Divina

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jueves, 18 de junio de 2015

Mujer prohibida Capítulo 5


Una mujer de unos cincuenta años la recibió en el vestíbulo de Riggan—Software.
Paula tragó saliva.


—Soy Paula Chaves. Quería ver a Pedro.

La secretaria la miró de arriba abajo. Paula apretó el bolso, cuando lo que hubiera querido era arreglarse el pelo y estirarse la falda del ajustado vestido verde esmeralda. Odiaba los vestidos que Brett le compraba, pero no tenía dinero para comprar otros.


—Soy Opal Pugh, la secretaria de Pedro. Lamento mucho la muerte de su marido, señora Alfonso.


—Gracias.

Aquélla era la mujer a la que Brett llamaba «el dragón de Pedro».


—Voy a ver si está disponible —sonrió Opal, llamando a la puerta del despacho.

A Paula no le gustaba depender de su cuñado, pero no había podido encontrar trabajo. En verano no se contrataba a nadie en Chapel Hill. Mirando alrededor, observó la decoración de la oficina: en el suelo, una elegante moqueta de color gris, un escritorio de roble frente a un sofá de terciopelo granate... Y los cuadros que había en las paredes parecían originales.

La puerta del despacho se abrió enseguida y Opal le hizo un gesto.


—Pase, por favor.

A Paula le temblaban las piernas. Ojalá sólo tuviera el estómago revuelto por los nervios, pero el hombre que acababa de levantarse contribuía bastante. Pedro parecía más grande allí, en su territorio. Un hombre formidable de treinta y dos años, que había convertido una simple idea en una empresa floreciente. Llevaba dos botones de la camisa desabrochados y Paula podía ver el vello oscuro de su torso...


—Buenos días, Paula —su voz profunda pareció acariciarla.


—Buenos días —dijo ella, tirando de su vestido. Después del sueño que había tenido la 
noche anterior, cualquier roce con la tela la excitaba... sobre todo, bajo la mirada de Pedro.

La puerta se cerró y, de repente, el despacho le pareció más pequeño, más amenazador. Sin aire.


—He decidido aceptar tu oferta... si sigue en pie.


—Desde luego que sí. Bienvenida a bordo —sonrió él, ofreciéndole su mano.

Si hubiera encontrado una forma de evitar el apretón de manos, lo habría hecho. Pero tuvo que dejar que los largos dedos masculinos se enredaran en los suyos; esos dedos que la habían acariciado, que habían apretado su trasero mientras la poseía, primero en el vestíbulo y luego en sus sueños, la noche anterior.

El olor de la colonia masculina aceleró absurdamente su corazón. Y sus mejillas no eran la única parte de su cuerpo que estaba encendida. Brett la había acusado de ser una mojigata, pero sus pensamientos no eran mojigatos en aquel momento.


—Quiero dejar claro que sólo estoy buscando trabajo... nada más.


—Ya lo sé —dijo él, dando un paso atrás, como si le hubiera dado una bofetada.


—Perdona, yo...


—Acordamos que lo que pasó el otro día había sido un error —dijo Pedro entonces, sin mirarla—. Siéntate, por favor.

Paula se dejó caer sobre la silla. Por supuesto, no quería saber nada de ella. ¿Qué hombre querría?


—Eres copropietaria de la empresa, así que trabajaremos juntos. ¿Eso es un problema para ti?

¿Sería un problema trabajar a su lado todos los días? Sí.


—No.

Pedros e sentó y juntó las manos sobre el escritorio.


—¿Cuándo quieres empezar?


—¿Hoy? ¿Mañana? Lo antes posible... pero antes me gustaría ver el despacho de Brett. 
¿Te importa?

Los ojos del hombre se llenaron de compasión y Paula se sintió como una farsante. Ella no era una viuda desconsolada. Había llorado suficiente durante su matrimonio y se sentía como una tonta por haber perdido cuatro años de su vida.


—¿Quieres que te acompañe?


—Sí, bueno...

Paula se levantó, con las piernas temblorosas. Fueron en silencio por el pasillo, pero cuando llegaron al despacho Pedro la rozó con el hombro.


—Supongo que querrás llevarte las cosas de Brett... incluido esto.

Era una fotografía tomada pocos días antes de la boda. Paula miraba a aquellas dos personas como si fueran dos extraños, pero eran Brett y ella. Le brillaban los ojos como si alguien le hubiera ofrecido el mundo en bandeja de plata. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que sintió esa emoción, esa felicidad? Pero ella creía en el matrimonio y había intentado que el suyo funcionara...

¿Por qué no se había dado cuenta antes de que la emoción que brillaba en los ojos de su marido no era amor, sino un enfermizo deseo de posesión? Qué tonta había sido al no darse cuenta de que para Brett sólo había sido un accesorio. El esperaba que vistiera a su gusto, que mantuviera una imagen perfecta, que se la viera pero no se la oyera.

¿Por qué ella?, se había preguntado muchas veces. En el diario, Brett dejaba bien claro que no la amaba, que nunca la había amado.

El calor de la mano de Pedro en su hombro la devolvió a la realidad. Y, no por primera vez, se fijó en las diferencias que había entre los dos hombres. Los ojos de Brett eran de un azul muy claro y su pelo rubio. Los ojos de Pedro eran de un miel intenso y tenía el pelo negro.


—¿Te encuentras bien? ¿Quieres que llame a Opal para que guarde las cosas de Brett?


—No, da igual. Puedo hacerlo yo —mintió Paula. El deseo de apoyarse en su hombro era tan fuerte que tuvo que apartarse.

Las cosas empezaron a ir mal durante el primer año de matrimonio. Brett sugirió que se tiñera el pelo, que se hiciera un implante de silicona en los pechos, que se pusiera colágeno en los labios... Ella se había negado a pasar por el quirófano, pero experimentó con todos los tintes posibles de pelo. Nada le satisfacía, de modo que recientemente había vuelto a su rubio natural.

Paula había querido desesperadamente tener la familia que Brett le había prometido antes de casarse, quería que volviera a ser el hombre que la enamoró tras su decepción con Pedro... Pero, aparentemente, había fallado en todo.


—¿Podrías dejarme sola un momento?


—Por supuesto. Yo también he estado aquí solo muchas veces —suspiró él—. Si necesitas algo, llámame. Sólo tienes que pulsar el botón rojo del teléfono.


En cuanto la puerta se cerró, Paula dejó la fotografía boca abajo y empezó a buscar en los cajones, pero no sabía lo que estaba buscando. ¿Otras cuentas bancarias, pruebas de las infidelidades de Brett?

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