Los días pasaron, y había llegado la noche de la fiesta de
graduación de Fede.
M e había invitado, claro, y yo había tenido que gastarme
los ahorros de meses en un vestido bonito y un par de zapatos.
Y mis padres, que tenían un leve presentimiento de que
estaba saliendo con alguien, se quedaron mudos cuando les dije que esa noche
salía con mi novio.
M i mamá empezó con el interrogatorio desde temprano, y mi
papá andaba con cara larga por los rincones.
Les respondí a todo lo que me preguntaron, y les conté todo.
Al menos todo lo que pude, mientras me arreglaba. Pero les pedí, por favor que
no le dijeran nada a
él, y se comportaran.
Fede, pasó a buscarme en su auto unas horas después, vestido
con un traje azul noche y camisa blanca sin corbata y los primeros botones
desprendidos. Se había
hecho raya al costado para la ocasión, pero como los
costados de su cabeza estaban casi rapados, lo hacía parecer un peinado
moderno, casual y despreocupado que
solo él podía llevar tan bien. Podría haber pasado por un
modelo.
Sonreí como tonta mientras se bajaba para abrirme la puerta
y nuestras miradas se encontraran.
—Estás preciosa. – me dijo con un beso en los labios.
Tenía un vestido a la rodilla ajustado en la cintura como de
los años 50 color ciruela, y unos zapatos con un poco de plataforma a juego.
—Gracias. – sonreí coqueta. —Y vos estás hermoso.
M e guiñó un ojo y me volvió a besar.
Como si lo hubieran presentido, mis padres eligieron justo
ese momento para asomarse por la puerta de casa a saludar. M ierda.
—Hola. ¿Cómo estás? Miguel. – se presentó mi papá, sacando
pecho. Puse los ojos en blanco, viendo como mi mamá le golpeaba la espalda para
que deje de hacer
el ridículo.
—Federico. – tomó la mano de mi papá y se la apretó con
firmeza. —M ucho gusto.
Creo que con eso, se gano al menos un poco de respeto, porque
mi papá asintió y lo dejó estar.
Después de que saludara a mi mamá también, nos preguntaron a
qué hora regresábamos, y si pensaba beber alcohol. El contestó que un rato
después de la una, y
que no pensaba tomar porque estaba manejando.
¿Qué carajo? Nunca en mis 16 años habían hecho pasar
semejante momento a ninguno de mis amigos, con los que frecuentemente me iba, y
con los que incluso me
había emborrachado y todo.
Ya más tranquilos, en la fiesta, él me presentó a su familia
y Gabriel, al verme corrió para que lo abrazara. Se me había trepado como un
monito y aunque me
estaba arrugando el vestido, no me importaba.
Como era costumbre, después de la cena, la familia de los
egresados o se iba, o se quedaba en las mesas mientras los más jóvenes bailaban
y se divertían en las
carpas de afuera.
Era perfectamente consciente de las miradas que me dedicaban
todas sus compañeras, en especial Belu, su ex. Y no me importaba.
M e hizo dar una vueltita para después abrazarme y quedarse
mirándome con su nariz pegada a la mía.
—Te voy a extrañar, peque. – de fondo sonaba “Demons” de
Imagine Dragons, que no es un asunto menor.
—Yo también. – respondí con el corazón en un puño.
—Te voy a hartar a mensajes y llamados. – se rió.
—Vas a estar de fiesta. – dije con una ceja levantada. —No
creo que me llames tanto.
—V a estar de fiesta, pero pensando en vos. Siempre pienso
en vos. – me besó suavemente. —Ahora que estoy con vos, estoy pensando en...
estar con vos.
Hoy Hasta cuando duermo, sueño con vos. – había algo en su
forma de decirme las cosas que me hacía pensar que realmente las sentía.
—Sos muy dulce. – dije devolviéndole el beso.
M e abrazó con más fuerza, y ya no nos separamos en toda la
noche.
Al otro día, él partía para Bariloche, y yo...
Yo estaba en casa, con mi pijama todavía puesto a las tres
de la tarde, escuchando una y otra vez nuestras canciones de The Black Keys.
Pensando en lo mucho
que ya lo extrañaba.
Ese bajón me había durado como dos o tres días. Después, me
tuve que levantar, porque venían las fiestas, y yo amaba Navidad.
Ese año, festejamos en casa, y habíamos invitado a toda la
familia y amigos que pudimos.
M ay y Facu estaban conmigo desde la tarde, pero la fiesta
empezaba en realidad en la cena.
Pepe se conectó desde San Luis, que es en donde estaba en
esos momentos, y nos habló por la camarita a las dos.
—Hola, hermosas. – saludó como de costumbre. —¿Cómo
están?
—Bien. – le contestamos. —¿Vos? ¿Va ganando tu
equipo? – quise saber.
—No. – se rió. —Pero por lo menos, la estamos
pasando bien. Estamos comiendo como bestias. Engordé como tres kilos. – nos
reímos a carcajadas.
—Vos no engordas, Pepe. – dijo mi amiga. —En todo
caso estás rellenando ese esqueleto tuyo.
Nos mostró su dedo medio mientras nos desternillábamos.
—¿Te viste el culo, M ayra? – le preguntó burlón. M i
amiga había engordado unos kilitos también, desde que tomaba pastillas.
—Si. – contestó. —Y a mi chico le encanta. –
guiñó un ojo, traviesa. Facu, se rió desde donde estaba y levantó un pulgar
para demostrar que estaba de acuerdo.
Al ver que no iba a poder meterse con ella, nos contó lo que
había estado haciendo esos días. Había sacado millones de fotos, y había
conocido lugares preciosos.
Aunque la estaba pasando realmente muy bien, sentía mucho el
hecho de no poder estar con nosotras. Nos extrañaba, y nosotras a él.
—Espérenme con una fiesta. – nos pidió. —Con asado
y pileta. ¿Si?
—Hecho. – dijimos.
Nos despedimos tirándonos besos, deseándonos una Feliz
Navidad y un buen Año Nuevo, un poco tristes al final.
Los invitados llegarían en cualquier momento, así que
ayudamos a mis padres a poner la mesa mientras poníamos “Loquita” de M arama y
recordábamos a nuestro
amigo, bailando.
Excelentes, me encantaron
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