Al día siguiente, Pedro estaba preparado quince minutos antes de la hora. Bajo al bar del restaurante y se sentó en una mesa cerca de la puerta. Y apenas diez minutos después llegó Paula. También antes de la hora.
Pedro lo tomó como una buena señal. ¿Seguiría deseando estar con él tanto como él con ella? La conversación del día anterior en el porche no lo dejó claro. Por un momento, tuvo la sensación de que Paula estuvo a punto de caer en sus brazos; pero unos minutos después su actitud se tornó distante y poco habladora.
¿Cómo no se había dado cuenta de lo hermosa que era en todos los años que habían vivido en la misma calle?
Pedro supo la respuesta mientras la veía acercarse.
Las dos gemelas Chaves habían sido guapas, pero Melanie, con el espectacular rubio rojizo de su pelo, la piel de porcelana y los ojos tan verdes, siempre atrajo más la atención. Paula, con los rizos cobrizos y ojos verdes más oscuros, era también muy guapa, pero su carácter callado y reservado la dejaba siempre en segundo plano. Cosa que a él le gustaba más. Melanie había sido inestable, con cambios de humor impredecibles y un sempiterno deseo de ser el centro de atención que resultaba agotador.
Cuando estaba de buen humor era irresistible, siempre interesada por algo, siempre buscando algo que hacer, pero cuando algo la molestaba, era insoportable.
Paula era más tranquila y apacible. Y capaz. Siempre le pareció muy autosuficiente. Cuando Melanie tenía un problema, siempre recurría a su hermana gemela.
Melanie. Había logrado no pensar en ella durante mucho tiempo. Parecía inconcebible que en lugar de seguir disfrutando de la vida en el sur de California, hubiera quedado para siempre en su recuerdo a la joven edad de veintitrés años.
La misma edad que tenía Paula cuando él se dio cuenta de que llevaba años persiguiendo a la gemela equivocada.
Al acercarse, Pedro se empapó de todos los detalles de su aspecto físico. Tenía la melena más larga que antes, que estaba sujeta en un recogido con una pinza. Llevaba una falda recta de color caqui y una chaqueta de punto en un tono azul verdoso, un conjunto aparentemente modesto y recatado pero que dejaba ver las pantorrillas torneadas y los tobillos mientras que la camiseta sin mangas que llevaba bajo la chaqueta marcaba delicadamente sus curvas.
En lugar de mirarlo a él, Paula miraba al suelo, y por un momento Pedro sintió miedo. No había dejado de pensar en ella desde la última vez que la vio. Incluso en mitad de un combate o conduciendo a las tropas, había llevado su recuerdo en lo más profundo de su mente. Los remordimientos, y ser enviado al frente al otro extremo del mundo, lo mantuvieron alejado de ella después del entierro de Melanie, pero estar a punto de perder la vida en las montañas de Afganistán le hizo darse cuenta de lo importante que era intentar crear una vida y un futuro con Paula.
¿Había esperado demasiado? Habían pasado quince meses desde la fatídica fiesta de antiguos alumnos del instituto, la muerte de Melanie y la inesperada intimidad entre los dos después del entierro.
¿Se arrepentiría Paula de lo sucedido? Peor aún, ¿lo culparía por la muerte de Melanie?
Aquella noche, él había ido al baile con Melanie y era consciente de lo posesiva que podía ser. Sin embargo, al abrazar Paula en la pista de baile, se olvidó de todo excepto de lo que surgió de repente entre ellos.
Tras la sorpresa inicial del día anterior, Paula había estado demasiado distante. Siempre fue reservada, pero nunca con él. Y a él le gustaba hacerla reír, incluso cuando eran más pequeños, pero nunca se dio cuenta de lo relajada y tranquila que estaba ella siempre con él.
Algo que no fue así la tarde anterior en el porche.
Quizá tuviera una relación sentimental seria, aunque no estuviera casada ni prometida, o al menos eso supuso al ver que no llevaba anillo y que no había cambiado su apellido de soltera.
«Tengo algo que decirte», le había dicho ella, y él cruzó los dedos para que no fuera la presencia de otro hombre en su vida. De joven fue un idiota al no darse cuenta del tesoro que tenía al lado, pero ahora lo sabía y no permitiría que nadie se lo arrebatara.
Paula sería suya.
—Hola —dijo ella—. ¿Llevo el carmín corrido o algo así? —preguntó, extrañada.
—No —dijo él, dando un respingo y sonriendo pícaramente—. No, es que no podía apartar los ojos de ti.
Se puso en pie para apartarle la silla y sorprendido vio que ella se ruborizaba profundamente.
—Estás preciosa —dijo él, sentándose de nuevo frente a ella—. Ese color resalta el verde de tus ojos.
—No tienes que decir eso —dijo ella, aún con las mejillas encendidas—. Melanie era la guapa de la familia.
—Una de las guapas —le corrigió él, estudiando el rostro impasible que tan bien recordaba—. Melanie siempre se esforzaba en llamar la atención y lo conseguía. Tú hacías lo contrario y conseguías pasar casi siempre desapercibida. Toda una hazaña, para una mujer tan hermosa como tú.
Paula lo miró a la cara. Por fin.
—Gracias —susurró.
Sus ojos se encontraron y él volvió a ver con una claridad estremecedora que estaban hechos el uno para el otro, algo que no había sentido con ninguna otra mujer y que volvió a sentir el día anterior cuando ella apareció en el porche. Si no, no estaría allí ahora.
Recordó perfectamente la primera vez que tuvo la misma sensación al verla. Era curioso que después de haber vivido siempre en la misma calle y conocerse desde la infancia, él no se hubiera dado cuenta hasta aquella noche de que ella era la mujer con quien quería pasar el resto de su vida.
Pedro estaba de pie junto a la barra y terminó el refresco, observando a su pareja. Melanie estaba sentada en el regazo de un joven, en una mesa cercana, riendo a carcajadas y bebiendo sin parar. Se ladeó hacia un lado y estuvo a punto de caerse del regazo del joven. Pedro entonces se dio cuenta de lo borracha que estaba. ¿Por qué había pensado siempre que era la mujer que quería?
«Porque pensabas con el cerebro que tienes en los pantalones, idiota».
Aceptar la invitación de Melanie para que fuera su pareja en la fiesta de antiguos alumnos del instituto había sido una estupidez. Entonces ya la conocía bien y sabía que Melanie no estaba tan interesada en él sino en el efecto que causaba en los demás cuando aparecía colgada del brazo de un hombre en uniforme de gala. Entonces ya no le importaba, pero no estaba dispuesto a pasar el resto de la noche a esperarla solo en la barra. Paula había llevado a Melanie en su coche, por lo que no estaba obligado a llevarla de vuelta a casa.
Alzó el vaso y terminó la bebida. Después se incorporó y se dirigió a la salida.
—Pedro, espera.
Se volvió al oír la voz femenina, y su irritación se desvaneció.
—Hola, Paula —dijo—. Me voy. Seguro que Melanie encuentra a alguien que la lleve a casa.
—¿Te vas? —dijo ella, mirándolo consternada.
Pedro asintió. Por encima de la música dijo:
—Sí. Nos vemos antes de que me vaya, te lo prometo.
—Pero... —los ojos de Paula se clavaron en él, y por un momento Pedro tuvo la sensación de que trataba de contener las lágrimas.
Detrás de ella, el grupo de música inició una conocida canción lenta y varias parejas salieron a la pista.
Paula tragó saliva y se humedeció los labios.
—Esperaba que esta noche bailaras conmigo.
Porque era Paula, y porque tuvo la sensación de que no estaba muy contenta, Pedro la tomó de la mano y la llevó con él hacia la pista de baile.
Así tendría la oportunidad de contarle lo que le pasaba.
La llevó en medio de la pista y se volvió para rodearla con sus brazos. Había tantas parejas bailando que sus cuerpos se pegaron por fuerza.
El esbelto cuerpo de Paula se deslizó contra el suyo, y se acopló a él como si estuvieran hechos el uno para el otro. En ese momento, Pedro se dio cuenta de que nunca había bailado con ella.
¿Habría sentido lo mismo antes de haberlo hecho? Se le aceleraron los latidos del corazón, y sintió la inesperada excitación de su cuerpo.
Instintivamente, empezó a moverse al ritmo de la música, y ella se movió con él, flexible y suave bajo sus manos.
Era el paraíso. Pedro volvió ligeramente la cabeza y aspiró la fragancia femenina. Todo su cuerpo se tensó.
¿Qué diablos? Era Paula. Su vecinita pequeña.
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