No, ella no podía seguir pensando así. Sólo era una coincidencia. 0 puede .que algo más, admitió. Pedro seguramente necesitaba a una mujer aquella noche para hacerle olvidar el dolor de aquel aniversario.
Y a causa de esa necesidad, Paula estaba embarazada de su hijo.
-Por favor, créeme cuando te digo que lo siento muchísimo -Paula sacudió la cabeza-. Debió de ser algo horrible para ti y para Sally -añadió.
Hacía tan sólo unos minutos que había descubierto la existencia de su propio bebé, un niño o una niña, pero aun así, sabía que la destrozaría si se lo quitaran.
-Pero no puedo casarme contigo, Pedro -murmuró-. Las personas ya no se casan únicamente porque la mujer se quede embarazada...
-Teniendo en cuenta que eres adoptada, desde luego eso parece ser lo que ha sucedido en tu familia hasta ahora -le espetó él bruscamente.
-¡Eso... eso es imperdonable! -Paula se quedó sin respiración y le miró incrédula.
-Estoy de acuerdo -admitió con un gesto de reprobación-. Lo siento. Pero tengo intención de casarme contigo, Paula. Este niño conocerá a su madre y a su padre. Y no me vengas con que para eso no hace falta estar casados -la advirtió con amargura-. No quiero ser un padre a tiempo parcial para mi propio hijo, ¡con derecho de visita los fines de semana y en vacaciones! Quiero que este niño tenga unos padres que vivan juntos: dos personas a quienes llamará mamá y papá.
-¿Y qué pasa con lo que quiero yo? -protestó Paula.
-A ti te criaron dos personas que te querían ¿verdad? -Pedro la observó detenidamente-. Padres que te dieron los cuidados y la seguridad que tu madre verdadera, quienquiera que fuera, obviamente no podía ofrecerte.
-Sí... -admitió Paula sin estar segura de adónde quería llegar Pedro.
-Lo que significa que no tuviste que vivir sola con tu madre, seguramente pasando el día en una guardería para que tu madre pudiera trabajar y así poder manteneros a las dos con un mísero sueldo. 0 con un padre que a lo mejor tenía un acceso esporádico a ti, rompiéndote el corazón.
-¡No va a ser así! -Paula comprendió lo que quería decir.
-No si yo acepto que tú y el bebé viváis con el estilo de vida al que te gustaría acostumbrarte -admitió él con sarcasmo-. Pero no voy a hacerlo, Paula. El único modo en que lo conseguiréis es si te casas conmigo -dijo implacable-. Quiero formar parte de cada día de la vida de este niño, Paula -le aseguró-. Quiero estar allí cuando se despierte por las mañanas, para amarle y cuidarle cada día. Quiero estar allí por las noches, para leerle un cuento, para cuidarle cuando esté enfermo o asustado.
-¿Y su madre? -preguntó ella-. Una vez casado para lograr lo que quieres, ¿qué vas a hacer conmigo?
-Ya te he ofrecido una muestra de lo que podemos hacer juntos, Paula -se burló y su expresión se suavizó-. Eso es todo lo que puedo darte.
Ella no podía negar la atracción que sentía por él. Ni la que él sentía por ella:
había notado su deseo presionando contra su cuerpo, caliente y palpitante, como el suyo propio.
Pero ¿aquello podría durar? Y sobre todo, ¿era motivo para casarse?
-Has pensado, Pedro -dijo ella lentamente-, que ahora que conozco tus condiciones, ¿a lo mejor ni siquiera quiero quedarme con este bebé?
-¡Espero que no te refieras a lo que yo creo! -dijo Pedro con una expresión de condena.
Paula suspiró, sabedora de que el aborto no era una opción para ella. Ni tampoco para Pedro, a juzgar por la furia que reflejaba su rostro.
-No -admitió al fin-. No podría hacerlo.
-Eso espero -dijo él secamente.
-No era más que una idea. No iba en serio -aseguró ella al ver que su ira no había disminuido lo más mínimo.
-Por un momento pensé que sí...
-¡Ya te he dicho que no! -protestó ella-. En estos momentos ni siquiera soy capaz de pensar, Pedro -suspiró-. Es la gota que ha colmado el vaso. ¡Ni siquiera sé quién soy realmente! -exclamó temblorosa.
-Eso lo descubriremos juntos -susurró él-. Es más, insisto en ello -añadió secamente.
-¿Qué quieres decir? -preguntó ella contrariada.
-¿No es evidente, Paula? -exclamó con impaciencia-. Vas a tener un bebé, pero no estás segura de quiénes son tus verdaderos padres, ni su historial médico, nada. Por el bien del bebé, creo que por lo menos deberíamos conocer esos detalles, ¿tú no?
Por el bien del bebé...
Pues claro. ¿Cómo había podido pensar que Pedro le ofrecía ayuda por algún otro motivo? ¡Seguía pensando que la mujer del cuadro era ella! ¡Y que se había quedado embarazada a propósito!
-Sí -admitió ella, sin intención de decirle que ya había concertado una cita con el agente de Miguel Chevis. Mantendría esa cita en secreto y descubriría lo que pudiera sobre la mujer que pensaba era su madre, y sobre su relación con Miguel Chevis.
-Lo primero que hay que hacer es hablar con tus padres –Pedro asintió-, por si saben algo, cualquier cosa, sobre tus verdaderos padres.
-Ellos no saben nada -Paula frunció el ceño-. Si supieran algo me lo habrían dicho.
-¿De verdad?
-Por supuesto -contestó ella con impaciencia-. ¿Por qué no iban a hacerlo?
-A lo mejor porque querían que tuvieras una infancia tranquila y llena de amor, y no partida en dos como la vida de algunos hijos adoptivos tras localizar a sus verdaderos padres -Pedro sacudió la cabeza-. No lo sé, Paula. Pero pienso que por lo menos deberíamos preguntárselo.
-Supongo que sí -admitió ella de mala gana-. Voy a verles este fin de semana...
-Iremos a verles este fin de semana -la corrigió Pedro-. A partir de ahora va a ser siempre nosotros, Paula -le dijo con firmeza al ver su ceño fruncido.
Nosotros.
Paula y Pedro.
Paula y Pedro Alfonso.
Qué improbable sonaba.
¡Completamente improbable! No había modo alguno de que ella aceptara casarse con él sólo porque él había decidido que sí. ¡De ninguna manera!
-Mañana empezaré a organizar las cosas para casarnos lo antes posible -continuó Pedro distraídamente, sin dar muestras de haber comprendido la negativa de ella-. Hoy es jueves, de modo que lo mejor será que te tomes el resto de la semana libre. El sábado iremos a visitar a tus padres, y el domingo llevaremos tus cosas a mi apartamento... nuestro apartamento -corrigió pesaroso.
-¡No voy a trasladarme a tu apartamento, ni el domingo ni cualquier otro día!-protestó Paula sin podérselo creer-. ¡Y tampoco voy a casarme contigo!
-Claro que sí -contestó él dulcemente.
-No...
-Sí, Paula, lo harás -insistió con paciencia.
-¿Es que lo que yo diga no importa en absoluto? -exclamó.
-Pero si vas a lograr lo que querías -Pedro la escudriñó-. En realidad, más -añadió con sarcasmo-. Nunca habías considerado conseguirme como marido, ¿verdad?
Si Pedro la amara, si hubiera querido casarse con ella, entonces no habría dudado en aceptar. Pero había dejado claro que no la consideraba más que una oportunista y una cazafortunas.
-No puedes obligarme...
-Cálmate, Paula -la tranquilizó-. Tanta alteración no es buena para el bebé.
El bebé. Eso era lo único que le importaba. Lo único que le importaría siempre...
-Me casaré contigo, Paula. Insisto. ¿Te crees con derecho a negarle a nuestro hijo todo lo que yo puedo ofrecerle? ¿0 prefieres que esta situación degenere en una batalla? -añadió delicadamente-. Una batalla que tengo toda la intención de ganar.
-¿Qué quieres decir? -Paula sintió una punzada de pánico en el estómago.
No era justo: amenazarla de esa manera. Pedro lo sabía. Pero por lo que a él respectaba, el asunto del matrimonio no era negociable. Paula podría tener todo lo que quisiera como esposa suya, únicamente como esposa.
-Pelearé por la custodia, Paula -dijo él a secas-. De hecho, si insistes en tu resistencia, ahora mismo voy a mis abogados y empiezo a mover papeles para conseguir la custodia.
-No harías eso... -Paula tragó con dificultad.
-Si me obligas a hacerlo, lo haré -contestó.
-¿Aunque termine por odiarte? -exclamó ella.
Él sabía que no era bueno que Paula le odiara desde el principio, pero no tenía otra elección...
-Aun así -contestó amargamente.
Paula lo miraba como si lo viera por primera vez, o como si deseara no haberlo visto nunca.
-Creo que me gustaría estar sola un rato, si no te importa -dijo bruscamente mientras sacudía la cabeza.
A Pedro sí le importaba. No quería dejarla. Ni siquiera un momento. Tenía miedo de que, una vez que ella supiera que él insistía en el matrimonio en lugar de aceptar el arreglo que ella había planeado, huyera y se escondiera de él. A no ser que la convenciera de que no había lugar en el mundo donde pudiera esconderse.
-Vamos a casarnos, Paula -dijo dulcemente-. Te vas a trasladar a mi apartamento y vamos a ver a tus padres el sábado. Y no creas que no te encontraré si intentas huir de mí -añadió desafiante, comprendiendo por la palidez de sus mejillas que había considerado hacer justamente eso.
-¿Hablas en serio? -Paula tenía la mirada perdida.
-Te lo aseguro -le espetó.
-Llamaré a mis padres para avisarles de nuestra llegada por la tarde -dijo ella.
-¿Y te instalarás en mi apartamento el domingo?
-Vayamos paso a paso, ¿de acuerdo? -ella suspiró.
¡Maldita sea! No tenían tiempo de ir paso a paso.
Pero al ver la palidez de su rostro comprendió que por un día ella ya había tenido bastante.
A lo mejor no debía haberle hablado así en su estado. Era la verdad, pero a lo mejor no debía haber sido tan rudo.
¡Ni hablarle sobre Luke!
Pero, dadas las circunstancias, no pensó que tuviera alternativa. Había luchado por su vida, y por la de su bebé, y si tenía que jugar sucio, lo haría.
También puede que no debiera haberle hecho el amor de esa manera. A fin de cuentas, estaba embarazada. Pero no había sido únicamente por desarmarla, como ella pensaba. Necesitaba tenerla en sus brazos, hacerle el amor, y lo había sabido nada más verla en la galería aquella misma tarde, cuando su cuerpo reaccionó descontrolado nada más verla.
¡Incluso antes!
Había intentado quitársela de la cabeza durante esas seis semanas, igual que había hecho con todas las mujeres con las que se había relacionado desde su divorcio de Sally, pero no hacía más que aparecer en sus pensamientos en los momentos más inoportunos.
Él pensaba que era por lo maravilloso que había sido hacerle el amor. Y por lo maravillosamente que ella se lo había hecho a él.
Pero nada de eso explicaba por qué recordaba cada detalle de su cuerpo y el sonido de su risa.
Y luego estaba lo del retrato.
Un retrato que, en cuanto lo vio, estuvo seguro que era de Paula: la mujer que le obsesionaba día y noche, desde hacía al menos cinco semanas.
La primera vez que contempló el retrato se volvió loco de ira, imaginando la escena que debía de haber precedido a la obra. El rostro y el cuerpo de Paula tenían exactamente el mismo aspecto que aquella noche hacía cinco semanas cuando había sido él quien le hizo el amor.
Desde ese momento supo que quería ese retrato y que, a pesar de ser un Miguel Chevis de incalculable valor, en cuanto fuera suyo nadie más que él lo volvería a contemplar.
También supo desde ese momento que lo que más quería era volver a ver a Paula con esa misma expresión, que quería volverla a meter en su cama y que se quedara allí.
No había esperado que las cosas se sucedieran de esa manera, pero el resultado final iba a ser el mismo. Y así no tendría que admitir sus sentimientos.
Tomaría a Paula por esposa lo quisiera ella o no.
En lo bueno y en lo malo...
-De acuerdo -accedió él de mala gana-. Te llamaré mañana por la tarde y te contaré los progresos que haya hecho con lo de la boda -por mucho que dijera Paula, él no iba a ceder en eso. Se casaría con él. Y pronto-. Podíamos salir a cenar, si quieres.
-Creo que es un poco tarde para empezar a salir juntos, ¿no crees? -dijo ella.
-Tú misma lo has dicho, Paula. Necesitamos empezar a conocernos -insistió-. Si las cuentas no me fallan, nos quedan exactamente siete meses y medio para lograrlo.
Paula reconoció que ésas eran las mismas cuentas que ella había hecho. Y estaba convencida de que no había lugar donde poder esconderse sin que Pedro la encontrara.
También iba en serio lo de casarse con ella, así como su amenaza de iniciar una batalla legal por la custodia del bebé que ella esperaba si no aceptaba casarse con él.
También resultaban obvios sus motivos. Tras la muerte de Luke no consentiría en perder también un segundo hijo.
Pero al día siguiente, a esa hora, ya se habría entrevistado con David Gillespie, el agente de Miguel Chevis, y al menos habría puesto en marcha el asunto.
En cuanto tuviera las respuestas que buscaba, se vengaría explicándole a Pedro hasta qué punto estaba equivocado.
Por lo menos en lo referente al retrato...
Sobre el embarazo no podía, ni quería, hacer nada. Lo que significaba casarse con Pedro o litigar contra él.
Con todos los millones Alfonso respaldándole, ella estaba segura de que él ganaría.
Paula sintió como si una puerta se cerrara tras ella de un portazo.
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