Divina

Divina

lunes, 11 de julio de 2016

Divina Capitulo 1

5to Año 




(Agenda de Pau, actividades por mes)
Enero:

Vacaciones en familia.
Asado con amigos.
Club y pileta.

Febrero:

Babasónicos en el festival de verano.
Mi cumple.

Marzo:

Ir al cine: The Host
Empiezan las clases. (Lo veo a Fede!!)

Abril:

Fiesta del Colegio S an José
Exámenes.

Mayo:

Fiesta del Colegio Jesús María
Calificaciones de los primeros exámenes

Junio:
Parciales

Julio:

Vacaciones
Fiesta del Colegio 25 de Mayo
Orientación Vocacional
Fiesta de Facu

Agosto:

Fiesta del Colegio Manuel Belgrano
Exámenes

S eptiembre:

Día del Estudiante
Calificaciones de los segundos exámenes
Fiesta de 6to año de mi Colegio para recaudar fondos

Octubre:

Fiesta de los Colegios

Noviembre:

Fiesta Despedida de 6to de mi Colegio
Parciales


Diciembre:
S emana de recuperatorios
Navidad
Año Nuevo


Enero:

M e hubiera encantado, como todas las personas normales de mi edad, pasar las vacaciones de verano con mis amigos. Pero no. Otra vez me tocaba con mi familia.
Estaba tan aburrida, que a veces me ponía a leer los libros de la escuela.

Y no es que no me gustara leer. M e encantaba. Leía Stephenie M eyer, John Green, Becca Fitzpatrick, Suzanne Collins, Anna Todd, Rainbow Rowell entre otros,
además de los miles autores de fanfictions que seguía en las redes sociales. M e podía pasar una noche entera leyendo, aun teniendo clases al otro día. Leer no es era
problema, es que en la escuela nos daban libros terriblemente tediosos.

Eran las diez de la noche, y en la colonia de vacaciones en la que estábamos, ya todo el mundo dormía. Al parecer era un lugar de retiro muy visitada por jubilados.
Aquí estaba pasando mis vacaciones, si.
No había nada para hacer.

No había cable, centros comerciales, restaurantes o bares, ni otras atracciones turísticas. Ni siquiera había wifi, o buena señal de celular. Estaba en el maldito
agujero negro.

M is amigos estaban en Córdoba. Seguramente disfrutando de alguna fiesta, yendo a comer, al cine, o simplemente paseando por las calles transitadas de mi
hermosa ciudad. Que envidia...

Por suerte, ese era el último día y ya regresábamos. Si no, creo que me hubiera escapado.
Miguel, mi padre, quien estaba mirándome atentamente desde hacía un rato sin decirme nada, se levantó de la silla reposera desde donde leía el diario y se sentó a
mi lado. Creo que le dí lástima.

—Piojo... ¿Querés que más tarde vayamos a jugar a los dados en la terraza? – me miró esperanzado. No le contesté como quería, él también me daba algo de pena.
Pero insistió. —Siempre que veníamos te encantaba.

Suspiré.

—Era más chica, papá. – me acomodé el pelo para un lado y lo volví a enroscar en mi dedo.
M e miró sorprendido por un instante.

—Podemos salir a caminar con mamá. – sugirió. —Aunque no sé cuantos lugares abiertos puede haber en el pueblo...

—Ninguno. – dijo Alejandra, mi mamá. —Eso estaba hablando recién con la señora de la cabaña del lado. No hay nada.

M iré por la ventana, y efectivamente, el cielo negro parecía tragarse todo el maldito lugar en una noche inmensa. No se veía absolutamente nada, era desesperante.
No había donde ir. El sentimiento de claustrofobia se apoderó de mi pecho y me angustié.

—M ejor me voy a tirar un ratito a ver si duermo. – vi que mis padres intercambiaban una mirada de compasión. Por lo menos serviría para que se dieran cuenta de
que ya estaba grande, y no podían seguir obligándome a vacacionar con ellos. Ya no era una niña.

M e puse los auriculares del celular y fui de lista en lista de reproducción hasta que encontré la que quería escuchar.
Sam Smith.

M e saqué las zapatillas y me acosté vestida entre las mantas, cerré los ojos y no necesité nada más.
No tardé nada en transportarse a kilómetros de ahí.

M e encantaba imaginar escenarios con las canciones que sonaban en mi mente. M e la pasaba volando todo el día. Tanto que a veces, mis padres me regañaban
porque no escuchaba ni prestaba atención a lo que me estaban diciendo.

Durante esas fantasías el mundo completo desaparecía. Solo estaba yo... y si... también estaba Fede.
Era el chico más lindo que conocía. Era un año mayor, y tenía los ojos azules más bonitos y la boca más perfecta... y la nariz... y en fin. El era perfecto. M e
gustaba desde hacía años, pero claro, él nunca me había mirado siquiera.

Siempre había sido más pequeña que el resto de las chicas de mi edad, con cuerpo de nena, y cero atractivo físico. Hasta finales del año anterior, usaba aparatos en
los dientes, y tenía un corte de pelo espantoso.

Pero todo había cambiado. Después de una visita a la peluquería, otra al shopping, una ida al dentista, un poco de maquillaje y claro, una depilación profunda de
cejas... había quedado hasta linda.

M is amigos estaban impresionados, y aquí, en la colonia, dos chicos de mi edad me habían pedido el teléfono. M e sentía bonita, y no veía la hora de que Fede me
viera con mi nuevo look.

Pero para eso todavía faltaban meses...

Así que mientras tanto, tenía que conformarme con soñar despierta mientras en mis oídos y en mi cabeza, sonaba “Stay with me”. Soñaba que me lo encontraba y
él me miraba y me trataba como a todas las chicas con las que estaba. Coincidiríamos en un montón de lugares, hasta que tal vez en una fiesta, después de bailar mi
canción favorita, se animaría a darme un beso. Y estaríamos los dos totalmente enamorados del otro. O tal vez, sería en la escuela... en frente de todos. Y así, miles de
escenarios distintos...


M e desperté temprano, y sin que nadie me dijera nada, empecé a armar mis bolsos para que cuando llegara el momento, no tuviéramos que perder tiempo por mi
culpa. M is padres roncaban relajados, totalmente felices.

Ellos si que se la habían pasado en grande. Trabajaban durante todo el año, y estas vacaciones significaban descanso. Solamente eso. No pretendían hacer planes, ni
buscar actividades divertidas ni emocionantes durante la estadía. Querían alejarse del ajetreo de la ciudad y dormir.

Cuando se hicieron las nueve de la mañana, muy disimuladamente cerré con un poquito de fuerza la puerta del baño. Los dos tenían el sueño muy liviano, así que
se despertaron.

Sonriente, les preparé un desayuno y se los llevé a la cama.

—No hacía falta, Pau. – dijo mi mamá divertida. —En 20 minutos salimos para Córdoba. – agregó poniendo los ojos en blanco.

Sin poder evitarlo, me paré de la cama, dando saltitos mientas aplaudía. Por fin.

Llegamos en las primeras horas de la tarde de un jueves. No estoy segura de cómo, porque si me pongo a pensar mejor, creo que me bajé del auto en movimiento y
subí todos los bolsos yo sola. Y de un solo viaje.

Apenas entré puse a cargar el celular y me tiré de panza en mi cama. Abracé mi almohada con tanta fuerza como pude y la olí. Que hermosa sensación.

A los cinco minutos, mi pobre teléfono estaba que reventaba entre tanto mensaje y notificación. Podía estar horas para contestar, así que corté por lo sano y llamé
a mis amigos directamente.

—¡Pau! – contestó M ayra, mi mejor amiga. —Decime por favor que ya volviste.

—¡Si! – grité emocionada. —Ya estoy en mi casa.

—¡Genial! – gritó ella también. —Esta noche asado en lo de Pepe. – dijo refiriéndose a Pedro, mi otro mejor amigo.

—Hecho. Pido permiso, me baño y voy. – busqué mis toallas y abrí la ducha. —Llamalo y decile.

—Vos no te hagas problema. – dijo M ayra.

M is padres, que habían escuchado todo el griterío, me dieron permiso y me dijeron que me divirtiera. Estaban hartos de verme con cara larga por los rincones.
Necesitaba a mis amigos, con urgencia.

M i papá me llevó en el auto a lo de Pepe, que si bien no vivía lejos, tampoco era cerca como para hacer el camino a pie.
M is amigos me estaban esperando en la vereda.
Entre risas, abrazos y bromas, nos reencontramos después de semanas de no tener ningún tipo de comunicación entre los tres.

—Paso a buscarte a las doce, piojo. – me dijo mi papá antes de despedirse de todos.

Nos pusimos de acuerdo y empezamos a llamar más gente. Hicimos cuentas rápidamente y pasamos por el supermercado a comprar lo que hacía falta para cocinar.

Cerca de las diez, el patio trasero de Pepe estaba que explotaba de gente y la música sonaba por todo el barrio.

—Ahora que te veo, si. Estás más alta, Pau. – dijo mi amigo entrecerrando los ojos. —Debes haber crecido como medio milímetro y todo. – se burló.

—Idiota. – le dije empujándolo. —Te digo que el jean me queda más corto, te juro.

—Si vos decís. – me contestó encogiéndose de hombros. —Para mí estás tan enana como siempre.

—Pero linda. – agregó M ayra pellizcándome los cachetes. —Es la enana más linda del curso.

—Eso también. – Pepe  me sonrió. —¿Te vas a querer seguir juntando con nosotros que somos feos todavía?

—No son feos, no digas esas cosas. – lo regañé. —Y son mis mejores amigos... siempre lo van a ser.

Los abracé con fuerza, por todo lo que no pude cuando no los tuve cerca.

—Además, Fede es al único que quiero parecerle linda. – dije con una sonrisa pícara.
Pepe rodó los ojos.

—Con que tengas un par de tetas, para él estás bien... creeme. – se rió irónicamente.

—Que suerte entonces, que en estas vacaciones le crecieron dos talles. – M ayra me miró el escote.

—¿Cómo hiciste, Pau? Pasame la receta te lo pido por favor.
Ahora fui yo quien rodé los ojos.

—Debo estar más gorda. – me toqué los pechos distraída. —O me debe estar por venir la regla.

—Si querés me fijo. Si están duritas... – empezó a decir Pepe  haciendo gesto de agarrar con ambas manos, pero lo interrumpimos.

—¡¡Pedro!! – él como siempre se rió sin darle importancia y dijo alguna burrada. Así era él.
Y por eso lo adorábamos.
T
erminamos de comer tarde, y mi papá pasó a buscarme puntual. Seguiríamos charlando y poniéndonos al día mañana. Pepe tenía una pileta preciosa en el patio
de su casa, la cual había sido cerrada cuidadosamente para el asado, porque si la ensuciaban su madre no lo dejaría invitar nunca más a nadie.

El día estaría ideal para bañarse.

M ay se quedaba a dormir en casa, porque sus padres estaban de viaje, y no quería volverse ni pasar la noche sola. De más está decir, que aunque llegamos a casa
cerca de la una, estuvimos hablando como hasta las cuatro de la mañana en voz bajita. Al menos, eso intentamos. Porque a veces nos ganaba la risa, y mi mamá nos hacía
callar desde su cuarto.

Al otro día, nos despertamos a las once y después de desayu... bueno, almorzar en realidad, nos fuimos a lo de nuestro amigo. Su mamá nos esperaba con un
bizcochuelo de chocolate y gaseosa. Ana era genial. Siempre nos trataba como a sus hijas. Solíamos bromear con Pepe, diciéndole que se notaba que su mamá se
había quedado con las ganas de tener hijas mujeres en lugar de él.

—Se ponen mucho protector solar, si van a la pileta. – nos dijo preocupada desde la cocina. —El sol está tremendo hoy.

Por su puesto su piel tenía un bronceado perfecto a estas alturas. Nada comparado con nuestra palidez. Sabíamos que no era conveniente asomarnos al patio hasta
después de las cuatro de la tarde, o nos quemaríamos enteras, pero es que hacía demasiado calor.

Nos sacamos el short, la musculosa y las ojotas, y salimos corriendo a la orilla de la pileta. El piso estaba hirviendo y nos quemaba la planta de los pies.

—No empiecen como siempre, metiendo dedo por dedo al agua. – nos gritó Pepe desde dentro. —¡Se tiran de una, cagonas! No está tan fría.

M ay me miró como para saber si me animaba, y sonriendo, saltamos al mismo tiempo en la parte profunda.

Tenía razón, no estaba fría, estaba perfecta.

Nuestro amigo se acercó a nosotras y nos salpicó mientras nos saludaba.

Horas después, entre juegos y payasadas, la temperatura empezó a bajar y nos reímos al ver quien tenía los labios más morados. Nuestros dedos estaban arrugados
y olíamos a cloro, pero daba igual.

—Nos acostemos al sol un rato, así se nos va el frío. – Pepe salió y acomodó las toallas sobre las reposeras.

M ay que se había quedado a mi lado, estudió a nuestro amigo con detenimiento, y conteniendo la risa me dijo en un susurro.

—Es una laucha. – señaló su delgado torso y las dos nos reímos. —Creo que si Barbie se le tira encima, lo quiebra.

Barbarita era la chica que le gustaba a Pedro. A decir verdad, era la chica que le gustaba a todos los chicos de mi curso. Era un año menor, tenía el pelo castaño
hasta la cintura y unos ojos azules que los dejaba estúpidos a varios. M i amigo, incluido.
A
 nosotras no nos caía bien. Si, era muy bonita y eso, pero también era muy tonta y vanidosa. Le encantaba ser el centro de atención de todas las miradas. Las dos
coincidíamos en que nuestro amigo se merecía mucho más, aunque como dijera M ay, era un flacuchín. Tenía lo suyo.

No es que pudiéramos ser objetivas, lo queríamos, pero Pepe era bastante atractivo también. Tenía el cabello castaño, ahora en verano estaba clarito y parecía
rubio, y ojos que también cambiaban de color. Hoy al lado del agua, eran celestes. Pero cuando se ponía la remera gris de gimnasia, parecían verdes. Y si, sus dientes
estaban un poquito separados adelante, pero no molestaba. Lo hacían único, en todo caso.

—No seas mala, M ay. –la regañé. —Aunque si... le vendrían bien un par de kilitos más.

Éramos sus mejores amigas, así que si nos preguntaran, diríamos que era el más lindo del curso, sin dudas.

Y si le preguntaban a él, nosotras éramos las más hermosas también.

M ay, era alta y siempre había tenido curvas. Sus ojos eran marrones y rasgados, y su cabello era la envidia de todas. Una cascada de pelo lacio color chocolate que
brillaba sano y ella cuidaba como a nada en el mundo.

Le gustaba rizarse las puntas a veces, pero a las pocas horas lo tenía nuevamente hecho una flecha.

M i pelo, en cambio, no tenía mucha gracia, y tenía que apelar a toda una producción para logar que se vea medianamente decente. Era más delgada y desde hacía
poquito, había adquirido alguna que otra forma. Pero siempre fui pequeñita. Era la más bajita de mis amigos, y ya me había acostumbrado.

Cuando salíamos con M ay,
ella no usaba tacos, y de todas formas era gracioso vernos paradas al lado. Pepe, seguía creciendo a lo alto, por cada día que pasaba.
Por eso es que siempre me hacían broma al respecto.

—Deberíamos organizar con tiempo como vamos a hacer para ir a ver Babasónicos. – sugirió  Pepe totalmente ajeno a la charla que teníamos con M ay.

—Falta como un mes. – protestó ella resoplando.

—M i viejo dice que nos puede llevar, pero tenemos que ver como hacemos a la vuelta. – dije tapándome el sol con la mano.

—Capaz que pueda pedirle el auto a mis viejos. – dijo mi amigo con una sonrisa de oreja a oreja.

—Olvidate. – dijo mi amiga. —Si vos manejas, no me van a dejar ir ni en pedo.

—Deciles que nos lleva y nos trae Miguel. – le discutió, refiriéndose a mi papá.

—Y cuando se encuentren y hablen, salta toda la mentira y chau. – hizo un gesto exagerado. —Nos quedamos los tres sin salir por un mes.

—M uy arriesgado. – estuve de acuerdo. —Le podemos preguntar a Facu...

—Ay no, a Facu no. Please. – rogó M ay.

Facu era el chico que le gustaba, y se moría de vergüenza. Iba al otro curso, y con Pepe, sospechábamos que a él, ella también le gustaba. Pero ninguno se
acercaba.
Se miraban en el recreo, y en las fiestas a veces se saludaban o bailaban juntos un rato. Nunca pasaba de eso.

El problema estaba en lo tímido que era. No tenía muchos amigos, y rara vez se lo veía participar de actividades escolares en las que tuviera que hablar en público.
Era alto, moreno, de piel aceitunada y unos ojos verdes rarísimos. Podía entender porque a mi amiga le gustaba tanto. A mi me encantaba Fede, pero tenía que
admitir que este también era un chico lindo.

—¿Por qué no? Sabemos que va a ir, porque lo puso en su Facebook.– insistí. —y así van a tener todo el viaje de ida y de vuelta como para decirse una palabra
más que no sea “hola”. – me reí.

—¿Si maneja él, si te dejan ir? – preguntó Pepe algo molesto.

—No manejaría él... – explicó mi amiga. —El auto es del hermano, que tiene 23 años.
Asintió ahora menos enojado.

—Si no te animas, le puedo preguntar yo. – se encogió de hombros.

—¿Le preguntarías? – dijo mi amiga con ojitos brillantes.

—Si, pesada. – hizo un gesto con la mano, quitándole importancia. —Va conmigo a futbol, lo veo todos los domingos.

—¡Ay, si! – aplaudió M ay abrazándonos.

—Bueno, bueno. – dijo Pepe soltándose. —M ás te vale que por lo menos aproveches mi favor, y cuando menos se lo espere – golpeó las manos
sorprendiéndonos. —Le partís la boca de un beso...
Los tres nos reímos a carcajadas imaginándonos el susto que podría llegar a sufrir el pobre Facu ante una actitud tan audaz. Probablemente saldría corriendo
espantado.


Entre días de pileta, sol y tardes de amigos, enero fue llegando a su fin, dando paso al mejor mes de todos. El mes de mi cumpleaños. 

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