Divina

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lunes, 11 de julio de 2016

Divina Capitulo 2



Febrero:

Los primeros días, mi grupo de amigos se volvió a separar porque Pedro se iba una semana con su familia a Brasil.

Por supuesto, no había sido una despedida triste, porque nos veríamos para mi cumpleaños, y porque a decir verdad, él la pasaría mejor que nosotras, allá.

La playa, las fiestas, el mar, por Dios. Ojalá pudiera meterme en su valija, como me dijo un día. Total según él, entraba parada.

En esos días, M ay estuvo mucho en casa, y aprovechamos para hacer todas esas cosas de chicas que no podemos hacer con nuestro amigo varón. Aunque
pobrecillo, a estas alturas de nuestra amistad, ya quedaba bien poco que no hubiéramos hecho en su presencia.

Vimos todas las comedias románticas que se nos ocurrieron, salimos a comprarnos esmaltes de uñas de todos los colores, y ya que estábamos, nos las hicimos
pintar en un salón con un 2x1.

Pedimos que nos pegaran unos stickers con florcitas y por un día nos sentimos, como deben sentirse todas esas chicas que salen en las revistas.

Buscamos en internet recetas caseras de belleza, y las preparamos una noche en la que ella se quedó a dormir. Creo que el título del artículo decía algo así como:

“Las 10 mejores mascarillas para tu rostro”.

Una, era hecha con mezcla de miel y avena. Era la que exfoliaba, además de nutrir. Y algo de razón tenía, porque cuando nos las quitamos teníamos la piel suavecita
y tersa.

Pero con la segunda, no pudimos.

Era para hidratarnos, ya que ambas estábamos rojas por tanto sol, y empezábamos a perder la piel.
A base de pepino pisado y agua fría, dejando dos rodajitas para los ojos. Nos teníamos que quedar unos minutos quietitas, pero fue imposible.

No sé si por la cantidad de azúcar de las gomitas que nos habíamos comido antes, o qué, pero nos agarró tanta risa que hicimos un enchastre en mi habitación. A
M ayra, encima, le entró la pasta a la boca y empezó a escupir muerta del asco y peor nos reímos.

De esa noche, quedaron como registro unas cuarenta fotos. Algunas posadas, otras no tanto, algunas que podían publicarse en Facebook e Instagram, y otras... no
tanto. Pero que eran geniales.

Pedro, desde Brasil nos había comentado las fotos que vió cuando entró a internet.
“Menos mal que me fui... están locas.” – puso en una.
No tardamos nada en contestarle a continuación.
“Ya estábamos locas desde antes de que te fueras.”

Y a los pocos minutos él nos contestó.

“jajaja las quiero, estúpidas.”

Y enternecidas por las palabras de nuestro amigo, le mandamos una carita con corazones.


Unos días después, mis padres, que todavía estaban de vacaciones, quisieron salir a comer. No es que me encantara la idea, pero no tenía nada que hacer. Y ya me
había aburrido de estar encerrada, así que me puse un vestidito liviano de verano, unas chatitas y los acompañé.

Habían elegido un restaurante algo elegante que estaba cerca del parque, en donde nos atendieron muy bien y se comía delicioso.
M e había pedido como entrada una ensalada de hojas verdes y parmesano y la estaba disfrutando hasta que...
Fede.

Por poco me atraganto y empiezo a escupir en medio del lugar. Tomé agua disimuladamente.
Si. A unas mesas, sentado también con su familia, estaba el chico de mis fantasías, el chico de 6to. Federico.
Y estaba hermoso.

Se había puesto una camisa oscura, desde donde estaba sentada me parecía que era negra, y le quedaba increíble. Sus ojos azules resaltaban en su rostro bronceado.
Seguramente se había ido de vacaciones al Caribe.

—Hija estás roja. – observó mi mamá. —¿Te sentís bien? – preguntó preocupada.

—Si, si, má. – respondí distraída mientras tomaba mi celular y le escribía a M ay para contarle.

“Estoy comiendo con mis viejos en el mismo lugar que FEDE!!! Lo veo desde donde estoy sentada.”

M i amiga me contestó claramente enloquecida.

“¡¿Qué?! ME MUERO, PAU!! TE VIO? TE SALUDO? QUE TE DIJO? QUE TENES PUESTO?”

M e reí con su mensaje y contesté como pude, con los colores en mi rostro todavía alterados, y las manos algo temblorosas.

“El vestidito azul con las chatitas de los moñitos. Nada me dijo. Creo que no me vio.”

—¿Querés que compartamos un pollo con papas a la española, piojo? – dijo mi papá. —Las porciones son grandes, y nunca comes todo.

Obviamente yo estaba en la luna.

—¿Ah? – lo miré entornando los ojos, haciendo lo posible para no seguir escribiendo en el celular.

—Que si querés compartir conmigo el pollo, Paula. – miró de mala manera. —¿Qué te pasa? ¿Podés parar un poco con ese aparatito? Salimos en familia.

Asentí obediente, pero con un ojo, todavía estaba pendiente a lo que hacía Fede algunas mesas más allá.

Que lindo era...

Lo veía que se reía, y sin darme cuenta yo también sonreía como estúpida. ¿Qué música le gustaría escuchar? ¿Cuál sería su comida favorita?

Lo que restó de la cena, traté de estar lo más atenta que pude a las charlas de mi familia, aunque era un trabajo arduo, y aunque me costó, comí todo lo que había en
mi plato.

Estaba tan nerviosa, que el Tiramisú se me quedó entre el nudo que tenía en la panza y el que tenía en la garganta.

Casi demasiado pronto, habíamos terminado de comer, y teníamos que levantarnos. Ya me tenía que ir.

Nerviosa, rogando a todos los santos y Dioses de todas las religiones no tropezar y caerme, caminé derechita entre el pasillo que las mesas formaban y pasé por el
lado de Fede, haciéndome la linda.
Estaba tan concentrada, que ni me di cuenta de que mis padres se me habían adelantado y ya estaban en la salida.

—Dale, piojo. – gritó mi papá impaciente.

Ay no. M e puse de todos los colores del arcoíris, mientras caminaba hacia él casi corriendo. Que vergüenza.

M e subí al auto, dándole un último vistazo al restaurante, que tenía grandes ventanales y se podía ver hacia adentro.

Para mi alivio, Fede apenas se había dado cuenta de algo. Seguramente ni me había reconocido.
M e tapé la cara con ambas manos y esperé llegar a casa para ponerme los auriculares y volver a estar con él.

Al otro día reviví segundo por segundo la cena anterior con M ay, que para mi desgracia no hacía otra cosa que reírse.

—¿Piojo te dijo? – decía mientras se secaba las lágrimas de la risa.

—Basta. – dije malhumorada. —M e quiero matar... encima estaba tan liiindooo. – me tapé la cara con un almohadón.

—Vas a tener todo el año para que te de bola, Pau. – me animó mi amiga. —Lo llamemos a Pepe así te distraes.

Asentí todavía detrás del almohadón y abrí la notebook, para conectar la camarita y hacer una videollamada.
Pepe, que a esa hora estaba en el hotel, nos atendió a los pocos segundos.

—Hola, bellezas. – nos saludó desde su habitación, todo bronceado y feliz. —¿M e extrañan?

—¡¡Si!! – contestamos a coro.

—¿Cómo estás, garoto? ¿Ya te levantaste muchas meninas? – dije guiñándole un ojo.
El se rió y se cerró la boca como si tuviera un cierre.

—Este garoto não têm memória – dijo con falso acento.

Obviamente después de mucho reírnos, lo forzamos a que nos contara todo. Había una chica por ahí, pero no quiso dar más detalles. El si que había tenido unas
vacaciones memorables.

Nos despedimos con la promesa de vernos en unos días y lo dejamos para que volviera a la playa mientras nosotras con M ay, nos íbamos a ver la novela de la
tarde.


El 15 de febrero empezó como todos los años. Con una lluvia torrencial. Pero no había nada que me borrara la sonrisa del rostro. Era mi cumpleaños. Cumplía los
16, y me sentía genial.

M e estiré en la cama y con una sonrisa escuché como mis viejos me preparaban un desayuno sorpresa.

Los abracé con todas mis fuerzas y les agradecí por el detalle muerta de hambre.

La bandeja que me habían comprado ese año, tenía de todo. Alfajores de maicena, masitas, dulces, manteca, pan de campo, unas medialunas, y por si me inclinaba
por algo más light, tenía tostadas. –Ja! Claro–. M e llevé la taza llena de café con leche y me devoré todo mientras ellos me preguntaban qué quería hacer ese día.

La idea seguía siendo la misma. A la noche, una reunión en mi casa con mis más cercanos. Apenas unos chicos del colegio y mis dos mejores amigos.

Comeríamos unas pizas y ya.

Y durante el día, Pepe y M ay se lo pasarían conmigo básicamente haciendo... nada.
Era casi una tradición para los tres.

Había cantidades ridículas de comida chatarra, y gaseosas como para unas cincuenta personas. No seríamos ni quince, así que había mucho para comer.

De la música se encargaría Pepe.

M e conocía, sabía mis gustos y era él que tenía el mejor equipo. M ay, estaba que caminaba por las paredes. Porque mi amigo, le había dicho a Facu que era mi
cumpleaños, y podía ir.
Así que tocaba también encargarse de planear el atuendo perfecto para impresionarlo.

—Y ahora tu regalo. – dijo mi papá mirando a mi mamá con complicidad.

Sacaron a la vez una bolsa de cartón enorme con un moño rosa y una tarjeta que decía:

“Feliz cumpleaños, piojo. Esperamos que seas feliz este año, y que sea el mejor de toda tu vida. Disfruta los 16, porque solo los cumplís una sola vez. Te
amamos. Mamá y Papá.”

Los abracé de nuevo diciéndoles que yo también los amaba, y abrí la bolsa a tirones.

—¡Ay por Dios! – grité como loca. —No lo puedo creer. – sonreí hasta que me dolieron las mejillas.
—La mochila que vi en la revista.

Sabía lo que les había costado ese regalo. Era un último modelo de mi marca favorita en eco-cuero, con unas pequeñas tachitas muy cancheras. Llevaba meses
mirándola mientras se me caía la baba.

—¡¡Gracias!! – los besé y me la medí aun llevando puesto el pijama, frente al espejo. —Es hermosa. – di una vueltita para verme mejor.

—No sé cómo vas a hacer para que te entren todas las cosas que tenés que llevar al colegio en esa cosita tan chiquita. – dijo mi mamá mirándome con los brazos
cruzados.

—Lo que no me entre, no lo llevo. – bromeé.

—No te hagas la viva, JPaula – dijo mi papá.

M e reí y volví a besarlos, feliz de la vida.

A las dos horas, ya tenía a mis amigos acampando en plena sala de mi casa. Pepe, con la excusa de estar preparando el equipo, y M ay, probándose todo mi
guardarropas frente al espejo grande.

Entre los dos, habían juntado plata y me habían regalado un par de botitas de las que a mí me gustaban. Eran altas con plataforma y cordones. M e encantaban.
Todavía hacía mucho calor para usarlas, pero pronto lo haría.

—Puedo ponerme esta remerita lila. – dijo M ay sosteniendo la prenda por encima del pecho. —Con mi pollera de jean.

—A mí me gusta más como te queda el vestidito blanco. – dije sosteniendo mi primera opción.
Se lo midió por encima de la ropa y miró su reflejo torciendo la cabeza.

—¿No me hace gorda? – con Pepe pusimos los ojos en blanco.

—Ni aunque subieras cinco kilos estarías gorda, dejá de hablar pavadas. – dijo mi amigo con mala cara. —El vestido es más femenino. – opinó.

Las dos nos reímos y lo besamos cada una en una mejilla. Lo teníamos bien entrenado.

Horas más tarde, ya estaba todo listo. Nos habíamos encaprichado con querer cocinar nosotros mismos las pizzas, y eso hicimos. No recuerdo haberme reído
tanto, nunca.

M ientras afuera había parado de llover, nosotros habíamos dejado mi cocina en ruinas. Había queso, harina y salsa en todos los rincones. Y no es que no
supiéramos cocinar, y por eso el lío. No.

Es que estábamos tan aburridos mientras se cocinaban en el horno, que decidimos hacer una guerra de comida.

M is padres, se habían tomado una copa de vino y habían desaparecido. M e dejaban la casa esa noche, porque se los había pedido, y ellos aprovechaban para salir a
solas. A mi madre le iba a dar un infarto cuando entrara.

Una vez que terminamos, nos turnamos para bañarnos y Pepe se volvió a su casa para cambiarse.
Nosotras habíamos puesto “New Romantics” de Taylor Swift a todo volumen y nos maquillamos en el espejo mientras bailábamos.

Pepe llegó y entró por el jardín directamente, casi matándonos de un susto cuando entró a la habitación sin golpear. Estábamos en pleno concierto, micrófonos en
mano y todo. Bueno, eran botellitas de agua, pero servían para eso también.

—¡Pedro! – le gritamos recuperándonos del sobresalto.

—Las ví por la ventana. – dijo entre risas. —Si se portan bien, no subo el video que grabé a Facebook.

—M entira. – lo señalé con un dedo. —Decime que no nos grabaste. – grité.

El tocó la pantalla de su celular y lo dio vuelta para que lo miráramos. Si. Ahí estábamos las dos, posando como idiotas, cantando a los gritos y maquillándonos en
el espejo. El mejor detalle de todos, es que estábamos en pijama todavía.

—Yo pensé que a esta hora ya iban a estar listas. – dijo cuando el video terminó. —¿Les falta mucho? M e aburro. – se puso a jugar con los marcadores de colores
de mi escritorio.

—Nos falta vestirnos nomás. – dijo M ay acomodándose el cabello.

Puso los ojos en blanco y salió del cuarto arrastrando los pies. Eso significaba un rato más. Un rato largo.

Como suponíamos, mi cumpleaños fue el mejor que había tenido. Nos divertimos, nos cansamos de comer cosas ricas, de bailar, de reírnos y de hablar pavadas con
mis amigos.

Pepe había bailado toda la noche con las dos al mismo tiempo, porque M ay estaba algo decaída. Facu, que había dicho que seguro iría, no había ido.

Yo no quería decirle nada, pero lo sospechaba. No era muy amigo nuestro, y no conocía a nadie más que a Pepe y a ella. Iba a estar muy colgado, y con lo tímido
que era...
Las pizzas nos habían quedado riquísimas, y aunque habíamos cocinado exageradamente, no había sobrado ninguna.

La cereza del pastel había sido que el clima mejorara de repente, y el cielo se abriera por completo. Así que esa noche, terminamos todos en el patio, sacándonos
fotos y pasándola genial.

Se habían armado un par de parejitas. M avi, que era la chica nueva que había entrado a mitad del año pasado, ahora salía con Gastón, que era el más payaso del
curso. Lucía se había puesto de novia con Simón, pero entre ellos la historia venía desde hacía mucho. Se gustaban desde siempre, y ahora por fin, eran novios. Y Celi, la
más tímida, había tenido algo con Rodri. No sabíamos bien qué era eso, pero algo había pasado.

M i fiesta había sido un éxito para todos. Hubiera sido perfecta si Facu hubiera venido... y bueno, si pudiera pedir algo más, también si hubiera venido Fede. Pero

eso ya era mucho más difícil. 

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