Días después, teníamos la fiesta del colegio M anuel
Belgrano, y estábamos produciéndonos en casa de M ay.
Recién habíamos terminado con nuestro cabello y nos faltaba
maquillarnos. Pepe, que había llegado dos horas antes estaba empezando a
enojarse.
—O sea que faltan tres horas más. – hizo señas con los dedos
y se sentó en la cama de mi amiga con bronca.
—No vamos a tardar tanto. – dije, pero sin creérmelo ni yo.
—Tres horas. – repitió tirándonos con un almohadón.
—Y bueno vení vos, y pintame. – dijo mi amiga desafiándolo.
—A ver si tardas menos de tres horas. – levantó los tres dedos, remedándolo.
—Dale. – se paró y agarró la base que estaba en la cómoda.
—Hoy las maquillo yo y nos vamos antes de que la fiesta se termine.
—No tenés idea de cómo delinear un ojo. – comenté entre
risas.
—Echando a perder se aprende, dicen. – se rió.
Pusimos los ojos en blanco y nos sentamos frente a él, para
que experimentara en nuestras caras. Era lo justo. M uchas veces había sido al
revés.
Nos puso base, nos tapó los granitos con el corrector que le
dimos, y se quedó mirando el lápiz de ojos y rímel.
—Eso va en el borde de las pestañas. – M ay lo amenazó con
un dedo. —Parejito, tiene que ser una rayita apenas. No te zarpes.
—Shhh. – la hizo callar y la sujetó por la frente como si
fuera una pelota de Handball con una mano. En la otra ya tenía el lápiz negro.
—¡Ay! – gritó mi amiga tapándose. —M e lo clavaste. ¡Bruto!
El se rió.
—Si tu papá pasaba justo por la puerta, se imaginó cualquier
cosa. – M ayra le pegó un manotazo, mientras mi amigo decía en voz alta a
propósito. —¡Callate, si
te encanta!
—Estúpido. – le quitó el lápiz y se terminó de maquillar
sola.
M e miró con la pinza de arquear las pestañas en la mano.
—¿Y, Pau? ¿Vos te animas? – levantó una ceja de manera
desafiante.
—Ok. – acepté dudosa. —Pero tené cuidado, por favor.
—Obvio, voy despacito. Si te duele, la saco. – volvió a
decir en voz alta.
—¡Pedro! – nos quejamos las dos mientras él se sostenía el
estómago de tanto reírse.
—¡A la pinza, digo! – negamos con la cabeza. —Saco la pinza.
Como pudimos, terminamos de arreglarnos y llegamos a la
fiesta a tiempo.
Nos reunimos con los chicos del colegio, y bailamos
riéndonos entre nosotros un buen rato.
Facu, llegó un poco más tarde y nos saludó a todos. A M ay,
con un beso en la boca, dejando a más de uno con los ojos como platos.
Al ver que ellos estaban tan acaramelados, me llevé a Pedro
al medio a bailar conmigo. Fede, que había estado mirándome se acercó y me
saludó con un beso en la
mejilla.
Desde ese mensaje que me había enviado, no habíamos hablado
más, ni en persona ni por Whatsapp.
Le devolví el saludo con poco entusiasmo y él siguió su
camino como siempre hacía.
Se quedó a metros de donde yo estaba, bailando con sus
amigos, y a veces con alguna chica también.
Enojada por su actitud, me acerqué más a mi amigo, y le pasé
las manos por el cuello para que Fede me viera. Yo también estaba bailando con
otro.
Pepe, que me conocía, se rió y me dijo.
—No entiendo que no te canse tanto histeriqueo. – me siguió
la corriente mientras intentaba darle celos al chico que me gustaba. —No dejes
que te boludeen. Tenés
que encararlo y hablar las cosas de frente, Pau.
En ese momento, mi celular vibró. Tenía un mensaje de él.
“Dos preguntas. ¿Estás enojada? Y la otra, ¿Ese chico es
tu novio?”
Harto, Pepe me quitó el teléfono y le escribió.
“Si. Está enojada y no. No soy su novio.”
Después de eso, sonrió, me guiñó el ojo y se fue.
Ni dos segundos después, Fede estaba a mi lado.
—¿Podemos ir a charlar afuera un segundo? – la próxima vez
que viera a mi amigo, le iba a dar un abrazo gigante.
—Si, claro. – contesté mientras lo seguía al patio.
La noche estaba helada. Se formaba vapor del aire que salía
por nuestras bocas, y todos los vidrios desde afuera se veían empañados.
—¿Te hace frío? – me preguntó y tuve ganas de gritarle “Y
qué te parece!?”.
En cambio, asentí sonriendo y me friccioné las manos
calentándolas con mi aliento.
Se acercó vacilante, y me pasó un brazo sobre los hombros.
Era un abrazo para darme calor, pero me daba lo mismo. Podía sentir el perfume
de su cuello, de lo
cerca que estaba. Lo miré sonriente.
—Gracias. – me sonrió en respuesta y me olvidé del frío. M i
temperatura acababa de subir de manera vergonzosa y mis mejillas se pusieron
violentamente rojas.
—Así que estás enojada... – me miró levantando una ceja.
—No, enojada no. – quise explicarle, y él me frenó.
—Te entiendo, perdoname. – hizo un gesto de contrariedad.
—No quiero jugar con vos, de verdad. M e pareces divina, inocente, dulce, y
yo... soy complicado.
—No me pareces complicado. – dije con sinceridad. —Todas las
veces que charlamos, nos entendimos bien. Eso me pareció a mí por lo menos.
—Si. Por eso, me gustaría que sigamos conversando. – apretó
su abrazo un poco más.
—Sos una chica inteligente, y me divierto cuando hablamos. M
e gustas,
porque sos linda, pero además porque ...no sé. Sos especial.
—Especial. – repetí, tratando de imaginarme el significado
de sus palabras. Y nada de lo que me venía en mente era un halago.
—Seamos amigos. – y ahí estaba el golpe de gracia.
—Amigos. – pestañeé como idiota. Quería salir corriendo.
Correr y correr hasta encontrar un lugar oscuro para llorar.
M e miró con detenimiento, y por un momento, pensé que me
iba a besar. Pero no.
—¿Te pintaste un ojo de cada color? – preguntó confundido.
Recordando la sesión de maquillaje que me había dado mi
amigo, me reí a carcajadas.
—No tengo idea. – él también se rió. —M e lo hizo un amigo.
—Te queda lindo. – se encogió de hombros.
—Se lo voy a decir. – comenté antes de volver a entrar al
gimnasio. —Le va a encantar que aprecien su arte.
Una vez adentro, toda la tristeza que había disimulado
frente a Fede, me inundó de golpe, y sentí muchas ganas de irme a mi casa. M e
sentía rechazada y herida.
Necesitaba a mis amigos.
M e di una vuelta por el lugar, y por fin los encontré.
M ayra, estaba con Facu, bailando mientras se sonreían y se
daban piquitos. De verdad, adorables. Daban ganas de matarlos.
Y Pepe, estaba besándose con Romina. Negué con la cabeza. Se
iba a arrepentir.
La chica era linda, y era muy buena, pero podía ponerse
pesada. Y sabía que mi amigo le gustaba.
Resignada, y con tiempo para matar, me fui con el resto de
mis compañeros hasta que se hiciera la hora de volver a casa.
Estaba más enganchada de lo que decía estar, y no podía resistirse.
Julio empezaba de manera muy prometedora.
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