Era una ardiente locura, de la cual no descansaba ni cuando dormía. La noche anterior había estado despierto casi todo el tiempo, sin dejar de pensar en el momento de volver a estar con ella.
Al final, casi al amanecer, tuvo que admitir que estaba enamorado de Paula. Enamorado de una mujer de la que no podía fiarse.
Una locura.
Pero no podía hacer nada contra esa locura. Amaba a Paula. Y aunque no hubiera estado embarazada de su hijo, habría querido hacerla suya. No soportaba la idea de que otro hombre estuviera cerca de ella, y mucho menos compartiera la intimidad que ellos habían disfrutado.
Aunque aún no entendía por qué Paula había sacado el tema de Mario Tayson delante de sus padres.
A pesar de la explicación que se le había ocurrido para la presencia de los otros dos hombres en la vida de Paula, y de que, evidentemente, ella había hablado con sus padres acerca de Mario Taylor, no entendía por qué intentó involucrarlos de esa manera.
¡Al infierno con todo! Tenía dolor de cabeza de tanto pensar en ello.
Evidentemente, Paula había estado relacionada con ambos hombres, y eso era todo.
-¿Paula? -dijo ante el silencio de ella.
-¿Qué quieres que diga? -contestó ella con gesto cansado.
-No quiero... -se interrumpió y respiró hondo-, olvídalo. No voy a suplicarte -aseguró.
Antes que eso prefería darse otra ducha fría y pasar una noche más en blanco.
Paula lo miró contrariada. No lo entendía. ¿Cómo podía querer hacerle el amor cuando pensaba que ella había mantenido relaciones con un hombre lo bastante mayor para ser su padre y con otro que podría ser su abuelo?
Pero evidentemente lo pensaba. Y creía que ella se hacía la dura al rechazarle.
Ella no quería que Pedro le hiciera el amor estando enfadado, como si quisiera demostrar que era su dueño. Ésa no era forma de hacer el amor.
-Pronto estaremos casados, Pedro -ella suspiró-. ¿No puedes esperar?
-¿Y por qué demonios debería hacerlo? -Pedro apretó la mandíbula.
-¡No soy un objeto que puedas tomar y dejar cuando te plazca, Pedro! –exclamó ella
-¡Maldita sea, nunca te he usado como un objeto! -rugió él.
-Eso era exactamente lo que me proponías ahora -le contestó acalorada.
-¡Ahora mismo no te tocaría aunque me lo suplicaras! -los ojos de Pedro brillaban amenazadoramente.
-Eso no sucederá -aseguró ella, igual de enfadada.
Si los planes de Pedro salían bien, y seguro que lo hacían, estarían casados en pocas semanas, y entonces compartirían la cama permanentemente.
-Por aquí -la guió Pedro secamente la noche siguiente, cuando Paula empezó a trasladar sus cosas al dormitorio de Pedro. Sin embargo, señaló el camino a otro dormitorio, al lado del suyo, también con vistas sobre el río, y puso la maleta sobre la cama antes de girarse hacia ella.
¡Tenía peor aspecto que él!
Y ése era el motivo por el que, de camino a su casa, había decidido instalarla en el dormitorio de al lado y no en el suyo propio.
Los dos habían tenido un día duro, había reconocido Pedro la noche anterior tras dejar a Paula en su piso y volver solo a casa para llamar a sus padres y a su hermana pequeña y comunicarles la noticia de la boda. Natalie se había mostrado entusiasta ante la rapidez con que había decidido volver a casarse.
El anuncio del bebé, que había hecho llorar de felicidad a su madre y gritar de alegría a su hermana, le había ayudado, pero su curiosidad por la futura novia y las preguntas sobre ella que no había sido capaz de contestar, hicieron ver a Pedro que Paula y él necesitaban algún tiempo para conocerse antes de casarse.
Por lo menos fuera de la cama.
Paula se sorprendió al verse instalada en la habitación de invitados.
-Después de lo que dijiste ayer, decidí que sería mejor para los dos que tuvieras tu propia habitación hasta después de la boda -explicó él al comprender su mirada inquisitiva.
Paula no estaba segura de cómo se sentía al respecto. Ese día era incapaz de pensar.
Había dormido mal después de la despedida de la noche anterior. Pedro se marchó en cuanto ella se bajó del coche.
De nada le sirvió repetirse que era lo que ella había querido. En efecto era así, pero al mismo tiempo deseaba sentir a Pedro cerca, sabiendo que era en lo único en lo que coincidían.
Además, seguía muy confusa por la reacción de sus padres.
Era evidente que conocían el nombre de Mario Tayson, pero ella no tenía ni idea de por
qué. Cuanto más pensaba en ello, más confusa se sentía.
La conclusión a la que había llegado. Pedro no era correcta y tenía que descubrir la verdad por sí misma. Pero no quería tratar un tema así con sus padres por teléfono: tendría que esperar a que fueran a Londres para la boda.
Eso no le había impedido reflexionar.
Mario Tayson había vivido en el norte de Inglaterra y, por lo que ella sabía, sus padres nunca habían vivido en otro sitio que no fuera Cambridgeshire, siempre cerca de la universidad.
En los veintiséis años de vida de Paula, ellos nunca habían mencionado a nadie llamado Mario Taylson.
Y sin embargo, su reacción había sido clara. Ya habían oído antes ese nombre.
¿Dónde?
Y si le habían conocido, ¿por qué no sorprenderse ante la increíble coincidencia en lugar de tirar una taza al suelo, como había hecho su madre, o quedarse en silencio como su padre?
La noche anterior no había dejado de darle vueltas a la idea. Y sus sentimientos hacia Pedro no la habían ayudado tampoco a relajarse lo más mínimo.
La relación, en su momento más delicado, tendría aún menos posibilidades de sobrevivir si él seguía insistiendo en un romance entre ella y los dos ancianos, a los que ni siquiera conocía.
-La habitación es estupenda, gracias -dijo Paula, obligándose a prestar atención a su nuevo hogar.
La habitación era realmente preciosa, dominada por una enorme cama cubierta con una colcha roja y dorada, a juego con las cortinas. Los muebles parecían de estilo Luis IV: muy ornamentados, y muy diferentes de los austeros muebles del dormitorio de Pedro.
¿Habría dormido Sally allí alguna vez?
Paula no sabía si podría soportarlo de ser así.
-La galería de Londres la inauguré hace dos años, Paula -dijo Pedro como si adivinara sus pensamientos, mientras sonreía burlonamente ante el gesto de ella-. Seguro que te acordarás de dónde está el baño, por tus anteriores... visitas -añadió mientras abría la puerta del cuarto de baño que separaba los dos dormitorios.
Pues claro que ella se acordaba. Se había duchado allí la mañana después de su primera noche juntos. Y había vomitado en él seis semanas después.
El baño era casi tan grande como los dormitorios, con una enorme ducha con mampara de cristal en una esquina, un enorme tocador con espejo y dos lavabos en la pared del fondo y la bañera más enorme que había visto jamás en la otra pared: un jacuzzi lo bastante grande para cuatro o seis personas.
-Si te apetece, puedes darte un baño -la invitó Pedro inocentemente, interpretando mal su expresión al contemplarlo-. Yo tengo que arreglar unos papeles.
«Te han abandonado, Paula», pensó con desdén al quedarse sola en el cuarto de baño.
Sin embargo, la idea no era tan mala. Paula había dormido mal y Pedro ese día parecía más distante que nunca. También había sufrido la emotiva despedida de Gina una hora antes. Un buen baño la ayudaría a relajarse.
Paula soltó una exclamación de admiración minutos después al sumergirse en el perfumado baño de burbujas y apoyar la cabeza en una de las suaves almohadas impermeables que había en el borde de la bañera. Era todo un lujo comparado con el estrecho cuarto de baño que Gina y ella habían compartido. ¡Si no tenía cuidado, se quedaría dormida!
A Pedro le pareció que Paula dormía cuando abrió la puerta del cuarto de baño, casi una hora después. No quería invadir su intimidad, pero estaba verdaderamente preocupado por su tardanza, y además, no podía concentrarse en sus papeles mientras se imaginaba a Paula desnuda en la bañera...
Puede que ella le hubiera negado su cama, pero eso no significaba que no pudiera besarla...
Paula sintió la caricia de unos labios en la garganta. Al principio se sobresaltó, pero luego se relajó al sentir las manos de Pedro que bajaban hasta sus pechos. De inmediato se sintió derretir cuando le contempló acariciar sus pezones con los pulgares.
Resultaba muy erótica la visión de esas manos grandes y bronceadas que acariciaban y apretaban delicadamente sus pechos, con los dedos que primero rozaban sus sensibles pezones y luego los apretaban suavemente, inundándola de calor entre los muslos. Las piernas de Paula se separaron instintivamente y casi se volvió loca de placer ante el rítmico movimiento de las manos de Pedro, unido a la sensación de la calidez del agua en su parte más íntima.
¿Qué hacía Pedro?
Una de las manos de Pedro abandonó su pecho y bajó por el estómago hasta el íntimo triángulo entre sus muslos, encontrando sin problemas su dolorida protuberancia y acariciando el lugar exacto mientras con la otra mano jugaba con su pecho.
El cuello de Paula se arqueó y su cabeza cayó hacia atrás a medida que aumentaba su excitación. Abrió los ojos de par en par para contemplar el rostro impregnado de deseo de Pedro.
-Pídemelo, Paula -la urgió él con furia-. Pídeme que no deje de tocarte. ¡Pídemelo, maldita sea! -gruñó.
En ese instante, Paula supo que suplicaría lo que Pedro le pidiera, tan desesperada estaba por el contacto de sus manos y la liberación que solamente él podía darle.
-¡Por favor, Pedro! -gritó ella-. ¡Por favor!
La cabeza de Pedro bajó y sus bocas se encontraron con ferocidad. Parecía estar fuera de control. Alzó la vista para mirarla de nuevo y se agachó un poco más sin dejar de mirarla a los ojos. La espalda de Paula se arqueó, lo que permitió a Pedro atrapar con sus labios el pecho que su mano había abandonado para colocarse entre sus muslos, y aumentar el ritmo de sus caricias a medida que el placer invadía todo el cuerpo de Paula.
Ella se dejó caer a un lado de la bañera, saciada más allá de lo que creía posible, de lo que había soñado jamás.
Pedro no dejó de chupar y succionar suavemente el pezón que tenía entre sus labios, incapaz de dejar de disfrutar de ella, y deseoso de volver a llevarla hasta la cima del placer, hasta que fuera completamente suya.
Paula alcanzó enseguida su segundo orgasmo, sacudiendo todo el cuerpo con la intensidad de su liberación.
-Ya no más, Pedro -exclamó débilmente-. No puedo más. ¡Otra vez no!
-Sí -murmuró él ásperamente, metiéndose en la bañera completamente vestido-. ¡Sí que puedes!
Paula descubrió que, en efecto, podía. Ya no veía, sentía o conocía nada que no fuera Pedro, quien tomaba posesión de su boca, con su lengua buscando y encontrando la suya, al tiempo que sus manos acariciaban sus turgentes pechos y los pezones sensibles y endurecidos.
-Te deseo, Pedro -exclamó Paula al fin, cuando la boca de él abandonó la suya para bajar hasta su pecho y tomar de nuevo el pezón, que lamió suavemente con la lengua-. Te quiero dentro de mí. ¡Ahora! -murmuró agónicamente mientras el placer se hacía insoportable y sus caderas se movían rítmicamente contra su mano.
Demasiado tarde. La fuerza de su orgasmo la dejó por completo sin respiración y un grito de éxtasis se ahogó en su garganta.
-Te necesito dentro de mí, Pedro -suplicó cuando al fin recuperó el aliento-. ¡Por favor! -el ardiente dolor en su interior pedía a gritos ser poseído.
A Pedro le pareció que ella estaba maravillosa así. Se puso en pie, con ella en brazos, y la condujo hasta el dormitorio. Quería hacerle el amor todo el día. ¡Toda una semana!
¡Maldita sea, no quería parar nunca!
Pero enseguida descubrió que Paula tenía sus propios planes. Se había arrodillado sobre la cama para quitarle lentamente la ropa mojada y sus labios dejaban un rastro de fuego sobre su piel helada mientras le quitaba la camisa mojada y le besaba los hombros y el pecho, al tiempo que lo miraba con sus ardientes ojos dorados y pasaba la lengua sobre el pezón endurecido de Pedro antes de hundirla eróticamente en su ombligo.
Pedro nunca había sentido algo parecido. La palpitación entre sus muslos se hacía insoportable, oprimida contra los vaqueros mojados.
Unos vaqueros mojados que Paula rápidamente le quitó, liberándolo, acariciando justo ahí con sus manos mientras besaba el interior de sus muslos con la boca húmeda y caliente. Pedro soltó un gemido de deseo por esos labios.
-¿Qué quieres, Pedro? -preguntó Paula sin dejar de besarle, y acariciando su masculinidad con la lengua, volviéndole completamente loco-. Dime, Pedro, ¿qué quieres?
-¡Por el amor de Dios! -exclamó agónicamente.
-Dímelo, Pedro -lo apremió ella dulcemente..
-Tómame, Paula -gimió él-. ¡Por el amor de Dios... Ah!
En cuanto los labios de ella rozaron su miembro, él supo que estaba a punto de dejarse ir, de liberarse, demasiado excitado para parar.
-¿Qué...? -gritó cuando Paula se colocó encima de él.
Paula se movía lentamente, sin perder de vista la mirada de Pedro mientras poco a poco introducía el pulsante miembro en su interior y sus pechos se situaban cerca de la boca de él mientras ella se movía sobre él.
Los labios de Pedro atraparon un pezón mientras sus cuerpos se movían al mismo ritmo.
Alcanzaron juntos el orgasmo, caliente y salvaje, sin dejar de mirarse a los ojos, mientras Paula arqueaba la espalda extasiada antes de derrumbarse sobre su pecho.
Sorprendente.
Increíble.
Imposible.
Hacer el amor con PEDRO había sido la experiencia más erótica de su vida.
Los brazos de Pedro rodeaban a Paula mientras su respiración se tranquilizaba, y el feroz latido del corazón volvía a su ritmo normal.
Pero Pedro sabía en su interior que su vida nunca volvería a ser normal.
Había estado casado cinco años, había conocido mujeres antes y después de su matrimonio, pero nunca había estado con alguien como Paula.
Era magnífica.
Embrujadora.
Había planeado poseerla y retenerla haciéndole el amor, y en cambio se encontraba poseído y unido a ella.
Para siempre.
Los brazos de Pedro apretaron más a Paula mientras rechazaba cualquier idea de perderla. Eso no ocurriría jamás. Deseaba a Paula. Y no le importaban las razones de ella para casarse con él: se juró que siempre se quedaría con él.
¡Ya no concebía la vida sin ella!
-Y eso que íbamos a esperar hasta después de la boda -dijo ella burlonamente.
-Dijiste que me deseabas. Y soy incapaz de mantener mis manos apartadas de ti -admitió él-. Aunque tampoco es que lo haya intentado demasiado -reconoció-. Paula... ¡Mierda! -exclamó cuando el teléfono empezó a sonar.
-Déjalo, Pedro -le pidió ella, con evidente fastidio por la interrupción de su intimidad.
Cuanto más tiempo pasaran en su propio mundo, lejos de influencias externas, más esperanzas tenía ella de que llegaran a conocerse y comprenderse.
El teléfono no dejaba de sonar y, a la décima llamada, Paula vio la inquietud de Pedro.
-Adelante, contesta -dijo ella mientras se echaba a un lado-. Debe de ser importante.
-Si no lo es, voy a retorcerle el cuello a alguien -dijo él con expresión sombría.
-Mientras no sea el mío -bromeó ella.
-¿Sí? ¿Qué...? -Pedro se sentó en la cama con expresión tensa-. ¿Podrías esperar un minuto? -preguntó mientras se bajaba de la cama-. Contestaré en la otra habitación -dijo a Paula.
Paula lo contempló marcharse y admiró la oscura desnudez de su cuerpo, demasiado perezosa y saciada para moverse.
Hablarían cuando Pedro volviera. Más bien, ella hablaría y Pedro escucharía. Y esa vez la creería. Tenía que hacerlo.
Cuando Pedro volviera...
Diez minutos después, Pedro aún no había vuelto y Paula se sentía incómoda con las sábanas húmedas. No se habían secado tras el baño, tan urgente había sido su deseo.
Se levantó para buscar unas sábanas secas. Si iban a dormir juntos, primero habría que cambiarlas.
-Eso es maravilloso, Sally -oyó decir a Pedro en el salón y se paró en seco al darse cuenta de que la llamada era de su ex mujer.
Una llamada que Pedro había decidido no contestar delante de Paula...
¿Por qué lo llamaba su ex mujer? Una mujer de la que llevaba dos años divorciado...
-Sí, por supuesto. Iré a verte cuando vaya a Nueva York -dijo Pedro secamente-. Estoy de acuerdo, ha pasado demasiado tiempo. Ya es hora de que lo intentemos de nuevo. Y, Sally -Pedro hizo una ligera pausa-, no te imaginas lo contento que estoy de que me hayas llamado.
Paula salió corriendo a su dormitorio, con el rostro inundado de lágrimas.
¡Se había acabado lo de hacer el amor!
Por lo poco que había escuchado Paula de la conversación, era obvio que Sally quería que se reunieran para hablar sobre su reconciliación. Y era evidente que Pedro estaba de acuerdo.
¿Qué pasaría con su boda?
¿Y con el bebé que llevaba en su interior?
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