Divina

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jueves, 25 de junio de 2015

Mujer Prohibida Capitulo 20


Los comentarios hirientes del diario lo ponían enfermo. Su hermano no creía que Paula fuera inteligente o guapa... ¿estaba ciego, loco? Pedro nunca había conocido a una mujer como ella. Brett la llamaba frígida. ¿Frígida? Era la mejor amante que había tenido jamás. 

Pero ¿cómo podía derretirse con él si seguía amando a Brett?

Todo era culpa suya. Si hubiese hablado con ella antes de irse a California en lugar de confiarle a Brett una carta... una carta que seguramente Paula nunca habría visto, nada de aquello habría pasado.

Y su hermano había poseído lo que el más quería: a Paula.

Él había estado demasiado ciego como para ver las maquinaciones enfermizas de Brett.
Pedro se levantó, apoyándose en la mesa. Amaba a Paula con todo su corazón, pero la había defraudado. Primero por no haber sabido protegerla de Brett y luego forzándola a un matrimonio que no deseaba.

Aunque le dolía más que nada en el mundo, debía hacerlo. Tenía que dejarla ir.
La encontró en la cocina, muy pálida.


—Lo siento —murmuró, metiéndose las manos en los bolsillos para no abrazarla.
Ella levantó la cabeza.


—¿Qué?


—Llamaré a mi abogado mañana por la mañana para que empiece con los trámites del divorcio.


—Entiendo —murmuró Paula.


—Pediré un préstamo para darte lo que te corresponde...


—No dejaré que lo hagas. Brett ya te ha robado suficiente. Ese dinero es tuyo.
Él no estaba de acuerdo, pero no tenía ganas de discutir en aquel momento.


—Te haré una transferencia mensual para el niño, pero renunciaré a la custodia.

Pedro intentó no mirar las lágrimas que llenaban los ojos de Paula, pero cada una lo quemaba como si fuera ácido. Se aclaró la garganta, pero seguía teniendo un nudo.


—No sé qué hice mal con Brett o qué pude haber hecho para que me odiase tanto. No entiendo qué quería conseguir destruyendo la empresa que pagaba su sueldo... quizá eso era lo que quería, destruir mi sueño. No sé qué hice mal —repitió, angustiado.


—No es culpa tuya, Pedro.


—Si conseguí volver loco a mi hermano, imagínate lo que podría hacer con la vida de un niño. Me da pánico pensarlo.


—No puedes culparte a ti mismo por la avaricia de tu hermano.


—No voy a obligarte a que me dejes entrar en tu vida o en la vida de tu hijo.

Paula puso una mano sobre su pecho.


—Entiendo que no quieras al hijo de Brett, pero si es tu hijo merece conocerte. Serías un padre maravilloso, Pedro.

Sorprendido, él levantó la mirada.


—¿Quieres que convierta a tu hijo en un delincuente?

Paula lo miró, perpleja.


—No digas eso. Brett no te odiaba, todo lo contrario, te admiraba de una forma enfermiza. 

Pero él era un vago. No estaba dispuesto a trabajar por lo que quería, al contrario que tú. Eso no es culpa tuya.

Incluso en aquel momento trataba de defender a Brett. Los celos y el dolor amenazaron con ahogarlo.


—Sé que te insultaba, que te hería con sus comentarios... ¿te pegó alguna vez?


—No. Nunca. Si lo hubiera hecho, lo habría dejado.


—Pero te trataba como si fueras una basura, Paula. ¿Cómo puedes seguir disculpándolo?


—Porque... no lo sé. Quizá porque la familia es lo más importante. No quiero que odies a tu hermano —suspiró ella—. Ya sabes que mi padre era policía y que murió en un tiroteo. Lo que quizá no sabes es que después de su muerte hubo sospechas sobre él. Nunca se limpió su nombre, pero tampoco lo declararon culpable. Sin embargo, en los periódicos lo crucificaron. Todos los recuerdos de mi padre están manchados por eso... cuando pienso en él, en lugar de recordarlo como el padre cariñoso que era, recuerdo esos días. Los detectives registraron mi casa de arriba abajo. Abrieron todos los cajones, todos los armarios, miraron en la basura...

Las lágrimas rodaban por su cara y el nudo que Pedro tenía en la garganta no lo dejaba respirar.


—Me dijeron que el hombre al que yo creía un héroe era un ladrón que se aprovechaba de la gente a la que debía proteger. Yo no quiero que sufras como sufrí yo, Pedro.

Parecía tan frágil, tan rota... tuvo que abrazarla.


—Lo siento, Paula. ¿Cómo pudiste amar a Brett después de lo que te hizo?


—No lo amaba —suspiró ella.


—¿Qué? Dime la verdad esta vez, Paula. No intentes engañarme.


—Había llamado a un abogado para pedirle que empezase a tramitar el divorcio, pero Brett me convenció de que su mala actitud era culpa del estrés, del trabajo. Me prometió que se portaría mejor, me suplicó que tuviéramos un hijo... Yo quería formar una familia y fui tan estúpida como para creerlo. Esa noche, después de hacer el amor, descubrí que me había estado engañando con Nina, su secretaria.

Pedro cerró los ojos. Debería haber sospechado algo cuando su hermano contrató a una secretaria con una talla de pecho más grande que su cociente intelectual.

Paula respiró profundamente.


—Tuvimos una pelea y le pedí que se fuera de casa. Una hora después, estaba muerto. Si no le hubiera gritado, si no le hubiera dicho que iba a pedir el divorcio...


—Paula, mi hermano conducía a ciento treinta kilómetros por hora. No es culpa tuya. Tuvimos suerte de que no se llevara a nadie por delante. Además, después de leer la basura que ha escrito sobre ti en el diario, tenías derecho a echarlo de casa.


—Pero tú sigues culpándote a ti mismo por la muerte de tus padres.


—Sí.


—El otro conductor iba borracho, Pedro. Era de noche, se saltó un semáforo...


—Sí, lo sé, lo sé... ¿Por qué te importa lo que yo siento?

¿Qué tenía que perder?, se preguntó Paula. Ya lo había perdido todo.


—Me importa porque te quiero y creo que fuiste tú el que dijo: «El amor no muere cuando las cosas se ponen difíciles».

Después de eso, intentó salir de la cocina, pero Pedro no se lo permitió.


—Maldita sea, Paula, no puedes decirme que me quieres y después salir corriendo. Mírame, por favor. Has leído el diario de Brett. Debes saber que te quiero.

Ella levantó la cabeza, sorprendida.


—En ese diario no se habla de amor. Está lleno de odio y de críticas hacia mí.

Pedro sacudió la cabeza.


—Mi hermano debía de estar ciego. Eres la mujer más guapa, la más interesante, la más encantadora que he conocido nunca... y como amante, me conviertes en un adolescente cada vez que te miro.

De nuevo, una llamita de esperanza se encendió en su corazón, pero intentó matarla para evitar sufrimientos.


—Brett dice en su diario que mientras tuviera lo que yo más quería, estaría por encima de mí. Y lo que yo quería más que nada era a ti, Paula.

A ella se le doblaron las rodillas y Pedro tuvo que sujetarla.


—Cuando nos conocimos, hace cinco años, supe que eras una persona especial. Pero eras tan joven, apenas tenías diecinueve años... y yo tenía que pasar mucho tiempo fuera para levantar mi empresa. Cuando me llamaron para que fuese a California a diseñar un programa para mi primer cliente importante supe que, por fin, tenía algo que ofrecerte y no quise esperar más. Esa noche teníamos una cita y no pude localizarte, así que te escribí una carta...


—¿Una carta?


—Se la di a Brett —suspiró Pedro— para que te la diera a ti.

Paula tragó saliva.


—Brett no me dio ninguna carta.


—Debió de leerla y supo entonces lo que sentía por ti. En la carta decía que te amaba y que quería pasar el resto de mi vida contigo. Quería verte en cuanto volviese de California, pero sabía que estaría varios meses fuera. Y te pedía que me esperases.
Paula se llevó una mano al corazón.


—Pedro...


—Pero cuando volví, te encontré casada con Brett —suspiró él. La sinceridad que había en sus ojos le decía que todo eso era verdad.


—Pensé que me habías dejado. Estuviste tanto tiempo fuera... Brett me dijo que, según tú, lo nuestro había sido divertido, pero que había llegado la hora de pasarlo bien en California. Empecé a salir con él de rebote, dejé que me engañase... me siento como una idiota.


—Nos engañó a los dos.


—Lo siento tanto...


—Yo también. Y ahora, ¿vas a contarme por qué dejaste la universidad?

Paula dejó escapar un suspiro.


—Brett saboteaba mis horas de estudio y mis notas empezaron a bajar. Al final, me hizo dudar de mí misma, de mi capacidad intelectual. Pensé que no era capaz de hacer una carrera...

Pedro apretó los dientes.


—Y dejaste la universidad.


—Sí.


—Paula, te he forzado a este matrimonio —dijo él entonces, apretando su mano—. Si quieres el divorcio, hablaré mañana mismo con mi abogado...


—No quiero el divorcio. Quiero quedarme contigo y formar una familia. Pero debes entender que querré a este niño aunque sea hijo de Brett.

Pedro le puso una mano en el abdomen.


—Yo también porque es parte de ti. Te quiero, Paula.



—Y yo a ti.

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