Al
otro día, ya no pude seguir evitando a Fede y lo llamé para que nos viéramos.
Después de tanta lluvia, había salido el sol y hacía calor, así que fuimos a
tomar un
helado por ahí.
Estuvimos
charlando de todo un poco hasta que salió el tema del día anterior.
—¿Qué
hiciste ayer? Además de compras. – preguntó mientras comía su helado.
—M
e junté con Pepe, se cortó la luz así que nos aburrimos... y dormimos la
siesta. – le comenté. —¿Vos?
—M
e junté con mis compañeros. – frunció el ceño. —¿Se juntaron los tres?
—¿Cómo?
– dije sin entender, más concentrada en que se me chorreaba el chocolate.
—Que
si estaban los tres. – aclaró lentamente. —Vos, Pepe y tu amiga M ayra.
—Ah.
– no tenía sentido mentir, así que le dije la verdad. —No. Estábamos con Pepe,
nomás.
—Durmiendo
la siesta. – me miró con los ojos entornados y yo me reí de sus sospechas. Era
increíble que se sintiera celoso.
—Es
mi amigo, Fede. – ablandó su gesto apenas, y disimuló. Por lo poco que ya lo
conocía sabía que estaba molesto.
—Deberíamos
salir todos juntos. – sugirió.
Lo
miré reflexionando sobre lo que me decía.
—¿Te
parece? – me mordí el labio.
—Así
los conozco mejor. Son tus amigos, como vos decís... y yo soy tu novio. No
quiero que me apartes de esa parte de tu vida.
—Ok...
– dije forzando una sonrisa. —Podemos salir con Facu también.
—Y
Pedro puede traer alguna amiga... – lo miré extrañada. —Para que no seamos dos
parejas y él solo.
—Claro.
– respondí. El me sonrió conforme y acercó su rostro para besarme.
No
me gustaba para nada la idea. Para nada.
Ese
fin de semana era el último que Fede tenía libre antes de empezar el cursillo
de la Universidad. Y
decidimos salir el sábado a Nueva Córdoba.
Yo
estaba en casa de Fede, así que nos juntamos directamente en la puerta del
boliche. Decir que el aire se cortaba con un cuchillo, no era exagerar. M i
amigo tenía la
mandíbula apretada y trataba de no hacer contacto visual con nadie. Y mi novio,
me tenía sujeta por la cintura en un gesto posesivo que me dejaba apenas
caminar.
Estaba
a punto de pisarlo con mi sandalia en el empeine para que dejara de ser tan
idiota.
M
ay y Facu, parecían ser los encargados de poner paños fríos y aligerar el
ambiente. Charlaban, hacían chistes y sacaban temas de conversación para
incluirnos a
todos.
Una
vez adentro del lugar, nos pusimos a bailar. La música estaba fuerte y no hacía
falta hablar, así que estábamos todos más cómodos. Fede, que era el único mayor
de edad, se encargó de comprar las bebidas y Pepe, estaba pendiente de su
celular esperando a la chica que había invitado.
Cuando
llegó, nos miramos con M ay. Había invitado a M eli. La chismosa del curso.
Sabíamos que no llamaría a Romi, porque no quería seguir dándole pie a que se
siguiera
enganchando. Era un buen chico, y no quería lastimar a nadie.
M
eli, estaba encantada. Se le había prendido al brazo apenas lo vió y lo hacía
bailar cualquier canción que sonaba como si los demás no existiéramos.
Fede
me decía cosas lindas al oído y me besaba cada vez que podía, y mis amigos
estaban bailando cerca y charlando de manera relajada. Por un momento, pensé que
funcionaría. Podrían llevarse bien todos, y no tendría más problemas. Pero
entonces empezó a sonar “Loquita”.
M
is pies se movían solos. M iraba a Pepe y quería irme a bailar con mis amigos.
El, me miraba y la miraba a M ay. Estaba pensando lo mismo.
—Andá
con tus amigos, peque. – me dijo Fede con un besito cerca del oído. Lo miré
sorprendida. —Te morís de ganas. – se rió.
—¿Y
vos? – pregunté.
—Yo
bailo con M ariana. – dijo encogiéndose de hombros.
—M
elisa. – le corregí entre risas. El hizo un gesto de desinterés. Le daba lo
mismo ella y su nombre. —Gracias. – me acerqué a su boca y le robé un beso
rápido antes de correr a donde estaban Pepe y May.
Como
siempre, nos costó seguir el ritmo y mi amigo se turnaba con las dos para
bailar y cantar la letra de la canción. “Un bailecito sensual” era alguna
payasada y nos
moríamos de la risa.
M
i chico cada tanto nos miraba, pero no parecía hacerlo enojado así que me
relajé y me divertí como a mi me gustaba.
Al
otro día, me juntaba con él. Queríamos aprovechar a fondo ese fin de semana,
porque después estaría en la facultad y no podríamos vernos con tanta
frecuencia.
M
e había invitado a su casa, y como se nos había hecho costumbre, estábamos en
su cuarto, escuchando The Black Keys.
Estábamos
en el sillón, pero no pasó demasiado tiempo hasta que los besos se pusieron más
apasionados y termináramos en su cama. Sin saber qué estaba haciendo,
levanté el ruedo de su camiseta y sin dudarlo, él se la quitó.
Conocía
pocas cosas que me gustaran más que el torso desnudo de mi novio. Era perfecto.
Cada músculo en su lugar. M is dedos no se cansaban de sentirlo, y mi cabeza
daba vueltas a toda velocidad.
Tras
un jadeo profundo, él imitó mi acción y me levantó el top por encima de mi
cabeza. Dejándome llevar por el momento, lo ayudé y dejé que me lo sacara.
Tenía
puesto mi corpiño más bonito. Uno negro bastante común, pero era bonito.
Y
él debe haber opinado lo mismo porque me recorrió con la mirada y sonrió.
—Preciosa.
– dijo casi en un susurro y volvió a besarme.
Ahora
eran sus manos las que no podían dejar de moverse. Estar tan cerca, casi piel
con piel, estaba haciéndome perder el control.
Posó
una mano en mi barriga mientras besaba mi cuello, y comenzó a bajarla con una
suave caricia que terminó en el botón de mi short.
Sentí
la presión de sus dedos, y me dí cuenta de que intentaba desprenderlo. Abrí los
ojos de par en par. ¿Quería esto? No. No quería. No, no, no. Todavía no estaba
lista. Sujeté su mano de golpe.
El
se separó un poco y me miró.
—Perdón.
– le dije. —No puedo.
Sacó
su mano de donde la tenía y me sonrió. Se acostó a mi lado mirando el techo y
respiró profundo un par de veces como calmándose antes de hablar.
—Pauli...
– su tono era suave, lleno de cariño. —¿Es tu primera vez?
Asentí
sin querer pronunciar las palabras. —No
hay problema. – se sentó y me tomó de las manos para que hiciera lo mismo. M e
alcanzó el top y se vistió también. —No vamos a hacer nada que no quieras,
peque.
Lo
miré mordiéndome el labio.
—No
es que no quiera, Fede. – “tengo miedo” quería decirle, pero no lo hice. Odiaba
dejarlo con las ganas. Seguro Belu nunca lo dejaba así.
—Ey.
– me interrumpió tomándome del rostro delicadamente —Te voy a esperar todo lo
que haga falta. ¿Si? Va a ser cuando vos quieras.
Asentí
dubitativamente. —Te quiero, peque. – pegó su frente a la mía y chocó nuestras
narices con dulzura. El corazón se me salía del cuerpo.
Sonreí
y le respondí.
—Yo
también te quiero, Fede. – me devolvió la sonrisa y me besó suave pero
profundamente.
Una
sesión de besos que había empezado de lo más apasionada, había terminado de
golpe, seguida por una confesión de amor y para terminar con un abrazo silencioso
que decía mucho más que las palabras. Había sido perfecto. Nunca, ni en mis
fantasías, podría haberlo imaginado mejor.
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