Divina

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viernes, 29 de julio de 2016

Divina Capitulo 52


Día 2:

Cuando nos estábamos acercando, los coordinadores nos despertaron y al ver el cartel de Bariloche, gritamos, aplaudimos y volvimos a hacer lío.

A diferencia de otros colegios de nuestro país, íbamos en verano. Así que no veríamos más nieve de las que estaba en la punta de las montañas, pero eso no hacía el paisaje menos alucinante.

Las calles, estaban llenas de chicos de nuestra edad que con los buzos de sus promociones, también cantaban y se iban acomodando en los diferentes hoteles.
El nuestro, era gigante.

Los espacios comunes, tenían sillones rojos, televisores, mesas de billar y pisos brillantes en donde se reflejaban las luces empotradas que había... en todas partes.
Era impresionante.

Arrastramos nuestras valijas hasta la entrada en donde el encargado nos dio una calurosa bienvenida. Y cuando digo calurosa, me refiero a que se pasó 40 minutos amenazándonos con expulsarnos por mal comportamiento, o por entrar alcohol. Si algo faltaba, o se rompía, tendríamos que pagar hasta el último centavo.

Después con una sonrisa, nos dio las llaves, -que en realidad eran tarjetas- de las habitaciones y una pulserita con la que entraríamos a todos los boliches. Nos tocó el tercer piso.

Frente a los padres que habían viajado y los coordinadores, M ay y yo compartíamos la 302, y Pepe y Facu la 303. Pero apenas se fueran, nos intercambiaríamos, así que no desempacamos hasta después de desayunar.

El cuarto que tendríamos con Pedro, era amplio; con dos camas simples, un closet, televisor, un baño muy mono y una ventana con una vista preciosa.

Y obviamente, una vez que nos instalamos y nos quedamos los dos solos allí, mi ansiedad se fue de 0 a 100 en un segundo. Ya habíamos llegado bastante lejos, y además le había dicho que quería estar con él... La anticipación me estaba empezando a abrumar. El corazón me iba a toda velocidad, y me costaba respirar.
Probablemente iba a hiperventilarme y todo.

Sabía que había traído preservativos. Yo misma los había visto en su bolso de mano, cuando lo había abierto para sacar su cepillo de dientes. Tal vez fuera una costumbre, o por precaución... pero era evidente que también tenía sus expectativas.
¿Estaría esperando el momento? ¿Sería esta noche? ¿Sería ahora? ¿Estaba dándole muchas vueltas a todo el asunto? No podía pensar en otra cosa...

Nos miramos por un instante, y antes de que cualquiera pudiera decir algo, nos tocaron la puerta. Pepe se acercó y entraron M ay y Facu. M e alivié un poco por la interrupción, la verdad.

—Tenemos que estar en 5 minutos abajo para irnos a la excursión. – dijo nuestro amigo, arrojándose en una de las camas.

Nos quedamos un rato charlando, hasta que se hizo la hora de subir al micro.

Ese día tocaba el Circuito Chico y los miradores, así que agarré mi cámara de fotos nueva y partimos.
Volvimos a nuestros asientos y disfrutamos del paisaje.

Después de un camino relativamente corto, bordeamos el Lago Nahuel Huapi, y nos bajamos en un parador desde donde podíamos ver la Isla Huemul. Nos sacamos fotos y nos quedamos mirando todo, con la boca abierta. La inmensidad, cortaba el aliento.

Nunca en la vida había visto algo tan lindo. Ni siquiera en las películas. Esto era una postal.

Subimos en una aerosilla hasta el Cerro Campanario, en donde Pepe  había tenido que abrazarme para que no empezara a gritar como histérica. Ya estaba visto
que este tipo de cosas, no eran lo mío.

De todas maneras, tanto sufrimiento, había valido la pena.
En la cumbre, pudimos ver claramente los lagos, las islas y los cerros desde otra perspectiva. El verde oscuro de la vegetación con el azul profundo del agua, el turquesa del cielo y las montañas nevadas, emocionaban. Los coordinadores nos habían hecho cantar canciones y nos tomamos miles de fotos. Todo el curso y después con mis 3 mejores amigos.

Pedro se acercó por mi espalda mientras fotografiaba la vista y me abrazó dándome un beso debajo de la oreja.

—Siempre quise venir acá arriba cuando hubiera nieve. – comentó. —Debe ser hermoso.

—Es hermoso así también. – respiré profundo. —Si alguna vez volves a Argentina, podemos venir. – se me retorció el estómago al decir cada una de esas palabras.

—Pau.. – dijo triste. —No sé cómo voy a hacer para irme.
Los ojos se me llevaron de lágrimas.

—Y yo no sé como voy a hacer para despedirme de vos. – contesté sollozando.

Apretó su abrazo, y escondió su rostro en mi cuello.
Lo escuché suspirar varias veces, pero no dijimos nada.
Nos dejamos envolver por el entorno y por ese amor que estábamos sintiendo. No existía nada más.

Para alegrar un poco el día, cuando volvimos al centro de la ciudad, nos fuimos a un local que alquilaba disfraces, porque esa noche íbamos al primer boliche.
Génux.

Después de unas cuantas discusiones del curso, habíamos elegido las chicas el disfraz de mucama, o algo parecido. Constaba de una musculosa y un pedacito ínfimo de tela negra brillante como pollera. Una vincha que tenía orejitas de gato, sin razón aparente, y un cuellito de camisa con moñito negro también. M ay estaba indignada, porque no la favorecía, pero ganaba la mayoría, y le tocaba amoldarse a las demás.

Los varones la tenían más difícil, porque su versión de disfraz era mucho más audaz. Eran mozos. Supuestamente.

Tenían un chalequito rayado, que usaban sobre el pecho desnudo, unos shorts negros brillantes con cuellito y puños de camisa. Era una imagen fuerte, de la que quedaron millones de fotos como registro para la posteridad.

Claro, para animarnos a usar semejantes vestimentas, nos habíamos preparado un brebaje asqueroso mezcla de todo el alcohol que habíamos podido hacer entrar al hotel.

Juan lo pasaba en un recipiente que me animo a decir era originalmente una caja de vino. Pero no puedo estar segura.

Por más ridículos que todos nos veíamos, ver a Pepe con el chaleco abierto mostrando el torso, era algo que dejaba a más de una babeando. Yo, entre ellas.

—Ahora si se tienen que animar a que los maquillemos. – dijo M ay arrastrando las letras. —Total estamos disfrazados.

—Te va a salir caro. – amenazó Facu de manera sugerente.

Ella hizo un gesto como restándole importancia y sacó su bolsito de pinturas.

—La boca no. – dijo Pepe poniendo sus condiciones. —Y se pintan todos. – señaló a sus compañeros.

Y la cosa se fue degenerando...

Todos los chicos ahora tenían las pestañas arqueadas y maquilladas con rímel. Algunos se habían delineado, y puesto rubor de paso, y Juan se había pintado los labios rojo carmesí para darle un beso a todos en la mejilla, mientras nos moríamos de risa.

Las chicas nos habíamos pintado unos bigotitos de gato con lápiz de ojos y también tuvimos que recibir el beso de Juan.

Camino al boliche, nuestro compañero, había repartido besos por todo Bariloche, y había recibido otro par, de chicas y chicos que se prendían a la broma.
El lugar era enorme, y había gente disfrazada por todas partes. Nos sacamos una foto el grupo entero, y nos fuimos a bailar. Sonaba una electrónica ruidosa, que junto con los tragos, y las luces, hacía que nos dejáramos llevar de a poco.

A las pocas horas, estábamos todos lo suficientemente borrachos como para recordar cómo estábamos vestidos y disfrutamos.

M ay, siendo fiel a su estilo, se había puesto a bailar en un pequeño escenario que había, y Facu, la había seguido. Los dos tenían mucho público y se estaban
llevando aplausos y halagos de todo tipo.

En una especie de striptease, nuestro amigo había amagado con mostrar el tatuaje, y mi amiga se enojó.

—Si vos te bajás el pantalón, yo muestro una teta. – amenazó.

—No te animas. – dijo el chico entornando los ojos.

—Proba. – se cruzó de brazos.

Facu se bajó del escenario automáticamente haciéndonos reír.

La cumbia empezó a sonar, y quienes nos subimos a bailar fuimos Pepe y yo. Estaba un poco atontada por la bebida, pero recuerdo que nos divertimos.

Nuestras canciones, las que siempre bailábamos, cantadas al oído, entre tanto roce, tanto calor... tantas ganas, nos pusieron mal.

Nos volvimos antes al hotel y nos matamos a besos desde el ascensor, hasta llegar a la habitación.

A las apuradas y a los tirones, se sacó el chaleco y el cuellito de camisa y yo quise hacer lo mismo con el mío, pero estaba muy borracha y se me hacía imposible.
Dándome por vencida, me dediqué a quitarme el top.
Pepe me frenó a medio camino.

—Pau, esperá. – me siguió besando, pero ahora más calmado. —Estas borracha, así no.

Hice un puchero que lo hizo reír, pero tenía que darle la razón. Yo también quería recordar este momento.
Nos dejamos caer en la cama respirando agitados.

La idea era relajarnos, para poder dormir, pero a los dos segundos estábamos a los besos otra vez. No resistíamos.

Tentándolo me quité lo que me quedaba de ropa –que no era mucha- y me quedé mirándolo.

—Sos mala. – dijo apretando los dientes y yo me reí a carcajadas. —No me voy a aprovechar de la situación.

Me tapó con la sábana, y se quedó en ropa interior para dormirse.

—Sos muy lindo. – dije mirándolo detenidamente.

—Y vos sos hermosa. – me besó los labios con ternura.

M e acarició la mejilla y fue bajando por mi cuello, el costado de mi pecho, la cintura... – gemí – ...la cadera, el ombligo y más abajo. Lo vi tragar con dificultad cuando me tocó. Había notado el cambio en su mirada, y sabía que se había dado cuenta de que tenía las mismas ganas que él.

Fue muy cuidadoso, y me acarició haciéndome volver loca, con mucha atención puesta en lo que más me gustaba. Ni yo lo sabía, lo estábamos descubriendo juntos.

Gemí clavándole las uñas en la espalda cuando utilizó uno de sus dedos para entrar en mí, y desde allí no pude más. Me agité de placer hasta que me dejé ir.


Nos besamos con dulzura, y mientras me susurraba palabras de amor, nos dormimos otra vez, haciendo cucharita.


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