Unos
días después, estaba haciendo la valija para irme de viaje de egresados. Ni
idea dónde iba a hacer entrar todo lo que pretendía llevar. Toda la ropa que
tenía, me parecía indispensable. ¿Cómo hacía la gente para empacar? Eran 10
días. Y pasaríamos por todos los climas. Era muy complicado.
M
iré mis sandalias con cara de desesperación. No podía llevar los dos pares.
En
esa estaba, cuando escuché que tocaban la puerta de mi habitación. M i mamá me
miraba ordenar las cosas sobre la cama de un lado a otro, con algo de
preocupación.
Calculo, que la que tendría cualquier padre que está por dejar que su hijo o
hija se vaya a Bariloche. Con todo lo que eso significa.
—¿Vas
a llevar el secador de pelo? – preguntó haciéndose la distraída. La conocía lo
suficiente como para saber que no era eso lo que quería saber.
—Ehm...
si. – dudé. —Supongo. Depende del espacio que me quede. Tengo que hacer entrar
la ropa, primero. – me reí.
Asintió
y se paseó por mi cuarto, mirando una cosa y otra.
—M
amá. – la frené. —Decime lo que venís a decirme de una vez.
Viéndose
descubierta me sonrió y asintió una vez.
—Te
quiero hablar de tu viaje. – empezó.
—¿Qué
pasa con el viaje? – pregunté.
—¿Vas
a compartir habitación con M ayra? – arrugué el ceño.
—Si.
– contesté. Era mentira, pero no necesitaba saber que como Pepe compartía con
Facu, al llegar, nos intercambiaríamos.
Respiró
un poco más aliviada y después volvió a la carga.
—Van
a pasar muchas noches... – le estaba costando decirlo, así que la saqué de su
sufrimiento.
—Y
te preocupa que pueda estar con Pepe. – abrió los ojos como platos.
—No
es que me preocupe, mi amor. – dijo tomándome la mano. —Sé que es un chico
amoroso, lo conozco. Te va a cuidar, y te quiere.
—¿Entonces?
– no entendía nada.
—M
e preocupo por vos. – me sonrió con algo de compasión. —Se va a vivir a España,
Pauli. No quiero que salgas lastimada.
—Que
se vaya, me va a lastimar de todas formas. – contesté mirando el piso con la barbilla
algo temblorosa. —El que estemos juntos, no va a cambiar eso.
—Eso
decís ahora, mi vida. – me acarició la mejilla. —Perdoname, no quiero ponerte
triste, quiero nada más que pienses que es lo mejor para vos. – me miró a los
ojos. —Y que te cuides, por favor.
Puse
los ojos en blanco.
—Mamá.
– me quejé. —Esa charla ya la tuvimos años atrás. – No era necesario que me
recordara que debía tener precauciones.
—Estoy
enojadísima con Ana y Horacio. – dijo refiriéndose a los padres de Pepe.
—¿Por?
– la miré extrañada.
—Porque
se llevan a Pedrito. – se sentó en la silla del escritorio. —M e siento triste
por ustedes dos... tanto tiempo estuvieron para darse cuenta de lo que
sentían.
– se rió. —Con tu padre, lo veíamos siempre.
—Antes
que yo, entonces. – dije con una sonrisa triste y ella asintió.
—Es
injusto. – comentó.
—Se
va antes de mi cumpleaños. – le conté con lágrimas en los ojos.
Su
mirada reflejó el dolor que yo sentía y sin decirme nada más, me abrazó por
horas mientras yo lloraba como necesitaba, desde hacía tiempo.
Dos
días después, llegué a la puerta de mi colegio con mi valija y bolso de mano.
Apenas vi a mis amigos, salí corriendo para abrazarlos.
Los
padres se habían reunido todos juntos por ahí cerca mientras nosotros entusiasmados,
charlábamos.
Miles
de fotos, abrazos y despedidas después, nos preparábamos para subir al micro.
Pepe
llegó y sonriendo, me dio uno de esos besos de película que la dejan a una
tecleando. Me abracé a su cuello como siempre hacía y me sonrió.
Sus
padres, no sabían de nuestra relación, y se quedaron con los ojos abiertos.
Casi la misma reacción que habían tenido los míos, bah.
—¿Están
juntos estos dos? – preguntó Ana a mi mamá.
—Si,
desde hace un mes más o menos. – contestó con una sonrisa, enternecida por lo
que veía.
—Ahora
entiendo un montón de cosas. – comentó su padre.
M
i papá que se había quedado atrás, un poco nostálgico, tal vez por verme tan
grande y esas cosas, se acercó para darme un abrazo.
—Piojo,
quiero que te portes muy mal y te diviertas. – me dijo al oído haciéndome reír.
—Pero por favor no te metas en problemas al pedo. Y cuídate. M ucho. –
me
sonrió cómplice. —Este viaje es una sola vez. Aprovechalo.
M
e abracé a él con fuerza y me despedí.
Vi
que se acercaba a Pepe y lo abrazaba también diciéndole algo al oído. Por lo
colorado que se había puesto mi novio, creo que podía sospechar de qué se
trataba.
Pero no pregunté. Saludamos a todos por última vez y subimos al micro.
Entre
gritos, y mucho lío, nos fuimos camino al sur.
M
ás precisamente a San Carlos de Bariloche, en la provincia de Río Negro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario