Poco después, firmaban el certificado de matrimonio. Paula firmó a su lado, con el mismo apellido que usó después de casarse con Brett. Pedro tuvo que apretar los dientes. Se había casado con la mujer de su hermano, convirtiéndose en un sustituto temporal. Después de tantos años pensando en Paula como algo tabú, de repente era su esposa. Pero no se habían casado por amor y como su apellido, eso no iba a cambiar nunca.
Fuera, mientras Opal se encargaba del ramo de flores, Pedro acompañó a Carter hasta su coche. Durante toda la ceremonia había intuido la desaprobación de su amigo. Carter y Brett nunca se habían llevado bien y cuando lo llamó para pedirle que fuera testigo de su boda, Carter le dejó claro cuáles eran sus argumentos en contra. Y, dadas sus objeciones, que hubiera aceptado ser testigo en la ceremonia significaba mucho para él.
—Gracias —dijo Pedro, ofreciéndole su mano.
—Espero que sepas dónde te has metido. .
—Brett habría querido que cuidara de su mujer.
Carter hizo una mueca.
—Mira, ya sabes que te quiero como a un hermano, pero en lo que se refiere a Brett siempre has estado ciego. Ten cuidado con Paula...
—Está embarazada —lo interrumpió Pedro. Pero no le reveló la verdad, no se atrevía a hacerlo.
—Ah, claro. En fin, puedes contar conmigo... pase lo que pase.
Cuando volvió a la puerta de la iglesia, Pedro de nuevo se sintió perplejo ante la idea de que Paula fuera su esposa. Su esposa. Una esposa guapísima. Pero no podía tocarla.
—Bueno, nos vamos. Nos veremos en la oficina el próximo lunes, Opal. Ya sabes dónde llamarme si hay algo urgente.
Paula lo miró, nerviosa. No le había dicho nada sobre una luna de miel...
—¿Por qué vamos a tomarnos el resto de la semana libre? —le preguntó, una vez en el coche.
—Porque así tendremos tiempo de llevar tus cosas a mi casa.
—Podrías habérmelo dicho.
Aunque la habitación ya estaba terminada, Paula no había querido hacer la mudanza. Pero él la quería en su casa. Pedro no podría explicar el repentino deseo de protección que experimentaba.
—¿No van a ir a buscar los muebles mañana?
—Sí, el vendedor me ha dicho que conseguirá un precio mejor si puede exhibirlos todos juntos en la nave.
—Muy bien.
—Pero tomarme una semana de vacaciones cuando acabo de empezar...
¿podríamos pasar un momento por la oficina? —preguntó Paula.
—¿Para qué?
—Para llevarme algo de trabajo a casa.
Él la miró, sorprendido. Brett nunca había dicho que fuera vaga o estúpida, pero lo había dado a entender cuando decía que era una buena esposa siempre que se mantuviera en su sitio... la cocina o el dormitorio. Pedro se movió, incómodo, al imaginarla en la cama de su hermano.
—No te preocupes por eso.
Brett faltaba al trabajo cuando quería, pero era un genio del marketing, de modo que Pedro se lo perdonaba todo.
—He quedado con Carter y un par de amigos en tu casa, dentro de una hora. Esta noche llevaremos tus cosas a la mía.
—Sí, seguro que a Carter eso le hace mucha gracia —murmuró Paula.
—Dale tiempo. Ya se acostumbrará a la idea.
—¿Sabe que éste es un matrimonio temporal?
—No, y no pienso contárselo a nadie. Sólo es asunto nuestro.
Ella suspiró, cerrando los ojos. Parecía cansada.
—No te preocupes por nada más que por la salud del niño.
—Y por mis acciones en la empresa.
Pedro apretó los dientes ante el recordatorio de que se había casado con él sólo por razones económicas.
—Sí, claro. Pero la empresa es problema mío.
—No tengo muchas cosas que llevar. Sólo voy a quedarme con los muebles de mi abuela, la ropa y las cosas que no he podido vender.
—Entonces esta noche dormirás en tu propia cama. Hay mucho sitio en el garaje, puedes dejar allí tus cosas.
La idea de que Paula durmiera a unos metros de él lo inquietó. Unos minutos antes estaban en la iglesia, prometiendo amarse y respetarse durante el resto de sus vidas...
¿Esa mentira lo enviaría directamente al infierno o el infierno iban a ser los próximos doce meses?
Paula estaba acostumbrada a las cenas formales, la clase de reuniones que prefería su marido. Pero los amigos de Pedro charlaban y bebían de pie o sentados en los taburetes del bar, comiendo en platos de plástico. Ellos no esperaban que Paula les sirviera, sólo esperaban que se sentara con ellos. Después de tantos años de soledad, le resultaba raro...
—Paula, tienes que comer —la voz de Pedro interrumpió sus pensamientos.
Se había puesto unos vaqueros gastados nada más llegar a casa y resultaba difícil apartar los ojos de él. La flexión de sus bíceps mientras sacaba sus cosas del coche le había recordado a aquella noche en la escalera...
Paula apartó la mirada, nerviosa.
Brett había sido un seductor, pero no habría podido reunir un grupo de amigos que lo ayudasen a hacer una mudanza. Los amigos de Pedro se prestaron de inmediato. Y sin pedir nada a cambio.
Todos le dieron la enhorabuena por la decoración de la habitación, pero no había sido ella quien eligió la pintura color mantequilla con el rodapié azul. Había sido Pedro quien lo eligió para que hiciese juego con la colcha de su abuela.
¿Por qué era tan atento? Paula no podía evitar sentir desconfianza. Brett siempre esperaba algo a cambio de un favor.
—¿Dónde está Maggie? —pregunto una de las chicas.
¿Maggie? ¿Salía Pedro con una chica que se llamaba Maggie? Brett solía decir que su hermano tenía una novia diferente cada mes... Paula sintió un escalofrío. ¿Su segundo marido también la engañaría? Él había dicho que no...
—Está en el lavadero. Como íbamos a tener las puertas abiertas...
¿En el lavadero?
—¿Quién es Maggie? —preguntó Paula.
—La perra de mi vecino. Ha tenido que salir de viaje y me ha pedido que cuide de ella unos días. ¿Te importa si la dejo entrar en la cocina?
—No, no, me encantan los perros.
Llevaba años queriendo tener uno, pero los perros manchaban las inmaculadas alfombras blancas y ensuciaban los jardines, de modo que no pudo ser.
Unos segundos después, un perro de color marrón con su pecho blanco entraba en la cocina moviendo alegremente el rabo.
Una perra.
—Está preñada.
—Mucho. Y si Rick no vuelve pronto voy a ser padre en lugar de tío.
La similitud con su situación era evidente. ¿Pedro sería padre o tío? ¿Quería que el niño fuera suyo?
—No has comido nada. ¿No te gusta la pizza?
La preocupación que vio en sus ojos casi le hizo albergar esperanzas. Quería creer en la imagen de felicidad que Pedro pintaba... aunque sólo fuera temporal.
—Sí, me gusta —contestó Paula.
Pero no se refería a la pizza, se refería a la situación. Años atrás, cuando imaginaba cómo sería la vida de casada, había imaginado exactamente eso: una casa grande llena de amigos, un perro. Esas fantasías no tenían nada que ver con el matrimonio. Con su primer matrimonio. Pero la alianza que llevaba en el dedo significaba un nuevo principio, uno que no había anticipado.
Aquella nueva relación la asustaba porque Pedro le hacía sentir cosas que Brett nunca le hizo sentir... y eso le daba esperanzas. Y Paula había aprendido que las esperanzas sólo llevan a la desilusión.
Mientras comía un poco de pizza y oía las risas de los amigos de Pedro, casi podía imaginar cómo serían las risas de un niño en aquella casa de techos altos y suelos de madera.
Era un poco raro que, a excepción de Carter, que seguía mirándola con desconfianza, los amigos de Pedro la hubiesen aceptado sin hacer preguntas a pesar de que, menos de un mes antes, estaba casada con su hermano. Pero por primera vez en muchos años, Paula se sentía casi feliz y debía agradecérselo a Pedro.
En ese momento, él soltó una carcajada y el sonido le hizo sentir un cosquilleo. Y otro, más profundo, cuando la rozó con la pierna.
Así era como debía ser un matrimonio.
Una pena que no fuese de verdad.
Sola en su noche de boda.
La puerta se cerró tras el último invitado y un silencio ensordecedor descendió sobre la casa. Paula carraspeó, incómoda. Había llegado el momento de descubrir si la amabilidad de Pedro tenía un precio.
—Tus amigos son muy simpáticos.
—Sí. Les has caído muy bien, pero...
—¿Pero qué?
—Te has pasado un poco.
¿Significaba eso que se había reído muy alto? ¿Que había hablado demasiado? Paula estudió su imagen en el espejo del pasillo. Los pantalones vaqueros y la blusa rosa que se había puesto después de la boda estaban arrugados, pero no era culpa suya.
Pedro se acercó sin decir nada y Paula lo vio reflejado en el espejo, a su lado.
—No debería haberte dejado que trabajases tanto. Debes de estar cansada.
Ella lo miró, sorprendida. ¿Estaba preocupado?
—Lo dirás de broma. Cada vez que intentaba mover algo más pesado que un vaso, uno de tus amigos me lo quitaba de las manos... —entonces se dio cuenta de algo—. Lo saben, ¿verdad?
—Sí.
—¿Qué les has contado?
—Que estás embarazada.
Paula se llevó una mano al corazón.
—¿Y qué habrán pensado de mí? O que engañaba a mi marido o que me he quedado embarazada a propósito...
—Mis amigos no hacen juicios sobre los demás. Y si los hicieran, me daría igual. Yo seré el padre de ese niño. Estaré a su lado cuando nazca, lo llevaré al fútbol, lo ayudaré con los deberes... Si Dios quiere, estaré con él el día de su graduación y el día de su boda.
Paula lo miró, incrédula. Debería sentirse alarmada por aquel tono tan posesivo y, sin embargo, eso era exactamente lo que ella habría querido tener. Sus padres no estuvieron el día de su graduación, ni el día de su boda. Ni sus padres ni los de Pedro estarían ahí para cuidar de su nieto... Paula parpadeó furiosamente para controlar las lágrimas. Las lágrimas eran un signo de debilidad y cada vez que lloraba, Brett se tiraba a su yugular.
—No llores, por favor —murmuró Pedro, abrazándola—. Lo siento, no quería hacerte llorar.
Ella levantó la cabeza. Estaban tan cerca... casi deseaba ponerse de puntillas y besarlo como lo había besado aquella noche...
Afortunadamente, Maggie se colocó entre ellos, ladrando para que la sacaran a la calle. Sorprendida de sí misma, y agradecida por la intervención de la perrita, Paula dio un paso atrás. Besar a Pedro habría sido un error monumental. Perder el control siempre tenía consecuencias.
Pedro tomó la correa del perchero, suspirando. Paula no dijo nada. ¿Estaría enfadado?
¿Habría intentado ser amable con ella para llevarla a la cama? Eso era lo que hacía Brett. ¿No había aprendido que los hombres eran capaces de separar el sexo y el amor?
La diferencia era que Pedro despertaba emociones en ella. La hacía sentirse deseada, apreciada, algo que su hermano no hizo nunca. Y quería volver a hacer el amor con él, pero no iba a hacerlo porque sería demasiado fácil enamorarse. Y eso sería un terrible error. Eran compañeros, amigos, nada más.
—Paula, ésta es tu casa ahora, ponte cómoda. Yo voy a dar un paseo con Maggie.
—Muy bien.
¿Que quería de ella? Tenía que querer algo. Además del niño, no sabía qué podía ganar
Pedro con aquella relación.
Pero antes de que pudiera descubrirlo, el cansancio del día pudo con ella. Paula subió pesadamente la escalera hasta su habitación. Sola en su noche de boda.
Un matrimonio temporal, sin amor, era exactamente lo que quería. Entonces, ¿por qué se sentía tan vacía, tan sola?
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