Divina

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viernes, 29 de julio de 2016

Divina Capitulo 53



Día 3:

Después de dos horas de sueño, los coordinadores pasaron por los pasillos golpeando todas las puertas para despertarnos. Era tan jodidamente temprano, que quería llorar. Ese día las excursiones empezaban a las 8.

Pepe, se abrazó a mi cuerpo y dijo que no quería ir, pero tocaba. Además si no bajábamos, subirían por nosotros y se enterarían de que habíamos cambiado
habitaciones con nuestros vecinos.

Nos turnamos para darnos una ducha y con cara de zombies, nos cambiamos para ir a desayunar.

Por los ruidos del cuarto del lado, M ay y Facu se habían despertado ya, y bastante cariñosos. En cualquier momento, nos tumbaban la pared y todo. Con Pedro nos reímos y bajamos con los demás compañeros.
Nuestros amigos todavía tenían para un rato.

Comimos algo, y nos subimos al micro a ver si podíamos dormirnos una siestita en el viaje.

Nos bajamos en un terreno pedregoso, lleno de tierra y barro en donde nos esperaban un número de 4x4 para hacer un paseo.

¿Por qué no me había quedado en la cama con Pepe?

Sujetos por cinturones que parecían arneses, nos dieron indicaciones para nuestra seguridad y nos contaron por donde íbamos a pasar.

El paisaje era hermoso, pero lamentablemente, no podía concentrarme en él.
Estaba más preocupada por no vomitar el café con medialunas que había comido momentos antes.

El vehículo se movía para todas partes, y Andrés, que era uno de los que peor había terminado la noche anterior, pidió que lo frenaran porque se sentía mal.
Se descompuso de tal manera que todos sentimos como se nos retorcía el estómago.
¿A quién se le ocurría este tipo de paseo después de una noche como la que habíamos tenido?

Por suerte, lo que quedaba de camino, lo hicimos a pie.
Planificaron diferentes actividades de supervivencia y juegos al aire libre, que nos mantuvieron de un lado al otro hasta la tarde.

En un momento en el que nos dispersamos, M ay se acercó y me separó del grupo para charlar.

—¿Y? – preguntó. —¿Pasó algo con Pepe? – le había contado de mis miedos con Fede, y sabía que no era un tema sencillo para mí.

—No. – me reí. —Bueno, pasaron cosas... pero todavía no. – contesté.

—M mm... no sé si quiero detalles. – dijo mi amiga arrugando la nariz. —Son mis mejores amigos.

—Vos me preguntaste. – me encogí de hombros.

—Igual, si. – cambió de opinión. —Cuando pase quiero saber.
Puse los ojos en blanco.

—Te vas a enterar. – me reí.

—Porque no vas a poder caminar. – nos reímos a carcajadas.

Cuando oscureció, nos prepararon un fuego en donde asaron carne y algunas verduras para los vegetarianos y cenamos. Volvimos tan tarde al hotel, que no
habíamos podido hacer la previa en la habitación de nadie. Nos bañamos, cambiamos y fuimos al boliche.
Esa noche, tocaba Rocket.

Los coordinadores habían inventado unas coreografías que todos seguimos, hasta que nos aburrieron y empezamos a improvisar. Nos encontramos con uno de los colegios que había estado almorzando con nosotros en la ruta, y juntos bailamos y cantamos como si fuéramos todos amigos.

Quisiera echarle la culpa de eso al alcohol, pero mucho no habíamos tomado. Era cuestión de ser egresado y estar en Bariloche con tu curso.

Los chicos habían hecho una apuesta de cuantas chicas besaban, o que le sacaban el teléfono, y estaban en la suya. Las chicas estaban bailando en uno de los balcones, y M ay y Facu estaban discutiendo.

Con Pepe, buscamos un rinconcito tranquilo, y bailamos lejos de todo el lío.

—Recién Juan me preguntó cómo se me había ocurrido ponerme de novio antes del viaje. – se rió.

M iré a nuestro compañero que se estaba dando un beso con una chica rubia muy bonita.

—¿Te arrepentís? – le pregunté levantando una ceja.

El me miró haciéndome gesto de que deje de decir pavadas.

—No, pero si hay algo de lo que me arrepiento. – me dijo.

—¿De qué? – me miró a los ojos.

—De no haberme animado antes a decirte lo que me pasaba. – el corazón se me derritió en el pecho. —Bueno, capaz, si te decía me rechazabas porque te gustaba Fede.

Negué con la cabeza.

—Si es que te decía que no, iba a ser por nosotros. No por Fede. – contesté. —Para no arruinar nuestra amistad.

—¿Vos te arrepentís de algo? – quiso saber.

—Creo que no. – dije sincera. —Ahora estoy donde tengo que estar. – me abracé a su cintura y apoyé la cabeza en su pecho.

—Te amo, hermosa. – dijo acariciando mi cabello.

Volvimos al hotel, y como la noche anterior, nos besamos con urgencia, y desesperados nos dirigimos a la habitación.

Una vez allí, Pepe besó mi cuello muy despacio, y me sacó el vestido que tenía puesto. Yo, imitando lo que hacía, le desprendí la camisa y el botón del jean. Un par de patadas, y nos despojamos también de los zapatos.

Hoy no habíamos tomado nada, y ya no podíamos frenarnos por esa razón. Iba a suceder. Estaba sucediendo.

Mi boca se secó y mi pulso se enloqueció.

Rozó mi espalda, y con los dedos, pellizcó el broche de mi corpiño hasta sacármelo.
Se abrazó a mí, haciéndome sentir el contacto de nuestras pieles desnudas y me estremecí. Tenía miedo. Estaba muerta de miedo, pero también quería esto. Y lo quería de verdad.

Me dejé caer en la cama y esperé a que él se uniera a mí.
Apenas se bajó el pantalón, subió sobre mí y volvió a besarme mientras acariciaba mis mejillas. Estaba calmándome. Seguramente percibía mis nervios.

No podía seguir frenándome el miedo. En un arrebato de confianza, me bajé la ropa interior, y me quedé esperando que hiciera lo mismo. Ni lo dudó.
Ahora no tenía miedo, tenía terror. Su mano bajó para tocarme y cerré lo ojos, mordiéndome los labios. No podía evitarlo.

Sacó un preservativo del cajón y se lo colocó con cuidado.
Para evitar dar más detalles de los necesarios, voy a decir que no se pudo. Parecía, de hecho, físicamente imposible. Me acordé de los problemas que había tenido May, y me sentí identificada.

Después de muchos gestos de dolor, por parte mía y de Pepe, habíamos decidido no seguir intentando. No quería hacerme daño y estaba asustadísimo también.
Aunque no era su primera vez, si era su primera vez conmigo, y eso le agregaba significado y sentimiento.

¿Qué estaba tan mal en mí que nunca podía relajarme? Iba a morir virgen.

—Pau, no quiero que sientas que te estoy apurando. – me dijo cuando nos acostamos de lado, frente a frente.

—Y yo no quiero que sientas que no quiero hacer esto, Pepe. – contesté.
Me acarició la mejilla con los nudillos, sonriéndome.

—Entonces vamos a tener que tener paciencia. – dijo.

—Perdón. – me acerqué para darle un besito en los labios.

—¿Por? – preguntó desconcertado.

—Porque sé que también tenías ganas. – se rió.

—Nunca voy a dejar de tener ganas, con vos. – se tapó la cara con las manos. —Y hace muchos años que te tengo ganas, Pau... Unos días más... – se encogió de hombros.

Los dos nos reímos.

—Te amo. – nos dijimos casi al mismo tiempo, solo para volvernos a reír.

No había pasado nada, pero sin dudas, esa había sido una de las noches más especiales que habíamos vivido.
Miles de besos más tarde, nos ganó el sueño y nos quedamos dormidos abrazados.


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