A mediados de ese mes, se llevaba a cabo la fiesta de los
colegios. Una especie de mega evento que se hacía en un boliche del Cerro de
las Rosas que cerraba por esa
noche, exclusivamente para la ocasión.
Todas las escuelas de la capital asistirían, y festejarían
juntos. Y nosotros, que estábamos en uno de los últimos años, teníamos que ir.
Como era lejos, mi curso había alquilado un micro por el que
pagábamos un mínimo y nos llevaba desde nuestra escuela, y luego nos traía de
vuelta al mismo punto
de encuentro.
M ay, era la que más cerca vivía de allí, así que nos
juntamos en su casa para salir. Sus padres no estaban, y claro, apenas
entramos, nos encontramos a Facu que
estaba con ella.
Comimos y nos cambiamos. Esta vez, me había puesto una
pollera línea A muy corta de tiro alto, con un top ajustado que dejaba visible
apenas una parte de mi
abdomen y zapatos de tacón alto.
M ay, se puso uno de sus vestidos más lindos y cortos con
sandalias de taco mediano, y se ató el cabello en una colita. Su novio no podía
dejar de mirarla. Lo había
dejado tonto.
Pepe, se había puesto una camisa, que para él era rarísimo,
porque siempre usaba remeras y camisetas comunes, y un jean chupín oscuro.
Estábamos todos muy lindos y producidos.
Una vez subidos al colectivo, Juan Cruz, se acercó a
nosotros y nos pasó un vaso para que tomáramos.
—Vodka con energizante. – explicó.
Nos encogimos de hombros y bebimos para entrar un poquito en
calor.
El viaje duraba una hora, así que hicimos más que solo
entrar en calor.
Le habíamos pedido al chofer que pusiera música y habíamos
bailado y cantado a medida que cambiaba de canción. Para cuando sonó Chayanne,
nuestro amigo nos
señaló y nos llamó para que bailáramos con él en el centro
del micro en movimiento.
No podíamos más de la risa al ver que apenas podíamos hacer
equilibrio y nos caíamos encima del otro con torpeza.
Llegamos, nos bajamos, y entramos a la fiesta lo mejor que
pudimos, teniendo en cuenta las circunstancias.
Al ver que Facu y M ay se iban por su cuenta, con Pepe nos
quedamos con los chicos del curso. No sabíamos bien cómo, pero habían logrado
entrar el alcohol
que traíamos en el micro, y entre baile y baile, brindábamos
discretamente desde un rincón del lugar.
Empezó a sonar “Loquita” de M arama y mi amigo me señaló
para ir a bailar, así que lo seguí. Si había alguien que sabía bailar cumbia,
ese era Pepe. No era solo
de mover los pies y dar vueltitas como hace la mayoría de
los hombres. No.
Es de los que agarran de la cintura con una mano, y con la
otra, de tu mano también y te revolotean para todos lados. Era difícil seguirle
el ritmo.
Un poco achispados, empezamos a cantar la canción como
hacíamos cuando estábamos en mi casa. A los gritos, y haciendo palmas. Cada vez
que la letra decía “el
bailecito sensual”, hacía alguna payasada, haciendo que me
tambalee por la risa.
Como si al escuchar la canción, nos hubiera buscado, M ay
apareció con Facu para sumarse a nuestro baile. El novio de mi amiga, no estaba
acostumbrado a las
pavadas que hacía Pedro y también se reía, así que éste lo
sacó a bailar, diciéndole “y tú te pones loquita, mamita” en el oído.
El otro, sin quedarse atrás, lo sujetaba de la cintura y le
bailaba, haciéndonos morir de risa a todos.
Después de ese tema siguieron varios de ese estilo, en los
que de a poco iban sumándose más de mis compañeros. Y no es porque fueran mis
amigos, pero estoy
casi segura de que éramos los que más nos divertíamos en el
lugar.
M ás tarde, me fui a buscar algo para tomar, porque tanto
baile me había dado sed, y me encontré de frente con Fede. Nos saludamos y nos
quedamos charlando
mientras yo esperaba mi bebida.
La música había cambiado, y ahora era más electrónica.
—¿Estás borracha, Paula? – me preguntó levantando una ceja,
evidentemente divertido.
—No. – contesté demasiado segura, con una risita.
—No dejás de sorprenderme. – me sonrió y me tomó de las manos.
—Vení, vamos a bailar.
M e hizo dar una vuelta, para después pegarme a su cuerpo.
Sus manos fueron directo a mi cintura y yo acomodé las mías en sus hombros.
—Hoy no te pusiste calzas. – observó.
Yo me miré las piernas como idiota. Como si no supiera que
ropa llevaba puesta. Ese era el efecto que Fede tenía en mí. M e reí y volví a
mirarlo.
—Creo que ahora me distraigo más que antes. – sentí sus ojos
como dos rayos láser sobre la piel de mis piernas y nerviosa, le contesté.
—Acordate que sos mi amigo. – me mordí los labios. —M irame
a los ojos, amigo.
El se rió y sacudiendo la cabeza, me hizo caso.
—Es que sos muy linda, amiga. – a esa altura, ni idea en
donde estaba parada. Creo que la última neurona que me quedaba, se quemó. M e
hablaba al oído, y tenía
su rostro tan cerca, que se me caía la baba.
Todo él era perfecto, y olía tan bien.
Como cosa del destino, empezó a sonar “Perdoname” y sonreí.
—Esta canción me hace acordar a vos. – le confesé, dejándome
llevar por el momento.
M e miró extrañado.
—¿A mí? ¿Por qué? – como no pensaba decirle la verdad, le
dije una mentira que podía resultar bastante creíble.
—Porque cuando charlamos una vez, me dijiste que te gustaba
Deorro. – me sonrió de lado y volvió a acercarse a mi oído.
—Bueno, hagamos algo para que tengas un recuerdo más
interesante. – sus labios me rozaron la mandíbula, hasta llegar a mi mejilla.
Contuve la respiración, sujetándome con fuerza de sus
hombros. Tal vez si no lo hacía, me fallaban las piernas y me caía.
Se separó apenas para mirarme y sus ojos ardían, llevando
miles de mariposas a mi estómago. M iré su boca hipnotizada, y como acto
reflejo me humedecí los
labios.
De un solo movimiento, tomó mi rostro con ambas manos y me
estampó un beso. Así, sin más ceremonias. Ya lo creo que tendría otro recuerdo
de esa canción.
Por un segundo, fue como si hubiéramos estado solos. Su
boca, reclamaba la mía, con tanta pasión que no me dejaba ni tomar aliento.
Pegándome más a su cuerpo, me agarré a su espalda abrazándolo,
mientras él se abrazaba a mí.
Paramos un rato, aunque no del todo. Nuestros labios seguían
unidos, y con cada respiración me daba un piquito.
—M e gustas mucho, Pau. – susurró.
Sonreí y le devolví uno de sus besitos.
—Vos a mí también. – apenas terminé de decirlo, se abalanzó
y siguió besándome como antes.
La noche estaba llegando a su fin, y era hora de regresar.
Como nos la habíamos pasado juntos, en algún que otro rincón a puro beso, me
acompañó hasta el micro
con mis compañeros y se despidió de mí delante de todos.
M e abrazó, me besó y me dijo que nos veíamos en la escuela.
Se fue tras guiñarme un ojo.
M ay, que al ver la escena se había quedado discretamente
lejos, corrió a mi lado y me exigió detalles.
En cambio Pepe, estaba enroscado en los brazos de Romi, que
había vuelto a atraparlo. Pobrecillo. Aunque diciendo la verdad, no veía que la
estuviera pasando
muy mal.
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