Un
día después, estaba en casa de M ay, esperando a mi amigo que volvía de viaje.
Le habíamos organizado un asado con los chicos del curso para esa noche, y nos habíamos
pasado toda la mañana limpiando la pileta.
Facu,
había ido a comprar carne y bebidas.
M
i amiga, que vio que estaba con cara larga, se me acercó.
—¿Qué
pasa? – suspiré y me tiré sobre la reposera.
—¿Entraste
a Facebook? – hizo un gesto de comprender a lo que me refería. También lo había
visto.
—Son
amigos todavía, Pau. No creo que... – se interrumpió. —El te prometió que se
iba a portar bien.
—M
e encantaría confiar, pero me cuesta. – confesé. —Pero cambiemos de tema. No
quiero amargarme hoy.
M
i amiga asintió emocionada.
—Hablemos
de tu fiesta de cumpleaños. – me dijo. —Lo vayamos organizando.
Y
con eso, dimos finalizado el tema Fede para ponernos a hacer planes para el mes
siguiente, en el que cumpliría 17 años.
Cerca
de las cuatro, Pedro se bajó del auto y vino casi corriendo a donde estábamos
para saludarnos. Nos había traído de regalos. Alfajores de la costa y unas
remeras
divinas con dibujos de ballenitas del sur. Le agradecimos con abrazos el
detalle y nos sentamos a tomar algo fresco mientras tomábamos sol. Facu no
tardó en
sumarse.
Pepe,
que llegaba muerto de calor y con ganas locas de zambullirse en la pileta, se
sacó la camiseta de un tirón, pero ante nuestros ojos fue como si lo hubiese hecho
en cámara lenta. Y a ser posible, con música de fondo.
M
i amigo había subido de peso, si. Era cierto.
Pero
todos los kilos se habían transformado en músculos. De un verano a otro había
dejado de ser una laucha para ser... Eso que era ahora.
—Ey.
– dijo mi amiga acercándose a él con los ojos como platos. —¿En qué momento
pasó todo esto? – señaló uno por uno sus abdominales. Por si quieren saber,
eran
6.
M
i amigo se rió y trabó más su musculatura, claramente divertido por habernos
dejado con la boca abierta.
—¿Y
si te volves a poner la remera? – dijo Facu en broma, pero celoso de cómo mi
amiga miraba. —Y vos, dejá de mirar. Yo también tengo de esos. – se tocó su
barriga.
—Hace
un año que estoy entrenando, M ayra. – le explicó. —Y en serio, dejá de mirarme
como si fuera un extraterrestre. – dio media vuelta y se tiró al agua de
golpe.
Facu
lo siguió, tal vez sacando un poco de pecho mientras lo hacía.
—Nuestro
amigo dejó de ser una laucha. – dije bajándome las gafas de sol hasta la nariz
mientras lo observábamos.
—Los
brazos... – nos reímos de lo que decíamos. —Admitilo, Pau Está divino. Si este
año no se levanta a Barbie, es porque es un boludo.
—Ella
es la boluda. – opiné. —Ojalá que conozca a una chica más interesante. Y no la
estúpida esa...
—No
lo estás admitiendo. – insistió M ay muerta de risa.
—¿Qué
querés que te diga? – la miré también riéndome.
—Que
si no fuera tu amigo, casi tu hermano... le darías. – me guiñó un ojo.
Lo
miré pensativa.
—Puede
ser. – me mordí los labios. —Y no es mi hermano.
—Estás
de novia, así que de todas formas no podés. – se burló. —Aunque si lo estás
pensando es porque...
—Dejá
de decir pavadas. – la corté. —Es mi mejor amigo.
Se
quedó en silencio por un momento y agregó.
—Pero
no tu hermano. – miró a mi amigo y dudó antes de decirme. —Te tengo que decir
algo.
M
e di vuelta para enfrentarla. Y justo cuando estaba por hablar, me sonó el
celular. Tenía un mensaje de Fede.
“Peque,
te extraño y tengo ganas de escucharte. ¿Por qué no me atendes el teléfono? Me
muero por darte besos.”
—Es
Fede. – le expliqué con una sonrisa de tonta mientras respondía que yo también
lo extrañaba. —¿Qué era lo que me tenías que decir?
M
ay se mordió una pielcita del dedo.
—Nada.
– le quitó importancia. —Que Facu quiere que nos vayamos un fin de semana solos
a casa de sus tíos en Alta Gracia.
La
miré extrañada.
—Ya
me habías contado. – me reí.
—¿Si?
– torció la cabeza. —No me acordaba.
Nos
reímos, hasta que nuestro amigo se sumó y cambiamos de tema. Estaba empezando a
anochecer, y era hora de la fiesta.
M
is compañeros llegaron al rato y se pusieron a hacer el asado.
No
se nos pasó por alto como Romi, y las otras chicas miraban a Pepe de la misma
manera en que lo habíamos mirado nosotras unas horas antes. De hecho,
parecía
que buscaban cualquier excusa para acercarse a él y hablarle.
Y
mi amigo, que no se daba cuenta de nada, sonreía divertido y les seguía la
corriente. ¿Cómo es que no lo notaba? Eran obvias. Puse los ojos en blanco.
Eran
irritantes
o yo estaba de muy mal humor.
Como
era costumbre, pusimos música, y bailamos entre nosotros las canciones de
cumbia que siempre bailábamos.
Conocíamos
las letras, y las cantamos e interpretamos como el tema de Chayanne que también
sonó. La noche había sido memorable.
Todo
mi mal humor, olvidado.
A
los pocos días, Fede volvió de Bariloche y lo primero que hizo, fue llamarme.
Yo ya no estaba enojada por lo de las fotos que había visto. Tampoco me había
olvidado,
pero eran tal las ganas que tenía de verlo, que no me importó nada más.
El
reencuentro, fue en su casa, esa misma noche.
Apenas
me vio llegar, salió a recibirme y me abrazó con fuerza.
—Peque.
– dijo mientras me besaba el cuello y olía mi cabello de manera cariñosa. —Te
extrañé.
—Yo
más. – le dije abrazándolo también.
Pasamos
a su casa, y me dio una caja de chocolates que me traía de regalo junto con una
tarjetita super tierna. M e colgué a su cuello y lo besé, como llevaba días sin
hacerlo.
Sin
perder tiempo, me sujetó de la cintura y me llevó andando hasta su cuarto.
Cuando
llegamos, me separé apenas para mirar. Nunca había estado allí y todo me
llamaba la atención. Estaba impecable. Tenía unos estantes llenos de libros,
junto
a un escritorio en donde tenía una computadora, un sillón, y una pequeña mesita
con discos antiguos. En las paredes, había varias láminas de sus bandas
favoritas
y
un mural lleno de fotografías con sus amigos. Todo en tonos azul y gris.
Agarré
un objeto que me descolocó. Una guitarra.
—No
sabía que tocabas. – le dije.
—No
sé tocar. – se rascó la nuca algo incómodo. —No es mía. Alguien se la dejó.
“Alguien.”
Asentí
sin saber que decir y la dejé en su lugar.
Quería
dejarlo pasar, pero no podía. Las palabras se me salían de la boca como si
estuviera por escupirlas.
—¿De
quién es? – albergué esperanzas de que me gustara su respuesta.
—De
Belu. – contestó. No me había gustado nada. —Se la dejó acá hace meses, y nunca
la vino a buscar.
Claro,
ella había estado ahí. Con él, en su cuarto. Seguramente habían hecho mucho más
que tocar la guitarra. Otra vez esa sensación de asco me invadía, y me
acordé
de las fotos en donde él la abrazaba.
No
sé con que intención me había traído a su habitación, pero si yo tenía ganas de
que pasara algo más, ahora se me habían pasado.
M
e inventé una excusa tonta, y le dije que tenía que volver a casa.
M
e escapé como una cobarde, pero es que no me gustaba lo que estaba sintiendo. M
e sentía tonta, engañada e ingenua.
Al
llegar, el celular me vibró con un mensaje.
“No
me pasa nada con Belu, peque. Estoy con vos, y sos la única persona en la que
puedo pensar. Me encantas.”
No
respondí.
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