Los
exámenes pasaron, y así la primera etapa del año. Habíamos aprobado todo sin
problemas y cada vez teníamos más cerca la recta final. El colegio estaba
terminando.
Dos
días después, teníamos la fiesta de Pedro. Nos vino genial para despejar la
mente, y relajarnos después de rendir. Sus padres seguían de viaje, así que fue
nuestra
oportunidad para relajarnos de más.
Compramos
bebidas alcohólicas como para un batallón, pero solamente éramos los del curso,
así que a las dos horas, ya no nos reconocíamos ni las caras en el
espejo.
Las
cosas con Pepe habían vuelto a la
normalidad después de ese extraño lapsus que tuvimos sobre la alfombra de su
sala, y seguíamos siendo los amigos de
siempre.
De
los que hacen juegos de beber y se ríen porque alguno se ahoga con el shot de
tequila y termina escupiendo todo hasta por la nariz. Así de lamentable era
nuestro
estado. M ay, que aunque hacía grados bajo cero del frío, se había calzado sus
shorts, y ahora nos daba un espectáculo sobre la mesita ratona. Sonaba
“Loquita”
y
todos bailamos con ella, vasitos arriba.
—Deberíamos
hacer algún juego. – dijo M eli sostenida a la botella de cerveza. —Verdad y
consecuencia... y esas cosas.
—Y
volvemos a tener 12 años. – se burló Juan.
—Te
puede tocar como consecuencia darle un beso a Pau. – lo pinchó la chica.
—Yo
juego. – dijo éste riéndose mientras yo ponía los ojos en blanco.
Algo
tambaleantes, nos dejamos caer en el suelo de la sala formando una ronda. Por
supuesto, la más chismosa del grupo quiso ser la que empezaba.
—Celina.
– señaló a la más tímida que la miró espantada. —¿Verdad o Consecuencia?
La
chica se lo pensó, pero evaluando las preguntas que podía hacerle mi compañera,
optó por la consecuencia.
—Tenés
que tomarte dos vasos de cerveza de un tirón. – desafió.
—Uno
solo. – intercedió Pepe. —Nunca toma nada, se va a enfermar.
M
is compañeros pusieron los ojos en blanco, llamándolo aburrido, pero finalmente
le hicieron caso. Celi se tomó la cerveza sin quejarse y para nuestra sorpresa,
sin
que se le moviera un pelo. Ahora era su turno de retar a alguien.
—M
ay. – mi amiga aplaudió y se sentó más derecha contenta de que fuera su turno.
O demasiado borracha para saber qué hacía.
—Verdad.
– se arriesgó.
—¿Es
verdad que Facu tiene un tatuaje? – M ay se rió y asintió con la cabeza.
Sabíamos del rumor, pero nunca nos lo había confesado. Cuando terminó de
contestar,
entendimos por qué.
—Tiene
una carita sonriente. – explicó. —Estaba borracho una noche, y yo le dije que
no se animaba a hacérselo. Y se animó.
—¿Dónde
lo tiene? – preguntó M eli, curiosa.
—No
es así el juego, ya contestó la
Verdad que le tocaba. – defendí.
—M
e da igual contarles. – hizo un gesto despreocupado. —Lo tiene en un cachete de
la cola.
Y
todos estallamos en carcajadas.
Después
de eso, mi amiga había retado a Gastón a quedarse en ropa interior, cosa que
había hecho a riesgo de congelarse.
El,
a su vez, había retado a Pepe, que había elegido decir una Verdad.
—Del
curso. – señaló. —¿A quién le darías un beso?
Todas
las miradas se centraron en mi amigo, que se apuró a contestar.
—Tengo
novia. – levantó sus manos a la defensiva.
—Es
un juego, boludo. – lo pinchó Juan. —Y no es para que lo hagas tampoco... no es
Consecuencia.
Tenía
el corazón desbocado, sin saber por qué.
Pedro
miró a la ronda y después contestó decidido.
—A
Pauli. – y esas dos palabras, sonaron como una bomba adentro de mi cabeza. ¡BUM
! “A Pauli”. M e daría un beso, a mí.
Todos
me miraron en silencio, esperando que contestara algo, pero no me salía ni el
aire.
—No
vale. – dijo M eli cruzándose de brazos. —Era obvio que iba a decir alguna de
sus amigas. Un beso puede ser en la mejilla, no aclaraste... y ellos son como
hermanos.
Suspiré
disimuladamente y empezamos a reírnos como si nada. Aunque en mi cabeza todavía
sonaba el eco de la bomba. M i amigo me miró por un segundo en el
que
me pareció, se sonrojaba, y después aprovechó su turno para retar a Juan, a que
se arrojara a la pileta.
La
fiesta desde ese instante, empezó a descontrolarse, y terminamos todos en el
agua totalmente vestidos. Aunque a causa de nuestro estado de ebriedad, no sentimos
tanto el frío. Nos secamos adentro con toallas, nos vestimos con remeras que el
dueño de casa nos había proporcionado, y nos fuimos quedando dormidos en
los
sillones, la alfombra, en fin. Donde hubiera un rincón libre.
A
la mañana siguiente, me desperté confundida y algo mareada. Apenas reconocí el
lugar en donde me encontraba, volví a acostarme y miré a mis costados.
De
un lado, M ay dormía abrazada a un almohadón claro manchado con vino. M e reí.
Nos habíamos metido en mil líos con esta fiesta.
Del
otro lado, mi amigo descansaba boca abajo, con la cabeza orientada a donde yo
estaba y su mano levemente cerca de mi rostro.
Tenía
la boca entreabierta, y respiraba tranquilo. Aunque no roncaba, hacía un ruido
muy relajante cuando inspiraba. Tenía migas de papas fritas en el cabello.
Sonreí
y con cuidado de no despertarlo, se las saqué.
En
este último año, se había puesto de verdad atractivo. Ya no quedaba nada de ese
chiquillo al que solíamos decirle “laucha” con mi amiga.
Si,
podía pensar que mi amigo era lindo. Siempre lo había hecho. Pero no en plan de
tirármele encima, como me había sucedido con Fede.
Esto
era distinto.
Sentía
una dulce sensación en el pecho. Afecto. Puro y del más sincero.
Alejé
mi mano, asustada y me acosté mirando el techo.
Acababa
de darme cuenta de algo.
Eso,
era algo que no sentía mirando a Fede.
Excelentes, están enamorados, que se declaren pronto
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