Divina

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martes, 30 de junio de 2015

Seducción total Capítulo 7



Pedro sonrió mientras ella subía las escaleras de dos en dos. Olivia sólo tenía seis meses. Tenía que estar exagerando un poco...


—¡Ah bah bah bah bah!
Vaya, su hija tenía un par de pulmones como los de Pavarotti.


—Olivia.

La voz de Paula sonó como una cancioncilla infantil por el interfono.


—¿Cómo está mi niña? —la oyó decir—. ¿Has dormido una buena siesta, cielo?

La niña soltó un gritito de placer y Pedro casi se llevó las manos a los oídos. Seguramente el interfono estaba a todo volumen.


—Hola, cariño, ven.

No, el interfono no estaba demasiado alto, porque la voz de Paula sonaba normal.


—¿Qué tal la siesta? Abajo hay alguien que quiere conocerte —la oyó decir
—. Pero primero más vale que te cambiemos el pañal o el pobre se desmayará del olor.

Pedro escuchó las palabras y cancioncillas que Paula canturreaba a su hija mientras la cambiaba, y pensó que Paula siempre había tenido mucha sensibilidad con los niños. Si alguien le hubiera preguntado años atrás si la imaginaba con hijos, él no hubiera titubeado ni un momento para responder afirmativamente.
Una oleada de intensa tristeza se apoderó de él. Ahora Paula era la madre de su hija. Y si él no se hubiera esforzado en encontrar a la madre, nunca habría sabido que la pequeña Olivia era suya.
Unos pasos en la escalera le alertaron de la llegada de madre e hija, y él se preparó para ver de verdad a su hija por primera vez. La noche anterior apenas había visto los rizos pelirrojos a la tenue luz de su dormitorio, pero nada más.
Primero vio aparecer las piernas de Paula, y después el resto de su cuerpo. Llevaba a una niña pelirroja en brazos con el pelo en tirabuzones por toda la cabeza. Incluso a su edad, Paula le había recogido el pelo con una diadema elástica. El color del pelo era más claro que el de Paula, aunque más fuerte que en el rubio cobrizo de su gemela Melanie.
El rostro tenía una graciosa forma ovalada y los ojos que se detuvieron en él eran azules como el océano. A Pedro se le aceleró el corazón y tuvo que respirar profundamente. Cielos, la niña era idéntica a Paula.
Con un nudo en la garganta que le impedía hablar, se quedó de pie mirándolas mientras se acercaban. Paula hablaba a la niña como si ésta la entendiera, explicándole sobre un amigo de mami que venía a quedarse con ellos una temporada.
¿Una temporada? Ja. Quizá Paula prefiriera no aceptarlo, pero él pensaba quedarse para siempre.
Pedro tragó el tenso nudo que tenía en la garganta.


—Hola, Olivia.

Estaba totalmente perdido. ¿Qué se podía decir a alguien tan pequeño?
La niña sonrió, una sonrisa amplia que fue acompañada de una cascada de babas por la barbilla y que le mostró dos graciosos dientes blancos en la encía inferior. Después, la niña giró bruscamente la cabeza y la apoyó en el hombro de su madre.
Pedro seguía sin saber qué decir, pero afortunadamente Paula sabía cómo dominar la situación.


—Papá— dijo a su hija—. Olivia, éste es tu papá.

La niña la miró con sus ojos verdes y sonrió antes de volver a esconder la cara en el hombro materno.


—Coqueta —dijo Paula.

Cruzó el salón y con gestos expertos desplegó una manta en el suelo sin soltar a la niña, que llevaba apoyada en la cadera. Después colocó a la pequeña en medio de la manta.
Olivia se balanceó unos momentos hasta que logró encontrar el equilibrio y se sentó recta.


—Empezó a sentarse hace dos semanas —le dijo Paula a Pedro por encima del hombro—. ¿Por qué no te acercas y juegas con nosotras? No es tímida, y creo que se acostumbrará a ti enseguida.


—Está bien —dijo él, tratando de hablar en un tono normal aunque sentía que el corazón se le iba a salir del pecho.

Se sentó junto a ellas en la manta de colores. Paula empezó a construir una torre de piezas de colores, y cada vez que conseguía levantar una pila de tres o cuatro, Olivia estiraba la mano y las tiraba, mientras gritaba y sonreía de placer.
Una de las veces, cuando Paula se detuvo un momento, la niña empezó a aplaudir con las manos y a gritar en un tono que no dejaba dudas sobre lo que quería.
Pedro rápidamente buscó otra pieza.


—Buena forma de conseguir lo que quieres —comentó.
Paula se echó a reír.


—Sabe perfectamente lo que quiere. Y si no lo consigue, me lo hace saber.


—Me recuerda a Melanie.

Lo dijo sin pensar, pero en el momento en que las palabras salieron de su boca supo que habían sido un error.
El brillo de felicidad de los ojos de Paula dio paso a una expresión de profunda tristeza y dolor.


—Sí —dijo, en voz baja—. Parece que Olivia tiene mucho más carácter del que yo he tenido nunca.

Pedro quiso protestar. El carácter de Paula no tenía nada reprochable. El hecho de que Melanie dijera siempre todo lo que sentía y tuviera una personalidad más arrolladora no significaba que el carácter de Paula fuera en absoluto desagradable.
Simplemente era una persona más tranquila y a quien no le gustaba llamar la atención.
Pero no supo cómo decirlo sin empeorar más la situación. Además, había algo muy claro: Paula no quería hablar de Melanie.
Pedro sintió una punzada de remordimiento. Por mucho que reprochara a Paula no decirle lo de su embarazo, él no podía olvidar que él fue el responsable de la muerte de Melanie. Por eso no debía extrañarle que ella no le dijera nada.
La niña había tomado un libro de cartón y estaba ocupada pasando las páginas. Mientras él la observaba, la pequeña se lo metió en la boca.


—Toma, cielo —dijo Paula, ofreciéndole un juego de aros de colores a la vez que le quitaba el libro—. Los libros no se muerden.
Pedro miró las esquinas deshilachadas del libro que ella tenía.


—Por lo visto hay gente que lo hace.
Paula sonrió y al instante la situación entre ellos se relajó.


—Estoy trabajando en ello —le aseguró ella, sonriendo. Después miró la hora—.
Pronto será la hora de cenar. ¿Quieres quedarte a cenar con nosotras?
Él alzó una ceja.


—¿Pensabas quedarte a dormir aquí esta noche? —pregunto ella, medio extrañada, medio presa de pánico.


—Efectivamente —dijo él, poniéndose en pie y cruzando los brazos—. Si este fin de semana me enseñas a cuidar de Olivia, puedo ocuparme de ella mientras tú vas a trabajar.


—¿Tú no tienes que trabajar o algo así? —preguntó ella, con exasperación.


—O algo así —respondió él.


—O sea que tienes que volver a California.

No era una pregunta.


—No. Estoy bastante seguro de que voy a dejar el ejército.
Paula lo miró sorprendida.


—Pero eso es lo que siempre has querido ser. Un soldado.


—Mi condición física ya no está a la altura de lo que el ejército considera necesario para entrar en combate —explicó él—, y un trabajo de despacho no me interesa. No quiero pasarme el día mirando a una pantalla de ordenador. Por eso he decidido retirarme.


—¿Pero qué vas a hacer?
Pedro se encogió de hombros.


—Estoy estudiando una serie de opciones. Una de ellas es con una empresa de seguridad en Virginia. Para organizar una nueva sucursal en la Costa Oeste.


—O sea que volverás a California.


—Ése era el plan —dijo él, encogiéndose de hombros—. Pero ahora todo ha cambiado.

Pedro miró a su hija, que se había tendido sobre el estómago y estaba arrastrándose por la manta tratando de alcanzar un juguete.


—Todo.

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