Divina

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miércoles, 24 de junio de 2015

Mujer Prohibida Capitulo18


No quería pensar en las palabras de Jane, pero no podía evitarlo. ¿Sería ella otro problema de Brett que Pedro había tenido que solucionar?
A pesar del calor, su frente se cubrió de un sudor frío. Se sentía enferma, asqueada.


—¿Sabes dónde están los servicios, Sandy? —murmuró, llevándose una mano al estómago.


—Sí, iré contigo. Karen, ¿te importa cuidar del cachorro?

Cuando llegaron a los servicios, las náuseas habían desaparecido, afortunadamente. Paula se echó un poco de agua fría en la cara.


—¿Quieres que llame a Pedro?


—Ya estoy aquí.

Paula se volvió, sorprendida. Pedro siempre había solucionado los problemas de Brett... ¿Por eso se había casado con ella? ¿Para terminar un trabajo que su hermano había dejado a medias?

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Estaba enamorada de él. Era inútil engañarse.


—¿No ves que éste es el lavabo de señoras?


—Me han dicho que te habías puesto mala...


—Estoy bien. Y te estás perdiendo el partido.

Pedro se encogió de hombros.


—Estaba en el banquillo cuando te vi venir corriendo. ¿Estás bien, de verdad?
¿Quieres que te lleve a casa?

Sandy tocó su brazo.


—Te espero en las gradas.


—Gracias —suspiró Paula—. Estoy bien, Pedro. Vuelve al campo.


—¿Qué ha pasado?

Paula se dio la vuelta. ¿Por qué se había enamorado de él? ¿Por qué? Desde el principio sabía lo que iba a pasar...


—Nada, me han entrado náuseas.


—Ven a sentarte...


—¡Ya te he dicho que estoy bien!


—¿Qué te pasa, Paula?


—Nada, no me pasa nada.

Pedro la llevó al coche de la mano y sacó una bolsa de galletitas y un bote de zumo.


—Come algo, ¿eh?

Paula tenía lágrimas en los ojos. ¿Cómo no iba a quererlo? Era el hombre más bueno que había conocido nunca.

Veinte minutos después oyeron el primer trueno y, unos minutos más tarde, descargaba una tormenta sobre el campo de fútbol. El árbitro dio por terminado el partido y todos corrieron para buscar refugio.


—¡Vamos al coche! —gritó Pedro.

Una vez dentro, se quedaron en silencio. Paula habría querido preguntarle si era una carga para él, otro de los problemas que había dejado su hermano, pero no tenía valor para escuchar la respuesta.

Pedro empezó a acariciar sus piernas, sonriendo.


—¿Qué?


—¿Lo has hecho en un coche alguna vez?

Paula tuvo que sonreír.


—Me haces sentir como una adolescente perversa.


—¿Y eso es un problema?


—No lo sé, nunca lo he sido.


—¿El capitán del equipo de fútbol no quería ligar contigo?


—Yo no era muy popular en el instituto —suspiró Paula. Pero no quería hablarle del rumor que hizo que sus amigos la abandonasen.

Pedro la miraba, incrédulo.


—¿Quieres que te demuestre lo divertido que puede ser hacerlo con la ropa puesta?

¿Divertido? A ella nunca le había parecido divertido... siempre había sido algo serio, intenso, nada satisfactorio. Hasta que conoció a Pedro. Le maravillaba que pudiese excitarla sólo con palabras. ¿Por qué no había experimentado eso antes?
¿Volvería a experimentarlo cuando aquel matrimonio terminase?


—Bueno.

Pedro empezó a besar su nariz, su frente, su cuello... hasta que fue la propia Paula quien tomó su cara entre las manos. Era como un reto. Pedro acariciaba sus piernas, el interior de sus muslos, con agónica lentitud. Cuando metió la mano por debajo del pantalón corto, 

Paula le clavó las uñas en la espalda, deseando que la tocara, que recrease la magia de aquella mañana... pero la tela del pantalón se lo impedía. Nunca antes había deseado arrancarse la ropa, pero en aquel momento lo deseaba.


—Estás empapado —murmuró.


—Y tú lo estarás enseguida —dijo Pedro con voz ronca.

Paula sintió un escalofrío. Sus pechos estaban muy sensibilizados por las caricias de la mañana y se apartó un poco cuando él apretó uno de sus pezones con los dedos.


—Cuidado.

Pedro apoyó la cabeza en su pecho.


—Perdona, soy un cerdo. No se me había ocurrido pensar que lo de hoy ha sido demasiado para ti.


—No, no es eso. Te deseo Pedro. Quiero hacerlo... —no terminó la frase al darse cuenta de lo que estaba diciendo. Brett siempre insistía en que se lo dijera, pero nunca era de verdad. Hasta aquel momento. Quería a Pedro, quería tenerlo dentro, hacer el amor con él. Quería mirarlo a los ojos mientras lo hacían, verlo perder el control y sentir ese poder.
Quería hacer el amor con él sabiendo que lo amaba.


—¿Sí?

Ella nunca había pedido nada. No sabía hacerlo.


—Quiero tocarte, quiero sentir tu piel.

Después de decirlo se mordió los labios, pero enseguida vio un brillo de pasión en los ojos del hombre.


—Vamos a casa antes de que nos detengan.

El sol empezaba a ponerse cuando llegaron. Pedro aparcó el coche y tomó su mano, riendo.


—¿A dónde vamos?


—A la piscina. ¿No querías tocarme?


—Sí, pero...


—Quítate los zapatos, Paula.


—Pero estamos en el jardín. Podrían vernos.


—Rick no está en casa y nadie puede vernos desde la calle —sonrió Pedro, quitándose los pantalones.

El esplendor de su cuerpo desnudo y excitado la dejó sin aliento. ¿Podría hacer que aquel matrimonio funcionase? ¿Se atrevía a imaginar el futuro después de que terminara el acuerdo?

Pedro no parecía estar haciéndose preguntas porque le quitó la camiseta y el sujetador sin miramientos.


—Yo estoy desnudo, así que tú también.

Riendo, Paula dejó que le quitase el pantalón y las braguitas. Luego, la tomó en brazos y se tiró a la piscina. El agua estaba caliente, pero ella lanzó un grito de sorpresa.


—¿Qué haces?


—¿No te gusta? —rió Pedro, aplastándola contra la pared. Su erección dejaba bien claras sus intenciones.

Pero Paula tenía ganas de jugar y, después de hacerle una ahogadilla, salió huyendo. 

Pedro la atrapó enseguida, más excitado que antes, si eso era posible. Ella no llegaba al suelo, pero él sí y se colocó fácilmente entre sus piernas. Cuando sintió el roce de su rígido miembro, Paula dejó escapar un gemido.

No podría ser un amante tan generoso si no sintiera algo por ella, pensaba.


—Paula —dijo Pedro con voz ronca, como un hombre a punto de perder el control. Por ella. Si lo afectaba tanto como la afectaba él, entonces quizá, sólo quizá, podría haber un futuro para los dos.


—Pedro.

Como si hubiera dicho una palabra mágica, él se inclinó un poco y la penetró con un rápido movimiento, empujando una y otra vez mientras la besaba en el cuello como un hambriento.

A medida que crecía el placer, crecía también la esperanza, el amor. Lo amaba, lo amaba. Olas de placer, de felicidad, le hicieron cerrar los ojos. Poco después, Pedro echó la cabeza hacia atrás, vaciándose dentro de ella.


Y Paula temió que aquel matrimonio temporal la llevase a un desengaño permanente. 

1 comentario:

  1. Wowwwwwwwwwww, qué buenos caps Yani. Pero para que termine mañana tienen q aclararse muchas cosas. Está genial esta historia

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