Día
3:
Después
de dos horas de sueño, los coordinadores pasaron por los pasillos golpeando
todas las puertas para despertarnos. Era tan jodidamente temprano, que quería
llorar. Ese día las excursiones empezaban a las 8.
Pepe,
se abrazó a mi cuerpo y dijo que no quería ir, pero tocaba. Además si no
bajábamos, subirían por nosotros y se enterarían de que habíamos cambiado
habitaciones
con nuestros vecinos.
Nos
turnamos para darnos una ducha y con cara de zombies, nos cambiamos para ir a
desayunar.
Por
los ruidos del cuarto del lado, M ay y Facu se habían despertado ya, y bastante
cariñosos. En cualquier momento, nos tumbaban la pared y todo. Con Pedro nos
reímos y bajamos con los demás compañeros.
Nuestros
amigos todavía tenían para un rato.
Comimos
algo, y nos subimos al micro a ver si podíamos dormirnos una siestita en el
viaje.
Nos
bajamos en un terreno pedregoso, lleno de tierra y barro en donde nos esperaban
un número de 4x4 para hacer un paseo.
¿Por
qué no me había quedado en la cama con Pepe?
Sujetos
por cinturones que parecían arneses, nos dieron indicaciones para nuestra
seguridad y nos contaron por donde íbamos a pasar.
El
paisaje era hermoso, pero lamentablemente, no podía concentrarme en él.
Estaba
más preocupada por no vomitar el café con medialunas que había comido momentos
antes.
El
vehículo se movía para todas partes, y Andrés, que era uno de los que peor
había terminado la noche anterior, pidió que lo frenaran porque se sentía mal.
Se
descompuso de tal manera que todos sentimos como se nos retorcía el estómago.
¿A
quién se le ocurría este tipo de paseo después de una noche como la que
habíamos tenido?
Por
suerte, lo que quedaba de camino, lo hicimos a pie.
Planificaron
diferentes actividades de supervivencia y juegos al aire libre, que nos
mantuvieron de un lado al otro hasta la tarde.
En
un momento en el que nos dispersamos, M ay se acercó y me separó del grupo para
charlar.
—¿Y?
– preguntó. —¿Pasó algo con Pepe? – le había contado de mis miedos con Fede, y
sabía que no era un tema sencillo para mí.
—No.
– me reí. —Bueno, pasaron cosas... pero todavía no. – contesté.
—M
mm... no sé si quiero detalles. – dijo mi amiga arrugando la nariz. —Son mis
mejores amigos.
—Vos
me preguntaste. – me encogí de hombros.
—Igual,
si. – cambió de opinión. —Cuando pase quiero saber.
Puse
los ojos en blanco.
—Te
vas a enterar. – me reí.
—Porque
no vas a poder caminar. – nos reímos a carcajadas.
Cuando
oscureció, nos prepararon un fuego en donde asaron carne y algunas verduras
para los vegetarianos y cenamos. Volvimos tan tarde al hotel, que no
habíamos
podido hacer la previa en la habitación de nadie. Nos bañamos, cambiamos y
fuimos al boliche.
Esa
noche, tocaba Rocket.
Los
coordinadores habían inventado unas coreografías que todos seguimos, hasta que
nos aburrieron y empezamos a improvisar. Nos encontramos con uno de los
colegios que había estado almorzando con nosotros en la ruta, y juntos bailamos
y cantamos como si fuéramos todos amigos.
Quisiera
echarle la culpa de eso al alcohol, pero mucho no habíamos tomado. Era cuestión
de ser egresado y estar en Bariloche con tu curso.
Los
chicos habían hecho una apuesta de cuantas chicas besaban, o que le sacaban el
teléfono, y estaban en la suya. Las chicas estaban bailando en uno de los
balcones, y M ay y Facu estaban discutiendo.
Con
Pepe, buscamos un rinconcito tranquilo, y bailamos lejos de todo el lío.
—Recién
Juan me preguntó cómo se me había ocurrido ponerme de novio antes del viaje. –
se rió.
M
iré a nuestro compañero que se estaba dando un beso con una chica rubia muy
bonita.
—¿Te
arrepentís? – le pregunté levantando una ceja.
El
me miró haciéndome gesto de que deje de decir pavadas.
—No,
pero si hay algo de lo que me arrepiento. – me dijo.
—¿De
qué? – me miró a los ojos.
—De
no haberme animado antes a decirte lo que me pasaba. – el corazón se me
derritió en el pecho. —Bueno, capaz, si te decía me rechazabas porque te
gustaba Fede.
Negué
con la cabeza.
—Si
es que te decía que no, iba a ser por nosotros. No por Fede. – contesté. —Para
no arruinar nuestra amistad.
—¿Vos
te arrepentís de algo? – quiso saber.
—Creo
que no. – dije sincera. —Ahora estoy donde tengo que estar. – me abracé a su
cintura y apoyé la cabeza en su pecho.
—Te
amo, hermosa. – dijo acariciando mi cabello.
Volvimos
al hotel, y como la noche anterior, nos besamos con urgencia, y desesperados
nos dirigimos a la habitación.
Una
vez allí, Pepe besó mi cuello muy despacio, y me sacó el vestido que tenía
puesto. Yo, imitando lo que hacía, le desprendí la camisa y el botón del jean.
Un par
de patadas, y nos despojamos también de los zapatos.
Hoy
no habíamos tomado nada, y ya no podíamos frenarnos por esa razón. Iba a
suceder. Estaba sucediendo.
Mi
boca se secó y mi pulso se enloqueció.
Rozó
mi espalda, y con los dedos, pellizcó el broche de mi corpiño hasta sacármelo.
Se
abrazó a mí, haciéndome sentir el contacto de nuestras pieles desnudas y me
estremecí. Tenía miedo. Estaba muerta de miedo, pero también quería esto. Y lo
quería de verdad.
Me
dejé caer en la cama y esperé a que él se uniera a mí.
Apenas
se bajó el pantalón, subió sobre mí y volvió a besarme mientras acariciaba mis
mejillas. Estaba calmándome. Seguramente percibía mis nervios.
No
podía seguir frenándome el miedo. En un arrebato de confianza, me bajé la ropa
interior, y me quedé esperando que hiciera lo mismo. Ni lo dudó.
Ahora
no tenía miedo, tenía terror. Su mano bajó para tocarme y cerré lo ojos,
mordiéndome los labios. No podía evitarlo.
Sacó
un preservativo del cajón y se lo colocó con cuidado.
Para
evitar dar más detalles de los necesarios, voy a decir que no se pudo. Parecía,
de hecho, físicamente imposible. Me acordé de los problemas que había tenido
May, y me sentí identificada.
Después
de muchos gestos de dolor, por parte mía y de Pepe, habíamos decidido no seguir
intentando. No quería hacerme daño y estaba asustadísimo también.
Aunque
no era su primera vez, si era su primera vez conmigo, y eso le agregaba
significado y sentimiento.
¿Qué
estaba tan mal en mí que nunca podía relajarme? Iba a morir virgen.
—Pau,
no quiero que sientas que te estoy apurando. – me dijo cuando nos acostamos de
lado, frente a frente.
—Y
yo no quiero que sientas que no quiero hacer esto, Pepe. – contesté.
Me
acarició la mejilla con los nudillos, sonriéndome.
—Entonces
vamos a tener que tener paciencia. – dijo.
—Perdón.
– me acerqué para darle un besito en los labios.
—¿Por?
– preguntó desconcertado.
—Porque
sé que también tenías ganas. – se rió.
—Nunca
voy a dejar de tener ganas, con vos. – se tapó la cara con las manos. —Y hace
muchos años que te tengo ganas, Pau... Unos días más... – se encogió de
hombros.
Los
dos nos reímos.
—Te
amo. – nos dijimos casi al mismo tiempo, solo para volvernos a reír.
No
había pasado nada, pero sin dudas, esa había sido una de las noches más
especiales que habíamos vivido.
Miles de besos más tarde, nos ganó el sueño y nos quedamos dormidos abrazados.
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