Le pareció apropiado ocultar sus más oscuros secretos a medianoche. Paula, que estaba sentada en una de las cajas que Pedro había colocado en la salita, apretó el diario de Brett contra su pecho y entró en su habitación.
Ese diario la hacía sentirse enferma, pero hasta que no hubiese logrado descifrar las extrañas notas en clave no podía librarse de él. Si tenía dinero guardado en algún sitio, debía encontrarlo para pagar las deudas.
Ojalá pudiera pedirle ayuda a Pedro para descifrarlo... pero no podía hacerlo porque entonces revelaría todos sus defectos. La cama de bronce crujió al sentarse sobre ella. Llevaba una hora intentando descifrar el diario y estaba nerviosa.
No podía dormir. Un vaso de leche la ayudaría, pensó. Abriendo la puerta con cuidado de no hacer ruido, Paula bajó a la cocina de puntillas. Mientras la leche se calentaba en el microondas, fue a echarle un vistazo a Maggie. La perrita estaba durmiendo en el lavadero, sobre un montón de mantas viejas. Todo estaba bien.
Al tomar el primer sorbo de leche, hizo un gesto de asco. No le gustaba nada, pero era bueno para ella y para su hijo.
Entonces vio luz por debajo de la puerta del estudio. Pedro, con un pantalón corto y un polo oscuro, estaba sentado en el sofá, leyendo un libro. Había un vaso con un líquido ámbar sobre la mesa y varios libros grandes. ¿Álbumes de fotos? Pedro levantó la cabeza antes de que Paula hubiera podido apartarse.
—Hola.
—Hola —intentó sonreír ella.
—¿No podías dormir?
—He bajado para tomar un vaso de leche. Esta tarde me he echado la siesta y ahora no puedo dormir.
Eso era sólo parte de la historia. Ver al hombre de los muebles llevarse sus cosas por la tarde no había sido fácil. Fue, más bien, como el último clavo en el ataúd de sus sueños.
Cuatro años perdidos. El contenido de las cajas que había en su habitación era lo único que le quedaba; representaba toda su vida, todas sus posesiones. No mucho para una mujer de veintitrés años.
«Vete a la cama», le decía una vocecita.
Pedro miró el álbum que tenía sobre las piernas.
—Brett murió hace un mes.
—Sí, lo sé.
—Esta es una foto suya, en la guardería.
Paula habría deseado escapar, pero sabía que el estaba sufriendo. Pedro quería recordar a su hermano tanto como ella quería olvidarlo. Pero hablando con su hermano quizá podría entender por qué se había enamorado de él, por qué había dejado que la engañase. Y quizá así no volvería a cometer el mismo error.
Paula miro la fotografía. Incluso de pequeño sus ojos brillaban, traviesos, llenos de promesas de diversión y alegría... que no había cumplido una vez casados.
—Ésta es la foto de su primer día de colegio —seguía diciendo Pedro.
Brett parecía contento, con su sonrisa, su pelo rubio. A su lado, Pedro parecía el hermano protector, con su expresión seria y su pelo bien peinado. ¿A quién se parecería su hijo?, se preguntó. La vergüenza de no saber quién era el padre hizo que se pusiera colorada. Pedro podría creerla una mujer promiscua, pero nada más lejos de la verdad.
—¿Cuántos años os llevabais?
—Siete. Nos llevamos... nos llevábamos siete años —Pedro pasó la página, sin dejar de
contarle cosas. Terminaron el álbum y tomó otro. Pasó una hora.
El cariño que sentía por su hermano era evidente, pero el hombre al que describía no era con el que Paula se había casado. Brett tenía un lado oscuro que escondía de todo el mundo, sobre todo de Pedro. Y ella no pensaba contárselo porque no quería destrozar su recuerdo. La familia era lo más importante del mundo para él.
El Brett que describía era el hombre del que Paula se había enamorado y se sentía menos ingenua al saber que no era la única persona a la que había engañado. Se había enamorado de un hombre que prometió hacerla feliz, formar una familia. Pero era una fantasía.
Después de la boda, todo cambió. Al principio lo disculpaba creyendo que era la presión de su último año de carrera, luego por su trabajo... Pensaba que el problema era ella, que lo había decepcionado.
Las fotografías mostraban una familia ideal. El cariño de los Alfonso le hizo desear una familia de verdad, una con varios hijos, pero nunca los tendría si mantenía aquel matrimonio de conveniencia con Pedro. Su hijo estaría solo, hijo único como ella. ¿Podrían seguir siendo amigos después del divorcio? ¿Podría tener una familia sin que el amor lo complicara todo?
—Te envidio —le confesó entonces.
—¿A mí? ¿Por qué?
—Porque tienes esto —dijo Paula, tocando el álbum—. Cuando mi madre murió, mi padre se quedó tan destrozado que cambió por completo. Sólo tuve a mi madre durante once años y los recuerdos casi han desaparecido. Tú tuviste veintidós años con tus padres y, al perderlos, te quedó tu hermano.
—¿Qué recuerdas de tu madre?
—Cuando cierro los ojos, sigo viendo su sonrisa, era una mujer feliz y siempre estaba cantando. Mi padre llegaba a casa cansado de trabajar y ella siempre conseguía hacerlo sonreír. Cuando murió yo intenté hacer lo mismo, pero no pude.
Nunca antes había admitido aquel fracaso y hacerlo en voz alta la llenó de emoción. No sabía por qué lo había hecho. Quizá porque era muy tarde, quizá porque Pedro estaba compartiendo con ella sus recuerdos.
Él tomó su mano entonces, pensativo.
—¿Qué recuerdas tú de tu madre? —preguntó Paula.
—Preguntas. Siempre estaba haciendo preguntas. Era profesora de universidad y siempre intentaba ver más allá de las cosas. Tenía que saber el porqué de todo.
—Eso explica que te convirtieras en un experto en informática.
—El deseo de saber cómo funcionan las cosas sólo es una parte de lo que heredé de ella —sonrió Pedro—. Ya conoces a Carter y sabes que fuimos compañeros de universidad...
Lo que no sabes es que Carter es como otro hermano para mí. Hicimos juntos la carrera y luego pensábamos alistarnos en los Marines para que el ejército nos convirtiera en genios de la informática. Nos veíamos como agentes secretos.
—No sabía que hubieras estado en el ejército.
—Porque no he estado. Mis padres murieron el día después de mi graduación. Carter y yo debíamos alistarnos a la semana siguiente, pero no pudo ser porque yo tenía que cuidar de Brett.
—No creo que te lo haya tenido en cuenta.
—Le prometí que estaríamos juntos y no me gusta romper mis promesas. Su empresa debería haber sido nuestra empresa... Los dos hemos cumplido nuestro sueño, pero por separado.
—No podías marcharte dejándolo solo —suspiró Paula—. Tú eras todo lo que le quedaba.
—Mi prometida no estaba de acuerdo. Cuando le dije que iba a pedir la custodia de mi hermano, desapareció de mi vida.
—Ah, no lo sabía.
Pedro se encogió de hombros.
—Si me hubiera querido, se habría quedado. El amor no muere cuando las cosas se ponen difíciles.
—No, no debería ser así.
—Nuestro hijo tendrá un padre y una madre y nos encargaremos de que tenga una infancia maravillosa.
—Pero no será lo mismo cuando tengamos que dividir las vacaciones, repartir sus cosas en dos casas diferentes...
—No, es verdad —murmuró él, mirándola con un anhelo que Paula no entendió—. Aunque yo no sé mucho de niños.
—Yo tampoco.
—Tendremos que aprender juntos...
Entonces oyeron un aullido de dolor.
—¡Es Maggie! —gritó Paula, corriendo hacia el lavadero. Pedro la siguió de cerca—. Está a punto de parir...
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