A
mitad de mes, Fede hizo una fiesta en su casa. El lugar estaba al reventar de
gente. La mayoría, que no había visto en mi vida, y tenía mis serias dudas de
que él mismo,
supiera quienes eran.
Había
litros y litros de alcohol, y por donde se mirara, había parejas matándose a
besos y algo más por los rincones.
Reconocí
un par de rostros de chicos que habían cursado con él, y los saludé como pude.
La
música era ensordecedora, y por si eso no fuera suficiente, algunos gritaban y
aplaudían como locos.
Había
dos opciones.
O
esta fiesta estaba fuera de control, o yo estaba muy sobria en comparación de
sus asistentes, como para tolerarla.
M
i novio me tenía agarrada por la cintura, y me besaba el cuello de manera
suavecita. Sabía lo mucho que eso me gustaba, así que se lo hacía saber
acariciando su nuca,
su cuello y bajando también por su espalda.
Estábamos
en uno de esos momentos perfectos, cuando una vocecita delicada se acercó y
saludó.
—Hola,
Fede. – me giré para darme de frente con un par de ojos celestes y una melena
rubia casi blanca como la de un ángel. Belu.
—Hola,
angelito. – dijo mi novio, haciéndome encoger en el lugar.
—Hace
mucho que no nos vemos. – sonrió inocente. —¿Cómo te está yendo en la facu?
—Bien,
aprobé todas las del ingreso, y el mes que viene vuelvo a rendir. – le sonrió.
—Tengo mucho que estudiar. ¿Vos?
—Yo
estoy haciendo la carrera a distancia, porque me contrataron de la agencia de
modelos. – dijo emocionada. —M e puede salir un viaje a M ilán en Junio.
—Wow.
Felicitaciones. – conversaban mientras yo, aparentemente estaba pintada en el
papel tapiz de fondo.
La
charla se prolongó unos minutos más.
M
inutos en los que Fede no nos presentó, y la chica ni me miró a los ojos. M e
sentía de más. Yo era claramente quien sobraba en esa escena. Como vi que
tenían
mucho
que hablar, me fui a buscar algo para tomar. M e sentía incomodísima parada al
lado de ella.
Era
como tres metros más baja, y diez veces más fea que su angelito.
Agarré
un vaso y lo rellené hasta arriba de cerveza y me lo tomé de un saque
mascullando “pelotudos”, mientras nadie me escuchaba.
Iba
por el tercero, cuando mi novio me encontró. Parecía preocupado.
—Peque.
– me abrazó. —Te estaba buscando. Pensé que te habías ido.
—M
e fui. – respondí de manera incoherente. —Hasta acá. A esta mesa. – señalé.
—Y
estuviste tomando. – sonrió.
M
e encogí de hombros.
—Es
una fiesta. – respondí.
—Si.
– se rió. —Vamos que te presento a mis amigos y de paso tomas un poco de aire.
M
e llevó al patio, en donde charlamos con sus nuevos compañeros de universidad.
Eran muy agradables y divertidos. Sin dudas me hubiera gustado conocerlos en otro
contexto. M e sentía como si mi cabeza estuviera flotando encima de mi cuello y
ya no estuviera sujeta. No. No me sentía nada bien.
Y
como si oliera mi malestar, Belu apareció luciendo como una reina, pura
sonrisas, ganándose a todos y metiéndoselos en sus pequeños bolsillos. Era tan simpática
encima...
Con
bronca, envidia, celos y de paso, mareos, le pedí a Fede que me llevara a mi
casa. Este quiso que me quedara, así me cuidaba, pero me daba vergüenza enfermarme
frente a él. Y verla a su ex, me había hecho imaginármelo con ella. Así que no
ayudaba, en todo caso, me ponía más incómoda.
M
e dejó en la puerta de mi casa y yo fingí entrar para que se marchara en su
auto. Pero apenas se fue, yo también lo hice. Si mis padres me veían en ese
estado, me quedaría
castigada de por vida.
Llegué
a la esquina y llamé a la primera persona que se me ocurrió.
M
i amigo llegó a los pocos minutos y me llevó a su casa.
Había
dispuesto como siempre el colchón en el piso al lado de su cama, pero no hizo
falta. De todas formas, me la pasé mayormente en el baño, esa noche.
A
la mañana siguiente, no hubo preguntas, ni reproches. Suponía por su mirada,
que él sabía que algo andaba mal con mi novio y se moría por hacer algún comentario.
Pero como el buen amigo que era, se lo calló.
M
e acompañó en el auto apenas nos despertamos y me dejó en la puerta de casa. Insistió
en bajar, por si mis padres preguntaban donde había estado. Diría que en su
casa, y estaría todo bien. Lo conocían y confiaban en él.
Pero
no eran mis padres quienes esperaban en la puerta.
Era
Fede.
Que
pasó de tener cara de preocupación, a una de enojo en pocos segundos apenas me
vio llegar, con la misma ropa que había vestido anoche, y claramente,... recién
levantada. M ierda.
M
i amigo podría haber huído, pero no. Se quedó a mi lado esperando que yo le
dijera que se podía ir.
—¿De
dónde venís? – preguntó tranquilo.
—De
su casa. – señalé a Pepe.
—¿Qué
hacías en su casa? – quiso saber.
—Anoche
no me sentía bien, y no tenía ganas de quedarme sola. – expliqué.
—¿Y
por qué no te quedaste conmigo? – parecía ofendido, y eso me partió el corazón.
—Porque
vos estabas en tu fiesta... y... – no. Simplemente no tenía excusas.
El
asintió dándose cuenta de eso mismo.
—Venía
a ver cómo estabas, porque no atendías el celular. – levantó su teléfono. —Pero
ahora que veo que estás bien, vuelvo a casa.
—Esperá,
Fede. – dije. —No te vayas.
M
e miró con una sonrisa triste.
—No
te hagas problema. Descansa. – me acarició la mejilla y me dio un besito en los
labios. —Hablamos más tarde, peque.
—Gracias
por haber venido. – le dije contrariada. ¿Por qué me sentía tan culpable?
El
negó con la cabeza y me dio otro beso más.
—Cuidate.
Te quiero. – mi corazón se partió un poco más.
—Yo
también. – y tras guiñarme un ojo, se subió a su auto y desapareció.
Pepe,
que había sido testigo de todo, estaba callado en el lugar. Congelado.
Suspiré,
y me tapé la cara con las manos.
M
e sentía horrible.
Invité
a mi amigo a pasar, pero me dijo que tenía entrenamiento, así que se despidió y
se fue. Sin nada más para hacer, llegué a mi cuarto, me di la ducha más larga de la historia y me acosté a dormir, otra vez
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