Marzo:
M
arzo comenzó, y con él, las clases.
El
último año escolar, prometía ser el mejor, pero también el más intenso de
todos. Las materias no variaban mucho, pero el programa de estudio era el
doble. Nos habían
sugerido con tiempo que lleváramos notas, y nos organizáramos para poder seguir
el ritmo. Ya que eran conscientes que en la segunda etapa estaríamos pensando en
la universidad y los exámenes de ingreso.
Querían
prepararnos lo mejor posible, para que estuviéramos listos para el siguiente
nivel y afrontar con seguridad los estudios superiores.
Todavía
había gente, como yo, que no sabía que carrera quería seguir, y era algo
desesperante. Tendría que pensar mucho en las posibilidades, y tomármelas en
serio.
Por
fin en Educación Física estábamos viendo un deporte que no apestaba tanto.
Hacíamos jockey sobre césped. Y hasta habíamos cambiado de profesora. Jugaba con
ventaja, porque al no conocerme, no sabía lo vaga y torpe que podía llegar a
ser. Con suerte, en esto me iría mejor.
Pepe,
estaba entrenando más que nunca, y pretendía seguir haciendo futbol una vez que
estuviera en la facultad. No iba a dedicarse profesionalmente, pero esperaba
seguir jugando en sus momentos libres.
M
ay, estaba yendo a clases de Inglés fuera de la escuela, para a fin de año
rendir exámenes internacionales que le servirían en las carreras que tenía en
vista.
Facu,
hacía años que sabía que quería estudiar psicología, y a pesar de no haber
elegido la especialidad humanista, tenía una gran inclinación por materias como sociología
o semiótica. Pero claro, en tercer año había querido seguir yendo a clases con
sus amigos, y había acabado en la división equivocada.
Fede,
había hecho el cursillo y había rendido el examen de ingreso a la universidad,
aprobando con nota alta.
Había
formado su grupo de estudio, y se la pasaba día y noche entre los libros. Ahora
nos veíamos los fines de semana, con suerte.
Del
incidente de mi cumpleaños, no habíamos vuelto a hablar. Al otro día, él había
pretendido excusarse, pero yo estaba con tanta resaca que le había dicho que
estaba
todo bien. No tenía fuerzas para hablar del tema.
El
no había vuelto a verse con Belu, ni la había nombrado siquiera, así que no
existían en realidad motivos para darle más vueltas al asunto. Había sido un
arrebato de
ira, provocado por la sorpresa que me había provocado mensaje y claro, el
alcohol que había consumido.
M
i rutina, consistía en ir a la escuela, a la tarde me juntaba con mis amigos, y
por la noche hablaba con Fede. Estaba cómoda y me sentía tranquila.
Pepe
se sentaba, como siempre entre M ay y yo, y nos pasábamos las horas de clase
charlando de otra cosa o pasándonos notitas por debajo de la mesa.
La
hora de Italiano se estaba haciendo eterna por la manera lenta que tenía la profesora
de hablar. La Divina
Comedia , nos tenía hartos. Esa es la verdad.
Y
yo estaba en uno de esos días, en que el humor no acompaña. Para más señas,
estaba con la regla y me dolían muchísimo los ovarios.
M
ay, me pasó una notita para preguntarme qué me pasaba, y le respondí. M e
escribió que tendría que empezar a tomar pastillas anticonceptivas. Ella las
tomaba desde
hacía meses, y ya no sufría de dolores ni calambres. Le bajaba menos y estaba
siendo más regular que un reloj. Además, agregó, con Fede en cualquier momento pasaría
algo más, y tenía que estar preparada. M e quedé mirando la nota sin saber que
contestar, y Pepe que estaba aburrido, me quitó el papelito y lo leyó.
Pudimos
ver en su rostro, que se arrepentía. Era demasiada información para su
cabecita. Sorprendiéndonos a las dos, respondió escribiendo algo más a continuación.
Decía
que antes de tomar pastillas, fuera al médico. Y me preguntaba si quería
ibuprofeno, porque él tenía en la mochila.
Lo
miré suplicante y se rió. Sin decirme nada más, me dio una píldora y su botella
de agua.
—¿Vos
querés? – le preguntó a mi amiga.
—No,
estoy bien. – lo miró extrañada.
—Les
viene siempre al mismo tiempo. – dijo con gesto divertido. —¿No se habían dado
cuenta? Yo que tengo que soportarlas, si. – exageró un gesto de fastidio que
nos hizo reír.
—Sos
como nuestro mejor amigo gay. – comentó M ay.
—¿Querés
ver si soy gay, M ayra? – la provocó haciendo un gesto vulgar llevándose la
mano a la entrepierna.
—¡Pedro!
– dijimos las dos al mismo tiempo, ganándonos un reto de la profesora que por
poco nos saca de la sala.
Lo
insultamos por lo bajo y le dijimos desubicado mientras él se aguantaba la
risa.
Así
era nuestro amigo. M uy delicado.
Los
días seguían pasando, y yo seguía encantada con el deporte que nos había
tocado. Estaba feliz. Y lo que era más, me encantaban los efectos que dejaba en
mi cuerpo.
Tenía la cola redonda y dura como una piedra. Si, es cierto, la primera semana
no podía ni dar un paso, y me dolía el cuerpo como si me hubieran agarrado a
golpes.
Pero ahora que el dolor había disminuido, se notaba como de a poco mis músculos
iban ganando firmeza.
Ahora
la ropa me calzaba mejor, y mi novio, se estaba volviendo loco. Los fines de
semana, nos veíamos por lo general en su casa, y aunque estaba respetándome y
esperándome como había prometido, los ojos se le iban. Y un par de veces,
también sus manos.
Lamentablemente,
no era el único que notaba mis nuevos atributos. Pero aquí viene la parte
incómoda.
Unos
días atrás, estaba con mis amigos cambiándome. Vamos a aclarar que no estaba
desnuda. M e estaba sacando el jumper y debajo tenía un short de calza, sobre
el
que me puse luego un pantalón de gimnasia.
Pero
había sido apenas me lo saqué, que sentí que un par de ojos me estaban quemando
cual rayos láser el trasero de manera descarada. M e di vuelta para encontrar a
mi amigo Pepe, con cara de bobo mirándome fijo. Alzó la vista al verse
descubierto, y yo lo miré con una ceja levantada.
Se
le escapó la risa, y me dijo alguna grosería, seguramente, pero yo no podía
olvidármelo. La manera en que me había mirado, era ...algo nuevo. Nunca nos habíamos
visto con esos ojos.
Hasta
ese día.
M
ayra, que había presenciado todo, estuvo riéndose del tema toda la semana.
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