Junio:
Así
de rápido, había pasado la mitad del año y ya teníamos los parciales encima.
Fede
tenía un mes lleno de actividades. Entre trabajos prácticos, parciales y luego
finales, no nos veríamos como de aquí hasta el mes que viene. Tratábamos de mantenernos
por lo menos comunicados, por teléfono, mensajes y cuando podía escaparse de
los libros, a veces pasaba por casa para darme un beso y se volvía a ir.
M
ay había discutido con Facu, y estaba de mal humor, así que no tenía ganas de
juntarse con nadie. Su novio había dicho que la llamaba una tarde, y se había olvidado.
Se había ido con sus amigos por ahí, y cuando la llamó esa noche para charlar,
mi amiga estaba hecha una furia.
En
el fondo sabía que la pelea era una pavada, pero hacía tanto tiempo que estaban
bien, que tal vez discutieran para no aburrirse.
Yo
no pensaba tomar partido por nadie. En todo caso, escuchaba a M ay, porque era
mi mejor amiga, pero no daba mi opinión. Ya se arreglarían.
Pepe
estaba dividido entre las prácticas de su equipo de fútbol, el colegio, -en el que
le estaba yendo sorprendentemente bien-, y su novia.
La
chica tenía a mi amigo de un lado para el otro. No le bastaba con estar con
ella en todos los recreos, también estaban juntos a la tarde.
Ya
había ocurrido, que le mandara un mensaje para hacer algo, y me respondiera que
no podía, porque estaba con ella.
¿Es
que era necesario que estuvieran pegados? Ella no era tan pesada con Fede. Y
May...
Bueno,
M ay era un poco pesada con Facu. Pero por algún motivo desconocido, no me
importaba tanto.
En
clases, era el único momento en que estábamos los tres juntos como siempre
había sido.
—Deberíamos
planear algo para cuando terminemos de rendir. – sugerí. —Podríamos salir.
—Le
dije a Barbie que podíamos ir a ese lugar nuevo que abrió en Nueva Córdoba. –
comentó mi amigo.
—Sin
novios o novia. – aclaré irritada. —Nosotros nada más.
M
ay, me miró extrañada por la propuesta, porque por lo general yo era la que
quería incluir a Fede en todo.
—M
mm... ok. – accedió mi amigo también confundido.
—Por
mi perfecto. – dijo mi amiga. —M e da lo mismo, capaz para esa época ya haya
cortado con Facu.
Con
mi amigo pusimos los ojos en blanco. Era una exagerada. Cada vez que se peleaba
con su chico, amenazaba con terminar la relación, y la cuestión es que
seguían
juntos.
—Podemos
hacer una fiesta en casa. – dijo Pedro entusiasmado. —M añana mis viejos se van
de viaje por quince días y me dejan la casa para mi solo.
Las
dos estuvimos de acuerdo y seguimos haciendo planes hasta que entró el profesor
y comenzó a dar la clase.
M
ay, que estaba aburrida, se puso a escribirme en un papelito y me lo pasó.
“A
Pedro le dejan la casa para él solo justo que tiene novia... ¿Te imaginas lo
que va a ser eso?”
No,
gracias. Prefería no imaginar a mi amigo haciendo quién sabe qué con su novia
teniendo la casa para ellos solos. Levanté la mirada y vi como se aguantaba la
risa.
Como
yo no contestaba, me volvió a quitar la nota y escribió a continuación.
“Si
vemos que el lunes, Barbie no puede caminar, o cae en muletas, ya sabemos por
qué fue.”
Arrugué
la nariz del asco, y rompí el papelito en miles de pedazos. La idea de Pepe,
acostándose con Barbie, me generaba rechazo. Pero así y todo, tenía que
reconocer
que mi amiga tenía razón.
Iban
a ser dos semanas sin sus padres... obviamente llevaría a su novia... y
obviamente se quedaría a pasar la noche más de una vez.
Con
ella no tendría que sacar el colchón que tenía guardado, porque compartirían la
cama.
M
ay me miró sin entender qué me pasaba y le señalé el profesor. Pensando que
había roto el papel para que no nos descubrieran, asintió y sentándose derecha
se
puso
a escuchar la clase.
Yo,
en cambio, no podía prestar atención. M i amiga acababa de plantarme una
semilla muy peligrosa en la imaginación. M iré de reojo a mi amigo, que
disimuladamente
sacaba su celular debajo de la mesa y se ponía a escribir algo. Estaría
chateando, seguramente, con su novia.
Una
vibración en mi bolsillo me distrajo.
Saqué
el teléfono y me fijé que tenía un mensaje.
Era
de Pepe
.
“¿Venís
a casa esta tarde para estudiar Italiano?”
Lo
miré extrañada, y después le respondí.
“¿No
te juntas con Barbie?”
Si había algo de lo que estaba segura es que no tenía ni
ganas de pasar tiempo con esa chiquilla. Que mi amigo estuviera de novio con ella,
no quería decir que yo tuviera que ser su amiga, o algo por el estilo. Además,
necesitaba estudiar de verdad para los parciales, y su tono de voz, ya me
desconcentraba.
“No,
hoy no. ¿Venís?”
“Dale,
a las 4 voy a tu casa.” – le contesté.
A
la salida de la escuela, recibí otro mensaje, pero esta vez de Fede.
“Peque,
esta tarde me desocupo un ratito. ¿Querés que nos veamos?”
“Rindo
Italiano en un par de días. Me junto a estudiar. Si termino temprano, te
aviso.”
Hacía
días que no lo veía, pero ya llegaría el fin de semana. Tal vez el sábado nos
viéramos un rato, si hoy se me hacía muy tarde.
Llegué
a casa de Pedro a la hora que habíamos quedado. M e abrió la puerta, pero
estaba al teléfono, así que hizo señas para que pasara directamente a la sala,
donde
siempre estudiábamos.
Levantó
el dedo índice para decirme que solo sería un minuto y yo aproveché para sacar
mis libros y prepararlos.
—Bueno,
Barbie. – lo escuché aunque se había ido a hablar a la cocina. —No, ya te dije
que no. Necesito sacarme buena nota en Italiano. Nos vemos mañana. – suspiró
exasperado. —Si, si. – lo conocía y sabía que había puesto los ojos en blanco.
—Yo también, chau. Un beso.
¿Ya
se decían que se querían y todo? Le pareció apresurado, pero no dijo nada. Y
¿Qué era eso de que necesitaba una buena calificación? Recordaba perfectamente que
Italiano era una de las materias que tenía con 10. ¿Por qué le había mentido?
¿Por qué no quería verla? Tenía demasiadas preguntas, pero no hice ninguna en
voz alta.
Como
si nada hubiera ocurrido, me senté y me puse a subrayar lo más importante en
mis apuntes, mientras él hacía cuadros con los visto en clase.
M
ás tarde, ya teníamos los ojos cansados, y la espalda hecha pedazos así que
decidimos descansar mientras veíamos tele.
Nos
acurrucamos bajo la manta, porque hacía frío y encontramos justo una película
que nos gustaba. La habíamos visto un par de veces, pero daba igual. Era vieja,
tal
vez de los ochenta y la protagonista era M olly Ringwald.
Tomó
mi mano y la estiró hacia un costado. Con la yema de los dedos me hizo
cosquillas en la parte interna del brazo. Arriba y abajo, justo donde se
doblaba por el
codo. M e encantaba que me hicieran eso.
Lo
miré sonriente y él también me sonrió antes de seguir mirando la tele.
Sin
pensármelo dos veces, con la mano que tenía libre, desenredé su cabello
pasándolo entre mis dedos. Se podía quedar dormido en segundos cuando alguien
le hacía
eso. Solía decir que lo relajaba.
—Es
obvio que no vamos a seguir estudiando. – comentó en un momento. Los dos nos
reímos a carcajadas.
—Ya
me cansé de estudiar. – cerré los ojos cansada. —Si querés me voy, así
aprovechas y ves a Barbie. – sugerí.
—¿Tenés
ganas de ver a Fede? – abrí los ojos de repente y me estaba mirando fijo.
—El
también tiene que estudiar. – mentí.
Se
quedó en silencio un rato, para cambiar después de tema totalmente.
—No
entiendo como te gusta que te hagan esto. – señaló lo que me hacía en el brazo.
—Y te hacen tan mal las cosquillas en otras partes del cuerpo. – se rió. —Sos ridícula.
—A
vos tampoco te gustan las cosquillas. – le dije frunciendo el ceño con una
sonrisa.
—No
tengo muchas. – se encogió de hombros. Lo miré incrédula. Los dos sabíamos que
mentía.
—¿Vos,
no tenés cosquillas? – me reí, y dándome vuelta, lo enfrenté y fui con las dos
manos directo a su abdomen.
Automáticamente
se empezó a reír, y a contorsionarse para todos lados para que lo soltara. La
manta con la que estábamos tapados nos unía en los pies, y tanto lío
habíamos hecho que al movernos, nos caímos los dos al piso. Con manta y todo.
Enroscados
como estábamos, no podíamos dejar de reírnos de la torpeza con la que nos
habíamos precipitado.
Respirando
y tratando de volver a recobrar el aliento, nos quedamos mirándonos. Apoyó los
codos en el suelo y se quedó suspendido sobre mi cuerpo.
Nunca
habíamos estado así.
No
podría explicar lo que estaba pasando en ese momento. Su gesto era raro y el
mío tenía que ser un reflejo, porque me sentía rarísima también.
—No
quiero ver a Barbie... – dijo de la nada.
—¿Ah?
– pregunté sin entender con un hilo de voz.
—Que
es raro y que no lo entiendo... – me explicó. —Pero no tengo ganas de verla.
Asentí
apenas. M e pasaba lo mismo con mi novio. Simplemente no se me antojaba verlo.
—Y
sé que vos tampoco querés ver a Fede. – dijo como leyendo mi pensamiento. Abrí
los ojos como platos. ¿Qué estaba sucediendo? —No es normal, Pau.
Su
rostro quedó a centímetros del mío y sentí que, literalmente, se me iba a salir
el corazón por la boca. M e había metido en un universo paralelo, y no entendía nada
de lo que ocurría.
Reaccionando,
desenrosqué las piernas de la manta, y empecé a tomar distancia. Pepe me ayudó
y se alejó también. Los dos nos sentamos normalmente y vimos cinco
minutos más de película. Al rato, mis pensamientos empezaban a aturdirme, así
que inventé una excusa, y me fui a mi casa caminando.
De
más está decir que no dijimos ni una palabra del tema.
Pero
claro, eso no quiere decir que no pensara en eso cada cinco minutos. ¿Qué había
pasado con mi amigo? ¿Y lo que me dijo?
Era
cierto.
No
quería estar con Fede, y él, por lo visto, no quería ver a Barbie. ¿Qué había
querido decir con eso? Tenía una sospecha, que se me hacía imposible. Pero y
si...
¿Se
sentía Pepe atraído por mi?
Rápidamente
descarté la idea. Habíamos tenido miles de oportunidades en el pasado, cuando
no estábamos de novios, de que sucediera algo y nunca se nos había cruzado
por la mente si quiera. El me conocía demasiado, habíamos compartido tantas cosas...
Era ridículo.
No
podía pensar así. Empezaría a ponerme rara, y él se pondría raro también.
Arruinaríamos una amistad hermosa, y todo por qué. Por un momento en la sala de su
casa que no significó nada. Por un... algo... a lo que ni siquiera le podía
poner un nombre. Parecido a la atracción, pero no de la misma manera en que su
novio se la
provocaba.
Concluí
que era el cariño que le tenía como amigo, y me obligué a dejar de especular
pavadas para darle lugar a cosas que necesitaba resolver.
¿Qué
era lo que me estaba pasando realmente con mi novio?
Algo
faltaba...
Iba
pensando tranquila, aunque con la mirada perdida como siempre me pasaba cuando
soñaba despierta, y se me ocurrió comprar gomitas, para acompañar tanta
reflexión,
obvio.
Lo
único que tenía cerca era el shopping, así que entré por la puerta del cine que
era la que estaba más cerca de mi calle. Para ser un día de semana, estaba
bastante
lleno.
M
e estaba por dirigir al mostrador, cuando ví una camperita de cuero que se me
hacía conocida. ¡Fede!
Lo
iba a saludar, pero después vi que no estaba solo. Una chica lo acompañaba. M e
quedé congelada sin saber qué hacer.
Aproveché
el tumulto y me escondí entre la gente para seguir viéndolos.
No
estaban haciendo nada, solo charlaban. Ella era casi de su estatura, morena de
pelo a los hombros y llevaba puesto un jean que le hacía las piernas eternas.
Posiblemente
sería una de sus compañeras de la universidad, pero algo me impedía ir hasta
allí y presentarme. Avanzaron hacia la caja, y ahí me di cuenta de que estaban
haciendo fila para entrar al cine. ¿Qué carajo?
Yo
le dije que no podía juntarme, después de todo... Pero ¿Tan rápido hacía plan?
¿Quién era esa?
No
me iba a quedar ahí para ser descubierta mirando como una boba, eso seguro.
Salí
corriendo y no paré hasta que llegué a mi casa. M e encerré en mi habitación y
me quedé mirando el techo. Inconscientemente saqué mi agenda y empecé a
escribir
todo eso que tenía en la cabeza. No es la primera vez que lo hacía, pero nunca
antes había sentido esta necesidad. M i mente era un lío, necesitaba orden.
A
la noche, Fede me llamó para charlar un rato. M e preguntó que había hecho, y
gruñó cuando le conté que me había juntado sola con Pepe. ¡Que cara tenía! Al
instante,
le hice a él la misma pregunta y me dieron ganas de arrojarle el teléfono
cuando me respondió.
—Nada.
Tenía que hacer unas compras y después estuve en mi casa estudiando. – mintió.
No
solo quería arrojarle el teléfono, quería hacerlo contra su rostro, y ya de paso
le tumbaba un par de dientes por el golpe. Enojada como estaba, no iba a tener esta
discusión, y además me pondría en evidencia por espiarlo. M e callé, poniendo
mi mejor sonrisa y cambié de tema. Claramente había descubierto qué era eso que
faltaba
en nuestra relación y no me dejaba avanzar. Confianza.
Averiguaría
la verdad a mi manera.
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