Julio:
Las
cosas con Fede siguieron ...bien. No lo había confrontado, y no sabía que lo
había visto con otra persona. Este mes nos estábamos viendo bastante poco,
porque
tenía que rendir los finales. Y eran exámenes que abarcaban los dos parciales
que ya había tenido, o sea que era estudiar el doble de lo que había estudiado
en esas
dos
oportunidades.
Charlábamos
todos los días, y siempre me sentía igual.
M
e sentía una mierda.
Se
despedía con un “te quiero” que yo respondía sin saber si era verdad, y eso,
estaba empezando a afectarme. Seguía volcando todos mis pensamientos en la
agenda
sin parar. A ver si de tanto lío, podía encontrar algo de claridad en el
asunto.
Sentía
culpa.
Y
más, viendo como hacía sacrificios por nosotros, que no sabía como
corresponder. Por ejemplo, ese día, después de que fuera a Orientación
Vocacional,
habíamos
quedado en juntarnos. El hacía dos días que no dormía, pero según me había
dicho, tenía demasiadas ganas de verme, y me extrañaba.
¿Cómo
le decía que no? No había manera.
En
la escuela, la coordinadora nos esperaba a todos con la psicopedagoga para
contarnos que en esa oportunidad, nos iban a hacer una entrevista a cada uno
para
tratar
el tema de los estudios superiores de manera personalizada.
Después
de todo, no éramos iguales, y cada uno se encontraría en situaciones
diferentes.
Pepe
había sido uno de los primeros en pasar, y estaba contento, porque en su caso,
había decidido unas semanas antes que se dedicaría a la arquitectura. Había
averiguado
del tema, las materias y el campo laboral de lo que estaba eligiendo. Estaba
entusiasmado.
Las
entrevistadoras, habían estado de acuerdo con él y su elección les parecía
acertada. Siguieron dándole datos de las universidades en donde podía estudiar,
y le
sugirieron
darse una vuelta algún día que estuvieran en clases para ver.
M
ay, que quería estudiar Turismo y Hotelería, estaba informándose sobre los pros
y los contras de su carrera, muy relajada. Después de todo, ella sabía lo que
le
gustaba
desde hacía mucho tiempo ya.
Hablando
claro, yo era la única que todavía estaba indecisa.
Estaba
...en bolas.
Cuando
me llamaron, me puse nerviosa y me senté frente a ellas en la sala de
profesores. M e miraron expectantes a que empezara a hablar y yo sonreí.
—Señorita...
Chaves ¿No? – miró una en una lista que tenía en su carpeta. —Paula.
Asentí.
—¿Por
qué no empezamos a hablar un poco de vos? – me sonrió la psicopedagoga, que
tenía un cartelito con su nombre en la camisa. Graciela, se llamaba.
M
e mordí los labios sin saber que decir.
—Lo
que sea, contanos. – sugirió la otra, con voz cálida para darme confianza.
—M
mm... soy hija única. M is dos mejores amigos son Pedro y M ayra. – moví un pie
hamacándolo distraída. —Elegí la especialidad Humanista porque me gusta
leer...
odio los números. Soy más de las letras.
Asintieron.
—¿Qué
apareció en tu Test? El que te hicimos hace un año. – preguntó Graciela.
—Letras
modernas. – me reí. —Y como profesión, señalaba principalmente la de escritora.
—¿Y
eso no te gusta? – quiso saber la otra.
—Las
reglas gramaticales, y los tiempos verbales me dan dolor de cabeza en cualquier
idioma.
– me reí.
—Bueno,
Pauli. – comentó Graciela. —No hace falta estudiar para ser escritora. La
mayoría no ha hecho carrera en lenguas, no es un requisito excluyente. Lo que
importa
acá, es si a vos te gusta escribir.
—Si,
supongo. – pensé. —Pero algo tengo que estudiar. O sea, una carrera...
—¿Por?
– preguntó la otra. —¿Quién dice?
M
e quedé pensando sin saber qué contestar.
—No
estamos diciendo que no sea importante tener un título, Pauli. – me aclaró.
—Pero tal vez, no es para todo el mundo. Hay millones de opciones.
Graciela,
me dijo que para terminar, me iban a preguntar algo más.
—¿Qué
es lo que haces para sentirte mejor cuando estás triste? – la miré sin
entender.
—No
sé, escucho música. – contesté.
—¿Así
nomás? – me miró entornando los ojos. —Escuchás música y ... ¿Cantas? ¿Bailas?
¿Actuas frente al espejo? ¿Qué haces cuando escuchas música?
—M
e imagino cosas. – contesté sin darme cuenta. —M e imagino escenarios,
situaciones... historias.
Las
dos asintieron con una sonrisa y anotaron vaya a saber qué en sus carpetas.
—De
acá a dos meses, quiero tener otra reunión con vos. – dijo la psicopedagoga. —Y
mientras tanto, pensá en esa última respuesta que nos diste.
Se
despidieron de mí y llamaron al siguiente alumno, dejándome la cabeza como un
bombo.
M
is amigos, que estaban ansiosos por saber que me habían dicho, se sentaron a mi
lado. Les conté palabra a palabra lo que habían dicho y la reacción de ambos
fue
la
misma. M e sonrieron.
—Pauli,
es lo tuyo. – dijo M ay.
M
iré a mi amigo en busca de su opinión y me dijo sin pelos en la lengua.
—Puede
ser difícil. No es un trabajo para cualquiera, y no sé si se gana mucho dinero.
– asentí estando de acuerdo. —Pero... – sonrió. —M e encanta como
escribís.
Tanto que te gusta leer, podrías escribir tus propios libros. – dijo
entusiasmado.
Les
confesé que tenía miedo a que no me fuera bien, o a que mis padres no
estuvieran de acuerdo. No quería estudiar Letras M odernas, de eso estaba
segura.
Ellos
me alentaron, y me hicieron ver que mientras escribía, podía buscarme un
trabajo por las dudas. Al menos hasta que dejara de temer por mi estabilidad. M
e dijeron que era muy joven para preocuparme por esas cosas, y que tenía que
probar. Había tiempo de equivocarse, y había tiempo de estudiar una carrera si
quería
también.
M
i mente seguía siendo un lío de indecisión, pero ahora, por lo menos sonreía.
Tanto
charlamos que no me di cuenta de la hora. Fede me esperaba. Llegué a su casa a
las apuradas.
M
e recibió con un abrazo y mientras no paraba de darme besos, entramos a su
cuarto.
Hacía
tanto frío, que nos tapamos con las mantas. Acurrucados como estábamos, nos
volvimos a besar.
Los
besos que empezaban suaves y dulces, acompañados de caricias, se volvían cada
vez más apasionados, haciéndonos respirar con dificultad. Tomó mi camiseta y
tiró de ella para quitármela. Su remera fue la siguiente, y ya que estábamos
también su pantalón.
Su
boca fue a mi cuello acompañada de un jadeo, haciendo circulitos con la punta
de la lengua. M e removí dejándome llevar y lo toqué sobre la ropa interior. En
respuesta,
subió una de sus manos y tomó uno de mis pechos.
Estábamos
llegando demasiado lejos esta vez.
—¿M
e vas a decir que pare? – susurró en mi oído. —Si no me decís ahora, después no
voy... n-no voy a poder parar. – dijo agitado.
Ese
segundo de duda me bastó. M e separé de él y mirándolo a los ojos, lo frené.
Otra vez.
—Perdón.
– dije angustiada.
El
asintió, pero me dio un beso fuerte.
—No
tengo nada que perdonar, peque. – se recostó mirando el techo y me abrazó
contra su cuerpo. —Pero, te puedo preguntar por qué no querés.
—No
sé, no me siento ...– cómo decirlo de una manera poco ofensiva. “No me siento
cómoda con vos”, sonaba fuertísimo. —No estoy lista.
—¿Te
da vergüenza que te vea desnuda o algo así? – me miró a los ojos. —Porque
podemos apagar la luz, estar tapados hasta la cabeza... o me puedo vendar los
ojos
si querés. – nos reímos. Se estaba haciendo demasiado larga la espera, y estaba
perdiendo la paciencia.
—No,
no es solamente eso. – pensé. —Todavía no creo que esté lista...
Asintió
y paseó la mirada por mi cuerpo. Todavía no me había vuelto a poner la camiseta
y sus ojos me miraron fijo en el escote.
—Hablemos
de otra cosa. – se pasó las manos por el rostro con violencia. —Voy a explotar.
– agregó por lo bajo. – se aclaró la garganta. —Entonces... hoy tuviste
Orientación
Vocacional. ¿Cómo te fue?
Nos
reímos de su intento de cambiar de tema, y después pasé a contarle todo, como
había hecho con mis amigos.
—Bueno,
pero podés escribir en tu tiempo libre. – me dijo. —Y buscarte una carrera de
verdad. Una de grado que te dé algún tipo de futuro.
—Igual
si estudio abogacía, podría no tener el futuro asegurado. – me defendí. —¿Quién
sabe, Fede?
—Prefiero
no saber, pero tener un título bajo el brazo. – se rió burlón. —De verdad,
peque. Necesitas ser madura, por lo menos respecto a esto. No es ver qué te
pones
para salir el sábado a la noche. Es serio.
Se
las había arreglado para decirme chiquilla tonta, inmadura y frívola, de una
sola vez. Lo miré ofendida, pero ni se enteraba.
—Sé
que es serio. – dije cortante.
—Si,
amor. Pero sos muy indecisa... – suspiró. —M uy cambiante. Y con esta decisión
te tenés que apurar. En unos meses ya empiezan las inscripciones de la
mayoría
de las universidades.
Sabía
que con sus palabras, también me estaba enviando una indirecta por hacerlo
esperar para tener sexo. Lo notaba hasta en su tono de voz. Había ironía por
todas
partes.
—Todavía
no tomé ninguna decisión así que dejemos el tema. ¿Si? – lo corté y me levanté
en busca de mi camiseta.
—No
te enojes. – me dijo al oído con un besito tierno. —Y perdoname si te sueno muy
brusco, pero quiero lo mejor para vos.
Lo
miré por un momento y una vez más, lo dejé pasar.
Respondí
a su beso y volvimos a estar abrazados en la cama. Aunque ahí quedó todo. A la
media hora, me fui a mi casa pensativa.
De
alguna forma, la casi pelea que había tenido con mi novio me había servido para
ser consciente de muchas cosas. El concepto de dedicarme a la escritura, me
parecía
inverosímil, aunque mis amigos me habían animado a hacerlo, había muchas dudas
en mi mente... Hasta que me vi a mí misma defendiéndola, no me di cuenta lo
mucho
que me gustaba la idea. Estaba considerándolo, ahora de verdad.
M
e había venido bien que me pusiera a prueba de esa manera. Sin quererlo, me
había dado el empujón que necesitaba. Entusiasmada, abrí mi agenda y empecé a
escribir todo esto que me estaba pasando sin parar. Sin dejarme ningún detalle
dentro.
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