Febrero:
Las
cosas con Fede se habían enfriado un poco, pero no había pasado nada demasiado
importante. Nos habíamos visto un día después, y no habíamos peleado ni
habíamos
discutido sobre el asunto. Directamente no habíamos hablado del tema. Pero
estábamos... bien.
Parecíamos
estar evitando el tema, y todo había quedado ahí, después de su mensaje. Yo no
quería decirle nada, esa es la verdad.
M
sentía insegura.
Temía
que si le reclamaba algo o me ponía muy paranoica, él se cansara y volviera con
Belu.
Así
que me quedaba callada, y soportaba las dudas que se formaban en mi cabeza.
Había
días que estábamos juntos, y él me estaba besando... y yo lo único que podía
pensar era en si había besado de la misma manera a su ex. Necesitaba decirle
las
cosas, porque me conocía, y solo acumularía molestias hasta explotar y
arruinarlo todo.
O
me retraería por completo.
¿Qué
hacía mientras tanto?
Huía.
Como
la cobarde que era.
M
e inventaba excusas y me juntaba con mis amigos. Sobre todo Pedro porque M ay
estaba siempre con Facu.
Iba
a su casa, o él venía a la mía, y así.
Ana,
su mamá, ya ni me preguntaba si pensaba quedarme a comer. Directamente ponía un
plato más en la mesa todos los días.
Tomábamos
sol en la pileta, y nos bañábamos hasta que oscureciera prácticamente. Si el
día estaba nublado o llovía, nos encerrábamos a ver una película en mi
casa.
Ese
día en particular, era tan fuerte la tormenta, que se había ido la luz. Así que
no teníamos mucho para hacer.
—Podemos
jugar a las cartas. – sugirió.
Lo
miré desanimada. No tenía nada de ganas de jugar a las cartas.
—Podemos...
– pensó mirando hacia todos lados, para ver si se le ocurría algo. —Podemos
ordenar tu habitación. – se rió. Era un lío, la verdad. Pero no tenía
ganas
de limpiar.
—Nooo.
– contesté tapándome el rostro con las manos.
—Podemos
charlar. – me dijo serio. —M e podés contar por qué estás evitando a Fede.
M
e quedé muda por un instante.
—No
lo estoy evitando. – mentí. —Que sea mi novio no quiere decir que esté todo el
día y todos los días con él.
M
i amigo asintió.
—Hace
como una semana que no se ven. – dijo pensativo. —Y no es que me moleste que
nos juntemos, o eso... – se despeinó con una mano. —Pero sé que algo pasa,
Pau. Contame.
Se
acercó un poco a mí y me miró apretando los dientes.
—¿Te
hizo algo? – quiso saber.
—No.
– dije rápido y él respiró aliviado. —Estoy celosa de Belu. Eso me pasa.
—¿Por
qué no se lo decís? – preguntó.
—Porque
no quiero quedar como una novia perseguida. – bajé la mirada. —O como una
boluda.
—Deberías
decirle lo que te pasa, Pau. Y él debería saber que esas cosas te van a
molestar. – me pareció que decía algo más por lo bajo, que sonaba bastante como
un insulto,
pero lo dejé pasar. Esta conversación no me estaba gustando nada.
—Tampoco
tengo ganas de charlar. – dije malhumorada.
El
me sonrió y se quedó pensando qué podíamos hacer.
—Podemos
dormir la siesta hasta que vuelva la luz. – dijo encogiéndose de hombros.
—Esa
es la mejor idea que tuviste hasta ahora. – le contesté riendo.
Cerré
las cortinas para que no entrara tanta luz de día, ya que aun era la tarde, y a
pesar de la lluvia, estaba demasiado iluminado para dormir. Saqué las mantas y
me
recosté.
No
estábamos en la casa de Pepe, y yo no tenía un segundo colchón para que él
durmiera, así que se acostó a mi lado, mirando a la pared. Tal vez fuera el
aburrimiento,
pero nos quedamos dormidos casi al instante.
M
e desperté acalambrada, y muerta de calor. Por la tormenta, había cerrado la
ventana y no corría nada de aire. Y si, tener a Pepe pegado a mi espalda
tampoco
ayudaba.
M e moví despacio tratando de respirar y él también se movió todavía dormido
encerrándome entre los brazos.
Traté
de soltarme, casi asfixiada pero nada. M i amigo había crecido y ahora tenía demasiada
fuerza como para moverse ante mis patéticos intentos. Cansada por el
esfuerzo
me quedé quieta y me puse a pensar.
Nunca
había estado así con Fede. Nunca había dormido junto a él, ni nos habíamos
quedado abrazados en la cama...
M
e giré y me quedé mirando a Pepe dormir. Era una sensación agradable. Sus
párpados se movían apenas y su pecho subía y bajaba tranquilo. No podía comprender
que Barbie no quisiera nada con él. ¿Cuántas veces se había acercado a ella sin
tener éxito? Demasiadas. Era una estúpida, y estaba segura de que si llegaban
a
salir juntos, le haría daño. Fruncí el ceño.
La
odiaba solo de imaginarme a mi amigo lastimado.
Rocé
su mejilla con los nudillos.
Estaba
con la cabeza en cualquier parte cuando mi celular empezó a sonar.
Obviamente
Pepe, sobresaltado, abrió los ojos y se me quedó mirando por un instante. M e
estiré para atender, pero al ver el nombre de mi novio, la ignoré. Lo mío
era grave.
Dos
segundos después tenía un mensaje.
“Pau,
te extraño.” Fede.
Suspiré y escribí una respuesta que sonara creíble. Como que estaba en el
shopping a punto de pagar, y no podía atender. Y claro, que también
lo extrañaba.
Mientras tanto, el silencio en la habitación era inmenso.
Vi
por el rabillo del ojo, que mi amigo se pellizcaba el labio inferior con los
dedos y se lo mordía. Estaba dándole vueltas a algo, lo conocía.
Dejé
el celular en la mesita y me quedé mirando el techo.
Después
de lo que pareció una eternidad, Pepe me habló.
—¿Te
puedo hacer una pregunta? – tenía que ver con Fede, estaba segura. Había visto
como rechazaba su llamada y le mentía para no atenderlo.
—No
sé si voy a querer responder. – le advertí.
—Ok.
Pero la hago lo mismo. – me reí. —¿Tenés lo que querías, con Fede?
—¿Lo
que quería? – pregunté desconcertada.
—Eso
que decías que querías cuando Facu y M ay empezaron a salir. – me aclaró,
refrescando mi memoria.
Lo
medité detenidamente hasta que pude responderle.
—Creo
que si. – si, tenía sentimientos por mi novio, pero había algo que no terminaba
de cerrarme. Desconfiaba y estaba celosa casi siempre. A M ay eso no le
ocurría.
Pero aunque lo pensé, no se lo dije. Le daría otro motivo para que hablara mal
de Fede, y no tenía ganas de escuchar que nadie me dijera que mi novio no me
convenía.
El
asintió y no dijo nada más del tema.
—M
e duele todo el cuerpo. – se quejó riéndose. —Te ocupaste toda la cama, Paula.
M
e reí moviéndome a propósito, para que quedara atrapado contra la pared.
—Vos
estabas ocupando todo, me tenías apretada al borde, no podía ni respirar. – le
conté, mientras él me empujaba también.
—¿Cómo?
¿Así? – me tomó por la cintura y me estrujó haciéndome reír aun más. Sabía
perfectamente que era mi punto débil y que me moría de las cosquillas.
—No,
no, no. – le rogué. —No, Pepe. – traté de soltarme, y decirle que parara, pero
llegaba un punto que no podía ni hablar.
—¿Qué?
No te escucho. – se burló entre risas.
Empecé
a pegarle en el pecho, hasta que por fin me soltó.
M
i amigo se rió a las carcajadas.
—Sos
un asco. – abrí la boca haciéndome la ofendida y le apreté yo también la
barriga.
—Ok,
ok. – me frenó. —Yo también me hago pis.
Después
de unas cuantas risas, nos turnamos el baño apurados. La luz había vuelto hacía
horas, y ni nos habíamos dado cuenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario