Divina

Divina

lunes, 11 de julio de 2016

Divina Capitulo 5


El primer día de clases, me desperté como nunca, antes de que sonara la alarma de mi celular. M e bañé con tiempo para poder prepararme como quería. M i
uniforme estaba impecable. Este consistía en un jumper color azul Francia y una remera de piqué blanca con el cuello azul como el borde de las manguitas en donde la
decoraba pequeñas líneas con los colores de la bandera de Italia. M i escuela era Italo-Argentina, así que desde pequeña estaba familiarizada con esa cultura.

M i abuelo había sido inmigrante Italiano, y mi mamá estaba muy orgullosa de sus orígenes. M is zapatos negros brillaban y hacían perfecto contraste con las
medias blancas tres cuartos.

M e planché el cabello y le dí el movimiento justo para que no pareciera que me levanté a las cinco a producirme.

Un poquito de base, rímel, rubor, un brillito transparente y ya. Un toque de perfume, y mi mochila. Estaba lista.

M is padres me despidieron con un beso después de un casi inexistente desayuno a las apuradas y me fui.

Como todos los años, mis amigos me esperaban en la puerta. Los dos se habían preocupado también por estar decentes el primer día y era casi gracioso. Porque si
nos tomaban una foto ahora, y otra, digamos en... mayo... ya ni nos reconoceríamos. Empezábamos a perder el interés, o simplemente nos cansábamos y caíamos al
colegio con las sábanas pegadas a la cara todavía.

Casi literalmente, porque era como el sello propio de Pepe, caer con todas las arrugas de la almohada en la mejilla y los pelos levantados de ese mismo lado.

Nos saludamos con un abrazo, como si no nos hubiéramos visto en casi todo el verano, y sin ir más lejos el día anterior, y entramos a formar en el patio.

Sin falta, así hicieran grados bajo cero, se formaba para izar la bandera todos los días, y cantar el himno. No había escapatoria. Uno podía hacer el intento de
esconderse en el salón mientras se formaba, pero si llegaban a descubrirte, corrías el riesgo de ser expulsado. Así, sin medias tintas. Estaba considerado una terrible falta
de respeto. No valía la pena ni intentarlo.

Además, para mí, significaba ver a Fede a pocos metros de distancia. ¿Por qué iba a perdérmelo?

Con el rabillo del ojo, vi como Facu saludaba a M ay desde lejos, le sonreía, y ella se derretía a mi lado. Pepe no se enteraba de nada porque estaba como un
zombie parado por pura inercia. No era una persona que disfrutara madrugar.
El amanecía y volvía al mundo de los vivos a partir de las diez, diez y media... Antes, no se le podía pedir nada. Solo gruñidos salían de su boca como respuesta. Y
movía los pies arrastrándose para desplazarse. Pobrecillo.
Estaba despertando a mi amigo de un codazo porque estaba cabeceando, cuando lo vi llegar.

Fede, más hermoso que nunca, con el uniforme perfecto. A nadie le quedaba como a él. Es decir, todos los varones tenían el mismo, pero Fede parecía llevarlo con
soltura, como su segunda piel.

Camisa blanca, con el primer botón desprendido y pantalones de vestir grises, que se pegaban a su cuerpo dejándonos a todas con los ojos como platos.

Y en esa estaba, totalmente embobada, cuando vi que llevaba algo en la mano. Otra mano.
Seguí el trayecto de ese brazo intruso que lo tenía tan sujeto y el pulso se me disparó.
M aría Belén.

La chica más linda del colegio, estaba a su lado. Sabía por los chismes que volaban, que estaba probándose en una agencia de modelos, y ya había hecho algunos
trabajos para publicidad. Su cabello rubio era casi blanco, largo, con ondas naturales y esa despreocupación de quien sabe que no le es necesario peinarse. Porque de
todas formas, no tenía defectos.
Sus ojos celestes, le daban un aire aniñado que volvía locos a todos los chicos, y para ser sincera, a muchos profesores también. La llamaban Belu, y hacía tiempo
que tenía en la mira a Fede.
Ahora que estaban juntos, eran como el rey y la reina del colegio.

El desayuno se me atragantó de manera desagradable y el estómago se me retorció. M e estaba muriendo de celos.

Di una rápido vistazo por el patio. Sin dudas, no era la única que estaba sintiendo eso. Todas las chicas estaban asesinando a Belu con la mirada. Todas queríamos
estar en su lugar.

Pepe que ahora parecía un poco más despierto, me dedicó una mirada cargada de compasión y May... M ay no hizo nada porque ni se enteró. Estaba haciéndose  ojitos con Facu.
Al final mi amigo iba a terminar teniendo razón. Nos íbamos a quedar nosotros dos solos, como los solterones que éramos.

Cuando terminó la tortura y por fin nos dejaron marchar, tras un primer día de clases que había servido apenas para que los profesores nuevos se presentaran,  como todos los años, nos fuimos al shopping a almorzar.

Estaba hasta arriba de gente, casi todos, estudiantes de secundaria como nosotros. Buscamos una mesa entre la multitud y tiramos las mochilas en ella mientras  aterrizábamos en las sillas.

—O sea, si. Es linda. – dije porque todavía seguía amargada por el nuevo romance de la escuela. —Pero debe ser re tonta. Tiene cara de tonta. – miré a mis amigos  en busca de apoyo.

—Seguro que es tonta. – dijo rápido Pedro —Y el pibe se va a cansar de ella en unos días. No le duran más que eso.

—Además, es obvio que está con ella por la plata. – agregó M ay.

—¿Encima tiene plata? – pregunté tapándome la cara.

—Pero vos sos más linda, y más inteligente. – dijo Pepe mordiéndose los labios.

Les sonreí con cariño y traté de distraerme un rato mientras comíamos. Pero como el desayuno, esta comida también me sentó fatal. En una de las mesas del fondo se veía a la feliz parejita abrazados entre los chicos de sexto año, dándose cada tanto un par de besos. Eran tan lindos juntos, que daba asco mirarlos.

Y eso era solo el principio. Los días que siguieron fueron igual de tortuosos.
Fede iba a todos lados con Belu pegada como garrapata. Ella era super cargosa, y parecía estar marcando territorio al lado del chico que a mí me volvía loca. Estaba
de lo más desganada.

M is amigos habían querido levantarme el ánimo, y me habían pasado un par de notitas graciosas en el módulo de historia, pero ni el reírme esos ochenta minutos,  me había sacado del mal humor.

Ese año íbamos a tener materias lindas, como sociología, filosofía y literatura italiana, así que quería disfrutar lo máximo posible. Tenía todos profesores nuevos,  salvo la vieja de historia, y la gorda de matemática que claro, me odiaban.

Yo nunca fui muy buena para los números. Por algo, como especialidad había elegido la humanista, como mis amigos. Éramos más de las letras, como solíamos  decir.
Y la de historia, bueno, me odiaba porque era una vieja pesada que no quería a nadie.

Pepe era siempre el más caradura, y zafaba en todas las asignaturas sin problemas. Es que era muy inteligente, solo que a veces, le ganaba la vagancia, y se dejaba estar.
Se la pasaba dibujando y nunca prestaba atención.

M ayra, era más dura para el estudio. Le ponía dedicación y empeño, pero más de una vez no alcanzaba y terminaba rindiendo en las vacaciones para pasar de año.
No es que fuera tonta, porque no lo era. Simplemente, tenía otro ritmo y le costaba concentrarse y leer. A ella lo que le gustaba eran los idiomas. Quería ser  traductora de Italiano, y a ser posible irse a vivir a Europa, y estudiar algo emocionante como turismo.
Amaba viajar.

Yo, no tenía ni idea de la vida, y me preocupaba en atender lo que decían los maestros, ir al día, y llegar a la mínima calificación para no tener que deber materias  después. M e gustaban demasiado mis vacaciones como para sacrificarlas por el estudio.


Al llegar el viernes, mis amigos se dieron cuenta de que yo seguía con la cara larga y dijeron tener la solución para todos mis problemas.

—Vos lo que necesitas es salir, y divertirte un poco. – dijo M ay subiendo y bajando las cejas.

—Salimos por ahí, brindamos un poquito, nos olvidamos de todo.
M e reí a carcajadas.

—¿Con qué vamos a brindar? Somos todos menores. – dije como si fuera obvio.

—Nos conseguimos carnets falsos, y listo. – resolvió mi amigo encogiéndose de hombros —Se maquillan, se ponen tacos altos y seguro nadie les pregunta cuantos  años tienen.

—¿Y vos qué haces? ¿Te dejas el bigote? – se burló M ay. Pepe nunca había logrado un bigote completo. Siempre le salían unos pelitos escasos muy vergonzosos  que se afeitaba esperanzado a que algún día creciera.

—Andate a la mierda, M ay. – contestó haciéndole una seña con el dedo medio.

Las dos nos reímos del pobre y lo abrazamos para hacerlo sentir mejor.

—Ok. Yo los sigo. – dije más animada. —Voy a empezar a pedir permiso desde ahora para que me dejen salir.

—M añana a la noche salimos por Nueva Córdoba, entonces. – resolvió M ay y todos asentimos conformes.

Y así fue, como al otro día, estábamos los tres producidos a morir, frente al shopping, nuestro punto de encuentro.

M e había puesto un vestido corto color negro y mis plataformas más altas, y tenía los ojos maquillados de negro con las pestañas alargadas con rímel. M i cabello
suelto se ondulaba delicadamente y daba el efecto despeinado que había logrado después de peinarlo y estilizarlo toda la tarde.

M ay se había puesto una pollera cortita, una remera ajustada y unos tacos modestos que le hacían las piernas eternas.

Al pobre Pepe casi se le salen los ojos de las órbitas cuando nos vio. No estaba acostumbrado a vernos así, y no nos reconocía.

Desde allí, fuimos caminando hasta las principales calles de los boliches que sabíamos en que seguramente nos dejaban entrar.
No fue fácil.

Pedro, enojado, tenía que frenar cada tanto porque a alguna se le doblaba el tobillo y estábamos cerca de matarnos por culpa de los zapatos altos. No todo era tan
glamoroso como parecía.

—Si no pueden caminar, ¿Para qué se ponen esos zancos? – decía de mala manera.

—Porque si no, parezco de 10 años, Pepe. – le expliqué.

—A mí me hacen linda cola. – dijo M ay dando una vueltita.

—M ás les vale que esta noche no tomen, porque yo no las voy a arrastrar. – nos advirtió.

Lo miré con ojitos de perrito mojado y me señaló.

—Y tampoco las voy a alzar. – me reí. Ya nos conocía tanto...

Llegamos a la puerta de un boliche en el que había relativamente poca gente esperando y como todo el mundo, hicimos fila para entrar.
Cuando llegó nuestro turno, el guardia no nos dejó seguir avanzando.

—Documentos. – dijo con voz gruesa y firme.

Los tres nos miramos, y sacamos de nuestros bolsillos, las identificaciones falsas, que esperábamos no tener que usar.
Nos miró con mala cara y después de consultar algo con otro hombre de la entrada, negó con la cabeza.

—No, chicos. – y ahora con voz más tranquila explicó. —Si viene algún inspector nos cierran el lugar.

Asentimos y seguimos caminando a probar suerte al próximo lugar.
Para las tres de la mañana, ya estábamos cansados y hartos de rebotar en todas las puertas. Al parecer alguien había dejado correr el rumor que esa noche los
inspectores municipales, estaban clausurando locales y todos los que fueran menores, o lo parecieran y no tuvieran identificaciones, se iban a tener que quedar afuera.

Estábamos tan molestos, que decidimos dejar la salida para otro día y nos fuimos a dormir a la casa de Pepe.

M i mamá y la de M ay, pensaban que estábamos en la casa de la otra, y de todas formas no teníamos que aparecer por casa hasta el otro día. Y a Pepe sus padres
no le preguntarían nada.

Sacó el colchón que tenía de repuesto para cuando alguna se quedaba, y lo estiró en el piso al lado de su cama. Nos prestó dos remeras enormes que nos servían de
camisón y después de que terminamos de charlar, y reírnos de nuestras desgracias, nos quedamos dormidos.

Siempre que compartía cama con M ay, terminaba pateándome, así que me mudaba a media noche a la cama de Pepe. Yo era pequeñita y no le molestaba a
ninguno de los dos.

Al otro día, me desperté de mala manera porque me estaba congelando. El muy vivo de mi amigo, se había envuelto en las sábanas y frazadas y me había
destapado. Sin ningún cuidado, metí mis pies helados debajo de su remera, justo en la espalda y lo desperté.

—¡Hija de puta! – me gritó. —Tenés los pies muy fríos.

—Y bueno, jodete. – le dije arrebatándole las mantas. —Vos me destapaste, y estoy por morir de hipotermia.

—¡Cállense! – gritó M ay desde el piso. —Es temprano, duérmanse.

Volvimos a acomodarnos y poco a poco nos volvimos a dormir.

Obviamente, nos despertamos para almorzar, con unas caras tremendas. Cualquiera hubiera dicho que al final habíamos logrado entrar a un boliche, tomar de más y
ahora teníamos resaca. Pero no, solo estábamos exhaustos por nuestra fallida y patética salida.

Por suerte, nos quedaba todo el fin de semana para descansar.


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