Divina

Divina

jueves, 14 de julio de 2016

Divina Capitulo 11


Julio:
Al otro día, nos despertamos con M ay y seguimos conversando en susurros, porque todavía estábamos algo cansadas para levantarnos. A nuestro lado, Pepe
roncaba como una bestia bruta.

Riéndonos, lo pateamos un poco en la espalda para que cambiara de posición y respirara mejor, y eso hizo.

Se puso panza arriba, destapándose y dejándonos un primer plano de su ropa interior y de su...

Nos reímos a carcajadas tapándonos la boca para no despertarlo, pero era muy fuerte. Nuestro amigo, estaba con una situación muy normal que le ocurre a todos
los hombres por las mañanas.

Para decirlo con todas las letras, tenía una erección y no había manera de ocultarla. Menos como estaba todo despatarrado en el colchón de abajo. Ahí, tan
expuesto.

Estábamos haciendo bromas, impresionadas sinceramente por su tamaño –no es que tuviéramos mucho con que comparar, pero igual- cuando vimos que se movía
y empezaba a despertarse.

Sin ponernos de acuerdo, nos hicimos las dormidas y con un ojo veíamos qué hacía, aguantándonos la risa con tanta fuerza, que nos dolía.

Pepe se sentó en el colchón y tras rascarse la cabeza un poco se miró hacia abajo y se tapó con las sábanas. M iró para ver si lo habíamos pescado haciéndolo,
pero al vernos supuestamente dormidas, se levantó como nada y fue al baño.

M ay, me pellizcaba el brazo para que no fuera a reírme, y apenas estuvo lejos para escucharnos, estallamos.

Ya no podíamos mirar a nuestro amigo con los mismos ojos después de eso.

Cuando más tarde llegué a mi casa, mi papá me estaba esperando enojado. Con la emoción de que Fede me saludara y el cansancio que tenía en la vuelta, me había
olvidado de avisarles que me iba a lo de M ay. Y además de haberse preocupado, estaba que echaban humo.

Por supuesto, significaba un castigo de no salir a por dos semanas, porque sumado a la borrachera de la vez anterior, ya estaba en la cuerda floja.
Y eso de por si, ya era horrible, pero todavía faltaba lo peor.

El próximo viernes sería la fiesta del colegio 25 de M ayo y no tenía ganas de perdérmela.
Estaba aislada del mundo, encerrada en mi cuarto, indignada, cuando sonó mi celular.

—Pau, te vas a morir cuando te cuente lo que te tengo que contar. – me advirtió M ay histérica. —¿Estás sentada?

—Decime. – contesté sentándome en la cama, ansiosa.

—Fede cortó con Belu. – le dijo sin anestesia. —M e enteré por Twitter, y era demasiado para escribírtelo en un mensaje.

—¿Qué? – grité emocionada.

—Como escuchas. – me contó. —El la dejó, parece. Ahora más que nunca tenés que ir a la fiesta del 25.

—No, amiga. Imposible. – cerré los ojos enojada. —M e castigaron dos semanas por no avisar que me quedaba en tu casa. No me van a dejar salir.

—Pero, Pau. Ya estuvo preguntando por vos... – sonaba molesta. —Tenés que ir, es obvio que te va a buscar.

—No me digas así, que me agarra más bronca. – tenía ganas de llorar. —Vayan ustedes y me cuentan todo. ¿Si?

—No quiero ir sin vos. – dijo mi amiga decidida.

—Por favor, así después me contas todo. – le insistí.

—Ok, Pau. – se despidió con un besito y unas palabras de aliento para levantarme el ánimo, sin éxito, y llamó a mi amigo para ver como hacían para ir.

La noche de la fiesta, yo estaba con mi pijama puesto frente al televisor de mi pieza viendo Diarios de Vampiros, comiendo una sopa instantánea de pollo.

M i papá había cocinado milanesas, pero yo estaba en huelga total porque no me habían dejado salir aun después de mucho rogar.

M ay y Pepe se comunicaban conmigo a través de Whatsapp cada cinco minutos, diciéndome lo mucho que querría que yo estuviera con ellos allí.

M e grabaron audios con las canciones que siempre bailábamos juntos y me contaron de todos los movimientos de Fede.

Aparentemente, había ido solo con amigos, y no se había acercado a ninguna chica.
Como a eso de las tres, el ruidito de los mensajes me despertó porque me había dormido con el celular sobre la almohada. Desbloqueé la pantalla quedándome ciega
para leer lo que ponía. M i cuarto estaba oscuro, y mi teléfono se sentía como estar mirando directo al sol.

Cuando leí, por poco se me cae en la cara.

“Hola, Paula. Soy Fede, de 6to. Le pedí a tu amiga tu Whatsapp” acompañado de una carita que guiñaba el ojo.

Con los dedos temblorosos, le contesté.
“Hola, Fede. Qué tal la fiesta?”

¿Esto realmente estaba sucediendo, o estaba soñando? M e pellizqué el brazo haciéndome doler y sonreí como boba.

“Un poco aburrida. Vos qué estás haciendo?”

No podía creerlo. ¡Estaba charlando con Fede! Y obviamente por el otro chat, también lo hacía con mi amiga, que después de haberle dado el número al chico, me
había advertido. Y ahora me preguntaba qué me decía.

“Estaba viendo una película” mentí. M ucho mejor que decir que me había ido a dormir temprano por el embole de estar castigada sin salir.

“Que lindo... Con el frío que hace, está genial para ver una. Qué ves?”

Hizo un repaso por todas las películas que había visto últimamente y pensé con cual quedaría menos como una perdedora.

“Man of steel. La viste?”

Ojalá que no fuera uno de esos fanáticos de Superman y quisiera hablar de super héroes, porque la única razón por la que había visto esa película, era porque el
protagonista me parecía precioso.

“Si, pero la puedo ver de nuevo si me haces un lugarcito..

Quise gritar. Fede quería ver una película conmigo. Automáticamente me lo imaginé a mi lado, abrazándome mientras veíamos algo... lo que sea. M e daba lo mismo
si era con él.

“Tan aburrida está la fiesta?” M e hice la canchera, como si en realidad no me estuviera por estallar el corazón en pedazos de la emoción.

“jaja. Bastante. La próxima, invítame. Te dejo que sigas viendo tu película.”

¿Invítame? ¿Quería que lo invitara? ¿De verdad quería ver una película conmigo o solo lo decía por decir algo? Y lo más importante. ¿Ya se iba? ¿Se estaba
despidiendo? Tenía que pensar una respuesta inteligente, o que lo hiciera reír al menos. NADA. Nos se me ocurría nada.

Al ver que no contestaba, él escribió.

“Besos, Paula. Nos vemos.”

Resignada me despedí también.

“Besos, Fede. Nos vemos.”

Y así, él siguió en la fiesta, y yo... yo era un amasijo de nervios tembloroso que no servía ni para contestar un mensaje. M e golpeé la frente con la palma y me
lamenté por horas.

Horas en las que se me ocurrieron unas diez respuestas mejores de la que le había dado.
Esa noche soñé toda la noche con Fede. Bailábamos la canción que sonaba aquella vez que nos vimos. La de Deorro, mientras me decía cosas al oído.

M is amigos, también la habían pasado bien. Pedro, había bailado con Barbie un rato, y M ay se había reencontrado con Facu.

No habían quedado en nada, era solo verse y comerse a besos. Pero por ahora, para ella funcionaba.

Estaba más enganchada de lo que decía estar, y no podía resistirse.

Julio empezaba de manera muy prometedora.


En los días que siguieron, me seguí escribiendo por Whatsapp con Fede casi todos los días. M e saludaba y me preguntaba qué estaba haciendo.

Ya estábamos de vacaciones, así que no nos veíamos en la escuela. Yo le contaba, él me contaba, todo en plan amistoso. Eso si.

Después de que dijera esa noche que quería que le hiciera un lugarcito a mi lado para ver la película, no había vuelto a insinuar nada. Pero yo estaba encantada.
Gracias a esas charlas que teníamos, estaba empezando a conocerlo.

Sabía por ejemplo, que no lee gustaba Historia y Filosofía. Lo aburrían las asignaturas en las que había que leer, porque odiaba hacerlo. Era más de los números. De
hecho, iba a estudiar Ciencias Económicas el año siguiente, y quería ser contador.
Escuchaba música electrónica, rock, y algo de pop también. Casi me muero cuando me contó que le gustaba Deorro, y en especial el tema con el que yo lo asociaba,
“Perdóname”.

Tenía un hermano más chico que acababa de entrar a la primaria y se llamaba Gabriel. A veces cuando me escribía, me contaba que esa noche le había tocado
quedarse haciendo de niñero porque sus padres salían.

Al poco tiempo, me di cuenta de que tenía un concepto muy diferente de Fede, y el chico que estaba conociendo, era mucho más real y ...normal de lo que me
imaginaba.

Era un chico de 17 años, igual a cualquier otro.

Había pasado tanto tiempo enamorada, idealizándolo, que pensaba que era inalcanzable. Que su vida era perfecta, y super emocionante.
Pero tenía problemas, como el resto.

Uno de ellos, era que no tenía una buena relación con algunos profesores, y tal vez por eso, sus calificaciones de la primera etapa bajaron su promedio general. Así
que se esforzaba estudiando para volver a subirlo.

Era el capitán del equipo de Futbol, que era otra cosa que le encantaba. Se pasaba horas contándome de partidos que había jugado mientras yo fingía interés, y
trataba de contestarle para que viera que leía lo que me escribía. Aunque sea con alguna carita, o lo que fuere.

Algo me decía que si hubiera sido por él, se dedicaría al deporte de manera profesional, pero sus padres no se lo permitirían.
Eran conservadores, y defendían la educación formal por encima de todas las cosas.
Conocía a muchos adultos que eran así.
Y esta rutina que habíamos establecido entre tanto mensajito, tenía a mis amigos un poco cansados.

No hacía otra cosa que no fuera hablarles de Fede. Todo el día, porque cualquier tema parecía hacerme acordar a él, o algo de lo que habíamos hablado.
De verdad, era como si pudiera asociar todo lo que me rodeaba con él.

Pepe, cansado, muchas veces, me había preguntado por qué me escribía si no me iba a invitar a salir. Pero cuando se cansaba de ser tan malo, se disculpaba, o lo
defendía diciendo que era porque me estaba conociendo, y cuando volviéramos a clases, seguro era diferente.

Yo trataba de no albergar esperanzas, por dos razones. No quería quedar como una idiota por enamorarme como una boba –peor de lo que estaba– del chico lindo
de la secundaria, que tenía filas de chicas esperando ocupar el lugar de Belu. Sabía que mis posibilidades con él, eran más bien pocas.

Y la otra razón de peso, era que no quería que me hiciera daño.
No quería volver a mi antiguo estado de zombie, y aislarme de todo y todos los dos últimos años de secundaria que me quedaban.

Por demasiadas cosas había pasado, como para volver a caer en el pozo.
Tenía que pensar en mi futuro.
Y en eso estábamos justamente ese día.

M i escuela, como tantas, organizaban jornadas de Orientación V
ocacional para 5to y 6to año en días de vacaciones. Al principio había ido ilusionada pensando que vería a Fede, pero no. Los más grandes tenían otros días.

Era optativo, pero de todas maneras nosotros íbamos a asistir, porque nos parecía útil. Ninguno se había decidido por una carrera y aunque todavía teníamos
tiempo, ya era hora de por lo menos empezar a pensarlo.

Las actividades se dividían en dos días. El primero en el que nos hablaban de las ramas principales de estudio, y de las carreras que en ese momento se estudiaban
en la provincia. Y el segundo en el que nos hacían una visita guiada por varias universidades, las más conocidas.

Como era de esperar, el primer día, nos llenaron de papelería de una y otra universidad, y nos dieron un listado de requisitos y trámites que teníamos que hacer
para ingresar a cualquiera.

Ante la cantidad de opciones estábamos más mareados que antes, así que la coordinadora del evento, nos hizo hacer un test que contaba de muchísimas preguntas
de todo tipo, para ver hacia donde se inclinaban nuestros intereses.

Daba un resultado numérico de porcentajes, en el que solo indicaba a rasgos muy generales una orientación.

A M ay, le había dado por el lado de las lenguas extranjeras. Cosa que para nosotros no era una novedad. Y desde allí, la organizadora, le dio un listado de más de
diez posibilidades. Podía dedicarse a la docencia, a la traducción, a la investigación, al turismo, a la hotelería, y otras nada que ver como las relaciones internacionales.
Dejó de leer en diplomacia y política, porque se asustó.

Pepe, estaba feliz con lo que le había tocado. Su amor por el dibujo, pero su capacidad de pensamiento práctico, lo habían llevado a carreras como arquitectura,
diseño industrial, diseño gráfico o multimedial. Ahora el problema era que le gustaban todas.

La más desconcertada era yo, que pensaba que mis porcentajes habían salido todos mal. Creí que me iban a tocar carreras como Psicología, Sociología o Filosofía,
pero no.

M e había inclinado hacia las letras. Entre ellas, las letras modernas sobre todo. La organizadora me preguntó si me gustaba la idea de dar clases, o en cambio quería
trabajo en el mundo editorial, como correctora, editora o... escritora. La miré por unos segundos antes de reírme.

Si llegaba a decirle a mis padres que quería dedicarme a escribir, me apoyarían claro. Pero también tendrían que mantenerme de por vida. Tal vez si escribiera para
los medios... como en un periódico, o una revista.

Era una decisión demasiado difícil para tomar aun, así que para relajarnos, esa noche teníamos la fiesta de Andrés, uno de nuestros compañeros.

M e había puesto un jean chupín que acababa de comprarme, y una camisa de gaza negra hermosa que amaba. M i infaltable collar de cuarzo rosa y las botitas de
plataforma que mis amigos me habían regalado y ya estaba gastando de tanto usarlas.
Siempre que salía, pensaba lo mismo. M e hacían falta otras botitas, tendría que ahorrar del dinero que a veces mis padres me daban.

M ay, estaba usando unas calzas negras con abertura en las rodillas y un top blanco que decía “WTF” en letras negras, y unas botinetas a juego.

Y Pepe venía de jugar al fútbol, y quiero creer que por lo menos se había bañado.
En general, estábamos casuales, como el resto de mis compañeros que ahora estaban repartidos en el patio del anfitrión, haciendo lío.

Había panchos y hamburguesas para comer, y para tomar... vino con gaseosa. Yo, que todavía tenía muy fresco en la mente como me había caído al estómago la
última vez, no podía ni olerlo. Así que me tuve que conformar con tomar solo una Coca.
M ay, que si se había animado a beber, se puso a bailar sobre una de las sillas, mientras mis compañeros aplaudían y le sacaban algunas fotos.

Pepe, para que dejaran de reírse, le había pedido que se bajara, pero ella lo alejó de un empujón, así que se fue y que después se aguantara las burlas en Facebook
y Twitter.

Nos quedamos bailando por ahí, hasta que me dijo que tenía que ir al baño y se perdió.
Juan, que había estado esperando a que me quedara sola, se acercó. Después de la fiesta del Jesús M aría, las cosas entre nosotros estaban un poco raras, y
tratábamos de evitarnos la mirada en el salón. Nadie más se había enterado de sus intentos de besarme, y yo no pensaba contarles tampoco.
Podía ponerse pesado, pero era un buen chico.

—Hola, Pau. – me dijo con una sonrisa tímida.

—Hola, Juan. – respondí sonriendo también.

Lo vi que se paró nervioso, apoyándose sobre un pie, y luego sobre el otro.

—Te quería pedir disculpas. – se mordió el labio. —Estaba borracho la otra noche.

—No te hagas problema, ya me olvidé. – me reí. —Yo también había tomado un poco.
Nos reímos.

—M mm... – se rascó la nuca, otra vez ansioso. —Te quería decir otra cosa también.

—Decime. – me hizo señas para que lo siguiera hasta un rincón donde había sillas, un poquito alejado de los oídos de los otros chicos que estaban deambulando en
el patio.
Tomó aire como dándose coraje, y lo soltó.

—M e gustas. – me miró a los ojos por unos segundos. —De verdad, me pareces muy linda.

Estaba a punto de interrumpirlo, pero me hizo señas con una mano.

—Ya sé que te gusta Fede. – me aclaró. —Pero nada... si ves que eso no funciona, o te deja de gustar... Pensalo nada más.

—Juan. – él negó con la cabeza.

—Te espero todo lo que quieras. – y con un beso en la mejilla y una sonrisa, me dejó sentada sola.

No es que no fuera lindo. Juan, tenía lo suyo. Era moreno, alto, y tenía un piercing en la lengua que me encantaba. Cosa que le había traído problemas en la escuela,
pero finalmente había ganado la batalla y habían tenido que permitirle que lo llevara.
Pero a mí, quien me gustaba era Fede. No había lugar para nadie más.
Como si se tratara de un tiburón oliendo sangre, M eli vino corriendo hasta donde estaba y estuvo las siguientes dos horas contándome con detalles todo lo que
sabía de Juan. Que supuestamente ya le gustaba desde hacía mucho, y yo que sé cuantas cosas.

Pero entonces, empezó a sonar la canción de Chayanne y me fui a bailarla con mis amigos.

El resto de mis compañeros se partían de la risa por el espectáculo que dábamos. Es que eran tantas las veces que la habíamos cantado y actuado, que ya teníamos
una coreografía y todo.

No tardaron en sumarse los demás, y terminamos bailándola todos.
Como decía Pepe, era “nuestro tema”. El de los tres.


En lo que quedó de la noche, Juan no se me volvió a acercar, por suerte. 

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