Agosto:
Como
siempre, a estas alturas del año, los exámenes nos encontraban cansados y con
pocas ganas de estudiar.
Después
de que Fede rindiera su último final, nos habíamos visto un par de veces, y
habíamos hecho como si nada. Aunque los dos estábamos molestos por algo.
El,
porque yo no cedía y ya nunca íbamos más allá de un par de besos. Y yo, porque
me mentía, y ni siquiera se molestaba en ocultarlo. ¿Para qué estaba todavía
con él?
Ya
ni sabía.
Ese
día, por ejemplo, en lugar de estar estudiando para Literatura, estaba en su
casa, esperando que saliera de bañarse. Su padre venía a visitarlos, y nos
llevaría a cenar
a todos. Estuve a punto de rechazar su oferta, por ser un día tan cercano a una
evaluación, pero después me había dicho que Gabi también estaría y quería
verme.
No
pude decirle que no.
La
puerta del baño se abrió y con el vapor también salió un Fede, con la toalla
envuelta demasiado baja en su cadera bañado en gotitas de ducha. Se me secó la
boca.
Oh,
si... por eso es que todavía estaba con él.
—No
me mires así, peque. – me sonrió con un guiño cómplice. —Acordate que sos vos
la que quiere esperar. Si fuera por mí... – tomó los bordes de la toalla, como
si la estuviera por abrir, y después se rió camino al armario.
Puse
los ojos en blanco y me contuve de decirle que por mí no se frenara, que podía
ir a buscar a la chica de pelo corto si tantas ganas tenía. Infeliz. En vez de
eso, puse
una sonrisa y me acomodé el vestido mirándome en el espejo mientras él se
cambiaba detrás de las puertas de su vestidor.
La
cena había sido agradable, y cualquiera que nos viera desde afuera, diría que
éramos una linda parejita sin problemas. Nunca en mi vida había tenido tantas
ganas
de
irme.
M
ientras componía la misma sonrisa falsa con la que había estado toda la noche,
mi mente se llenó de ideas. Pensé que podría olvidármelas si esperaba a llegar
a casa
para escribirlas en mi agenda, así que empecé a bocetarlas en el celular.
Totalmente
ajena a mi alrededor. Gracias a esto, la cena me pasó rapidísimo, y pude irme a
mi casa.
Fede
se despidió de mi cariñoso, con un abrazo y un beso tan tierno, que me dejó
hecha un lío. Su perfume inundaba mi mente y lo nublaba todo. Recuerdos de las primeras
veces, ese primer beso especialmente.... El primer “te quiero” ¿Por qué no
podía seguir sintiéndome así?
M
e sentía triste. Con nostalgia. Como si estuviera extrañándolo, pero no tenía
sentido. Estaba en frente mío. ¿Cómo iba a extrañarlo? M e abracé a su espalda
y le susurré
que lo quería.
La
siguiente semanas fue de locos.
Rendimos
una a una como pudimos, esa es la verdad. Parecía mentira que solo en un par de
meses todo terminaría, aunque ahora se viera tan lejano.
Pedro
nos había comentado muy a su estilo, que había cortado su relación con Barbie,
y cuando le preguntamos el por qué, no quiso decirnos. No estaba triste, ni parecía
afectado, así que asumimos que fue él, quien decidió ponerle fin.
Y
yo podía ocultarlo, tampoco pretendía hacerlo. Estaba feliz. Esa mocosa era
insoportable, y me alegraba de tenerla lejos.
Se
acercaba la fiesta del colegio M anuel Belgrano, y como era una de las últimas
del año, había mucha expectativa. M is amigos y casi todos mis compañeros estaban
planeando reunirse en alguna casa para ir todos juntos. Pero yo tenía otros
planes.
Fede
cumplía años y lo festejaría ese mismo día. Ya le había asegurado que iría, así
que no podía faltar.
M
e inundaba en un mar de culpa cada vez que deseaba ir con mi curso, en lugar de
pasar su día con él. M e sentía una mala persona.
Y
para empeorar las situación, me había invitado antes de que llegaran sus
invitados a cenar afuera. Yo le había comprado de regalo su perfume favorito.
Ese, que probablemente
me gustara más a mí, que a él.
Estuvo
toda la noche romántico y super cariñoso conmigo. Así que intenté olvidarme que
en ese preciso momento, mis amigos estarían en la casa de Juan, preparándose
para salir.
Pidió
una botella de vino, y tal vez fuera la angustia de sentirme tan basura, pero
creo que me la tomé toda yo.
Para
cuando llegamos a su casa, tenía que apoyarme en su hombro para no caerme de
boca al piso.
En
una hora, y vaya uno a saber cómo, su casa era un descontrol. Litros y litros
de alcohol, música que hacía vibrar las ventanas y puertas, y sobre todo, muchísima
gente. Sus compañeros, los de la universidad, y los del colegio también. Y
todos estaban... bueno, estaban como yo. Ebrios.
Fede,
al ver que no podía estar de pie, me sostuvo de la cintura y bailó pegado a mí
un rato.
—M
e encanta como te queda este vestido. – me dijo al oído dejándome un besito en
el cuello. De esos que me hacían cerrar los ojos.
—Y
a mí me encantan tus besos. – respondí buscando su boca. – me sonrió y chocó
nuestras narices antes de besarme otra vez.
—Echaría
a todo el mundo para que estemos solos. – dijo después.
—Nos
escondamos. – sugerí con una sonrisa pícara.
El
se rió de mi estado negando con la cabeza, pero después me tomó de la mano y me
condujo a su habitación, cerrando la puerta con seguro.
Las
paredes no paraban de dar vueltas, así que cansada, me dejé caer en el colchón
de su cama y me reí por las cosquillas que me daba su barbilla en mi cuello. Se había
acostado encima mío y me besaba de manera insistente.
Llevé
las manos hasta los botones de su camisa y se los desprendí. Cerré los ojos por
un momento, y ya se la había quitado del todo. La piel de su pecho, era una de
las cosas que más me gustaban. Sus pantalones iban a mitad de camino y mi
vestido...
¿Y
mi vestido?
Confundida
me miré. Estaba en ropa interior, con Fede entre mis piernas, besándome como
loco. M e tenía aferrada a los muslos y me murmuraba palabras lindas
sobre
los labios.
M
is ojos se cerraban en contra de mi voluntad y empezaba a perder noción de qué
era real y qué no.
Una
de sus manos acarició mi ombligo, para luego meterse dentro de mi braga muy
despacio. Lo sentí acariciarme y decirme que lo volvía loco lo húmeda que estaba.
El
elástico de mi ropa interior me rozó la rodilla y entendí que las estaba
bajando.
No,
no, no.
Negué
frenéticamente con la cabeza y me separé de golpe.
Recobrando
un poco la compostura me volví a subir mis braguitas y lo miré espantada.
—Fede,
no. – dije con la garganta cerrada. Quería llorar.
—¿De
verdad? – se quejó molesto. —Pauli, por Dios. ¿Hasta cuando? M irá como estoy.
– no lo hice. —Vos también querés. ¿Qué carajo estás esperando?
—Dijiste
que me tenías paciencia. – le recordé.
—¿Y
te parece que no te la tuve? – se desesperó. —Hace meses que estamos así. Voy a
reventar.
Y
obvio, como estaba borracha, mi boca había perdido el filtro por completo.
—Pedile
a la chica de pelo corto que te saque las ganas, o a Belu ya que estás. – me
puse el vestido todo torcido. —Tu angelito seguro se muere por estar con vos.
—¿Chica
de pelo corto? – preguntó enojado. —¿De qué estás hablando? Dejá de inventar
excusas, Paula.
—No
tendría que estar dándote excusas, Fede. – le dije sacada. —Debería querer
hacerlo después de tantos meses. Pensé que era yo la que tenía un problema, y
tal vez
lo tenga. Pero... no puedo confiar en vos.
—No
es eso lo que te pasa. – contestó enojado mientras se subía el pantalón.
—A
ver... – levanté los brazos —Decime vos, que sabés todo. Lo que va a pasar si
estudio, o no estudio... lo que va a pasar si me dedico a escribir. – puso los ojos
en blanco —¿Qué es lo que me pasa?
—¿Ahora
mismo? Estás siendo una inmadura. – se cruzó de brazos tranquilo. —Pero si lo
decís por lo de no tener sexo, eso es porque no querés conmigo. M
e quedé callada mirándolo. —Te pasan
cosas con otra persona, peque. – miró el piso. —M e dí cuenta al poco tiempo de
empezar a salir con vos, y en verdad, pensé que se te iba a pasar. Que me ibas a querer, pero...
—¿De
qué hablas? – pregunté confundida.
—De
tu amigo Pedro – respondió.
—¿Qué
decís? – discutí a los gritos. —Es mi amigo, no sabés lo que estás diciendo.
—M
irá como te pones. – se rió señalándome. —Es obvio.
Enfurruñada,
me crucé de brazos yo también, y solté todo el veneno que tenía en una sola
frase.
—Que
vos no tengas amigos de verdad, no quiere decir que otros no los tengan. – me
miró como si le hubiera dado un cachetazo. —Eso que tenemos con Pepe, es
amistad. Por ahí ni te suena el concepto.
Eso,
-entre otras cosas- era lo que me hacía el alcohol.
M
e convertía en una bruja hiriente.
—De
cualquiera hubiera esperado esas palabras, pero no de vos, peque. – me dijo
dolido.
M
i corazón se redujo a miles de pedazos, y quise frenarlo y pedirle disculpas,
pero había algo que no sabía de Fede.
A
él, el alcohol, tampoco lo hacía bueno.
Volvió
a mirarme con una sonrisa fría como el hielo.
—Esa
chica de pelo corto, se llama Celeste. – me informó. —Y la pasé mejor con ella
estas semanas, que en todos los meses que estuvimos nosotros dos.
M
e senté en la cama como si me hubiera devuelto la cachetada. Sentí tanta
vergüenza que me quise morir. Se había reído de mí, me había engañado todo este
tiempo.
—M
e quiero ir. – le pedí con los ojos llorosos.
Se
apartó de la puerta y me dejó paso. A mitad de camino, me encontré con Belu. Al
verme tan alterada, me separó de todo el mundo y me sirvió un vaso con agua.
—Fede
es un estúpido. – me masajeó la espalda. —No sé que hizo ahora, pero lo conozco.
Te quiere mucho, Pauli.
—Se
acuesta con otra chica. – sus ojos se abrieron de par en par y después negó con
la cabeza.
—Es
un estúpido. – se quedó pensativa. —Con Celeste. ¿No? – asentí mientras me
caían las lágrimas. —No se soportan, pero si. Fede no piensa con la cabeza.
Esa
chica no significa nada para él.
—Quiero
irme, Belu. – dije entre hipidos.
—¿Sola?
– negó tomando mi celular. —Decime el teléfono de alguien que pueda venir a
buscarte y yo llamo. Vos andá, lavate la
cara y olvídate de esta noche de mierda.
Yo me quedo acá para decirle a Fede que es un pelotudo, de tu parte.
M
e reí por sus palabras y le hice caso.
En
quince minutos, Belu, que se había quedado a mi lado, me avisó que me esperaban
afuera. M e despedí de ella con un abrazo y lamentando haberla prejuzgado tan
injustamente. Realmente era un angelito.
En
el jardín de adelante, Pepe me esperaba apoyado en el capó de su auto con cara
de preocupación. Y cuando me vió, se puso peor. Estaba por acercarse, cuando
se frenó en seco y miró la puerta a mis espaldas.
Sabía
a quien miraba y no me quise voltear.
—Pauli.
– dijo Fede con la voz quebrada. —Por favor no te vayas. M e mandé una cagada,
pero te quiero. De verdad. – me rogó.
M
e aventuré a mirarlo apenas, y parecía tan triste, que otra vez sentí mi
corazón roto.
—No
te puedo perdonar. – sentencié.
—Peque,
te juro que solamente la besé. – sus ojos estaban húmedos. —Exageré porque me
puse celoso y me dolió lo que me dijiste. – miró fugazmente a Pedro y continuó.
—Te quiero a vos, creeme.
M
e sentía tan humillada, que no podía reaccionar.
Lo
miré por última vez, y le dije en susurros.
—Perdoname
por lo que te dije. – me mordí el labio para dejar de llorar. —No quise
decirlo, me pasé. Esto es un lío y me quiero ir. Esta noche fue demasiado.
—Nos
demos un tiempo, entonces. – me volvió a rogar tomando mis manos. Se acercó y
me abrazó. —No me dejes. – susurró.
Yo
no tenía fuerzas para soltarme, así que me quedé quieta hasta que sus brazos me
dejaron ir.
M
e subí al auto de mi amigo sin mirar atrás.
Después
de manejar en silencio por un rato, atinó a preguntarme donde me llevaba. Yo ya
no lloraba, y estaba empezando a salir del estado de shock en el que me encontraba.
Le dije que no quería ir a la fiesta, que me llevara a mi casa.
Todavía
sentía los efectos del alcohol, así que me ayudó a entrar en silencio y pasar a
mi cuarto sin romper nada en el camino.
Una
vez dentro, me tiré en la cama y miré el techo.
Imitándome,
se acostó a mi lado sin decir nada. Cerré los ojos tranquila. Esto era
precisamente lo que necesitaba. M e tomó de la mano y me preguntó si estaba bien.
Le dije que si, porque aunque fuera raro, era la verdad. M i amigo, siempre
había tenido el poder de hacer que olvidara todo.
Después
de un rato de estar quietos y en silencio, se me ocurrió preguntar, de la nada.
—¿Y
vos por qué terminaste con Barbie? – se rió rascándose la barba que le crecía.
—Porque
no la quería. – suspiró. —Y ella creía que había alguien más. – asentí y él
retrucó. —¿Y vos con Fede?
—Porque
había alguien más. – reflexioné. —Y porque soy una borracha bocona. – se rió.
—M uy, muy mala soy.
—Sos
una de las personas más buenas que conozco. – me dijo riéndose. —Todo el mundo
te adora.
Torcí
el gesto recordando algo.
—M
enos tu ex. – nos reímos. —¿Por qué me odiaba a mí y no a May?
M
e miró entrecerrando apenas los ojos.
—Porque
le hablaba más de vos, supongo. – se encogió de hombros. —Eso es lo que me
decía. ¿Y vos? ¿Por qué la odiabas a ella?
—¿Cómo
sabes que la odiaba? – lo miré. —Nunca te lo dije.
—No
hacía falta, te conozco. – nos reímos.
—Al
principio porque no te daba bola. – confesé. —Y después porque era
insoportable. – aun sabiendo que iba a quedar como una amiga celosa, lo admití.
—Y
porque
me estaba quitando a mi amigo.
—Nunca
vas a dejar de ser mi amiga. – me prometió.
—¿Y
vos? ¿Por qué odiabas a Fede? – pregunté.
—Porque
es un pelotudo. – dijo como si fuera obvio. —Traté de callármelo miles de
veces, pero me parece un hijo de puta y no sé. No me banco que salgas con él.–
dijo eso último un poco molesto.
—Ya
no salgo con él. – me reí. —Y yo tampoco me bancaba que salieras con Barbie. –
admití.
Silencio.
—¿No
te parece raro? – preguntó mirando hacia arriba, pensativo.
—¿Qué
cosa? – pregunté, desconcertada.
—Que
vos no te banques a Barbie, y yo no me banque a Fede...
No
tenía respuestas para eso, aunque me hubiera gustado poder inventarme una,
porque el silencio que le siguió fue inmenso.
—Con
Facu nunca tuvimos problemas... – concluyó.
Nos
quedamos los dos pensando. Tenía razón.
M
e dí vuelta para mirarlo y me encontré con sus ojos que hacía rato me estaban
observando. Condujo la mano que todavía me tenía tomada hasta su pecho y la
apoyó
en su corazón.
Iba
a toda carrera mientras nos seguíamos mirando en silencio.
La
sensación que había experimentado aquel día en el piso de su sala, se me
instaló en el cuerpo, haciéndome difícil respirar. Por Dios. ¿Qué era eso?
Volvimos
a mirar el techo callados y al rato nos quedamos dormidos.
Al
otro día, cuando me desperté, mi amigo ya se había ido. M e había dejado dicho
con mi mamá, que tenía práctica de fútbol temprano y que lo llamara cuando me
levantara.
Tomé
el teléfono para hacerlo, pero cuando quise abrir los mensajes, vi que tenía
montones. Todos de Fede.
Con
el corazón en un puño los leí. Uno a uno, me iban desgarrando un poco más. Pero
estaba lista para este momento.
Por
eso sentía tristeza cuando nos abrazábamos días antes... estaba empezando a
despedirme de él.
No
creía que lo nuestro tuviera arreglo, pero cumpliendo mi promesa, lo pensé.
Día
y noche lo pensé.
Todo
lo lindo que habíamos pasado, nuestras canciones, los momentos con su
hermano...
“¿Harías
de niñera, conmigo?”
Y
lloré.
Lloré
hasta que dejó de dolerme tanto.
Escribí
todas las hojas de mi agenda, y tuve que buscarme otra nueva para poder seguir.
M
e ahogué y desahogué en cada renglón, sintiendo que por fin entendía qué me
había pasado esos meses. Ahora me daba cuenta en donde había estado y con
quien.
Eso
que sentía que me faltaba con Fede, estaba allí, pero no lo notaba, porque
estaba mirando en otra dirección.
Había
idealizado a un novio perfecto que no existía, y me había embobado solo con su
concepto.
Fede
había llegado a mi vida para decirme un par de verdades. Para despertarme en
muchos sentidos. Para hacerme pensar, crecer.
M
i celular vibró con la llegada de un mensaje.
“¿Cómo
estás? Apenas salga del club, voy a verte.” Pepe.
El
corazón me dio un vuelco ante la perspectiva. M e tapé la boca con ambas manos,
reconociéndolo. Fede tenía razón.
MIERDA. MIERDA. Y MAS MIERDA.
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