Paula no estaba segura de que el pintor fuera a responder a su carta con la fotografía y, si no lo hacía, necesitaba más información para poder rastrear los orígenes de ese retrato.
-No tan grande como solía ser -murmuró Pedro mirándola a los ojos.
Paula se volvió hacia sus padres, sabedora de que Pedro estaba furioso con ella por sacar el tema del retrato. No podía evitarlo. Él había hecho unas preguntas a sus padres sin consultárselo a ella, y ella iba a hacer lo mismo. Le gustara o no.
Porque ella sabía que ese retrato no era suyo, aunque él se negaba a admitirlo.
-Es un retrato desconocido del artista, pintado hará unos veinte años -informó a sus padres-. A Pedro le encanta, ¿verdad, cariño? -dijo con falsa sinceridad.
-Sí, mucho -confirmó él.
-¿Y cómo lo descubriste? -preguntó la madre con interés.
-Estaba escondido en una casa en el norte de Inglaterra -contestó Pedro secamente, sin interés alguno por proseguir la conversación.
¡Pues Paula sí quería proseguirla!
-¿Cómo has dicho que se llamaba el propietario, Pedro? -insistió Paula sin darle tregua.
A fin de cuentas, Paula estaba más interesada por el dueño original del cuadro que por el evidente malestar de Pedro.
-No lo he dicho -contestó Pedro secamente sin saber por qué lo preguntaba Paula-. Y estoy seguro de que a Carlos y a Carol no les interesa esta historia...
-Al contrario -lo interrumpió el padre de Paula-. Suena fascinante -insistió el historiador.
Paula le lanzó a Pedro otra sonrisa exageradamente dulce y no exenta de diversión al ver lo irritado que estaba él.
Por mucho que lo intentara, él no se saldría con la suya.
¡Como siempre solía hacer!
En lo que llevaba de día le había comprado un anillo de compromiso que hubiera sido una grosería rechazar, había preparado una boda por todo lo alto, en lugar de la tranquila ceremonia que ella esperaba, y había interrogado a sus padres adoptivos acerca de sus verdaderos padres.
Ya era hora de que explicara algunas cosas que ella quería saber.
-No es tan fascinante -dijo Pedro-. El hombre murió, sus herederos encontraron y vendieron el retrato. Y eso es todo.
-¿Y lo vas a exponer en una de tus galerías? -preguntó alegremente la madre de ella.
-¡No! -contestó Pedro bruscamente.
Paula lo miró contrariada. Si no iba a exponer el cuadro, ¿qué pensaba hacer con él?
-No -volvió a insistir un poco más relajado-. Me encanta ese cuadro y me lo voy a quedar.
-¡Qué buena idea! -exclamó inocentemente la madre-. Tienes que enseñárnoslo cuando vayamos a Londres.
Pedro estaba tan contrariado como Paula divertida.
Ya había aguantado de Pedro todos los insultos acerca de ese cuadro que estaba dispuesta a soportar. No era su retrato. Por mucho que insistiera Pedro.
Se había sorprendido un poco por la decisión de Pedro de no exponer el cuadro después de lo que le había costado conseguirlo, pero a lo mejor había decidido no mostrar públicamente a su futura esposa.
O puede que lo conservara para atormentarla cuando estuvieran solos.
Eso se parecía más al estilo del Pedro que ella conocía...
Paula de repente se dio cuenta de que no tenía sentido pensar en su amor hacia Pedro cuando obviamente no era más que otra posesión suya. Una posesión valiosa porque llevaba dentro a su bebé.
Además, ella aún no había conseguido las respuestas que buscaba.
-Sin embargo, lo interesante de este retrato -continuó alegremente-, es que no figura entre las obras catalogadas del artista.
Pedro entornó los ojos. ¿Cómo sabía eso Paula? A no ser que hubiese estado investigando ella misma esa obra. Y eso no tenía sentido. Ella sabía que Miguel Chevis había pintado su retrato, catalogado o no, ¿para qué insistir en el tema?
-A lo mejor es falso -sugirió Carol.
-No, Carol-contestó Pedro-. Es auténtico. Con total seguridad.
-Oculto en el ático de un anciano desde hace unos veinte años -apuntó Paula burlona.
Pedro se dio cuenta de que Paula no iba a dejarlo estar. Era evidente que quería algo de él.
¿Qué? Y sobre todo, ¿por qué?
-En realidad, Mario Tayson lo guardaba en... ¿Está bien, Carol? –Pedro dio un salto para atrapar la taza que parecía haber volado de la mano de la madre de Paula.
-Qué tonta soy -se levantó Carol nerviosa-. Llevaré esto a la cocina para que no haya más accidentes -añadió mientras recogía la bandeja y salía de la habitación, seguida por su marido.
Pedro ya no sospechaba. Estaba seguro de que la pareja ocultaba algo...
Pero no sabía el qué.
Miró a Paula y comprendió que ella también se había dado cuenta. Su intento de sonsacar a Pedro, de algún modo se había vuelto inesperadamente contra ella...
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