaron puntuales, y con más comida.
Mi madre no cocinaba, pero había comprado comida hecha para la ocasión, para un
grupo de 50 personas.
No
llegábamos a 20, y muchos eran niños o bebés que no iban a comer lo que el
resto. Había dispuesto todo en el jardín, al que había iluminado especialmente.
Una
vez en la mesa, la conversación empezó a fluir entre los adultos, y nosotros,
en nuestro mundo, molestábamos o hacíamos pavadas.
A
medida que nuestras risas se fueron haciendo más ruidosas y molestas, mi padre
decidió integrarnos en su charla para ver si nos calmábamos.
—May. – miró a mi amiga con una sonrisa afectuosa. —¿Ya tenés pensado qué vas a
hacer el año que viene?
—Si.
– dijo aplaudiendo. —Voy a estudiar Turismo y Hotelería. Quiero viajar por el
mundo, y conocer todo. – agregó entusiasmada.
—Uy,
Pauli. – dijo mi papá. —Vas a ser la única que se queda en Argentina, parece. –
había sido un comentario sin mala intención, casi de pasada, pero a mi me sentó
como un cachetazo.
—¿Vos
también te vas? – preguntó mi tía Irma a Pepe.
—A
España. – respondió con voz neutra. —En febrero.
—¡España!
¡Qué hermoso! – exclamó. —Yo tengo amigas de allá. Vas a conocer unos lugares
impresionantes.
Y
tal y como me había pasado ese día en clases, mi corazón se rompió y me tuve
que ir de la mesa para que nadie me viera llorar.
Pedro
me había seguido casi al instante y cuando llegamos a la cocina, me abrazó con
fuerza.
—Pauli.
– empezó a decirme, pero lo hice callar. Simplemente no podía hablar del tema
en ese momento.
—No,
Pepe. – me negué. —No digas nada, por favor.
El
asintió y siguió abrazándome hasta que, muy de a poco, me fui calmando. Cuando
mi cara estuvo nuevamente decente, y ya no se me notaba la congestión de las
lágrimas, volvimos a la mesa de la mano, un poco cabizbajos los dos.
May
nos miró preocupada, demasiado nos conocía, pero mi novio negó con la cabeza
para que no hiciera preguntas.
Apenas
terminamos de comer, Facu puso música en la sala para los cuatro y tratamos de
levantar nuestro ánimo bailando. Después del brindis de las 12, nos íbamos
a la fiesta que Juan, nuestro compañero, hacía en su casa para los chicos de
los dos cursos. Así que esta, de alguna manera, era nuestra previa.
Me
había puesto un vestido que me encantaba. Era negro, y ajustado en los lugares
indicados. Unas sandalias altísimas, y al cabello lo llevaba suelto, con ondas.
May, tenía una pollerita en línea A, y un Crop Top que le dejaba visible la
parte alta del abdomen. Estaba preciosa.
Los
chicos estaban de camisa y jean, también muy guapos. Cada uno con su estilo
particular.
Habíamos
logrado atracar la heladera, y teníamos dos botellas de vino espumante
escondido detrás del sillón. Los adultos estaban en el patio de todas maneras,
así que podíamos empezar a brindar desde temprano.
Unas
copas más tarde, se nos olvidaron todas las penas y bailamos las canciones que
siempre escuchábamos.
Pepe
me dio vueltas para todos lados, como siempre apenas sonaba cumbia, y yo me
moría de risa tratando de no matarme al caer de los tacos altos.
Con
“Noche Loca” no pudimos evitar reírnos. Nos traía lindos recuerdos. Esta vez,
que podíamos, la bailamos pegados y nos cantamos al oído todo eso de “las ganas
que tenemos”... El calor que hacía en esa sala, empezaba a sofocarme.
Era
tan fácil dejarse llevar y olvidarse de dónde estábamos...
Las
manos de Pepe bajaban por mi caderas, hasta mi trasero, al que sujetó con
fuerza ante la atónita mirada de mi mamá que justo pasaba por ahí, camino a la
cocina.
Nos
reímos cuando se fue, pero en el fondo, había sido un momento bastante incómodo
para ambos.
Brindamos
con mi familia, algo tambaleantes. Evidentemente achispados por tanto
espumante, y partimos en un taxi hasta la casa de Juan.
Ya
se pueden imaginar el tipo de descontrol que había en ese lugar.
M
úsica fuerte, gente por todas partes, alcohol, entre otras cosas, y destrozos.
No quería imaginarme la cara de sus padres cuando volvieran de donde sea que
estuvieran.
Rápidamente
nos buscamos un vaso para cada uno, para hacer otro brindis, por la navidad,
por los amigos, por el fin de la escuela, porque nuestra amiga había aprobado
sus exámenes de inglés y por lo que se nos iba ocurriendo.
May, que ya estaba borracha, se subió a una de las mesas y bailó para todos. M
is compañeros aplaudían, y silbaban, aunque Facu estaba con cara larga,
rogándole con la mirada que se bajara de una vez.
Sonaba
una especie de Electrolatino, reggaetón o bachata muy difícil de identificar
pero que las letras eran puro sexo, y con Pepe nos pusimos a bailar.
Nos
mecíamos lentamente con el ritmo pegajoso de la canción, siendo conscientes de
que estábamos atrayendo muchas miradas. No importaba.
Cerrábamos
los ojos, y ya no estaban ahí.
Pasé
mis manos por sus hombros y las crucé detrás en su cuello acercándolo. El
sujetó mi cintura y cuando estuvimos pegados, acarició mi espalda sin dejar de moverse.
Inevitablemente,
nuestras bocas se buscaron y ya no hubo vuelta atrás. Sus besos eran un camino
de ida, siempre. Aunque seguíamos bailando, lo hacíamos cada vez más torpes,
más descuidados. Otra vez esa sensación de necesidad que me encendía por
dentro...
—Me
estoy poniendo loquito. – susurró sobre mis labios. Y no sé si fue el tono de
voz, o lo que había dicho, pero sentí una descarga eléctrica por todo el
cuerpo.
Sonreí.
—Yo
también. – confesé.
Se
mordió los labios como meditando algo, y después ya más resuelto, tomó mi mano
y nos fuimos de la sala camino al pasillo. Las puertas estaban cerradas, pero
de todas formas, Pepe, se aventuró a entrar por una. La habitación del hermano mayor
de Juan.
La
cerró con traba por dentro y me miró.
Y
una vez allí, de nuevo, las dudas y miedos que tan familiares me resultaban, me
daban ganas de salir huyendo. Mi novio me tomó por la cintura y besando mi
cuello, me hizo retroceder hasta que caímos juntos en la cama.
—No
vamos a hacer nada, Pau. – me aclaró entre besos, poniéndome la piel de
gallina. —Quería estar así con vos, los dos solos. Nada más.
Quería
preguntarle por qué, pero era tal el alivio que sentía, que me relajé y besé su
boca con desesperación. Ya no existía la presión de pensar que podía pasar
algo. No iba a suceder.
Pedro
se acomodó entre mis piernas y me acarició las rodillas, haciendo que las
levante hasta apoyar los pies en el colchón. Me mordía el labio inferior muy despacio
mientras acariciaba ahora mi cintura. El peso de su cuerpo sobre el mío, era
delicioso. Gemí cerrando los ojos, sin poder evitarlo.
No
iba a suceder, pero irónicamente, ahora me moría de ganas.
Meneó
su cadera de manera ondulante y gimió también. Se nos estaba yendo de las
manos.
Sujetándome
nos giró y me puso sobre él. El vestido se me levantaba y sus ojos viajaban por
mis piernas, quemándolas.
Casi
por instinto, me moví sobre él haciendo un circulo, sintiéndolo entre mis
piernas y clavé mis dedos en su pecho.
—M
mm... Pauli. – jadeó apretando su agarre y alentándome a que siguiera
haciéndolo.
Marcamos
el ritmo mirándonos a los ojos, enloquecidos. Tiré mi cabeza hacia atrás,
sintiendo que me aceleraba de manera demasiado agradable. Demasiado como para
frenar.
Vi
que se levantaba apenas, aumentando la fricción entre nuestros cuerpos a través
de la ropa, mientras yo gemía. Y entonces, exploté.
La
sensación fue tan fuerte que creo que grité.
Calor,
me envolvía todo el cuerpo, en un placer que no podía ni describir. Caí sobre
su pecho agitada sin saber ni cómo me llamaba.
Me
acarició la espalda y con la voz algo ronca, me preguntó.
—¿Te
gustó? – me incorporé apenas para mirarlo a los ojos y me sonrió.
—Me
encantó. – dije con la respiración entrecortada.
—¿Era
la primera vez que...? – asentí interrumpiéndolo. —¿Sola tampoco? – preguntó
sorprendido.
—Tampoco.
– aunque nunca lo hubiera experimentado, sabía lo que había ocurrido. Había
tenido un orgasmo, y había sido... Había sido genial.
Movió
su cadera una vez más, gruñendo.
—Verte
así, casi me mata. – me besó de manera salvaje. —A mí también me encantó.
—Si,
pero vos... – señalé su pantalón. Estaba por reventar el cierre. Se rió.
—Yo,
la voy a pasar mal un rato. – hizo un gesto de dolor acomodándose. —Pero se me
va a pasar. – me mordí los labios mirándolo y él tomó aire con fuerza. —
Espero.
Nos
reímos los dos.
Cuando
estuvimos de nuevo presentables, salimos a la fiesta donde casi nadie se había
percatado de nuestra ausencia. Y digo casi, porque Facu nos miraba con una
sonrisa pícara, entornando los ojos. Haciéndonos reír.
Desde
ese momento en adelante, sentí que algo más me unía a Pedro. Lo que habíamos
compartido había sido tan íntimo, que de solo recordarlo, me llenaba el
pecho
de una sensación cálida que me abrumaba.
—Te
amo. – le dije al oído, sintiéndolo con tanta intensidad, que dolía.
—Yo
también te amo, hermosa. – respondió antes de besarme.
Fue
también el momento en el que ya no pude seguir ignorando su viaje. ¿Cómo iba a
estar sin él? Se iba, era un hecho. Y yo terminaría con el corazón roto.
No
dije nada para no arruinarnos la noche. No quería que la recordáramos por
ponernos tristes. Así que puse buena cara, y seguimos compartiendo con nuestros
amigos, tratando de olvidarme de todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario