Divina

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miércoles, 24 de junio de 2015

Mujer Prohibida Capitulo 17


Aquella mujer era una masa de contradicciones. Cuando Pedro creía haber decodificado el misterio de Paula, ella hacía algo que lo confundía. Afortunadamente, le gustaban los acertijos.

¿Qué había ocurrido durante su ausencia? La había dejado contenta, sonriente, y cuando volvió parecía un puerco espín. Pero un puercoespín sólo usaba las púas para defenderse, pensó entonces. ¿Lamentaba haber hecho el amor con él? ¿O sentía que había traicionado a su hermano?

Cuanto más sabía sobre su matrimonio, más sorprendido se quedaba. Paula no le había contado mucho, pero era lo que no decía lo que plantaba dudas en su cabeza. Algo no cuadraba.

Además, Paula parecía siempre a la defensiva, como asustada. ¿Por qué? Y cómo respondía cada vez que le decía algo bonito... como si nunca le hubieran dicho un piropo. 

El anhelo que vio en sus ojos cuando le ofreció los folletos de la universidad contradecía su obstinada negativa. ¿Por qué negarse si lo estaba deseando? ¿Y por qué las cosas que empezaba a intuir sobre su relación con su hermano le parecían tan extrañas?

Y luego, la ropa. Brett la vestía para que la desearan los demás hombres y, sin embargo, Paula no tenía la confianza de una mujer liberada, todo lo contrario. ¿Cómo una mujer con un cuerpo como el suyo no sabía el efecto que ejercía en los hombres? Era evidente por su timidez que no tenía ni idea.

Y lo que más vueltas daba en su cabeza: no parecía estar de luto por su hermano y, sin embargo, había intentado tener un hijo con él.

¿Cómo iba a enamorar a su mujer si no la entendía?

La puerta se abrió y Paula, con la camiseta del equipo y un pantalón corto, salió al porche. Tenía las piernas largas, bronceadas. Estar enredado en ellas era como estar en el cielo... Su aspecto de «vecinita de al lado» era mucho más peligroso que aquellos vestidos escotados.

Dada la atracción que había entre ellos, su deseo de formar una familia y el amor que sentía por ella, Pedro estaba seguro de que su matrimonio podía funcionar. Pero sospechaba que tendría que eliminar algunos obstáculos.


—¿Nos vamos?


—Nunca he estado en un partido de la empresa.


—Brett no jugaba.

En realidad, Brett siempre tenía algún compromiso cuando había algún evento de la empresa. Pedro no recordaba que hubiera llevado a Paula a ninguna fiesta... y tampoco a la oficina.


—No le gustaba mucho el deporte. Y a mí tampoco, la verdad.


—Pues nadas como un pez.


—Mejor eso que los vídeos para mantenerse en forma —dijo Paula, sin mirarlo.

¿Que había querido decir? Su expresión le advertía que allí había algo escondido y Pedro quería descubrir qué era.

Antes de cerrar la puerta del coche, se inclinó para darle un beso en los labios.


—Si este partido no contase para el campeonato, te llevaría a la habitación ahora mismo.

Paula apartó la cara, colorada.

Pero había estado casada cuatro años. ¿Cómo podía ponerse colorada por un coqueteo tan inocente como aquél?


—He traído galletitas y sandwiches. Come algo para que no te den náuseas.


—Pedro...


—Ya, ya lo sé. Puedes cuidar de ti misma. Venga, hazlo por mí. Voy a buscar a Moro y enseguida nos vamos.

Un minuto después colocaba la cajita del cachorro en el asiento trasero. ¿Qué era aquello, una especie de práctica antes de la sillita del niño? Sí, le gustaba eso.

Enseguida llegaron al parque. Al contrario que las mujeres con las que solía salir, que no dejaban de hablar, Paula había permanecido muda durante todo el camino.


—¿Quieres decirme por qué estabas enfadada antes?


—No estaba enfadada. Es que esta mañana ha sido un poco... intensa.


—¿Lo lamentas?

Paula levantó la mirada.


—No, en absoluto.

Sonriendo, Pedro salió del coche. Poco después, se encontraban con el resto de los jugadores.


—Chicos, os presento a Paula, mi mujer.

Le presentó a un montón de gente, todos empleados de Alfonso—Software o esposas de empleados. Y todos con la misma camiseta roja. Pedro no le había llevado la camiseta para que llamase la atención, sino para que fuera una más. De nuevo, la había incluido en su círculo.

Moro, por supuesto, se convirtió en la estrella del momento. Sobre todo, para una niña de unos dos o tres años, que no dejaba de tocarlo y que luego levantó las manitas manchadas de chocolate para abrazar a Pedro. Él rió, encantado. A Paula se le ocurrió pensar que Brett se habría apartado de inmediato. ¿Cómo había podido pensar que su marido podría haber sido un buen padre?

Pedro, por el contrario...


—Annie, lo estás manchando de chocolate —la regañó su madre.


—No importa. Por cierto, Paula, Sandy y Karen pueden recomendarte un buen ginecólogo —sonrió él, mirando a todo el mundo—. Paula y yo estamos esperando un niño.

Lo había dicho con una ternura, con una naturalidad que la emocionó.

Pero el árbitro tocó el silbato en ese momento.


—Tengo que irme. ¿Sandy?


—Tranquilo, yo cuido de tu chica —rió la mujer.

Mientras lo veía jugar, riendo con sus empleados y amigos, Paula no podía dejar de admirarlo. Vivía la vida de una forma tan natural, tan sana... Pero todo aquello era una fantasía. Aquello no era amor. El suyo no era un matrimonio de verdad. No había un final feliz para ellos.


—¿Te ha pedido que cuides de mí, Sandy?


—Por supuesto. ¿Cuándo nacerá el niño?


—En febrero, creo.


—¿Crees? ¿Aún no has ido al ginecólogo?


—Aún no. Acabamos de saberlo.

Si aquellas mujeres sabían que había estado casada con el hermano de Pedro, fueron lo suficientemente consideradas como para no mencionarlo.


—Pedro será un padre estupendo.


—Yo también lo creo —Paula se sentía como una adolescente colgada del capitán del equipo. Y le gustaba.

Las chicas hicieron que se sintiera cómoda y bienvenida, una más. Y esa aceptación era algo que Paula no había tenido nunca.

Antes de que terminase el primer tiempo, otra mujer se sentó con ellas en las gradas.


—Jane, te presento a Paula, la mujer de Pedro.


—Recién casados, ¿eh?


—Sí.


—No me extraña que Pedro tuviese tanta prisa. Lleva toda la vida cuidando de ese holgazán de hermano suyo. Ahora que Brett ya no está podrá recuperar el tiempo perdido.

Paula se quedó helada. No podía hablar.


—No seas criticona, Jane —la regañó Sandy, mirándola por el rabillo del ojo.


—No soy criticona, estoy diciendo la verdad. Brett era un problema. Nunca hacía los proyectos a tiempo y Jim siempre estaba quejándose porque tenía que terminarlos él. El pobre Pedro no ha podido hacer nada de lo que quería porque tenía que solucionar los problemas de su hermanito.

Paula se clavó las uñas en las palmas de las manos. No sabía que Brett fuese tan irresponsable. De hecho, su excusa para llegar tarde a casa siempre era el trabajo. Pero, claro, seguramente estaría con su amante.

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