Divina

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miércoles, 27 de julio de 2016

Divina Capitulo 51



Bariloche

Día 1:

Apenas arrancó el micro, todo se volvió una locura.
Era de dos pisos, con un pequeño baño en la parte de abajo, y entre alumnos, dos coordinadores y los padres de dos compañeros, lo llenábamos por completo. No habíamos avanzado ni una cuadra, que los vasos de alcohol, empezaron a aparecer mágicamente y a pasarse por todos los asientos.

Aunque eso de “asientos” era muy relativo, porque nadie iba realmente sentado, ni en el lugar que había elegido. Estábamos más bien todos mezclados cantando al medio, entre empujones con la música que sonaba altísima por los parlantes.
¿Cómo iba a resistir ese chofer hasta que llegáramos a destino? Ni puta idea.
Ya tendría que estar acostumbrado, supongo.

Uno de mis compañeros había traído un redoblante que usaba para llevar a la cancha, así que además de la música que nos ponían, también hacíamos la nuestra, en vivo.

Esa locura, se convertiría en nuestra casa por las próximas horas, hasta que al otro día arribáramos a destino, así que nos adaptamos lo mejor que pudimos.
No es exageración, decir que antes de salir de Córdoba, ya había gente borracha, M eli por ejemplo. Nunca la habíamos visto así, y nos partíamos de la risa.

Al mediodía, almorzamos en la ruta.
Había cantidades de paradores, y fuimos a parar a uno en el que estaban comiendo tres colegios más de nuestra provincia.

Enseguida, los cánticos llenaron el lugar y terminamos sacándonos fotos y charlando, hasta haciendo nuevos amigos. Nos veríamos en todos los boliches los siguientes días, si es que no coincidíamos también en el hotel.

Era sabido que en el viaje de egresados, los adolescentes nos... alteramos un poco. No hablo por mi, yo estaba en pareja. Pero los que no, parecían estar con las hormonas a flor de piel. Los chicos estaban más audaces, y las chicas, voy a decir más “receptivas”, que es casi a lo que me refiero. Y era muy gracioso de presenciar.

A M ay, se le había acercado un chico de otro colegio a pedirle el teléfono. Facu, que estaba a su lado, no decía nada. Solo miraba. Ella lo había rechazado de buena manera, pero eso no mejoró el humor de su novio. Por lo menos hasta que momentos después, una chica que estaba a su lado en la fila para ir al baño, pasó y “disimuladamente” le tocó la cola. Y ahí fue el turno de M ay de hacer mala cara.

Pepe, se sentó a mi lado y cada tanto me daba un beso. No voy a decir que estaba marcando el territorio, pero... dejó un mensaje bastante claro, porque nadie fuera de nuestros compañeros, se nos acercó.

De vuelta en el colectivo, se durmieron casi todos. Los que no podían conciliar el sueño, se pusieron a molestar. Si, yo estaba incluida entre ellos.

Le habíamos dibujado cosas en la cara a Juan con delineador de ojos, habíamos puesto mayonesa en la capucha del buzo de Andrés y escondimos el osito de
peluche con el que Celi viajaba.

No hace falta decir que cuando se despertaron, no pararon de repartir puteadas mientras nos moríamos de risa.

A la hora de la cena, para no seguir retrasándonos, nos sirvieron unas viandas para comer en el micro. Nada muy extravagante; un medallón de pollo con arroz, pan, un juguito de caja y una porción de brownie. Ni siquiera lo terminé. Le dí más de la mitad a Pepe, que limpió su bandeja en tiempo record y creo, se quedó con hambre.

A media noche, habíamos parado en una estación de servicio para que todos pudiéramos utilizar los sanitarios, lavarnos los dientes, y estirar las piernas.
No era mi baño, y odiaba la situación, pero mejor me acostumbraba o iba a tener que estar 10 días pasándola muy mal.

Entre tanto descontrol desde la mañana, empezamos a caer desde temprano. A las primeras horas de la madrugada, ya casi todo el micro estaba a oscuras y en silencio.

Nosotros que estábamos abajo, ni nos enterábamos del lío, así que cuando estábamos en nuestros lugares, nos aislábamos y era fácil dormir.

Pusieron una película que había estado hacía poco en cartelera, y que a mí y a Pepe nos encantaba. Así que nos tapamos con la manta y nos acurrucamos para
mirarla.

Al rato, vimos como M ay entraba al baño seguida de Facu, que al ver que estábamos despiertos nos guiñó un ojo. Pusimos los ojos en blanco muertos de risa.
No aguantaban ni un par de horas a que llegáramos.
Al poco rato, salieron lo más sonrientes.

—Esos dos no van a tener problemas para dormirse. – se rió Pepe.
M e giré para mirarlo.

—¿Te está costando dormir? – asintió casi haciendo un puchero. —Vení más cerca. – nos abrazamos más juntos, y comencé a acariciarle el cabello. Le encantaba, y muchas veces se quedaba dormido de esa manera.
Se revolvió cómodo y sonrió cerrando los ojos.
Me reí de lo adorable que era.

—Hermosa. – susurró al escucharme.

Lo tomé de la mejilla y acercándome a su rostro, lo besé. Un beso suave y lento, en el que apenas nos rozábamos los labios. Tomó aire con fuerza y me respondió al instante.

Su beso húmedo y cálido, empezaba a levantarme temperatura y me removí en el asiento sin poder evitarlo.

La respiración se nos volvió superficial, y una de sus manos se coló dentro de mi camiseta. La manta nos tapaba, así que si alguien se despertaba, no vería nada.
M e acariciaba la cintura hasta llegar a mi espalda y así sin darme cuenta, me había desprendido el broche del corpiño.

Su otra mano trepó por mi pierna, hasta quedar entre mis muslos, tocándome con cuidado, pero decisión. Jadeé sobre sus labios y el cuerpo se me llenó de
cosquillas agradables. Esas que ahora ya conocía.

Sin pensarlo, bajé la mano que tenía apoyada en el pecho de Pepe, y la dejé en su entrepierna sintiéndolo. No sabía que hacer, pero dejándome llevar por lo que él me hacía, desprendí el botón y bajé el cierre para tocarlo sobre la ropa interior. Un gruñido profundo salió de su garganta y por poco me prendo fuego. Comencé a mover mi cadera al tiempo que movía también mi mano y al cabo de un rato, tuvimos que besarnos con fuerza, para sofocar los gemidos del otro.

Arqueando la espalda, me dejé ir, mientras mi novio, me miraba alucinado. Le encantaba hacerme eso. Quizá demasiado.

Sacándome la mano de donde la tenía, se cerró el pantalón y corrió al baño.
A mí también me encantaba. Saber que lo llevaba esos extremos, no hacía más que aumentar las ganas que ya tenía de que estuviéramos juntos.

En momentos así, de tanto calor, ya no recordaba por qué quería esperar. ¿Quería esperar? ¿A qué le temía?

Salió unos minutos después, visiblemente más relajado y con el cabello mojado como si se lo hubiera estado lavando ahí dentro. Tal vez para bajarse la
temperatura, pensé.
Sonreí mordiéndome el labio y él también lo hizo.

—Me parece que nosotros también vamos a dormir bien. – me dijo en un susurro cuando se acercó. —Me encantó, hermosa. Te amo. – me besó amorosamente.

—Yo te amo más. – contesté. —Y también me encantó lo de recién. – le besé el lóbulo de la oreja. —Pepe...

—M mm...? – contestó adormilado.

—Quiero estar con vos. – al principio, tal vez por el sueño, no me entendió, porque ahora mismo estábamos juntos. Pero después abrió los ojos de golpe mirándome, y me di cuenta de que empezaba a comprender. Quería estar, “estar”, con él.

—Yo también. – confesó. —Pero no quiero que lo hagas porque pensas que tenemos que hacerlo, o algo así. – sonreí embobada. —Y quiero que estés lista y
segura. Asentí y agregó. —Y por más ganas que tenga, no sería acá en el micro. – negó la cabeza asqueado. —Te merecés que tu primera vez sea más especial que esto.

—Ahora tengo más ganas. – confesé con una risita.

—Yo no puedo más. – se rió también. —Pero quiero que sea lindo. No estuve toda la secundaria enamorado de vos, para que sea así, a las apuradas, incómodos.

Sonreí con el corazón desbocado. Decía las cosas más hermosas, sin darse cuenta.

—Yo también estoy enamorada. – le dije dándole un besito dulce en los labios.
Suspiró mirándome a los ojos mientras me abrazaba a su cuerpo.

—Todavía no puedo creer... estar así, con vos. – se me anudó la garganta. —No tenés idea,... me hace muy feliz.

Con los ojos húmedos de la emoción, volví a tomar sus labios y lo besé con todo el corazón. Pegando mi frente a la suya, deseando con todas mis fuerzas que este momento no se acabara nunca.
Una hora después, nos quedamos dormidos, haciendo cucharita

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