Unas
semanas después, se llevaba a cabo en la escuela un evento significativo. Se
decidía la remera y el buzo que nos representaría como la promoción de Humanidades
y la de Economía y Gestión de ese año en la escuela. Era un hito importante,
para el que nos reuníamos fuera del horario escolar. Aprovecharíamos esa
charla
para tratar el tema del viaje de egresados, y las empresas que nos ofrecían
precios especiales. Así que nuestros padres también estaban presentes, aunque
en otra
sala.
A
Pepe, a M ay y a mi, no nos importaba en lo más mínimo ponernos a elegir el
color de una remerita o la letra con la que llevaría escritas las cosas.
Nos
sentamos al fondo, en el suelo y nos pusimos a charlar de cualquier cosa.
Hacía
un frío espantoso, así que mi amigo me había envuelto y me tenía apretada en su
abrazo para que dejara de tiritar. Facu hacía lo mismo con M ay, aunque ella
no
sufría el frío de la manera en que yo lo hacía.
—M
e muero de hambre. – comentó mi amiga. —¿M e acompañas a comprar algo? –
preguntó a su novio.
—Bueno,
pero volvamos que quiero saber qué remera nos toca. – le dijo.
—¿Qué
importa? – se rió Pepe.
—Te
va a importar si eligen una rosa chicle con cuello amarillo, “loquita”. – les
había quedado ese apodo entre ellos, por la canción que siempre bailábamos.
—Hay
que saber llevarla. – dijo mi amigo guiñándole un ojo.
El
otro se rió y se llevó a M ay de la mano, camino al kiosco.
M
e frotó los brazos y me sonrió.
—¿Ya
te descongelaste? – preguntó.
M
etí mis manos por debajo de su remera para tocarle el abdomen. Sentí que se
contrajo, pero no por el frío, si no porque no se lo esperaba. Ya tenía las
manos calentitas,
así que no gritó ni me insultó. El, en cambio estaba hirviendo. Sus ojos se
encontraron con los míos durante un segundo y no supe leer su expresión. Estaba
raro.
—Si,
ya no me hace frío. – me giré y quedé de espaldas a él, mientras seguía
abrazado a mí, pero desde atrás.
Y
ahora que estaba pegado a mi cuerpo, entendí el por qué de su expresión. La
tela del uniforme era muy delgada, le voy a echar la culpa a eso. Y a Pepe se
le había
puesto dura. No hay forma delicada de decirlo. Tal vez fuera una reacción
normal del cuerpo, o la manera en que le estaba apoyando el trasero, pero
estaba
claramente
excitado.
Como
dándose cuenta, se hizo para atrás y se aclaró la garganta.
Yo,
que no quería hacerlo sentir incómodo, le dije lo primero que se me ocurrió.
—M
e voy adelante a ver que empresa eligen para el viaje. – sin mirarme me dijo
que sí, y que se quedaba esperando a M ay y a Facu ahí donde estaba.
M
e di vuelta rápido y me fui. Captando por el rabillo del ojo como se estiraba
la remera que tenía puesta para taparse.
¿Qué
empresa habían elegido? ¿Qué color de remera? ¿A qué colegio iba? No me
acordaba ni de mi segundo nombre. El cual es un secreto que jamás confesaré. M
e había
quedado los siguientes 45 minutos mirando al frente, evitando a mi amigo que
estaba apoyado en una pared de atrás, tal vez igual de mortificado.
Por
suerte, nuestra amistad era tan grande, que después de esa vez, habíamos vuelto
a la normalidad como si nada.
Podíamos
hacer de cuenta de que nada había ocurrido. Solo era un accidente que podía
sucederle a cualquiera.
El
fin de semana siguiente, volví a la rutina de ir a lo de Fede, poner nuestro
disco y matarnos a besos en el sillón. Su cama parecía estar prohibida. Ninguno
lo había
dicho, pero creo que se entendía que era para no... tentar a la suerte.
Yo
todavía no estaba preparada, y él me estaba esperando. Por lo menos por ahora.
Gabriel
había vuelto a su casa materna tras las vacaciones, y me había recibido con
abrazos. La había extrañado, y a mi me encantaba volver a verlo, sobre todo tan
bien.
Estaba
llevando demasiado bien el tema del divorcio, considerando su edad.
Entre
tanto beso apasionado que no podía llegar a ninguna parte, Fede me había dejado
un tremendo chupetón color púrpura en el cuello, que ahora cubría todos los
días con base de maquillaje y un pañuelito de seda.
Yo
me había desquitado, dejándole uno igual de pintoresco debajo de la oreja.
Cuando recordaba como había gemido mientras se lo hacía, se me ponía la piel de gallina.
M e tenía aferrada de la cadera y me apretaba a su cuerpo.
Las
ganas empezaban a ser muchas, pero a mí me faltaba algo, para dar ese paso.
Esperaba
que Fede estuviera realmente dispuesto a tener paciencia.
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