Divina

Divina

miércoles, 27 de julio de 2016

Divina Capitulo 50



Unos días después, estaba haciendo la valija para irme de viaje de egresados. Ni idea dónde iba a hacer entrar todo lo que pretendía llevar. Toda la ropa que tenía, me parecía indispensable. ¿Cómo hacía la gente para empacar? Eran 10 días. Y pasaríamos por todos los climas. Era muy complicado.

M iré mis sandalias con cara de desesperación. No podía llevar los dos pares.
En esa estaba, cuando escuché que tocaban la puerta de mi habitación. M i mamá me miraba ordenar las cosas sobre la cama de un lado a otro, con algo de
preocupación. Calculo, que la que tendría cualquier padre que está por dejar que su hijo o hija se vaya a Bariloche. Con todo lo que eso significa.

—¿Vas a llevar el secador de pelo? – preguntó haciéndose la distraída. La conocía lo suficiente como para saber que no era eso lo que quería saber.

—Ehm... si. – dudé. —Supongo. Depende del espacio que me quede. Tengo que hacer entrar la ropa, primero. – me reí.

Asintió y se paseó por mi cuarto, mirando una cosa y otra.

—M amá. – la frené. —Decime lo que venís a decirme de una vez.

Viéndose descubierta me sonrió y asintió una vez.

—Te quiero hablar de tu viaje. – empezó.

—¿Qué pasa con el viaje? – pregunté.

—¿Vas a compartir habitación con M ayra? – arrugué el ceño.

—Si. – contesté. Era mentira, pero no necesitaba saber que como Pepe compartía con Facu, al llegar, nos intercambiaríamos.
Respiró un poco más aliviada y después volvió a la carga.

—Van a pasar muchas noches... – le estaba costando decirlo, así que la saqué de su sufrimiento.

—Y te preocupa que pueda estar con Pepe. – abrió los ojos como platos.

—No es que me preocupe, mi amor. – dijo tomándome la mano. —Sé que es un chico amoroso, lo conozco. Te va a cuidar, y te quiere.

—¿Entonces? – no entendía nada.

—M e preocupo por vos. – me sonrió con algo de compasión. —Se va a vivir a España, Pauli. No quiero que salgas lastimada.

—Que se vaya, me va a lastimar de todas formas. – contesté mirando el piso con la barbilla algo temblorosa. —El que estemos juntos, no va a cambiar eso.

—Eso decís ahora, mi vida. – me acarició la mejilla. —Perdoname, no quiero ponerte triste, quiero nada más que pienses que es lo mejor para vos. – me miró a los ojos. —Y que te cuides, por favor.
Puse los ojos en blanco.

—Mamá. – me quejé. —Esa charla ya la tuvimos años atrás. – No era necesario que me recordara que debía tener precauciones.

—Estoy enojadísima con Ana y Horacio. – dijo refiriéndose a los padres de Pepe.

—¿Por? – la miré extrañada.

—Porque se llevan a Pedrito. – se sentó en la silla del escritorio. —M e siento triste por ustedes dos... tanto tiempo estuvieron para darse cuenta de lo que
sentían. – se rió. —Con tu padre, lo veíamos siempre.

—Antes que yo, entonces. – dije con una sonrisa triste y ella asintió.

—Es injusto. – comentó.

—Se va antes de mi cumpleaños. – le conté con lágrimas en los ojos.

Su mirada reflejó el dolor que yo sentía y sin decirme nada más, me abrazó por horas mientras yo lloraba como necesitaba, desde hacía tiempo.

Dos días después, llegué a la puerta de mi colegio con mi valija y bolso de mano. Apenas vi a mis amigos, salí corriendo para abrazarlos.
Los padres se habían reunido todos juntos por ahí cerca mientras nosotros entusiasmados, charlábamos.

Miles de fotos, abrazos y despedidas después, nos preparábamos para subir al micro.
Pepe llegó y sonriendo, me dio uno de esos besos de película que la dejan a una tecleando. Me abracé a su cuello como siempre hacía y me sonrió.

Sus padres, no sabían de nuestra relación, y se quedaron con los ojos abiertos. Casi la misma reacción que habían tenido los míos, bah.

—¿Están juntos estos dos? – preguntó Ana a mi mamá.

—Si, desde hace un mes más o menos. – contestó con una sonrisa, enternecida por lo que veía.

—Ahora entiendo un montón de cosas. – comentó su padre.

M i papá que se había quedado atrás, un poco nostálgico, tal vez por verme tan grande y esas cosas, se acercó para darme un abrazo.

—Piojo, quiero que te portes muy mal y te diviertas. – me dijo al oído haciéndome reír. —Pero por favor no te metas en problemas al pedo. Y cuídate. M ucho. –
me sonrió cómplice. —Este viaje es una sola vez. Aprovechalo.

M e abracé a él con fuerza y me despedí.

Vi que se acercaba a Pepe y lo abrazaba también diciéndole algo al oído. Por lo colorado que se había puesto mi novio, creo que podía sospechar de qué se
trataba. Pero no pregunté. Saludamos a todos por última vez y subimos al micro.

Entre gritos, y mucho lío, nos fuimos camino al sur.

M ás precisamente a San Carlos de Bariloche, en la provincia de Río Negro. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario