Día
4:
Abrí
los ojos de cara al último día del año. El tiempo pasaba a una velocidad que
asustaba. Mañana comenzaba enero, que sería el último mes con Pepe. Volví a
cerrarlos. Tal vez si seguía durmiendo no sucedía. Ojalá nunca sucediera.
A
mi lado, él se movió despacio y se abrazó a mi cintura, cariñoso. Debe haberme
notado despierta, porque comenzó a besarme detrás de la oreja, donde tanto me
gustaba. Gemí sonriente y le acaricié la espalda girándome para verlo de
frente.
—Buenos
días, hermosa. – dijo sonriendo.
—Buenos
días. – le contesté. —¿Cuántas veces nos despertamos juntos? – me reí.
—Mil.
– se rió también. —Pero hasta ahora, esta es mi favorita.
Se
volteó hasta quedar sobre mí y me besó lentamente. Una de sus manos, sostenía
el peso de su cuerpo, y la otra, vagaba hacia abajo, sintiendo con la punta de
sus dedos todos los rincones de mi piel debajo de las sábanas.
Arqueé
la espalda cuando atrapó uno de mis pechos, y jadeó. Abrí las piernas, para que
se acomodara al medio y comenzamos a movernos sin poder evitarlo.
Sus
besos hicieron un camino descendente y ocuparon el lugar de su mano dejándome
sin aliento. Pasé los dedos por su cabello y levantó apenas la mirada para
sonreírme. Gemí, esta vez más fuerte. Verlo hacerme eso, me volvía loca.
Me
removí impaciente en busca de fricción, la necesitaba, ahora.
Bajé
una de mis manos y lo toqué. Ya no tan tímidamente, si no con firmeza, hasta
que gimió echando la cabeza hacia atrás.
Imitó
mis acciones, tocándome como lo había hecho la noche anterior y mi cadera empezó
a moverse al compás.
Se
separó apenas para mirarme.
—¿Querés
que probemos ahora, o te duele? – susurró agitado y ansioso.
—Probemos.
– dije casi desesperada.
Nunca
había tenido esas ganas. M e sentía a punto de explotar.
Asintió
buscando un preservativo y lo volvimos a intentar.
Esta
vez, pudimos un poco más, pero todavía parecía imposible. Apenas estaba
haciendo presión, y yo sentía que me iba a partir a la mitad. Era insoportable.
Con
el rostro tenso, estaba soltando el aire muy de a poco por la boca
controlándose, y tenía la frente bañada en sudor. Se veía guapísimo. Quise
adelantar mi cadera, pero me frenó, temiendo hacerme daño. Después intentó él y
un sollozo involuntario salió de mi boca, asustándolo. En ese preciso momento,
se separó de mí y me preguntó si estaba bien.
Me
quejé un poco y no quiso seguir. Se bajó de mí y me abrazó.
Un
rato después de que nos bañáramos y cambiáramos, bajamos a desayunar. Cada dos
segundos me preguntaba al oído si me dolía. Y yo, totalmente enternecida, le
sonreía y lo besaba asegurándole que estaba perfecta. Aunque de verdad, tenía
que tomar aire antes de sentarme.
El
coordinador nos hizo subir al micro, y nos avisó que pasaríamos todo el día al
aire libre.
Se
notaba una gran diferencia en el ambiente. De ida, ese autobús había sido una
locura. Gritos, cantos, silbidos, alcohol, euforia. Y ahora, unos días después,
era un coro de toses, de quienes habían salido la noche anterior desabrigados,
y cortinas cerradas para poder recuperar aunque sea un rato de sueño para poder
seguir. Sabíamos que no íbamos a parar hasta las 6 de la mañana.
Llegamos
a un camping gigante, rodeado de vegetación, con las montañas de fondo y el
ruido de un río que pasaba en las cercanías.
—Bueno
chicos. – dijo Marcelo uno de los coordinadores. —Ahora vamos a ir a los
establos.
¿Establos?
¿Caballos? Apreté los muslos de dolor.
—La
idea es cabalgar hasta llegar al área de picnic y almorzar ahí. – siguió
diciendo.
Miré
a Pepe que me pedía disculpas con la mirada.
No
había manera de que pudiera cabalgar, me dolería demasiado. Solo pensarlo, me
estremecía.
Levanté
la mano, muerta de vergüenza y pregunté.
—¿Podemos
hacer el trayecto a pie los que no queremos hacer la cabalgata? – uno de los
guías me miró.
—¿Te
dan miedo los caballos? Podés subirte con otra persona. – sugirió. —No hace
falta que vayas sola.
—Ehm...
no es eso. – me puse incómoda. Pude captar que M ay me miraba con los ojos como
platos y Facu sonreía pícaro. Malditos.
—Tiene
problemas en la columna. – dijo Pepe, salvándome. —Si quiere ir caminando, yo
la puedo acompañar.
—Ok.
– estuvo de acuerdo.
—Yo
voy con ellos. – se sumó mi amiga. Su novio la miró suplicante. El si tenía
ganas de hacer la excursión. Ella se rió y le dijo que no se hiciera problema y
que la pasara lindo.
Contento,
Facu se fue con los demás y nos quedamos los 3 solos.
—Entonces...
– empezó M ay. —¿Problemas en la columna? – se rió sabiendo que era una
mentira. —A vos lo que te duele es otra cosa.
—No
seas desagradable, M ayra. – se quejó Pepe abrazándome a modo de disculpas.
Mi
amiga se rió a carcajadas, y tarde o temprano, terminamos contagiándonos
también.
Una
vez que se acabaron las bromas y cargadas, fuimos a caminar bordeando la playa
del lago para encontrarnos con los demás. Estábamos los tres, como siempre
había sido. Parecía que hacía mil años que no éramos solo nosotros. Y se sentía
tan bien.
Inevitablemente
comenzamos a recordar anécdotas, y recuerdos de momentos vividos, que nos
hicieron doler la panza de la risa.
Otros,
en cambio, nos habían emocionado un poco.
Al
menos a mi amiga y a mí, que no sentíamos timidez de ponernos a lagrimear un
poquito.
—Este
puede ser el último viaje juntos. – dijo hipando. —Cuando Pepe se vaya, nos
vamos a separar.
—Voy
a venir a visitar. – le dijo abrazándola mientras yo trataba de tragar el nudo
de mi garganta. —Y cuando venga, podemos hacer un viaje nosotros solos. – se
rieron. —Si se porta bien, Facu puede venir también.
—Los
quiero, estúpidos. – dijo M ay abrazándonos fuerte a los dos. Nos reímos
devolviéndole el abrazo y ahora si, con los ojos húmedos los 3.
Por
la noche, volvimos al hotel en donde nos habían organizado una fiesta de fin de
año con brindis incluido y una cena llena de cosas ricas. Algunos intentamos llamar
a nuestras familias, para saludar, pero la señal era malísima así que nos
conformamos con enviar mensajes.
Nos
tocaba el boliche By Pass. Conocido por su show de luces de láser de colores, y
columnas, era uno de los más esperados por mis compañeros. Eso, sumado a la
fecha especial, hizo que el camino de ida en micro fuera una verdadera locura.
Para
cuando llegáramos, ninguno tendría voz, pero sin dudas, sería una noche que
todos íbamos a recordar para toda la vida.
Entre
tanta canción, había sonado “Humanos a M arte”. No lo podíamos creer, y la
bailamos y cantamos como siempre, con todos nuestros compañeros que ya se
habían aprendido la letra también. Incluso creo que quedó registrado porque
alguien sacó un celular y lo grabó.
Cerca
de las 12, todos nos amontonamos al medio del lugar y nos regalaron copas de
champán para brindar. Abrazados entre nuestros mejores amigos, iniciamos la
cuenta regresiva que sonaba por todos los parlantes del lugar entre luces y
efectos. A la hora cero, el lugar explotó y todo el mundo, a los gritos, empezó
a festejar de manera eufórica la llegada del año nuevo.
Yo
me abracé a Pepe y le di el beso de mi vida. Y él, me sujetó por la cintura con
fuerza con la misma desesperación. Los segundos seguían pasando, y se
hicieron
minutos, pero ninguno de los dos se soltaba. La sensación era tan fuerte que me
tenía aturdida. Solo cuando él me acarició la mejilla, me di cuenta de que se
me caían las lágrimas. Nos separamos apenas, y tomé aire en medio de sollozos.
Era
una fecha especial, y para nosotros dos significaba tanto...
Era
agridulce.
Hundió
el rostro en mi cuello y suspiró.
—Te
amo. – dijo con la voz entrecortada por la emoción. Y eso fue suficiente para
terminar de quebrarme.
Lloré
con todo el corazón mientras me aferraba a su espalda y sentí que si me
separaba de él, me iba a morir.
—No
te vayas. – dije casi para mí. —Por favor, no te vayas.
Nos
quedamos ahí, en medio del boliche, abrazados... sintiendo que estábamos solos,
sin decirnos nada, las palabras sobraban. Quería estar así por horas. Por
años.
—No
me voy a ir. – prometió. —No me voy a separar de vos.
Al
cabo de un rato, dimos por terminada la fiesta y nos volvimos al hotel antes
que los demás.
Nos
besamos despacio, disfrutándonos. Como si tuviéramos todo el tiempo del mundo
para estar juntos. Sin siquiera proponérnoslo, ni pararnos a pensar, nos fuimos
sacando la ropa, entregándonos al otro con tanto amor, y tanta ternura que el
corazón nos dolió.
Mirándonos
a los ojos nos repetimos una y mil veces que nos amábamos, acariciándonos cada
centímetro de nuestra piel, sintiéndonos más cerca de lo que nunca habíamos
estado.
El
amor que sentí en ese momento por Pedro, me rompió en mil pedazos. Fue algo tan
íntimo que ni siquiera quiero contarlo. Será algo nuestro para siempre.
Solo
puedo decir que desde esa noche, ya nunca más volvería a sentir que algo
faltaba. Me sentí completa. Segura. Me sentí feliz.
Y
si. Finalmente, pudimos.
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