Esa noche, salimos con amigos a un boliche en Nueva Córdoba.
Fede tenía un conocido que trabajaba en la puerta, y nos dejó pasar a todos sin
problemas.
M e había puesto un vestido de verano color púrpura y unas
sandalias que me dejaban altísima.
De todas formas, mi novio seguía superándome por varios
centímetros, tacones y todo.
Apenas me había visto, se le habían ido los ojos...
M e sujetó de la mano y no me soltó en toda la noche. En
cada oportunidad que tenía, me abrazaba o me llenaba de besos. M e encantaba
que fuera así conmigo, me
hacía sentir bonita.
—Sos la chica más linda de todo el boliche, peque. – me dijo
al oído. —De verdad, tengo la novia más hermosa. – me abrazó por la cintura
desde atrás, y nos
juntamos con los demás.
Yo había invitado a M ay y a Facu, porque Pepe se había ido
esa misma tarde a participar de un Torneo de Fútbol que duraba casi dos meses y
en donde
recorrían el país, jugando con equipos de todas partes.
El novio de mi amiga, no había querido participar, prefería
quedarse con ella, y eso la hacía muy feliz. Estaba cada día más enamorada, y
se le notaba.
Una vez adentro, nos divertimos, tomamos algo y bailamos por
horas.
Cuando mi amiga y su novio se fueron a sentar en los
sillones de adentro, Fede me condujo al patio, y buscamos los bancos de afuera
para hacer lo mismo.
—Quiero que hablemos, Pau. – no me soltaba las manos, lo que
era una buena señal. Aun así me había quedado congelada y se me había formado
un nudo en la
garganta. ¿Estaría por decirme que no quería salir más
conmigo? No tenía sentido después de mostrarse tan cariñoso...
—Decime. – dije aparentando la valentía que no tenía y me
hacía falta.
—Estuve pensando mucho y... voy a ir a Bariloche. – dijo
refiriéndose a su viaje de egresados.
Sonreí contenta.
—M e alegro, Fede. – él también me sonrió. —Te lo merecés.
Estaba por seguir hablando, pero se interrumpió por un
instante para darme un beso, y después siguió.
—Gabriel se va a M ar del Plata con mi tía, y va a pasar el
verano con mis primos. – anunció contento. —Está feliz, porque tienen casi su
edad, y siempre que se
ven, se divierten.
—M e imagino. – su pequeño hermano también se merecía tener
unas lindas vacaciones.
—De paso, mi papá puede empezar a mudar sus cosas sin que él
esté presente. – comentó un poco más serio. —Para que no sea tan fuerte... es
mejor así,
supongo.
Asentí.
—Pero yo quería hablar de nosotros, en realidad. – y ahí
estaba de nuevo el nudo.
Recordé una de nuestras charlas del comienzo, cuando nos
estábamos conociendo. El me había dicho que uno de los motivos para no ponerse
de novio, era ese viaje
y lo que significaba. El quería ir libre, para poder
divertirse mejor.
—¿Querés que terminemos? – pregunté con la voz entrecortada.
El abrió grandes los ojos y negó enérgicamente con la
cabeza.
—¡No! No, Pau. No. No es eso. – me sujetó del rostro con
ternura. —Ni loco, no.
Respiré más tranquila, pero aun sintiéndome desconcertada.
—Quiero que sepas, que mientras esté de viaje no voy a hacer
nada que arruine esto... – se señaló y después a mí. —M e voy a portar bien, y
quiero saber si está
todo bien con vos. Si confías en lo que te digo y si te
sentís bien con mi decisión.
M ierda.
A veces un solo año de edad hacía tanta diferencia. En ese
momento, Fede me pareció maduro, considerado y sensible. M e pareció todo un
hombre.
—Confío en vos. – dije mordiéndome el labio.—Pero no quiero
que por estar conmigo, se arruine tu viaje tampoco. No me gustaría que te
sientas obligado a...
M e interrumpió con una de sus sonrisas letales.
—No me estás obligando a nada. – me dio un piquito rápido.
—Yo me voy a Bariloche, estando de novio. Y voy a estar pensando todo el día en
vos.
Y ahí, había sido el momento en el que me había enamorado de
él, locamente. Pude notarlo en el corazón, en el estómago y hasta en la boca,
en donde el ritmo de mi
corazón se sentía violento.
—Te voy a extrañar. – dije sinceramente, con una sonrisa
triste.
Ya me había acostumbrado a verlo casi a diario, y tanto
nuestras interminables charlas, como nuestros mágicos besos, eran parte
fundamental de mi vida.
No sabía como haría para soportar no tenerlo a mi lado por
diez días, y enteros.
Todavía nos quedaban unos días, así que los aprovechamos.
Fuimos al cine, a ver una banda, salimos varias veces a
boliches con M ay y Facu, nos juntamos a comer, y todos los días sin falta,
hacíamos de niñeros con Gabi.
Le preparábamos la comida, y a la tarde lo sacábamos a
pasear por ahí o andar en bicicleta.
La siesta, por supuesto era toda nuestra. M ientras el
pequeño dormía, nosotros nos matábamos a besos en el sillón.
De a poco, íbamos avanzando más y más
Yo me moría de ganas por hacer más que besarlo, pero me
frenaba muchísimo el miedo.
El tenía experiencia.
En realidad, tenía mucha experiencia. Y eso era algo que me
aterrorizaba.
Hasta ahora nunca me había insinuado que fuéramos más allá,
y por el momento, eso me dejaba tranquila.
Cada vez que nuestras respiraciones empezaban a agitarse, paraba
y nos poníamos a hacer otra cosa.
Sabía que él también quería... Podía sentirlo. En su forma
de actuar, en como me miraba,... pero además podía sentirlo físicamente. A
través de su ropa, cuando
acostados se pegaba a mi cuerpo.
Saber que le causaba ese efecto a Fede era algo que me
volvía loca.
Ese día en particular, nos habíamos puesto... muy atrevidos.
Hacía como mil grados de calor afuera, y aunque estábamos en
el sillón de la sala, él estaba sin remera. Yo, con mi musculosa y mis shorts
tampoco estaba tan
vestida que digamos.
M e sujetó con fuerza de la cintura, y de un movimiento
rápido me sentó sobre su regazo a horcajadas con un jadeo. Sus manos se movían
acariciándome,
acercándome más a su cuerpo.
Suspiré sintiendo que me prendía fuego, y lo agarré por la
nuca, haciendo el beso todavía más profundo.
—M e estás volviendo loco, Pau. – me dijo sin aliento.
Sonreí sobre sus labios y fui bajando con mis besos hasta su
cuello. El cerró los ojos y tiró la cabeza para atrás con un leve gruñido.
M is dedos, se paseaban por todo su pecho desnudo, sintiendo
como éste se contraía y relajaba bajo mi roce.
Descendió con sus manos aferrando mi cadera y comenzó a
mecerme sobre él ejerciendo fricción sobre su entrepierna.
Solté un gemido involuntario al sentirlo y también cerré los
ojos, experimentado cosas que nunca había sentido. Cosas muy, muy buenas.
Justo en ese momento, escuchamos que la puerta del pasillo
se abría. Nos detuvimos en el acto, respirando como si acabáramos de correr una
maratón.
Gabriel nos miraba con los ojos como platos, sin entender
qué estábamos haciendo.
Nos separamos y cada uno se sentó correctamente. Fede,
colocándose un almohadón en el regazo para que no se notaran algunas cosas, y
yo tan colorada que
parecía un semáforo en rojo.
Después de esa interrupción, no habíamos llegado tan lejos,
tal vez por precaución. Con su hermanito en casa, era muy difícil tener
intimidad.
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